- Coja un palo. No creo que le muerdan, pero coja un palo y dé voces.
Yo venía del infierno. Había bajado desde los páramos y casi por intuición me hallé en el desvío hacia San Martín sin saber cuánto me separaba del pueblo. Comencé a andar en un pronunciado descenso por una carretera provincial bien pavimentada y, de pronto, apareció el valle. Supongo que la primavera ayuda por estos campos en los que en el verano el sol aplasta contra la tierra. El valle benigno -Valvení- se me ofrecía casi en toda su extensión, con el cereal aún verde mecido por la ligera brisa. Qué diferencia del páramo del centro de residuos desde donde llegaba.
- En San Andrés hay perros, tenga cuidado.
- Tienen un valle hermoso.
- Pues no lo conoce nadie. Dices en la ciudad que eres de San Martín de Valvení y como si hablaras de Asturias.
- Mejor. Que no se les ponga de moda.
¿Cuánto tiempo hace que en el valle desaparecieron los grupos de árboles junto a las fuentes y los arroyos, que guardaban el cauce del del Prado que lo atraviesa recogiendo las aguas que vienen de las alturas? ¿Cuánto tiempo hace que la mano del hombre taló los árboles que debieron llenarlo en su día? En los extremos del valle quedan encinas y quejigos, como el singular Roblón de Santiago con más de veinte metros de altura y algunos chopos junto al arroyo. El resto es cereal esperando el sol que lo dorará implacable en unas semanas. Varios quilómetros de valle ahora explotando de verde abierto al espectáculo del cielo.
- Siga usted recto cuando se acabe el asfalto. Por el camino rural, a dos quilómetros y medio encontrará la granja. Allí hay un muro con dos escudos. Aquí tenemos otra casa con escudos en la calle Oriente. La iglesia la acaban de arreglar, si quiere pido la llave.
- Muchas gracias, no hace falta. Otro día.
- Por donde entra, ya habrá visto el castillo. Después puede tomar algún camino de los que gira hacia el Sur, hacia el valle del Esgueva. Pero será mejor que vuelva por Cabezón, aun así se va a dar usted una paliza.
- No importa. No tengo prisa. Llevo comida y agua en la mochila y aún es pronto. Tengo varias horas de sol y apenas llevo dos horas y media caminando.
Sí, había visto los restos del castillo de los Zúñiga del que apenas queda nada porque uno de sus propietarios terminó de desmantelar lo que el tiempo no había abatido para aprovechar las piedras en una pesquera del Pisuerga. Debió ser este un pueblo importante en la Edad Media. Conectaba dos ricos valles: el del Esgueva y el del Pisuerga. En tiempos veleidosos era una posición estratégica. También era un lugar con un clima y una naturaleza propicia y por eso se asentaron allí los monjes benedictinos. Aquello, como todo, se terminó y el valle quedó apartado de los grandes conflictos de la historia, de los grandes intereses económicos y políticos. El castillo se abandonó a finales de la Edad Media pero antes se habían llevado los monjes la fundación benedictina a la ribera del Pisuerga, hasta un lugar por el que trascurrirían entonces los aires del siglo. El antiguo monasterio quedó en una granja, una casa abacial y una ermita con un cementerio anexo, en la mitad del valle.
Aún así, es fácil darse cuenta de por qué se eligió aquel lugar, en mitad de un valle que sin duda es rico en agua y apropiado para las huertas, el cereal y la caza. Abundan por aquí los corzos, los jabalíes y los conejos. Y el cielo. Es fácil, si se quiere, levantar la vista más allá de los cerros y sentir el cielo tan próximo y presente.
Los dos mastines de la granja me ladraron pero me dejaron tranquilo el tiempo de comer junto a los restos del monasterio y reposar los pies cansados. Después de recoger las pocas huellas de mi estancia, retomé la marcha como si todo aquello formara parte de un antiguo sueño. En el camino de vuelta, antes de subir al páramo y perder de vista el valle me volví a contemplarlo. Era hermoso, sí. Como esos lugares que recuerdas pero a los que no sabes regresar porque parecería que hubieran recogido los caminos detrás de tus pasos.
9 comentarios:
Todo crece en primavera, hasta la iglesia del pueblo venido a menos se agranda. La nobleza antigua se rinde a los pies cansados del caminante. Precioso relato de paseo largo.
Qué bien relatas un paseo que ilustras también con fotografías. Siempre me provoca un poco de melancolía ver edificios derruidos por el paso del tiempo. Este puente he estado en el Pirineo aragonés y he visto muchas casas abandonadas, "comidas" literalmente por la vegetación que las va invadiendo de manera irremediable.
Un abrazo!!
Muito bem descrito um passeio que deve ter ser agradável.
Além disso, as fotos estão muito boas.
Querido amigo, fuerte abrazo
¡Ay qué pena me da oír cómo se talan los árboles! ¡Ni que nos sobraran!
¡¡Qué verdes!! Me encantó tu cierre del relato que lo resume todo " Era hermoso, sí. Como esos lugares que recuerdas pero a los que no sabes regresar porque parecería que hubieran recogido los caminos detrás de tus pasos."
Besos
Me gustan tus salidas, aunque no conozco esas tierras. Supongo que vas solo, que es otro nivel de atención y presencia en el territorio, y que te gusta pasar desapercibido, en la medida de lo posible, ya que para los perros eres, somos, a veces, la novedad. En fin, que me ha gustado mucho, el texto y las imágenes, por lo que dicen y por lo que sugieren, por lo que muestran y por lo que no. Poca gente encuentra atractivo caminar así.
Un abrazo
¡Cómo reconozco este Valle benigno que no conozco! y que tan bien nos describes en texto y fotos, pero es similar a otros de Castilla que he recorrido.
Los Zuñiga y Avellaneda, junto con los de Miranda y Peñaranda, siempre fueron los dueños de estos lugares y sus lugareños, desde tiempo inmemorial.
Besos
Si por ruinas, estamos que lo tiramos. No se nos aguantan en pie las huellas de nuestro pasado.
Preciosas las fotos-fotos y las fotos-texto.
Pues tus pasos regresaron y volvieron a pisar tus huellas....nunca se sabe.
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