mi exclusivo nombre de poeta
La vocación de escritor en José Zorrilla
Discurso pronunciado por Pedro Ojeda Escudero en la ceremonia de
imposición de becas de los colegios mayores adscritos a la Universidad de
Valladolid (sábado 6 de mayo de 2017).
Sra. Vicerrectora de Estudiantes
y Extensión Universitaria, sres. directores de los colegios mayores María de
Molina, Menéndez Pelayo, San Juan Evangelista y Peñafiel, profesores, queridos colegiales,
familiares y amigos. Sras. y sres.:
Espero que me disculpen. Hoy
vengo a hablar de un mal estudiante. De un pésimo estudiante. Un estudiante que
en vez de aprovechar las clases de la Facultad de Derecho en la Universidad de
Valladolid se dedicaba a escribir versos y leer, leer mucho, sobre todo a los
jóvenes escritores más exaltados de su tiempo. A José Zorrilla, este hábito de
no estudiar le venía de lejos. A los nueve años ingresó en uno de los mejores
colegios de la España del siglo XIX, el madrileño Real seminario de nobles,
como nos lo cuenta en sus Recuerdos del
tiempo viejo, esas memorias que constituyen uno de los mejores testimonios
en prosa de la literatura autobiográfica española y que merecen ser más leídas:
En aquel colegio comencé yo a tomar la mala costumbre de descuidar lo
principal por cuidarme de lo accesorio: y negligente en los estudios serios de
la filosofía y las ciencias exactas, me apliqué al dibujo, a la esgrima y a las
bellas letras, leyendo a escondidas a Walter Scott, a Fenimore Cooper y a
Chateaubriand, y cometiendo, en fin, a los doce años, mi primer delito de
escribir versos.
Perseveró en la costumbre en sus
estudios de leyes en la Universidad de Toledo, a donde su padre, don José
Zorrilla, le envío al cuidado de un tío suyo:
Mi tío, el prebendado a cuya casa me había enviado mi padre, que había
creído recibir en ella a un pajecillo que le ayudara a misa y le acompañara al
coro llevándole el paraguas y el breviario, se escandalizó de que yo leyera a
Víctor Hugo; a quien él confundía, sin que lograra yo sacárselo de la cabeza,
con Hugo de San Víctor, expositor de Sagrada teología, de quien él suponía que
los franceses habrían encontrado algunos versos inéditos; tomó muy a mal mi
amistad con algunos estudiantes de la alta sociedad de Madrid, que como Pedro
Madrazo eran condiscípulos míos de colegio, y concluyó por escribir a mi padre
que yo no era más que un botarate, que más iba para pinta-monas que para abogado, según los papelotes que
llenaba de piedras, de torres y de inscripciones, ya en posesión de los búhos y
cubiertas de telarañas.
Como sabemos, su padre era un
alto magistrado que ocupó relevantes cargos en el reinado de Fernando VII,
significado por su ideología absolutista y contrario al bando isabelino, por lo
que sería desterrado a Lerma. Hay que imaginarse a don José mirando con
prevención las inclinaciones literarias y bohemias de su hijo, que se negaba
tozudamente a seguir sus pasos en la magistratura. Desesperado, lo envió a
continuar sus estudios en Valladolid, al cuidado de un amigo, procurador de la
Chancillería, y la protección del Rector de la Universidad, D. Manuel Tarancón,
Obispo después de Córdoba y más tarde Arzobispo de Sevilla. Ya sabemos la
historia. El joven Zorrilla perseveró en sus tendencias:
Atraqueme, pues de Casimire de la Vigne, de Víctor Hugo, de Espronceda
y de Alejandro Dumas, de Chateaubriand y de Juan de Mena, y del Romancero y de
Jorge Manrique, y no pude digerir cuatro páginas del Heinecio, ni de las
Pandectas: en vista de lo cual, el procurador a quien por él estaba encargado,
escribió a mi padre punto más de lo escrito por el prebendado: esto es, que yo
no era más que un holgazán vagabundo, que me andaba por los cementerios a media
noche como un vampiro, que me dejaba crecer el pelo como un cosaco, y que era,
en fin, amigo de los hijos de los que no lo habían sido nunca de mi padre, como
Miguel de los Santos Álvarez. Parece que su padre y el mío, ambos abogados
relatores en otro tiempo de la Chancillería, realista mi padre y liberal el de
Álvarez, no se habían mirado nunca de buen ojo. Los hijos, inconscientes y
ajenos de las divisiones de los padres, nos amamos de mozos y aún somos amigos
en la vejez: cuestión de los tiempos y de los caracteres.
