El otro día estaba la soledad bien aseada. Como en esas ocasiones en las que ordenamos la casa como si fueran a visitarnos.
(La fotografía corresponde a un banco de la estación de autobuses de Burgos, lugar por el que paso con cierta frecuencia. Siempre me han llamado la atención los azulejos de las paredes. Parecen contener un mensaje secreto que el viajero debe descifrar, escrito en código binario. Hace unos días, en ese mismo banco, se sentó a mi lado un joven vestido con ropa de faena que me comenzó a contar su historia. Se había quedado sin batería en el teléfono móvil y no tenía cargador y no sabía si le habían llamado para encargarle algo. Le perseguían. Unas fechas antes había econtrado en su lugar de trabajo un pasamontañas negro que había perdido hacía años. No que lo encontrara, ¿comprendes?, sino que alguien lo había dejado allí para que yo pudiera recuperarlo. Y yo ordeno y limpio cada día antes de irme y encima de esa mesa nunca hay nada. La historia del pasamontañas le tenía preocupado, era un recuerdo antiguo, de hace años, quizá de cuando tendía otra vida, otro tipo de vida. Era su historia, que él relacionaba con guardias civiles y una estancia en el País Vasco en los tiempos de la violencia terrorista. Me repitió la historia, preocupado. Vino mi autobús y nos despedimos estrechándonos la mano. Le deseé suerte. Desde la ventanilla lo miré. Se había quedado de pie, junto al banco, vacío ya. No sé qué mensaje esconden los azulejos. Intento descifrarlo cada día que paso por la estación. No lo consigo, claro.)
(La fotografía corresponde a un banco de la estación de autobuses de Burgos, lugar por el que paso con cierta frecuencia. Siempre me han llamado la atención los azulejos de las paredes. Parecen contener un mensaje secreto que el viajero debe descifrar, escrito en código binario. Hace unos días, en ese mismo banco, se sentó a mi lado un joven vestido con ropa de faena que me comenzó a contar su historia. Se había quedado sin batería en el teléfono móvil y no tenía cargador y no sabía si le habían llamado para encargarle algo. Le perseguían. Unas fechas antes había econtrado en su lugar de trabajo un pasamontañas negro que había perdido hacía años. No que lo encontrara, ¿comprendes?, sino que alguien lo había dejado allí para que yo pudiera recuperarlo. Y yo ordeno y limpio cada día antes de irme y encima de esa mesa nunca hay nada. La historia del pasamontañas le tenía preocupado, era un recuerdo antiguo, de hace años, quizá de cuando tendía otra vida, otro tipo de vida. Era su historia, que él relacionaba con guardias civiles y una estancia en el País Vasco en los tiempos de la violencia terrorista. Me repitió la historia, preocupado. Vino mi autobús y nos despedimos estrechándonos la mano. Le deseé suerte. Desde la ventanilla lo miré. Se había quedado de pie, junto al banco, vacío ya. No sé qué mensaje esconden los azulejos. Intento descifrarlo cada día que paso por la estación. No lo consigo, claro.)
8 comentarios:
Como intentas descifrar el relato del que se sentó a tu lado, fuera real o no el individuo, el relato o el lugar y la circunstancia.
¡Qué poco hablamos ya con desconocidos!
¡¡Qué buen texto entre paréntesis, dos -o más- novelas en una y en un párrafo!!.
Besos (aseados, asados y cercanos)
Tantas histórias existem e que para nós são como os painéis de azulejos dessa estação de autocarros de Burgos...
Querido amigo mio, buen finde
De esos encuentros fortuitos con desconocidos, creo que encuentro cada vez más el sentido de la vida...
¿Se tratará de alguna señal?
Besos, Pedro.
se habla con gente que te cuenta su soledad
Cuando mi hijo estuvo de Erasmus en Helsinki me contaba que los desconocidos te daban conversación si iban algo bebidos o su cabeza no funcionaba de esa manera que llamamos normal. No sé lo que es normal. Si sé que los desconocidos como el que te habló a ti no lo haría si no hubiera visto en tu cara algo que le animó a hacerlo, o al menos no escondiste la mirada. Y eso es tu cara, y también, hay que decirlo, su ansiedad y miedo y preocupación. Me gusta la foto y esos azulejos tienen su historia, ¿quién los puso?. Te imagino en un transporte público leyendo.
Un abrazo
Siempre me ha llamado la atención la forma cómo hablamos con los desconocidos, a veces, contándoles secretos que no hubiésemos relatado a personas conocidas e incluso amigos. Las sala de espera de muchos lugares, ya sean hospitales, ambulatorios, estaciones de tren, autobuses, el taxi que cogemos, el autobús en el que nos montamos, el avión que nos lleva por las nubes a un lugar no habitual en nuestra vida, están llenos de secretos que llevamos dentro y que quizás, nunca hemos verbalizado.
Interesante historia.
Besos
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