Muñoz Molina ya había relatado esta figura del que espera en Beltenebros, una novela que crece con el tiempo. De hecho, aquel relato era un juego entre el que espera y el que busca en el que, de pronto, pueden cambiarse los papeles. Pero es en Sefarad donde la figura de aquel que espera que lleguen a por él, que lo detengan o incluso lo maten, culmina en la narrativa de Muñoz Molina. No en vano la novela se inicia con una cita de El proceso de Kafka.
Una de las acciones más despiadadas del poder sucede cuando alguien ha puesto tu nombre en una lista sin que tú lo sepas. Puedes comenzar a percibir cosas extrañas: hay gente que ya no te llama, que deja de saludarte sin motivo, que te rehuyen si piensan que con eso pueden ser identificados contigo o ser acusados de poca lealtad al poder. Comienzas a tener problemas en tu trabajo, en tus tiendas de siempre, en tu barrio, entre tus vecinos. Una de las habilidades del poder en estos casos es convertir a la víctima en responsable y acusarla de cosas de las que no puede defenderse. La segunda fase de proceso es que la víctima se sienta culpable: busca en sus acciones la responsabilidad de lo que le ocurre, en sus relaciones y amistades, en lo que dijo o no dijo. Cuando el poder consigue esto, el perseguido se ha convertido ya en un reo aunque no esté en prisión, queda destruido y solo le queda esperar a que vengan a detenerlo si no tiene la posibilidad de huir tan lejos que no puedan ir a buscarlo. Muñoz Molina relata los casos de judíos que fueron entregados por Stalin a Hitler o aquellos que pudieron huir a países que después fueron conquistados por los nazis.
En esto se parecen todos los poderes autoritarios y así lo indica Muñoz Molina. Llega un momento en el que la víctima solo puede esperar a que vengan a detenerlo aunque pasen años desde que ha llegado a la conclusión de que ya está en la lista. Porque al principio uno se niega lo que ocurre y mira para otro lado cuando llegan, como en el poema de Bertolt Brecht, a por unos y a por otros. Porque así comienzan todos los poderes autoritarios: desagregando a la sociedad, atomizándola en grupos y quebrando la solidaridad para que los grupos resultantes sean tan pequeños y sin verdadera armonía ni fuerza que uno siempre tenga la posibilidad de pensarse entre los otros, los que no corren peligro.
Todo esto lo describe Muñoz Molina con tanta fuerza en Sefarad que uno siente la misma angustia que los ejemplos de individuos perseguidos por Hitlet o por Stalin. Como esa mujer que tiene lista la maleta para cuando vayan a por ella y tardan meses. Muñoz Molina resuelve este dilema narrativo apelando directamente al lector (en realidad el narrador se apela a sí mismo pero lo convierte en una pregunta para el receptor general del texto): Qué harías tú si fueras esa mujer perdida en una vasta ciudad extranjera y hostil, si te hubieran quitado tu pasaporte y el documento provisional de identidad (...). En efecto, qué haría cada uno de nosotros, que hasta ese momento habíamos vivido en la comodidad o en la interesada ignorancia de lo que ocurre a nuestro alrededor, si de pronto descubriéramos que estamos en la lista que alguien ha elaborado con nuestro cómplice silencio anterior y que solo es cuestión de horas, de días, de meses, que alguien llame a nuestra puerta por la noche y nos arranque de lo que hasta entonces llamábamos hogar sin que hayamos cometido más delito que pensar de forma diferente, dar nuestra opinión, pertenecer a una familia con una religión o unas costumbres que no son las mayoritarias aunque esa religión o esas costumbres o incluso la familia de la que procedemos ya no signifique nada para nosotros. No podemos argumentar contra esa decisión porque no responde a razones lógicas. Quizá hasta estábamos de acuerdo en fases anteriores de su desarrollo, antes de que nos afectara personalmente, porque apreciábamos que daba cierta paz y orden a las cosas, daba una idea y unas consignas con las que nos sentíamos más o menos a gusto y todo, nos parecía, funcionaba como debe funcionar en una sociedad moderna. Esta es una de las lecciones cívicas de Sefarad: no deberíamos nunca dejar pasar las fases iniciales de un poder autoritario, el ciudadano debe estar siempre alerta ante las primeras manifestaciones, que se repiten tanto a lo largo de la historia porque cuando se ha hecho grande funciona como una trituradora de individuos y cualquiera de nosotros puede convertirse en víctima.
