Hay momentos en la historia en los que las sociedades se expanden, impera el racionalismo y un cierto sentido de optimismo ante el futuro, se aumentan las seguridades jurídicas, se reducen las desigualdades y se asegurarn los derechos de todos los individuos en su condición de ciudadanos y seres humanos, independientemente del lugar en el que hayan nacido. Quizá a muchos les vaya mal en esas épocas pero la simple formulación de determinadas ideas y derechos acaban generalizándolos en la práctica. Son épocas en las que todo el mundo cree que el futuro será mejor que el presente porque en el presente el esfuerzo individual y colectivo tiene su recompensa. En esas mismas épocas, las comunidades comienzan a mirar a su alrededor y buscan generar igualdad también más allá de sus fronteras y a fomentar el respeto por el medio ambiente y los animales que comparten el planeta con el ser humano. Hay otros momentos en la historia en los que las sociedades se colapsan, no encuentran un verdadero motor para progresar y se encogen, a la defensiva.
En estos momentos decididimos qué sociedad queremos pero todo parece decantarse hacia el encogimiento, la pérdida de derechos, el imperio de los fuertes y el cierre de fronteras. El reto de la globalización se ha saldado inicialmente, como muchos nos temíamos, a favor de la desestructuración de las ideas de solidaridad y progreso colectivo y humano porque la época había comenzado basada en un desenfreno consumista insostenible para un mundo globalizado y su fracaso nos ha echado en manos de la desorganización y del gobierno exclusivo de los que detentan los poderes económicos. Son momentos para aplicar el viejo refrán castellano a río revuelto ganacia de pescadores...
Tras la caída del muro de Berlín no ha existido un verdadero contrapeso al capitalismo salvaje más allá del trampantojo de parque temático en el que algunos países occidentales vivíamos. Europa entró en un alucinatorio espejismo y los países emergentes asiáticos no crearon estructuras democráticas y solidarias. La idea de Europa se descompone estos días porque los países se han encogido a consecuencia de la crisis económica, de la demagógica actuación de los grandes medios de comunicación al servicio de intereses económicos y no responden a la opinión pública sino que la crean de una forma tan burda que sorprende cómo tantos caen en sus implicaciones sin darse cuenta. Pero, sobre todo, estamos en manos de la mediocridad de los políticos que gobiernan, que no miran fórmulas de construcción a medio plazo sino meros rendimientos de cuenta a diario según las encuestas. Ni siquiera son buenos gestores de la cosa pública como presumen cuando se pretende que la ideología no es importante. Sin ideas, están en manos de los que controlan el mundo financiero.
Aunque una sociedad moderna necesite la alianza con el dinero, nunca es el dinero quien debe dirigir un país. Un país no se gobierna con dinero sino con ideas de progreso que lo generen, universalización del estado de bienestar y de los derechos y buscando consensos para aplicarlas a partir del debate racional y no del conflicto visceral. El dinero se administra o se procura según las ideas en las que basamos nuestro mundo. Como ejemplo, España ha alcanzado en los últimos años un nivel de endeudamiento insostenible porque las medidas aplicadas han sido las propias de un mal gestor incapaz de buscar nuevas fórmulas que lo evitaran y que se ha limitado a aplicar contabilidad del debe/haber y no proyectos económicos de futuro. Deberíamos haber aprendido que los mismos que administraron el falso crecimiento que nos llevó a la crisis no sirven para administrar cómo salir de ella porque sus hábitos están viciados por las costumbres de un país corrompido moral y políticamente.
Tras la caída del muro de Berlín no ha existido un verdadero contrapeso al capitalismo salvaje más allá del trampantojo de parque temático en el que algunos países occidentales vivíamos. Europa entró en un alucinatorio espejismo y los países emergentes asiáticos no crearon estructuras democráticas y solidarias. La idea de Europa se descompone estos días porque los países se han encogido a consecuencia de la crisis económica, de la demagógica actuación de los grandes medios de comunicación al servicio de intereses económicos y no responden a la opinión pública sino que la crean de una forma tan burda que sorprende cómo tantos caen en sus implicaciones sin darse cuenta. Pero, sobre todo, estamos en manos de la mediocridad de los políticos que gobiernan, que no miran fórmulas de construcción a medio plazo sino meros rendimientos de cuenta a diario según las encuestas. Ni siquiera son buenos gestores de la cosa pública como presumen cuando se pretende que la ideología no es importante. Sin ideas, están en manos de los que controlan el mundo financiero.
