Parte de mis estudiantes habían salido al espacio entre los dos antiguos barracones militares convertidos ahora en aularios de mi Facultad. Sentados en los escalones, tomaban este amable sol de septiembre aprovechando los minutos de pausa entre clase y clase. Por estas fechas, en estas tierras, en las horas centrales del día se está mejor en la calle que entre paredes. En los edificios ya ha entrado el frío y aún no se han puesto en marcha las calefacciones. Cuando me acercaba a ellos por el pasillo acristalado me dije que no podía obligarlos a entrar en clase, que no debía hacerlo. Que a mí mismo no me apetecía y que tampoco me iba a obligar. Y les pregunté si querían dar la clase allí mismo, fuera. Sacaron las sillas y las colocaron en filas, como si aún estuviéramos dentro de clase, con los pupitres, y les pedí que olvidaran ese orden, que se sentaran como quisieran. Colocaron las sillas en un círculo imperfecto y algunos se sentaron en el suelo, en la acera. Hubo quien se cambió de la zona de sol a la zona de sombra o al revés según se lo pedía su cuerpo. Y comenzamos a hablar. Les pregunté sobre cómo entendían ellos la poesía de Bécquer y a partir de ahí comentamos la lectura moderna de este autor, la que realizara Rubén Darío gracias a su cosmopolitismo estético y su forma de juntar tradición y modernidad, lo hispano, lo americano y lo europeo y cómo a partir de ella se constituye lo mejor del tronco de la modernidad literaria española. Hablamos de metapoesía, de la coherencia del mundo poético, de la forma de entender la prosa como si fuera poesía, del nuevo concepto del libro de poemas mucho más allá que como mera antología de textos. No había pizarra ni forma de utilizar el ordenador y el cañón proyector. Hablamos de Antonio Machado, de Juan Ramón Jiménez, de Pedro Salinas, de Jorge Guillén, pero sobre todo de Rubén Darío, del gran Darío. Hablamos. Y hacía sol y veintitantos grados de temperatura. Buen tiempo y los minutos fueron pasando. En algún momento nos miraron los estudiantes de otras asignaturas que entraban en sus clases. Y todo fue una agradable mañana de septiembre.
17 comentarios:
¡Qué bien y qué fácil lo haces, Pedro! Siempre sorprendiendo. Un abrazo fuerte.
Javier
Que maravilla, hacedme un hueco que voy ahora mismo a clase.
Un abrazo.
Un abrazo, Javier. Ya me contarás qué tal te va.
Me encantan esas clases fuera del aula, sentados en círculo, al aire libre. Esta tuvo que ser genial. Machado, Salinas, Darío... También quiero un hueco. ;-)
Seguro que algún profesor te miró con malos ojos, pero seguro que a esos alumnos, esa clase no se les olvidará nunca.
¡¡Ah!! eso de dar las clases fuera de las aulas, por este barrio, se ha utilizado como un ejercicio de protesta.
Saludos
Buenos días:
Imagino la escena de la clase de literatura, y en la nota mental -a modo de crónica-, surge:
Septiembre al sol
alumnos y profesor
Poesía son.
Un abrazo.
Jeje. Estoy pensando cómo lo abría tomado yo. Y, creo, habría sido un cambio muy agradable. Son esas clases, las que se salen del marco diario, las que menos se olvidan.
En lejanos tiempos reivindicativos decidimos pasar de los edificios vetustos de la universidad compostelana y llevar las clases a las calles y en concreto a la legendaria Plaza de la Quintana. Era un pretexto pero fue bonito y nos dejó un bonito recuerdo a muchos.
Pues una gozada, ¡ya lo creo! Nos has puesto el colmillo largo.
Yo, a veces, me los llevo al parque. Hay que aprovechar los recursos de la madre Natura...
Besos!
;)
Supongo que habrá disparidad de opiniones del alumnado y del profesorado acerca de esa experiencia, sería interesante conocerlas para detectar la localización de las perspectivas y las conclusiones desde cada una de ellas...
Abrazo.
Ah... hace tiempo que quería saber tú opinión, y hoy que ha salido Bécquer... pues aprovecho: yo tuve un profesor incondicional de Machado que decía que la poesía de Bécquer no era más que suspirillos... ¿qué piensas al respecto? Siempre he tenido dudas al respecto, pues era muy buen profesor de literatura, pero no lo tengo claro...
Abrazo y perdón por mi impertinencia... si quieres me respondes en cerrado y no publiques este comentario (mail) o si quieres no me respondas...
Me siento entre ellos.
Convertir una clase sobre poesía en un acto poético en si mismo. Algo tan sencillo como infrecuente que debería ser obligatorio...o no, mejor así, a contracorriente.
Un abrazo.
IMPERSONEM: La poesía de Bécquer es mucho más que suspirillos. Sin él, sin la lectura que hace de su obra Rubén Darío, Machado no hubiera podido hacer lo que hizo... Se ha leído muy mal a Bécquer, sobre todo por la forma de editarlo. En la columna de la derecha del blog tienes un enlace a la lectura que hicimos aquí, en el Club de lectura, de su obra. Puedes echar un vistazo. Allí tienes mi opinión.
Un abrazo y encantado de darte esta respuesta.
Muchas gracias Pedro, le echaré un vistazo...
Abrazo.
Creo que nos hubiera gustado a muchos estar allí, en esa clase.
Ojalá pudiese ser así todos los días del año...
Besos, Pedro.
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