Pocas veces uno se siente tan interrogado como en esta obra de Muñoz Molina porque lo que nos cuenta, lo sabemos, no solo es una cosa de un pasado remoto sino de algo que pesa sobre nuestra condición de seres humanos. Y que sigue ocurriendo a nuestro alrededor. La pregunta fundamental de esta obra es esa, qué harías tú.
Noticias de nuestras lecturas
Luz del Olmo comenta Sefarad de la mejor manera: construyendo un relato que lo explica. Un reltao, por supuesto, de viajes y vidas.
Paco Cuesta halla la sustancia de la recepción de la obra. Todo un acierto. Y este acierto lo convierte en entrada de consulta imprescindible para que comprendamos la forma en la que Muñoz Molina compone esta recepción emocional de la obra y otra en la que da con una de las claves de la novela a partir del cruce de voces narradoras en una historia surcada de trenes cargados de historias individuales que tejen a su vez la colectiva.
Mª Ángeles Merino lleva eficazmente a sus comentaristas hasta el capítulo de Copenhague. Una Europa surcada de trenes y de historias...
Mª del Carmen Ugarte nos hace prestar atención a una clave de lectura de la obra: el testimonio de las mujeres que vivieron un tiempo atroz.
Myriam Goldenberg repasa la memoria del señor Salama, el judío sefardí de Tánger que recupera a los que ya no están después después del holocausto. Excelente entrada. No os perdáis las ilustraciones, oportunas.
Mª Ángeles Merino lleva eficazmente a sus comentaristas hasta el capítulo de Copenhague. Una Europa surcada de trenes y de historias...
Mª del Carmen Ugarte nos hace prestar atención a una clave de lectura de la obra: el testimonio de las mujeres que vivieron un tiempo atroz.
Myriam Goldenberg repasa la memoria del señor Salama, el judío sefardí de Tánger que recupera a los que ya no están después después del holocausto. Excelente entrada. No os perdáis las ilustraciones, oportunas.
Pancho continúa su comentario de Entre visillos, relatando cómo la autora va cerrando los relatos que nunca tendrán un final exacto porque todos ellos son fragmentos.
Recojo en estas noticias las entradas que hayáis publicado hasta el miércoles anterior. Si me he olvidado de alguna, os agradezco que me lo comuniquéis. Podéis consultar el listado con los títulos del presente curso y las condiciones de participación en este enlace.
5 comentarios:
Que no vivamos nunca más una noche surcada de trenes siniestros hacia páramos con alambradas. "Sefarad" es una alerta, cuidado, es posible lo que a ti te parece imposible. Lo que siempre se dice dela historia, que hay que conocerla para no repetirla. Y el libro de Muñoz Molina es otra manera de escribir historia,
Un abrazo, Pedro. Feliz día del trabajador.
Soberbia explicación de uno de los temas preferidos de MM en muchos de sus escritos. La indefensión, la soledad del que intenta hacer las cosas como se las dicta su conciencia. El hombre bueno con gotas de sangre jacobina, alejado de doctrinas, de Machado.
Olvidar es un lujo. El rencor no merece la pena, el deseo de escarmiento te limita a ese estado de ojeriza permanente que te amputa el horizonte y te vuelve al punto de partida.
Qué bien supo Carmen Martín Gaite cerrar la novela, regresando a los narradores que la abrieron. La señora de la limpieza y una estación de tren.
¡Magistral clase, Pedro, como siempre, pero ésta, más!.
¡Mil gracias!.
Ya sabes lo que este libro, testimonio y preguntas significan para mi.
Un abrazo
Si cambiamos autoritario por global, tal vez podríamos establecer más de un paralelismo.
Un abrazo
Acabo de comenzarlo, después del de Vargas Llosa, que, salvo alguna trampa con el realismo mágico, me ha gustado y me parece solvente.
Un abrazo
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