Aún así, el comprensivo Rector le
hizo ganar curso. Durante las vacaciones del verano, en Lerma, su padre lo
advirtió al enviarlo por tercera vez a estudiar a la Universidad de Valladolid:
«tú tienes traza de ser un tonto toda tu vida, y si no te gradúas este
año de bachiller a claustro pleno, te pongo unas polainas y te envío a cavar
tus viñas de Torquemada». Era mi padre muy hombre para hacer tal con su hijo;
pero ya era yo hombre perdido para los estudios serios: odiaba a Justiniano y
se me daba una higa de todos los doctores in utroque de todas las universidades de España: adoraba en
sueños a García Gutiérrez, a Hartzenbusch y a Espronceda; y ver una obra mía
impresa, y apretar la mano de amigo a estos ilustres poetas, me parecía destino
de más prez que el de llegar a ser un Floridablanca; el demonio de la poesía estaba ya posesionado de todo mi ser; y
con disgusto de Tarancón y estupefacción del procurador, anuncié redondamente
que así me graduaría yo a claustro pleno aquel año, como que volaran bueyes.
Metiéronme, pues, en una galera, que iba para Lerma, a cargo del mayoral: pensé
yo en el camino que mi vida en mi casa no iba a serme muy agradable; y sin
pensar, ¡insensato!, en la amargura y desesperación en que iba a sumir a mi
desterrada familia, en un descuido del conductor eché a lomos de una yegua, que
no era mía y que por aquellos campos pastaba, y me volví a Valladolid por el
valle de Esgueva, que era otro camino del que la galera había traído.
Al bueno de Zorrilla, pasando los
años, al recordar todos estos sucesos en los Recuerdos del tiempo viejo se le debió olvidar que en aquel curso
no fue tanto su negativa como su participación decidida en los tumultos
estudiantiles contra el catedrático de Instituciones Canónicas lo que le empujó
a ser apartado de las aulas.
Y así comenzó la historia
verdadera del escritor José Zorrilla, abandonando los estudios de leyes, huido
de la familia y robando una yegua, que terminó vendiendo para pagarse el pasaje
en otra galera en dirección a Madrid. Tenía 19 años y quería ser escritor. Y
aquí viene la lectura de su biografía que propongo hoy. Zorrilla quería ser
escritor por encima de todas las cosas y lo arriesgó todo por ello. En sus
primeros tiempos en Madrid pasó hambre y frío y, dado su carácter descuidado
siempre en la economía, nunca nadó en abundancia de dinero a pesar de sus
éxitos teatrales y su constante dedicación a la escritura como medio de vida
bien pagado. Zorrilla fue lo que quiso ser, un profesional de la escritura, uno
de los autores más populares de nuestra literatura. Cuando se consagró ante la
tumba de Larra leyendo aquellos tremebundos versos que le lanzaron a la fama,
se desvaneció y todos creyeron que era producto de la emoción pero él nos
cuenta que se debió sobre todo al hambre y la falta de sueño de aquellos días
oscuros de Madrid en los que, sin embargo, fue tan feliz porque había tomado
las riendas de su propia vida.
Muchas veces los padres y la
sociedad se empeñan en decidir los estudios de los jóvenes y no escuchan su
voluntad. No sirve de nada entrar en una carrera universitaria que no queremos
ejercer por mucho que la familia o la sociedad nos indiquen ese camino. Esta
elección siempre debe partir de uno mismo como parte del proceso de madurez
individual para poder ser responsables de todos nuestros aciertos pero también
de todos nuestros errores. La vida de Zorrilla es un buen ejemplo que debemos
aprender. Su padre se empeñó en que siguiera la carrera jurídica y no lo
escuchó. Las consecuencias fueron durísimas emocionalmente para ambos. Zorrilla
siempre lamentó que su padre no le perdonara aquello, como no le perdonó tampoco
que se casara con una mujer mayor que él. Llevó a sus obras continuamente este
conflicto paternofilial que, en gran medida, explica su Don Juan Tenorio. El padre de don Juan, don Diego, lo desconoce en
público cuando su hijo le arranca el antifaz con el pasaba desapercibido:
DIEGO.
|
¡Me has puesto en la faz la mano! |
JUAN.
|
|
DIEGO.
|
|
JUAN.
|
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DIEGO.
|
son hijos de Satanás. Comendador, nulo sea lo hablado. |
GONZ.
|
vamos. |
DIEGO.
