Es inevitable. Al pasar por un despeñadero siempre se te despierta el temor. Quizá una forma ancestral de supervivencia te hace sentir frágil, vulnerable ante los riesgos. No se espera uno en estas tierra de llanura un espectáculo de la naturaleza así y por eso llama más nuestra atención. Entre los cortados de Cabezón y el Pisuerga, en tiempos menos civilizados, todo podría antojarse peligroso, cualquiera podría tener la impresión de meterse en una ratonera de difícil salida. Por eso los viajeros optaban por el otro lado del cerro de Altamira o por la llanada que conduce, al cruzar el río, hacia Palencia y, más allá, Burgos. En los tiempos que corren la ratonera te la encuentras en sitios menos agrestes, más urbanos y civilizados.
Al final del camino está situado estratégicamente Cabezón dominando el estrecho paso y el vado del río. Cuando se camina solo, desde el cerro de Altamira todo parece horizonte y uno no tiene más límite que sus propios fantasmas. Desde aquí abajo todo se cierra y el límite es más físico, como si el cuerpo rozara con la conciencia angosta de otros, que pueden estar vigilándolo desde las alturas con esa costumbre del ser humano de ocuparse de los otros para bien a veces, casi siempre para mal. Es curiosa esta forma de medir las cosas con la escala humana.
A estas horas ya había tomado la decisión de seguir caminando cuando llegara al puente a pesar de haber recorrido ya más de cuarenta quilómetros. Parecía un sueño el encuentro con el corzo que tuve por la mañana, el lomo verde de las pequeñas ondulaciones del terreno y la parada para comer en las ruinas del monasterio benedictino del Valvení antes de llegar al valle del Esgueva y darme la vuelta.
Desde los cortados, el Pisuerga aparece como una culebra verde y plata que se toma su tiempo en llegar desde el horizonte, como tomó su tiempo formar estos cortados por los que los cerros se precipitan hacia el valle. La naturaleza es sabia y lenta en lo importante.
El pinar de reforestación ofrece cierta intimidad, como si las ramas y los troncos de estos árboles vistieran la fragilidad del que camina solo pero también amenazaran con no dejarlo salir -todo bosque es misterio-. La tierra de pinar se tiende mullida al pie fatigado. En estas semanas, los conos son solo promesa de piñas y se ofrecen a la vista extrañados de su propia forma y tono pero la primavera casi los hace pasar desapercibidos al pintar los campos de color.
Llegar al puente de Cabezón cerró la alegría del pecho. Delante solo quedaban algo más de dos horas por carretera, urbanizaciones y polígonos, como si la ciudad cercana quisiera atraparme de nuevo. Si ella puede y yo me dejo.
4 comentarios:
Quarenta Kilómetros?!Melhot , mais de oitenta, com o regresso!!
Deve ser calmante caminhar por estes lugares, mas não o faria sózinha nem por tão longa distâcia.
Meu querido amigo, sinceras felicitações por essa tua capacidade.
Besos e noche bien dormida
Calculo que vas, aproximadamente, a seis a la hora, yo voy más despacio y nunca he hecho tantos kilómetros en un día como tú, a lo sumo entre quince y veinte. También he visto que han sido las fiestas de Cabezón, las San José Obrero, y que nunca he estado, que recuerde, por allí, pero tu crónica de viaje y tus fotos me han acercado.
Un abrazo
Sitios preciosos y poco conocidos, si no es con la caminata, y con las buenas fotos que haces y luego nos enseñas.
Besos.
Qué puente más bonito (ya no lo recordaba). Hace siglos que no paso por Cabezón. Y, desde luego, no lo había visto nunca así. Es lo que tiene ver por la ventanilla del automóvil pasar a toda velocidad las cosas, que, cuando esas cosas -por ir en el coche de San Fernando- adquieren forma y color, campos, ríos, árboles, etc, parece otro paisaje distinto y mucho más bonito e "introspeccionador" (ejem, perdón).
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