Muchos se empeñan en que el Don Juan Tenorio de Zorrilla se salve: una especie de conspiración general para que el hombre descarriado que ha burlado todas las leyes humanas y divinas consiga redimirse tras una vida llena de engaños, muertes y trasgresiones que han dejado, allá por donde ha pasado, huellas de dolor y muerte. Todo depende de él, por supuesto, porque nadie puede ser salvado contra su voluntad. Hasta el espectador, que ha asistido con simpatía a la cadena de burlas y crímines de don Juan -es lo que tienen los malos que consiguen hacerse atractivos-, desea que aquel malvado atractivo se salve. Y don Juan cede al fin:
yo, Santo Dios, creo en ti,
si es mi maldad inaudita,
tu piedad es infinita...
¡Señor, ten piedad de mí!
Bastan estos cuatro versos para que se cumpla el punto de contrición exigido: unos segundos que salvan el alma de don Juan frente a toda una vida de pecado.
Lo que viene al final no suele ser representado, porque es una exaltación de lo cursi y lo cursi ya no está de moda como en aquella sociedad burguesa del siglo XIX (ahora es tendencia lo hortera, no lo cursi). Doña Inés cae en un lecho de flores -veloz trasmutación de su tumba, en donde aguardaba a don Juan ni viva ni muerta-, y se reunirá con don Juan para celebrar sus bodas eternas con acompañamiento de angelitos que derraman sobre ellos flores y perfumes, mueren y de las bocas de doña Inés y de don Juan salen sus almas en forma de brillantes llamas.
Es crucial este punto de contrición de la teología católica para comprender la obra, el cambio introducido por Zorrilla en la leyenda de don Juan y su conexión con la forma de vivir el catolicismo en su momento, tan diferente al del barroco, en el que ni se planteaba que un criminal como este seductor pudiera acogerse al arrepentimiento y debía condenarse para ser adecuadamente castigado en el infierno. En el barroco se prefiere que el arrepentimiento suceda cuando aun queda vida para compensar las malas acciones realziadas con anterioridad: es una lección más comprensible para la mayoría de nosotros.
Se necesita, por supuesto, la absoluta sinceridad en el arrepentimiento del pecador para que sea efectivo. En gran medida, el catolicismo se basa en este sentido del perdón, con el que se lava toda una vida de crímenes que han provocado dolor a otros. Curiosamente, en el Don Juan Tenorio, algunos de los que sufrieron las acciones del burlador, como Don Gonzalo, quedan condenados porque no son capaces de perdonar al criminal ni de comprender o aceptar su arrepentimiento. A veces me he imaginado una escenificación del Don Juan en el que la estatua de don Gonzalo, antes de retirarse, mirase hacia el cielo sin comprender la justicia del punto de contrición. Él había actuado siempre como correspondía a las leyes humanas y divinas y se veía, en el último metro de la carrera, superado por su asesino por mantener rígidamente esos principios.
12 comentarios:
que buen post nos dejas Pedro
ya lo dice el refrán
el que se arrepiente... se salva
y este Don Juan , es un zorro viejo para aprovechar cada oportunidad
besitos
Pues yo prefiero que "No te salves"...y ya sabes porqué.
Las religiones tienen más capas que las cebollas.
Besos
No me gustan los que se salvan, los que no defienden hasta el final sus decisiones y sus consecuencias.
Benedetti lo dice magnificamente:
http://www.youtube.com/watch?v=SRdQQm9Vpto
Como para reflexionar sobre la conducta humana -más allá del comportamiento de los personajes y la característica de la obra-
Muy bueno.
Contrición, atrición, me has traído a la memoria el viejo catecismo de mis años escolares.
Una vida inmoral, un punto de arrepentimiento de última hora y te despachan para el cielo, todo lavado. Qué chollo, pensaría un calvinista.
Ese final que tú propones sería hacer justicia con el pobre don Gonzalo.
Besos
Precisamente en esa posibilidad de una segunda oportunidad radica el atractivo de las religiones, mucha gente de mala nota al final se agarra a un clavo ardiendo. A los muertos de la imagen les da igual una cosa que otra. Se les pasó el tiempo de meter miedo.
Qué buena lectura, qué interesante aparece entonces don Gonzalo.
Sin duda concesiones a la época y a la buena recepción de la obra.
Donde esté un burlador de Sevilla bien burlado, ah, el Barroco y sus condenas...
Besazos.
Buenas noches, profesor Ojeda:
Nunca entendí lo del pobre Don Gonzalo, y en cambio la buena suerte de Don Juan después de su vida pendenciera y disoluta.
Las víctimas, ¿no contarán?.
Al menos, sería más justo: perdón para todos.
Qué difícil entender la justicia de aquí y la que nos explican de allá.
Saludos
pues no, el perdón no lava toda una vida de crímenes o un solo crimen.
biquiños,
Culpa, arrepentimiento y perdón...
Maldita y dógmatica espiral.
Besos, Pedro.
Don Juan no termina de entender por qué se salva. Le sucede una cosa increíble al final de su existencia: tiene miedo. Lo que nunca en su vida, ahora, ante el panorama de una condenación sin fin, consigue doblegalo. Pero no tiene realmente conocimiento de lo que es compadecerse. Él no se pone en el lugar de otro para arrepentirse. Se pone en su propio pellejo. A Gonzalo se le debe de incendiar de envidia la cabeza solo por eso.
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