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donde tal monstruo no vea. Don Juan, en brazos del vicio desolado te abandono: me matas..., mas te perdono de Dios en el santo juicio. (Vanse poco a poco don Diego y don Gonzalo.) |
JUAN.
|
mas ved que os quiero advertir que yo no os he ido a pedir jamás que me perdonéis. Conque no paséis afán de aquí en adelante por mí, que como vivió hasta aquí, vivirá siempre don Juan. |
En el fondo, la gran novedad del
Tenorio de Zorrilla es el enfrentamiento entre dos concepciones de vida y de
espiritualidad católica: la antigua, la de don Diego, don Gonzalo, estricta y
monolítica –aunque con matices entre ambos-; la nueva, la de don Juan y doña
Inés, presidida por el amor y la posibilidad de contrición, el arrepentimiento
sincero por obrar mal que se gana el perdón de Dios. Ese perdón que no obtuvo
Zorrilla ni cuando escribiera su mejor drama para congraciarse con el padre
defendiendo su ideología absolutista, Traidor,
inconfeso y mártir.
Zorrilla debió echar mucho de
menos ese perdón en 1885, la falta de reconciliación con el padre lo acompañó
toda su vida y la llevó también el día en el que ingresó en la Academia, el
mayor reconocimiento oficial que podía recibir un escritor en su tiempo.
Como en casi todas las cosas de
su vida, José Zorrilla tuvo una relación excéntrica –como él mismo dijo- con la
Real Academia Española. Fue elegido académico por primera vez en 1848 pero
estaba a sus cosas (murió su padre y huyó a París para escapar del lado de su
mujer) y se le pasó el plazo que entonces regía para tomar posesión. Fue
elegido, de nuevo, treinta y cuatro años más tarde, en 1882. Toda una vida esos
34 años. Los mismos que tenía su amigo Espronceda cuando murió en 1842, muchos
más de los que contaba Larra cuando se suicidó con 28 años en 1836 y ante su
tumba se consagrara Zorrilla como la esperanza de la joven literatura española.
Zorrilla, en gran medida, fue un superviviente a su época. Tomó posesión de su
sillón, finalmente, el 31 de mayo de 1885, a los 68 años. La sesión fue presidida
por el rey Alfonso XII y la familia real. En 1848 le correspondió la silla H,
en 1885 la L. Para continuar su relación excéntrica con la Real Academia
Española, pronunció su discurso en verso, como no había hecho nadie antes. En esos
versos se preguntaba:
¿Qué es lo que me ha valido la honra doble
de aceptarme dos veces la Academia?
El bagaje de verso que me sigue
y mi exclusivo nombre de poeta,
que, título o apodo, estigma o nimbo,
encoroza o corona mi cabeza;
pero que, honroso título o estigma,
yo soy el solo que sin más le lleva,
el único que más no ha sido nunca
y el solo acaso de la edad moderna.
La poesía fue mi único vicio,
mas son mis versos mi única defensa,
e imponerme la prosa y el discurso,
rigor fuera en vosotros y en mí mengua.
En su discurso, Zorrilla
construye un poderoso autorretrato en el que, por supuesto, está su padre:
Una guerra civil, feroz cual todas,
a mi padre arrastró tras su bandera,
a mi madre encerró tras de las nieves
de un monte, y en la atmósfera revuelta
me echó a mí como un átomo perdido;
más yo que de laurel semilla era,
eché raíz donde caí, y mi tronco
de ramas coronó la estación nueva.
