En España han aumentado los anuncios publicitarios de empresas que se dedican a la seguridad del hogar. Venden alarmas y afirman que han aumentado los robos y todo el barrio se ha llenado de ellas como consecuencia. En otra escala, el Gobierno español prepara una nueva Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana que aparta a los jueces de la calificación de determinados actos y los pasa a tratar como sanciones administrativas con fuertes multas económicas. En principio, parecería que pasar una actuación de delito a falta administrativa suaviza las penas, en la práctica el efecto es contrario: no habrá un juez que vele en primera instancia por la aplicación de la sanción, que será impuesta directamente por la administración. Dado que hace un tiempo este mismo Gobierno aumentó las tasas judiciales, es difícil que se recurran estas sanciones administrativas. La administración que dificulta así los recursos contra ella se aleja del carácter accesible que debe tener en una democracia y se aísla de la ciudadanía a la que debe dar servicio, es decir, a la compleja y múltiple variedad de elementos de esa ciudadanía. Una nacion no debe ser entendida jamás como un ser monolítico, esto es algo que se espera de los regímenes autoritarios. Y un legislador no debe usar la reglamentación para proteger a la clase política de los ciudadanos.El político debe ganarse el respeto ciudadano, no regularlo.
Al calor de los acontecimientos difundidos por los medios de comunicación con el interés de ganar cotas de audiencia, se aumentan también considerablemente las penas por determinados delitos. Curiosamente, no de aquellos que más han alarmado de verdad a la población española en estos años: la corrupción, la falta de responsabilidad de los partidos políticos en sus cuentas y de los cargos públicos en el uso irregular de sus funciones.
Esta cultura del miedo no corresponde a los hechos reales. En España no ha aumentado el número de delitos tanto como para generarlo y muchas de las actuaciones que ahora quieren tipificarse como faltas administrativas los jueces las han calificado reiteradamente en los últimos años como parte de la actuación legal de los grupos ciudadanos que se manifiestan.
En sus declaraciones públicas, muchos políticos dejan ver que no les gustan las manifestaciones ni los actos de presión ciudadana, que no les gustan las huelgas. Algunos incluso aluden a esa mayoría silenciosa que se queda en casa para demostrarlo, como si pudieran apropiarse de ella en su totalidad. Algunos alcaldes, ante la actuación de las asociaciones de vecinos declaran que ellos tienen más votos, como si las asociaciones de vecinos fueran sus rivales en la urnas y no la expresión de grupos de presión ciudadana.
En el fondo, en España sigue faltando una cultura democrática sólida. Aquella, por ejemplo, que lleva a un ciudadano a dejar la conversación de café infructuosa y a exigir sus derechos ante la administración o a reunirse en grupos, colectivos y plataformas para reivindicar algo o cambiar una situación concreta. De hecho, en los últimos tiempos estas plataformas han surgido con fuerza en varios puntos de España y han conseguido triunfos sonados en pleitos judiciales o paralización de medidas administrativas. Eso sí, a costa de dinero, tiempo y el ataque desmedido y visceral de los medios de comunicación más radicales a los que las encabezan. Muy pocos son los que se arriesgan a someterse a este via crucis para defender los derechos ciudadanos.
Más grave es esta falta de cultura democrática en los políticos. La estructura de los partidos políticos en España ha fomentado la camarilla propia de la política cortesana. Y a los salones cortesanos solo llega el eco de la ciudadanía de dos maneras: como incómodo trago cuando los políticos tienen que pisar la calle para hacerse la foto en un acto público o a través de la televisión. Pero solo actuarán si los medios afines no logran desprestigiar a los participantes en la reivindicación de que se trate. El político español cada vez se siente más incómodo en los escenarios públicos que no han sido preparados previamente por sus asesores. Como tampoco ha necesitado antes conocer cómo debe actuar en esos momentos ni cuenta casi nunca con una preparación intelectual suficiente que le permita argumentar o saber estar, queda en evidencia en cuanto le ponen un micrófono delante y le hacen la tercera pregunta. Algunos a la primera.
