Hay en La gratitud una personal vivencia del tiempo subrayada por el tono poético general de la obra y por el mismo ritmo de los versos. Estos, desbordados con un inteligente trabajo del encabalgamiento, nos llevan al tono de la meditación interior que no parece verso sin dejar de serlo. Consigue Fermín Herrero, como en el mejor Machado, que el lector se empape de esa conversación interior del poeta con su propia conciencia, que va describiendo las cosas que tiene delante -el paisaje, los seres humanos- para dotarlas inmediatamente de un significado que las trasciende. Un poema de la sección Aflicción nos aclara esta forma de trabajar el poema a partir de la enumeración de elementos iniciales:
El sol, el acebal, el ventarrón, la bardera
de nueves, los barbechos abajo, los rebollares
de la dehesa (...)
He cortado la enumeración, que continúa. Más que describir el personaje nos lo señala, nos lo indica como si lo tuviera delante, desde lo más lejano (el sol) hasta lo que tiene a sus pies el poeta:
y a mis pies uñagatas y mielgas, entre
aliagas, tobas y romero. (...)
El paisaje, en estos poemas, se hace esencia misma y no necesita adornos ni adjetivos ni metáforas para ser explicado, basta levantarlo con palabras seleccionadas para que sepan a la misma esencia de esa tierra a la que quiere remontarse. Finalmente, llega el momento de sacar la conclusión, en donde entra, como una rasgadura, el elemento humano que representa la misma conciencia del poeta:
(...) Nada. Puede
que sea mi carencia su sentido.
Quizá este poema es el que mejor nos indica lo más profundo de La gratitud. En él, todo -paisaje, el ser humano, el mismo poema- se hace presente. Presente en un doble sentido: lo tenemos delante gracias al portentoso trabajo léxico y rítmico de Fermín Herrero, pero presente también en cuanto al trabajo del tiempo, en donde se remansan el pasado y el futuro. El poeta ha conseguido renunciar a todo, incluso a sí mismo para encontrarse en el paisaje no solo como espacio sino también como tiempo. Esta misma sensación se desarrolla a lo largo de todo el poemario -la cadena del ser humano de la que hemos hablado en la entrada anterior-. En ella, la presencia -física y moral- humana debe intentar alterar lo menos posible las cosas, dejar la menor huella:
(...) Sé también
que el que cambia, destruye. Que lo que puedes
rechazar, eres.
Hay un trabajo personal que hacer, el de la aceptación propia del paso del tiempo biográfico sobre uno mismo que lo dimensiona en un espacio -y un tiempo, cíclico- que permanece. Por eso, para superar la aflicción -que es la propia vida en cuanto biografía personal- hay una renuncia que proviene, en gran medida, de la filosofía oriental, en la que ese estado de la renuncia consigue juntar el inicio y el final:
(...) No esperar
nada salvo lo simple, sin un después; mientras
se pueda, mantenerse lejos, como una flor
cerrada. En su regazo, bajo la luna llena
seguir imperturbable, ante lo atroz juntar
la nieve, hacerse niño en la rosa final.
Si lo conseguimos, estaremos en armonía, con nosotros y con nuestro entorno (Soy, dice el poeta al entrar en los barbechos). De ahí la referencia a un estado de aceptación de la propia condición, un estado que siempre se asocia con lo frágil, lo blando, un pequeño claro en la neblina, lo plácido:
(...) En cuanto empieza abril florece
el ciruelo. La placidez. La ventana da
a la sierra. La placidez. Hemos pasado otro invierno.
y si hay horizonte este solo puede ser el de la pérdida de uno mismo en un paisaje desnudo y solitario:
(...) Los atajos están
para perderse, sin estruendo, hacia la soledad
de las ermitas, con un sol recio, teresiano.
Es significativa, por otra parte, la unión de la mística castellana a la que alude este último verso y el sol propio de esas tierras -todo ya cantado por Unamuno, por ejemplo, pero también por otros autores como Jiménez Lozano- con esa sensación espiritual de la filosofía oriental.