No se engaña, Zorrilla, en ese
discurso. Lleva en sí las espinas dolorosas de haber cruzado el mundo sin
padres y sin hijos, sabe que la Academia lo aclama reconociendo en él la
popularidad del poeta, no su ciencia. Pero se sabe vinculado definitivamente a
la memoria colectiva de los españoles. Cuando regresó de América en 1866 hubo
gente que acampó durante días en el puerto de Barcelona, al que había de llegar
su barco, para recibirlo como el poeta más popular de la literatura española
que había existido nunca. Cuando se le coronó como poeta nacional en Granada en
1889 acudieron decenas de miles de personas a contemplar el acto.
¿Qué pensaría Zorrilla cuando
regresó a Valladolid en 1884 para ser nombrado Cronista de la ciudad, qué
pensaría cuando volvió a pisar la casa en la que había nacido y en la que vivió
los únicos años de verdadera armonía familiar que disfrutó? Nunca se arrepintió
de haber sido mal estudiante o de haber elegido el camino de la literatura pero
echó mucho de menos la vida familiar que nunca tuvo, echó de menos el amor de
su padre, un padre que lo comprendiera, que entendiera que él no podía ser un
jurista ni un hombre que acudiera cada día a un despacho. Pero esa misma
carencia lo había impulsado a lo largo de los años, lo había llevado a buscar
el éxito en la literatura y obtenerlo y conseguir, ante todas las cosas, ser
poeta y vivir de su obra. La voluntad de ser lo que uno quiere ser por encima
de todas las cosas y buscar el amor de aquellos que quieran entenderlo y
alentarlo. Zorrilla fue un ejemplo de lo que hoy llamamos conflicto generacional
entre padres e hijos, un dolor permanente en su vida, pero también fue un
ejemplo de voluntad en la vocación, un joven que sintió pronto cuál era la
profesión que quería ejercer y luchó por ello. El valor emocional de ese precio
tiene que ponerlo cada uno a la hora de hacer balance de su vida.
Muchas gracias.
10 comentarios:
Pedro, me ha encantado tu discurso. La importancia de ser uno mismo y elegir su propio camino como hizo Zorrilla,sabiendo que siempre que hay elección, hay renuncia.
Enhorabuena. Besos
Tu discurso debería leerse en todas las universidades, ante los alumnos y...ante sus padres. Sobre todo, ante algunos padres.
Ser uno mismo es muy duro, en ocasiones. ¿Qué hubiera sido de Zorrilla si hubiera seguido las directrices de su padre? ¡Ay las viñas!
Zorrilla conocía muy bien a don Gonzalo.
Aplaudo tu discurso. Besos, Pedro.
¡Yo también aplaudo!
Besos y aplausos.
;)
Cómo me gustaría leer todos los escritos Zorrilla, incluso todos los mensajes en "la acequia"
Pues vaya con el mal estudiante, no creo que ese recibimiento a un poeta se haya repetido mucho en la historia de la literatura española, al menos yo no tengo ninguna referencia de ello. Si llega a ser ahora, lo reconocería algún iniciado y se acabó.
Magnífico discurso, descubriendo anécdotas que prácticamente son primicias. A la altura del de las capas de la cebolla. El discurso de Zorrilla de entrada a la RAE, una obra maestra.
Gracias por compartirlo aquí.
¡Un hermoso discurso y super-interesante!
¡Miiiiiiiiil gracias por compartirlo!.
José Zorrilla tuvo el valor de vivir su vida como quiso.
Todo un ejemplo. Su padre se lleva el premio gordo en
intolerancia, testarudez e incomprensión (con respecto
a su hijo) Me pregunto si más allá de la realidad de la época
este padre no sufría de algún trastorno mental, lo digo
por su rigidez. Es de suponer que esta se extendía
a otros ámbitos de su vida.
Un beso
Excelente discurso. "La voluntad de ser lo que uno quiere ser por encima de todas las cosas y buscar el amor de aquellos que quieran entenderlo y alentarlo".
Un abrazo
Me ha gustado mucho tu discurso, Pedro. Zorrilla es un ejemplo de valentía y fuerza de voluntad.
Un abrazo.
Me sumo al aplauso leyendo "El Condestable de Sicilia"
¡Aunque con retraso, muchas gracias por tu lección magistral, Pedro! Ha sido un placer releerlo –aprovecharemos para difundirlo entre nuestros residentes y colegiales– y comprobar lo inspirador que resulta.
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