La raíz de un hogar es siempre el proyecto que lo sostiene. Me puse filosófico apoyado en el umbral de aquella casa vencida por el tiempo. Quién estuvo allí y por qué abandonó el edificio, dejó de cuidar el frutal que plantó a la puerta él o quizá su padre para que le diera sombra en las tardes de verano. Todas las casas huelen a sus habitantes durante un tiempo, hasta que el viento consigue entrar por las rendijas de las ventanas y la lluvia vence el tejado. Después queda, en un rincón, una vieja herramienta de madera y metal oxidado o una mesa y una silla como si esperaran a sus antiguos propietarios. Las palomas anidan entre las pocas tejas que aún resisten en su lugar original y la puerta bate chirriando sobre los goznes metálicos. Cuando pasa el suficiente tiempo, nada queda de lo que fue pero aún aguarda la sorpresa de una baldosa completa o un azulejo intacto. Entran entonces las pandillas de chavales para fingir juventud eterna o algún vagabundo pasa unas noches resguardándose del frío pegado a las paredes de adobe. Todos dejan sus huellas. Y uno, que viene de muy lejos, siente la tentación de limpiar un poco la mesa y la silla del rincón y sentarse a esperar que alguien quiera compartir un proyecto para levantar de nuevo las paredes caídas, poner el tejado y calentar la casa con el fuego de la chimenea. Y salir, cuando declina el sol, a sentarse junto al árbol para comprobar cómo salen las estrellas y el horizonte se extiende hacia los cerros.
13 comentarios:
Buenas noches, profesor Ojeda:
Sus antiguos habitantes cuidarían con mimo lo que ahora es una ruina, pero aún sus desgastadas paredes son capaces de provocar sentimientos, mientras se dispone la comida, y tal vez, junto a la mesa recompuesta, se piense en futuro junto a otras personas que devolverían las voces y las risas al paisaje.
Un abrazo
Cada casa tiene su memoria. Ay, si las paredes hablaran. Algunas parecen resguardar una especie de calidez, ese calor de hogar, que invita a quedarse a vivir en ellas.
Tu entrada está llena de poesía.
Un abrazo.
Suena muy bien, eso de sentarse a esperar por si alguien pasa y se anima a compartir el último rayo de sol...
Yo ya me apuntaba.
Besos otoñales.
;)
Joder que parábola de país te ha salido. Magnífica
Saludos
Me encanta leer los retratos de interior.Salir cuando declina el sol, y esperar a que salgan las estrellas.
Besos.
No es esta la sensación que me produce una casa abandonada. No me invade la necesidad de limpiar un poco la mesa y la silla del rincón y sentarme a esperar que alguien quiera compartir un proyecto de nuevo ... No, siento el peso del tiempo como la Epistola moral a Fabio y encuentro en mi vida esa levedad que la hara desaparecer de la línea del tiempo como esa casa que ya es solo ruina, como seré en poco o mucho tiempo (aunque en perspectiva es nada). Y siento alguna repulsión por lo ido. No deja de ser un golpe a nuestra vanidad y a nuestras ansias de perdurar. Solo los Jorge Manrique perduran, pero para eso hay que tener seso y oportunidad para despertar el alma dormida y así contemplar cómo se pasa la vida y cómo se viene la muerte, tan callando. Y de esto hace cinco siglos y medio. Casi nada.
A ver si podemos sentarnos unos poquitos a compartir mesa...
A ver si podemos sentarnos unos poquitos a compartir mesa...
A ver si podemos sentarnos unos poquitos a compartir mesa...
Un buen comienzo para una novela...
Besos, Pedro.
La lei en su momento. Si escribir (bien) es narrar ideas, eso es lo que haces, y muy bien.
Un abrazo
Está bien. Es acogedor y melancólico.
El hogar es eso, un proyecto común de vida estés donde estés.
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