Aunque una sociedad moderna necesite la alianza con el dinero, nunca es el dinero quien debe dirigir un país. Un país no se gobierna con dinero sino con ideas de progreso que lo generen, universalización del estado de bienestar y de los derechos y buscando consensos para aplicarlas a partir del debate racional y no del conflicto visceral. El dinero se administra o se procura según las ideas en las que basamos nuestro mundo. Como ejemplo, España ha alcanzado en los últimos años un nivel de endeudamiento insostenible porque las medidas aplicadas han sido las propias de un mal gestor incapaz de buscar nuevas fórmulas que lo evitaran y que se ha limitado a aplicar contabilidad del debe/haber y no proyectos económicos de futuro. Deberíamos haber aprendido que los mismos que administraron el falso crecimiento que nos llevó a la crisis no sirven para administrar cómo salir de ella porque sus hábitos están viciados por las costumbres de un país corrompido moral y políticamente.
En contra de lo que nos pueda parecer hoy, todas las sociedades encogidas terminan buscando a la larga ideas de expasión y un vitalismo optimista cuando todo parece caerse. El problema es, como nos explica la historia, que a veces se tarda algún siglo en ponerlas en marcha: lo que se tarda en comprender eficazmente las claves de la nueva situación. Mientras tanto se camina por el lado oscuro de la civilización, instalando vallas, restando derechos sociales y haciendo concesiones a los que controlan el dinero. Si queremos acelerar este proceso para evitar el encogimiento hay que ponerse ya en marcha.
9 comentarios:
Es fácil hablar de eliminar vallas, Pedro. Muy difícil eliminarlas si comprendemos el verdadero problema que supondría eso. Lo mismo con las fronteras y con tantas y tantas cosas que nos separan.
Buen discurso pero...demasiada desesperanza en mí para compartirlo.
Lo siento, Pedro. No todos somos iguales aunque suene políticamente incorrecto. No todos estamos dispuestos a sacrificar lo mismo. Por eso lo digo.
Ojalá sintiese que lo que dices no son utopías...
Interesante como ves la vida de tus momentos en letras
Ideas, ¿donde están las ideas?.
Mientras se piense que no todos somos iguales y que no hay posibilidades de igualar, este mundo seguirá perdiendo calidad hasta su propia destrucción.
Saludos
Si dependemos de nosotros mismos, nuestro futuro puede ser brillante. Si no, todo resulta hipotético.
Por otra parte se dice muchas veces que la riqueza de unos pocos tira de un país. Ese es un argumento a favor de la desigualdad. Pero me pregunto si ese progreso será consistente. Es decir, si, a la larga, continuará sin fin. O, más bien, el lastre de los desfavorecidos arrastrará a todos, y por tanto lo que funciona a largo plazo es el fomento de la igualdad. Ahora estamos en una fase en la que lo que triunfa es lo primero: la fe en que los más ricos tiren del carro de todos.
La eliminación de barreras puede consistir también en el desarrollo paralelo de las sociedades. Ya que tomada únicamente en el sentido de ofrecer una tabla de salvación en un mar de pobreza, ¿a dónde lleva?
Solo puedo decirte que nadie sabe nada. Tus reflexiones líricas son eso, líricas, confrontadas con la naturaleza humana, la decadencia de occidente, la crisis del modelo financiero, la incapacidad del individuo para comprender el mundo en que vive, la incertidumbre absoluta del presente enfrentado a cien y un desafíos sin solución. Claro que querríamos todo un mundo muy bonito, en que todos fueran felices, nadie sufriera, nadie tuviera que emigrar, nadie pasara hambre, que reinaran los derechos humanos, en que hubiera igualdad de género, no existiera el bullying, nadie tomara drogas, que fuera sano, que no hubiera contaminación, que la naturaleza fuera preservada, que saliéramos cada día a la calle y admiráramos la calidad de nuestros dirigentes, que la televisión fuera espectáculo de cultura... Desearíamos todo eso y tener la conciencia tranquila... pero no es así como funcionan las cosas.
Más allá solo existe la fortuna de que un ladrillo no te caiga encima.
El lado oscuro se hace a veces espeso de atravesar.
Un abrazo.
Los políticos de aquí siguen actuando como si intentaran alargar la campaña electoral. Llevan dos meses sin tomar decisiones. En el fondo, esperan a que sean los ciudadanos, una vez más, quienes tomen iniciativas para que, a base de sacrificios y riesgos personales, levanten lo común.
Hace tiempo que este país está huérfano de verdaderos representantes políticos.
Saludo.
Amén.
Abrazo.
Ya iba siendo hora de que retomaras estas serie :-)
Mejor dicho imposible.
¡Qué desastre!
Publicar un comentario