jueves, 14 de mayo de 2015

"Un apocado funcionario de provincias". Quién nos cuenta la historia en Sefarad de Muñoz Molina y noticias de nuestras lecturas.


La clave narrativa de la obra viene definida en la misma novela: Unas cosas traen otras, como unidas entre sí por un hilo tenue de azares triviales. Sefarad se nos presenta en el subtítulo como Una novela de novelas, definición que sorprende a sus lectores cuando entran en un texto que aparenta no tener estructura definida, que parece hablar de cosas sueltas sin más hilazón que la de exponernos los casos en los que el poder de las ideologías y de los sistemas políticos y financieros ha sembrado la historia del siglo XX europeo de millones de víctimas. Parece, sin más, un recuento de casos concretos que sirven de símbolo de lo ocurrido: una lista de perseguidos, asesinados, desplazados en la que casi todos podríamos reconocernos. Este recuento lo realiza una voz narradora que podemos identificar fácilmente con el propio autor, más aún si conocemos otras obras de Muñoz Molina o sus colaboraciones en la prensa periódica española. Se confecciona como si se tratara de una suma de relatos breves, pequeños ensayos, crónicas periodísticas, etc. Pero hay un momento en el que el lector se da cuenta de que no es así.

En el capítulo titulado Olympia, la voz narradora principal se hace más presente y esta presencia crecerá en el resto de la novela. El narrador nos habla sin tapujos de sí mismo y de su pasado. Una historia en la que es fácil rastrear elementos autobiográficos de Muñoz Molina porque él mismo los ha convertido en materia literaria otras veces. El narrador recuerda aquel apocado funcionario de provincias que fue desde su presente, un tanto asombrado de todo lo que le ha cambiado la vida desde entonces, cuando solo podía soñar tener la que luego, en gran medida, ha llevado, llena de experiencias, viajes y literatura. Y este es, exactamente, el hilo narrativo vertebrador de esta novela de novelas. En realidad, Sefarad es el relato de este viaje biográfico del propio Muñoz Molina contado desde una única perspectiva: el encuentro a través de estos años de mudanza vital con las historias de las víctimas. A estas tiene acceso a través de lecturas de libros, investigaciones propias, encuentros que ha podido tener debido a sus viajes gracias a que cambió su vida para decidirse por la escritura, testimonios orales de personas a las que ha conocido, etc. En el relato deja ver continuamente esos rastros de sí mismo vinculados al encuentro con las historias de las víctimas. Estos rastros pueden ser triviales, como dice la cita con la que arranco este texto, recuerdos de lo que él hacía cuando se documentaba para la novela, lo que le había sucedido en el momento de la redacción del texto, el fugaz encuentro con una mujer en el Palacio de Cristal del Retiro que había sido una niña del exilio español hacia México incluso cuando ni siquiera podía imaginar que su trayectoria literaria le llevara hasta poder escribirla, la comparación de los tiempos de la tragedia que relata y los tiempos de su vida cotidiana cuando la escribe, etc.

Al presentarse claramente en Olympia como voz narradora, Muñoz Molina nos lleva directamente al personaje-narrador que había construido en los años inmediatamente anteriores en otras novelas suyas (singularmente en El jinete polaco y en Ardor guerrero) y en sus colaboraciones semanales en la prensa. Su lector habitual lo ha reconocido inmediatamente y se siente guiado por la voz narradora porque, entre otras cosas, se identifica en buena parte con sus experiencias biográficas e ideológicas (Muñoz Molina durante años representó un sector importante de la población española en ambas circunstancias). Y esta es una de las claves de lectura de Sefarad: la identificación vital o ideológica del lector con lo que cuenta la obra. En esto consiste el éxito de su recepción o su fracaso, cosa que sabe el propio autor desde el mismo momento en el que elige una voz narradora tan pegada a sí mismo, en la que van integrándose todos los relatos. Vistos así, estos construyen una especie de pasado, de herencia humana que recibe el propio narrador cuya tarea ética será asimilarlas y trasformarlas en texto literario para convertirse en su portavoz:

Al inventar uno tiene la vana creencia de que se apodera de los lugres y las cosas, de la gente acerca de la que escribe (...), puedo tener la sensación de que nada de lo que invento o recuerdo está fuera de mí, de este espacio cerrado. Pero los lugares existen aunque yo no esté en ellos y aunque no vaya a volver, y las otras vidas que viví y los hombres que fui antes de llegar a ser quien soy contigo quizás perduran en la memoria de otros.

Este narrador se sabe una pieza más en la cadena del ser humano que se construye a través de la memoria, el recuerdo y el testimonio.

Noticias de nuestras lecturas

El autobiografismo de Muñoz Molina impulsa a Luz del Olmo a regalarnos un delicioso relato de su marcha a Madrid y primeras experiencias en la capital.

Myriam Goldenberg resume la esencia del texto de Muñoz Molina con su propio certero y emocionante pensamiento y testimonio. No os lo perdáis.

Paco Cuesta escribe un extraordinario análisis de la perspectiva del lector enfrentado al juego de voces narradoras de Sefarad, clave para entender la novela.

Mª Ángeles Merino sigue conducida por sus dos lectoras en medio del calor burgalés -que ya se fue- y anda entre zapateros, monjas, morcillas y café con hielo... Cómo leen entre líneas estas dos mujeres.

El próximo martes, en el lugar y la hora habituales, tendremos el encuentro del Club de lectura en su formato presencial para comentar Sefarad de Muñoz Molina. El jueves de la próxima semana cierro el comentario de Sefarad para iniciar el de La gratitud, el poemario de Fernín Herrero.

Recojo en estas noticias las entradas que hayáis publicado hasta el miércoles anterior. Si me he olvidado de alguna, os agradezco que me lo comuniquéis. Podéis consultar el listado con los títulos del presente curso y las condiciones de participación en este enlace.

4 comentarios:

Myriam dijo...

Me encantó tu clase, Pedro. Es para leerla y releerla varias veces (y volver sobre el texto de AMM), en realidad, todas.

Para mí, como lectora habitual de este autor que es uno de mis favoritos, esa voz narradora me ha guiado a los largo de la novela y ha sido una verdadera compañía amiga. Espero con expectación, tu última clase.

Ha sido un verdadero placer haber contribuido a esta lectura con la que tanto me he identificado vital e ideológicamente.

Abrazos

Luis Antonio dijo...

Tendré muy en cuenta estas pistas cuando lleve a cabo la lectura de esta novela. Muchas gracias por la clase. Magistral, como siempre...

Abejita de la Vega dijo...

Identificamos al funcionario apocado que no se atreve a salir de su gris existencia funcionarial. Y al niño que cogía aceituna las frías mañanas de diciembre, nada más empezar las vacaciones de Navidad. Y su fascinación por Nueva York. Y esa Mágina tan parecida a Úbeda. Incluso lo ha contado su mujer Elvira Lindo.

Cuesta superar el batiburrillo de historias. En mi lectura de 2001, cuando salió, yo me enteré de bastante poco, ahora me doy cuenta. Tener un buen profesor al lado ayuda mucho a leer entre líneas. Y desde la del Quijote ya llevamos un buen camino.

Me da pena despedirme de Gracia y Justina, mis ficticias corresponsales. ¿Y si las llevo a la lectura presencial?

Besos

andandos dijo...

Retrasado, eso es como voy, y no suele ser muy habitual en mí, acostumbrado a cumplir los plazos como profesor. En fin, ya os alcanzaré.

Un abrazo