La última medida ha sido recuperar algo que era absolutamente innecesario, da una pésima imagen del país y, sobre todo, es una muestra de inhumanidad. La instalación de concertinas en las alambradas de Melilla son, sencillamente, un acto incomprensible. Ni van a frenar la inmigración ni arreglarán los problemas que la ocasionan. Es un acto de soberbia que va por el mismo camino de todo lo comentado antes: fomentar el miedo al diferente, vallarnos ante la realidad y extremar la dureza de las medidas a partir de ocurrencias y no de ideas. Controlar con medidas autoritarias y no buscar las soluciones, dar una imagen de aparente fortaleza que solo podrán aplaudir aquellos ciudadanos a los que se les ha instalado el miedo y el rencor dentro, utilizar estrategias que busquen el voto irracional y no el intelectual, todo ello es parte de una estrategia electoralista del más despreciable populismo. Y para esto pagamos tantos asesores con cargo al erario público, para que actúen como los expertos en vender alarmas de seguridad para los domicilios particulares.
13 comentarios:
- Destruyen la Enseñanza
- Estrangulan a la Justicia
- Amordazan a los grupos de presión ciudadana
- Generan miedo
etc, etc.... hmmm la que se viene....
Besos
el empresario impone un nicho donde su negocio florezca, acá hacen nata las empresas de seguridad , pero solo se hacen efectivas si el barrio es catalogado de importante, el resto es solo generación de recursos y ganancias para el negociante
desde que el mundo es mundo hay quienes generan necesidades en otros para que esos otros desembolsen sus recursos y les llenen los bolsillos a los primeros
estrategias de marketing creo que le llaman
besos
Se las ponía yo en...
La concertina que yo poseo hace música risueña, es un pequeño acordeón, que en nada se parece a esos rollos desplegables de espino metálico que han colocado en Melilla como si fuera posible un muro contra el hambre. Contra el hambre de fuera. Otros muros se van alzando contra el hambre interior - empresas de seguridad, como bien dices - La población ha pasado de estar indignada a estar irritada, ¿cuanto tiempo pasara para que esté sublevada?, ¿Cuanto durará la paciencia del pueblo?. La historia nos dice que la capacidad de sufrimiento de los pueblos es infinita y los políticos también lo saben y por eso no sienten el miedo que siembran.
Las rejas barran el camino, último modelo con cuchillas en Ceuta.
Ültimamente esas concertinas con espinos andan creando demasiada cacofonía por todas partes...
Habrá que reinvertar la música...
Besos, Pedro.
¡Ay! Profesor, el título de su entrada es demasiado lindo y musical para la realidad que encierra.
Un abrazo
Somos como ratones encerrados, junto a un gato, en una caja de latón.
Muchas veces las palabras son bastante más bellas que la realidad que representan. Los Beatles son de Liverpool, pero en los alrededores de Anfield las casas están rodeadas de alambre con espinos y pinchos y las vallas coronadas de cristales incrustados que te abren en canal si te descuidas. Y es el norte de Europa... No de África.
Querido amigo mio, mas que tristeza !
A Ibéria está sob a pata cada vez mais pesada do medo e da falta de respeito pelas pessoas comuns.
Desgraçadamente, tudo quanto dizes sobre Espanha se aplica a Portugal.
Incrível que se volte a colocar concertinas...até aí Portugal ainda não chegou, mas já há quem acuse de serem os imigrantes uma das causas desta situação catastrófica do país.
Bom final de semana,Pedro
Que mal me sienta que este instrumento de barrera tan abominable reciba el mismo nombre que el instrumento de fuelle que musicalmente y estéticamente produce una música dulce....qué contradicción tan fuerte!
Gracias a la advertencia de un amigo y cuidadoso lector de La Acequia, experto en la materia, corrijo dos cosas con respecto a mi texto inicial. En primer lugar, el lapsus de demonimar "Ley de Protección de la Seguridad Social" a lo que es la "Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana"; en segundo lugar, llamar "faltas administrativas" a lo que son "sanciones adminsitrativas".
Aprecio mucho estas correcciones técnicas que nos llevan a la exactitud de la expresión.
Nos falta cultura de honradez, responsabilidad, servicio... ¿De quien podemos fiarnos?
Un abrazo
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