viernes, 1 de septiembre de 2017

Este año no pensaba volver


Este año no pensaba volver. Entre otras cosas, porque no me he ido. ¿Se va uno de sí mismo? A veces ocurre, no ha sido mi caso este verano y para bien o para mal he cargado conmigo estas últimas semanas. Me he notado mirándome por encima del hombro a ver qué hacía, que no hacía, como esas personas que cotillean tu vida. La mejor forma de descansar es olvidarse de uno mismo. Dejarse en la percha de casa, junto a los abrigos de invierno. Ha sido, además, un verano de interiores. Como si hubiera bajado la persiana de listones de madera y me hubiera quedado en casa a esperar que atardeciera. Comienza septiembre. Voy a levantar la persiana y dejar que refresque la casa la noche, contra la mañana. Poco a poco iré poniendo orden en las cosas, detenidas por el calor y la pereza.

A primera hora hemos estado en Praia Verde y el mar tenía la profundidad del azul. Los veraneantes de agosto se han marchado y hay menos bañistas. El mar estaba tranquilo. De esa tranquilidad que guarda todos los demonios dentro, en una delicada cajita de nácar. Los socorristas no habían ocupado sus puestos y el calor aún no era agobiante. He trotado un poco por la arena compactada, junto a la orilla. Después de un año sin hacerlo, abrumado por los compromisos y los viajes, he vuelto a correr. Por el Campo Grande -triste y polvoriento debido a la falta de riego de las últimas semanas-, por las marismas del Guadiana, en el Estero del Dique. A ritmo lento. Me duelen un poco los talones y no consigo encajar la respiración con las zancadas. He trotado junto a la orilla del mar, encima de la línea de conchas que las olas dejan en la arena. No había nadie más corriendo: desde Monte Gordo hasta Alagoa, apenas unos pocos paseantes y unos pescadores de caña. Una mujer saludaba al mar y al sol en una postura de yoga y un perro chiquito y blanco jugaba con las olas. Trotaba venciendo la dificultad del desnivel de la playa que hace dos años no me suponía ninguna dificultad. El mar estaba azul y tranquilo y en la arena solo había rastros de patas de gaviotas. El mar, todo horizonte hacia adentro.

Siempre me ha gustado septiembre. Antes del fin del mundo, septiembre olía a nuevo, a gomas de borrar y estuches recién estrenados, a libros escolares forrados. Giraba el tiempo y a las verbenas se iba con chaqueta. Se agradecía el frescor del anochecer y mucho antes de que se pusiera de moda cambiar la hora dos veces al año uno sabía que se iniciaba un nuevo tiempo porque los días se acortaban. Y una tarde comenzaba a llover con lentitud. Quizá en alguna parte haya verbenas como aquellas de chaqueta y anuncio de lluvia lenta, un leve roce de las manos o de mejillas, un beso furtivo bajo la oscuridad del castaño.

Por mi trabajo como profesor universitario no he dejado el calendario escolar y mi año comienza en septiembre. Sobre la mesa, libros que leer y en la agenda electrónica anoto el horario del nuevo curso, las reuniones, las citas académicas. Hoy he llegado hasta enero y no he podido evitar preguntarme qué será de mí el próximo enero, si habré cumplido todas esas citas y trabajos. Previsiblemente nada habrá cambiado para entonces. Habré dado mis clases, corregido las tareas de mis alumnos y sus pruebas, cerrado las actas de notas, asistido a todos los eventos académicos programados. O quizá no, quizá me sumerja en uno de esos libros que me esperan para ser leídos y haya aparecido lejos, tan lejos que ni siquiera me pueda encontrar ese que me mira por encima del hombro mientras leo la historia de un personaje que viaja a través de un libro. Echo de menos leer como lo hacía de niño o de joven, desplazándome por continentes helados, manglares y palabras extrañas.

Enrollo la persiana de listones de madera y ato la cuerda en la escarpia para sujetarla y que entre el fresco de las noches de septiembre. Comenzamos.

10 comentarios:

Rita Turza dijo...

Septiembre es mágico, después de este verano asfixiante empieza de nuevo la vida.

Bienvenido querido Pedro.

Emilio Manuel dijo...

Tienes suerte, tu no te has ido; sin embargo, a mi me han llegado.

Si para ti es septiembre el mes más agraciado, yo tenia un mes llamado "de finales de junio principios de julio", en el que hacia coincidir las vacaciones de mis hijas con las mías, así fue durante muchos años, hoy, sin nada que hacer, donde esté septiembre que se quite cualquiera.

Bien venido.

Edurne dijo...

¡Ay, profe, esta subida del telón tan calma, me ha reconfortado y me ha dejado a mí también en la puerta de mi infancia y mi adolescencia, con esos olores que compartimos...!
¡Gracias, y gracias por volver!
¡Comenzamos, sí!

Besos
;)

Abejita de la Vega dijo...

Gracias por ese aire fresco. Aquí estoy en un septiembre que se me hace muy extraño.
Besos Pedro.

María Luz Evangelio dijo...

Un escrito mmagnífico. No puedo añadir nada. Me ha gustado mucho. Buena suerte con el nuevo comienzo. Abrazos.

LA ZARZAMORA dijo...

Así es septiembre algo por estrenar aunque lleve el guardapolvo un resabio de tizas acumuladas por el paso del tiempo.
Me alegra leerte, gracias por ese soplo de viento.
Y que nos despeine...
;)

Besos, Pedro.

Myriam dijo...

En mi caso, claro, pereza y pajareo.
Intentaré colgarme la próxima vez en una percha
así no vuelo tanto :-)

Esa Praia verde debe ser preciosa. Algún día
la visitaré.

Muy buen inicio de curso.

Besos y gracias, siempre.
Siempre.


andandos dijo...

Creo que este verano ha sido el más caluroso de mi vida, así que agradezco septiembre. Persianas de listones de madera, sí, no se ven muchas, aunque quedan algunas. Todos querríamos leer de manera lenta, algo muy difícil salvo, curiosamente, en agosto para muchos. Con todo el calor he leído "Pasos en la piedra", que me ha gustado mucho.

Un abrazo

Voz en off dijo...

Hay que salir de casa siempre, sobre todo en verano, sobre todo al mar. Estás en Portugal veo? Y eres profe de qué?

Campurriana dijo...

¡Qué gusto leerte!

Ay, Pedro. He conocido, ahora, los manglares de verdad.