Noticias de nuestras lecturas
Luz del Olmo nos lleva a La gratitud desde el paisaje y la vida del campo, para que podamos comprenderlo mejor.
Mª Ángeles Merino comenta la sección Aflicción del poemario de Fermín Herrero: entre lo agrio y lo tierno, el goce y el dolor, el engaño de los sentidos y su esencia. Acierta con el tono de esta entrada.
Mª Ángeles Merino comenta la sección Aflicción del poemario de Fermín Herrero: entre lo agrio y lo tierno, el goce y el dolor, el engaño de los sentidos y su esencia. Acierta con el tono de esta entrada.
Recojo en estas noticias las entradas que hayáis publicado hasta el miércoles anterior. Si me he olvidado de alguna, os agradezco que me lo comuniquéis. Podéis consultar el listado con los títulos del presente curso y las condiciones de participación en este enlace.
Encuentro de los clubs de lectura de Burgos
en la Feria del Libro
Fotografía tomada por María Esperanza Martínez Martín.
En la Feria del Libro de Burgos -que se clausura este próximo domingo- se celebró ayer jueves una mesa redonda con los clubs de lectura de la ciudad, moderada por Carmen de Diego y Teresa Grasa. Fue un encuentro muy interesante que debería repetirse con cierta frecuencia para debatir sobre la función de estos grupos, la dinamización de la lectura y la colaboración entre ellos en distintos proyectos. Intercambiamos opiniones y la información de lo que ha llevado a cabo cada uno de ellos, sus diferentes propósitos y las líneas de trabajo. Del Club de lectura de La Acequia pude hablar sobre sus orígenes en el año 2008 y de cómo ha ido creciendo el proyecto desde que la Asociación de Antiguos Alumnos y Amigos de la Universidad de Burgos sostiene el formato presencial. Entre todos expusimos una oferta amplia e interesante para los lectores. Y otro dato relevante: la Sala Polisón del Teatro Principal de Burgos se lleno completamente de público para participar en este encuentro y el posterior coloquio con Luis Landero, que presentaba su última obra, El balcón en invierno.
Foto facilitada por Carmen de Diego.
3 comentarios:
Son los club de lectura otro modo de leer y analizar un texto, formo parte de dos club desde hace varios años y disfruto de ello, incluso, cuando el libro no es de mi agrado, por eso, no olvido que una vez concluida la lectura obligada hay que seguir leyendo lo que a uno le gusta, siempre con un libro en la mano.
Saludos
Meditamos con el poeta, el sol arriba y las uñagatas a los pies. Contra aflicción, placidez, renuncia, toda una mística.
Me cuesta entrar en la poesía...
El encuentro de clubs de lectura fue enriquecedor. Causaste admiración.
Besos.
Los clubs de lectura me parecen un gran acierto. No siempre leo todos los libros de La acequia, aunque sí la mayoría. Realmente acabo leyendo todos aunque no en el tiempo previsto, y algunas de sus lecturas inspiran viajes que hemos hecho o haremos, como el libro sobre los gancheros, el Quijote, que se está convirtiendo para mí en una lectura habitual, o La saga/fuga de JB, que me ha llevado, sin casi saberlo, a Alvaro Cunqueiro y a Galicia. Puedo consultar lo que otros han comentado tiempo atrás, eso está muy bien. Sé que es trabajoso, a veces, mantener un blog así, y te lo agradezco mucho.
Me alegro de que fuera muy bien el encuentro, y de Luis Landero solo decir que ese libro es el que regalamos, como cada año hacemos, a mi hijo para Navidad. Lo que me preocupaba, y me sigue preocupando, es que mi hijo, alumno brillante en ciernes de doctorarse en disciplinas científicas, fuera un "técnico estúpido", así que, desde hace años, aprovechamos cualquier acontecimiento para regalarle libros, y tengo la seguridad de que los lee, buenos libros.
Un abrazo
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