jueves, 24 de mayo de 2018

El nómada en Los refugios de la memoria de José Luis Cancho y noticias de nuestras lecturas


En la isla de la Gomera, José Luis Cancho cierra un ciclo. Había obtenido allí una plaza como maestro y decide renunciar a ella y comenzar una vida como nómada. Esta tendencia ya había aparecido en su vida a los dieciséis años, cuando viaja durante meses por Europa, pero ahora tiene un significado más profundo: había cerrado ya su activismo político, su militancia en la primera fila que tanto le había expuesto y trasformado y a la edad en la que muchos piensan en asentarse en un lugar, formar familia, contar con un horario laboral y un trabajo estable, lo deja todo: Cumplía así con un nuevo abandono, con una nueva dimisión, con una nueva renuncia. Se echa al mundo y recorre Latinoamérica descubriendo en sí mismo una nueva faceta, un fragmento nuevo de ese autorretrato en que consisten estas memorias:

Antes me convertiría en un nómada, en un vagabundo, en un mendigo en busca no tanto de bellas ciudades como de rincones en los que ahuyentar la desazón permanente del que busca sin saber muy bien lo que busca.

De toda esa búsqueda nos cuenta apenas unos retazos pero tan intensos en la memoria escrita que bastan para fijar su imagen caminando por el mundo en una mirada hacia el exterior contaminada en parte de sus recuerdos más personales, aquellos que le suscita el barrio en el que vivió hasta que abandonó Valladolid (el barrio de San Pedro que construye en sus obras en espacio mítico como barrio del Carmen con tres elementos que levantan un triángulo mítico referencial: la casa de los padres, la antigua cárcel provincial de Valladolid y el cementerio del Carmen). Siguiendo a Proust -uno de sus autores-, Cancho atraviesa caminos polvorientos en Sudamérica como si todavía recorriera las calles sin asfaltar de aquel barrio, igual que el olor de las higueras o el sabor de la flor de la acacia son desencadenantes de los recuerdos. Pero cuando mira lo que tiene delante las imágenes que nos traslada son de una verdad tan intensa que alcanza factura poética, como el desierto de Atacama florecido, que se trasforma en él en una poderosa metáfora de la vida. El autor, como muchos de nosotros, camina por el mundo, atraviesa paisajes maravillosos y desconocidos, conoce gente, vive experiencias de todo tipo (a veces peligrosas) pero siempre lleva dentro el mapa del territorio de la infancia.

Esta descripción del nómada es una de las cosas más interesantes de este libro tan apasionante y bien escrito. El nómada atraviesa el mundo sin detenerse en fronteras, cargando encima todo lo que es -memoria y presente- y aprendiendo a vivir con la renuncia y la extrañeza, incluso de sí mismo: La vida es más insólita a medida que envejezco. El que fui me resulta cada vez más misterioso.

En pocas ocasiones se ha escrito con tanta precisión y armonía ese parte de la vida que nos convierte en nómadas, casi apátridas de nuestra propia biografía -si no fuera por esa persistencia del olor de la flor de la acacia.

Noticias de nuestras lecturas

Luz del Olmo comenta Los refugios de la memoria a partir de la misión de contar y de la falta de rencor de estas páginas. No os perdáis su aproximación.




El pasado sábado 19 de mayo presenté los Premios de la Crítica de Castilla y León en la Feria del libro de Burgos. Estuvo presente José Luis Cancho y con él hablamos de su obra Los refugios de la memoria en un encuentro más que agradable y en el que salieron a la luz todos los aspectos claves del libro: la memoria individual y la memoria colectiva, el nomadismo del autor, su dedicación a la escritura, las claves estéticas de la obra... Como siempre, la detallada y estupenda crónica de Mª Ángeles Merino me ahorra dar más datos. A ella os remito.



Pancho continúa su comentario de Akúside, de Ángel Vallecillo, nuestra anterior lectura. En el de esta semana llega al análisis de la hipocresía que se esconde en el nuevo régimen instalado tras el triunfo del nacionalismo independentista... y termina, para bien de todos, con unas bulerías del Cabrero.






Ayer miércoles, con los miembros del club que decidieron acercarse, visitamos la exposición El rostro de las letras en su actual ubicación, el Arco de Santa María de Burgos. Resulta interesante comprobar la importancia que la imagen fotográfica ha tenido en la relación de los escritores con el público: ha sido divulgadora, medida publicitaria, ha favorecido el coleccionismo, ha construido personalidades públicas... Como la exposición circula por España desde el 2015 (a veces ajustándose a temáticas concretas) seguro que tendréis oportunidad de visitarla en alguna ocasión, os lo recomiendo. Si no, podéis acceder a esta página para una visita virtual. Esta visita os reportará no solo información sobre esta relación entre escritores, fotógrafos y público sino también un recorrido apasionante por la historia del retrato fotográfico en España.

Recojo en estas noticias las entradas que hasta el miércoles han publicado los blogs amigos.
Entrada del Club de lectura cada jueves, en este blog, aunque en las últimas semanas no haya podido cumplir esta promesa por diferentes cuestiones que espero se vayan remansando en las próximas.
Información sobre el presente curso en el club en este enlace.

4 comentarios:

Abejita de la Vega dijo...

El hermoso paisaje de los bancales de la Gomera queda en un refugio privilegiado de la memoria pero J.L.C. no comienza el curso escolar y abandona un medio de vida estable, pero imposible para quien posee alma nómada. No eran los niños ni la enseñanza.

Busca sin saber lo que busca, con un mapa quimérico. Tal vez las semillas del desierto germinen un día con toda su belleza. Y lo han hecho.

Me guardo la foto en que estamos los cuatro: Luz y María Ángeles con José Luis Cancho y Pedro Ojeda, en breve pero intenso diálogo literario. Mi felicitación al fotógrafo por captar el momento. Con tu permiso, la pondré en mi blog.

Un abrazo, Pedro.

Ele Bergón dijo...

Fue un encuentro muy agradable con el autor y contigo y algunas personas del club de lectura . Mereció la pena desplazarse hasta Burgos.

La exposición de " El rostro de las letras", la vi hace unos años en Madrid y me pareció muy interesante para ilustrarnos sobre la historia del retrato fotográfico en España. Aún conservo los recuerdos de muchos de los escritores como el de Unamuno tumbado en la cama. Le echaré un vistazo en la página virtual.

Besos

andandos dijo...

La miraré virtualmente y espero que pase por Zaragoza.

Un abrazo

pancho dijo...

Tanto llenar el cerebro de imágenes a lo largo de tantos viajes y la imagen más poderosa es la higuera del patio de la casa en la que vivió de niño, como el limonero de Antonio Machado nutría los recuerdos de la infancia en el patio de Sevilla. La primera tierra siempre regresa y los árboles.
El autor confiesa que sus ciclos vitales han sido de siete u ocho años y con esta autobiografía los cumple. No creo que abandone la escritura porque estas cuatro obras le han metido un veneno del que será difícil escapar. Aunque cualquiera se fía, ya ha dejado claro que es capaz de quemar las naves para que no haya vuelta atrás.
Habrá que seguir con los guerreros akusaras.
Un abrazo.