lunes, 10 de octubre de 2016

hay un rastro. Elías Moro


La colección de poesía Luna de Poniente de la editorial extremeña de la luna libros llegó en el mes de marzo del año pasado a la Z, que marcaba el final del proyecto dirigido por Elías Moro y Marino González Montero. Veintisiete volúmenes, cada uno correspondiente a una letra del abecedario, repartidos entre autores extremeños o relacionados con Extremadura. Se equivocará quien piense que se trata de un proyecto local y basta la relación de autores y títulos para sacar de ese error a cualquiera.

Cierra la colección uno de sus directores, Elías Moro (Madrid, 1959), poeta de pocos pero sólidos títulos y de una prosa tan atractiva e ingeniosa como la que hallamos en El juego de la taba (título también del recomendable  blog que mantiene desde el 2010) y sus impagables morerías. Y es un broche de oro para un proyecto tan acertado como éste.

hay un rastro ha tenido menos eco del que se merecía, tras las reseñas publicadas las semanas siguientes a que viera la luz. Es un poemario directo, contundente y necesario en el que se canta el sufrimiento y la muerte de tantos ante la barbarie criminal de los totalitarismos y, sobre todo, una denuncia dolorida pero clara del injusto silencio que cae sobre las víctimas en una doble muerte a la que son condenados por los que se declaran vencedores de las guerras. Su tono tiene varios registros, lo que es un acierto, desde el lírico hasta el más seco de la denuncia, pero conserva una fuerte unidad en todo el poemario gracias a su estructura y algunos recursos como la falta de puntos en los poemas y el estilo.

Se divide el volumen en seis secciones. La primera, Hay un rastro, nos muestra a la naturaleza entera sobrecogida por el dolor causado por el acto criminal de los fusilamientos y los cuerpos arrojados en fosas comunes o abandonados a su suerte en el campo. Asistimos a la violencia a través de sus repercusiones en los animales o en las plantas, con lo que se crea un ambiente que altera el orden natural de las cosas y un desasosiego que será necesario remediar (Ahora todo está invadido/ por hondas pisadas/ de un dolor reciente, inédito,/ al pie de los árboles quebrados/ que lloran una savia atroz/ a causa de las detonaciones/ y los gritos) para corregir el olvido y el sucio silencio que cae sobre las cosas. En la segunda, Interludio animal, serán los cuervos, las moscardas o los gusanos los que definan los momentos siguientes a la conmoción.  En la tercera, Tiro de gracia, nos hallamos ante los que dieron fríamente las órdenes que llevaron a la muerte a miles de personas, sentados en sus despachos y contiene uno de los poemas más dolorosamente líricos (astillas ya tan solo/ del cuerpo/ en donde ardían). El poeta define el acto: ¿Qué épica, qué gloria hay/ en matar a un hombre indefenso?/ si cruzas esa línea/ no hay retorno. La cuarta sección se titula Derrota y hambre y cuenta las consecuencias de la derrota, sobre todo el imperio del miedo (el miedo se hizo presente/ y habitó ente nosotros) y las penurias (En el tiempo gris de las derrotas/ el hambre se siente como en casa).

La quinta selección, Trilogía de los trenes tristes, eleva el tono y universaliza el mensaje a través de los extraordinarios poemas -auténticas elegías a los perdedores de todas las guerras contra las ideologías totalitarias- dedicados a Bohumil Hrabal, Stefan Zweig y Primo Levi. Estos nombres -la biografía de los tres y lo que significan- se suman al ramillete de autores citados para componer un marco de referencia (Ángel Petisme, Franz Kafka o un verso de la canción popular mexicana La llorona).

La última de las secciones, Los muertos hablan, contiene un giro en la voz poética: el poeta se la cede a los asesinados, a los que esperan en sus fosas dejar algún diá de ser huesos anónimos. Comienza con unos versos sobrecogedores en cómputo silábico creciente:

He aquí el pudridero de la piedad,
el ceniciento osario de la esperanza,
el túmulo cuyo nombre no se pronuncia.

El poeta recupera la voz en el poema final (o fragmento, porque, en realidad, excepto las secciones que sirven como paréntesis, el poemario es un largo y único poema fragmentado), en el que da las claves de su tono y su perspectiva:

Siento piedad por los perdidos

por los insepultos sin respeto
en el filo de la existencia
y los errantes sin rumbo,
por los muertos en vida
sin tener dónde caerse muertos,
por los desaparecidos una noche
en algún abismo de abandono,
por el desterrado sin misericordia
del paraíso de otro cuerpo

Elías Moro ha escrito uno de los mejores libros poéticos que yo haya leído sobre las víctimas de la violencia totalitaria, los muertos que sufren dos crímenes (la primera vez con la muerte física, la segunda con la desaparición de sus cuerpos y el decreto de su olvido). Y sería injusto que su eco no se prolongara más allá y permaneciera.

2 comentarios:

Kety dijo...


Gracias por compartir, La historia por mucho que duela no hay que olvidarla.
Un abrazo

andandos dijo...

Muchas gracias, Pedro, creo que no conozco a nadie, lo he mirado, incluso el blog.