La aparición del personaje llamado Álvaro Tarfe en este capítulo tiene tanta riqueza de matices y posibilidades de lectura que merecen un sosegado análisis.
Como el mismo Don Quijote aclara tanto con su intuición como con sus preguntas, Tarfe es el mismo compañero del caballero y su escudero en la novela de Avellaneda, en la que venía a representar un protector de ambos que decide, finalmente, el internamiento en un manicomio de don Quijote para que sane -la función del personaje, que no su caracterización, tiene interesantes puntos de contacto con Sansón Carrasco-. Argumentalmente, Cervantes lo usa para pagar con su propia moneda al usurpador de la historia a través de un giro ingenioso que culmina las alusiones y críticas que ha dejado caer desde la primera mención de la falsa segunda parte: toma un personaje de la continuación de Avellaneda, quizá el personaje más significativo de la historia aparte de los protagonistas, para introducirlo en la suya propia y certificar ante notario -obsérvese un cierto aire de parodia sobre la obsesión por el documento notarial en la España de tiempos de Cervantes, como si sólo ese acta pudiera corregir la realidad (la declaración se hizo con todas las fuerzas que en tales casos debían hacerse, con lo que quedaron don Quijote y Sancho muy alegres, como si les importara mucho semejante declaración y no mostrara claro la diferencia de los dos don Quijotes y la de los dos Sanchos sus obras y sus palabras)- que aquellos ante los que ahora se encuentran no son los mismos que él conoció y que, además, son bien diferentes en sus caracteres, lo que le lleva a negar lo que ha vivido (ver dos don Quijotes y dos Sanchos a un mismo tiempo, tan conformes en los nombres como diferentes en las acciones; y vuelvo a decir y me afirmo que no he visto lo que he visto, ni ha pasado por mí lo que ha pasado).
Hasta ahí no presenta dificultades el argumento y nos ofrece el cierre a la herida que recibió Cervantes cuando se vio robado por Avellaneda.
Pero cabe dar más pasos que profundizan en el juego narrativo propio del ingenio cervantino: si Álvaro Tarfe demuestra la falsedad de Quijote y Sancho de Avellaneda, también está, de una u otra manera, negando la suya propia o, al contrario, avalando todas las duplicidades; introducir a Álvaro Tarfe camino de regreso a su tierra tras haber dejado a don Quijote en el manicomino convierte la segunda parte de Cervantes en una continuación de la segunda parte de Avellaneda, a la que seguiría casi de forma paralela en la temporalidad de las acciones, aunque siempre un paso por detrás para superarla en esta escritura notarial.
Este juego permite una lectura muy moderna -y, en cierta manera, también barroca-: en realidad, a pesar de la insitencia de los críticos, Tarfe no niega que existan los Quijote y Sancho de Avellaneda, sino que afirma que son otros, muy diferentes a los que ahora se encuentra, hasta el punto de hacerle dudar de lo vivido, con lo que Cervantes introduce en la narración el motivo del doble, algo que no ha sido tan extraordinariamente tratado hasta la literatura del siglo XX, como si de la aldea salieran, al mismo tiempo, dos parejas de protagonistas que son y no son los mismos, camino de Zaragoza. No sé si Cervantes fue consciente de todo el potencial que introducía en la historia de la narrativa esta aparición de Tarfe, pero consiguió un efecto inagotable de creación y reflexión crítica y filosófica cuya realización vuelve a sorprendernos de nuevo en una novela que ya parecía agotarse.
Pero hay un elemento más, éste sí señalado insistentemente por los cervantistas con acierto: Álvaro Tarfe es morisco. Por una parte, por lo tanto, es tan poco fiable como el narrador Cide Hamete y cabe dudar de todo lo que dice y hace; por otra, es singularmente irónico que sea alguien que también se vio afectado por la expulsión -como Ricote- el que declare ante notario cuando debería andar escondido. Todo un ingenioso, irónico y divertido juego de matices.
Antes de entrar en su aldea, Sancho termina de cumplir, a su manera, con los azotes. Don Quijote -que ve que los golpes no afectan a su escudero- le deja hacer: la deuda se salda entre ambos en esta estrategia de engaños entre ambos en el que ninguno de los dos sale, en verdad, derrotado ni vencedor puesto que, además, la baza final aun no se ha jugado.
Finalmente llegan a su localidad. No es don Quijote -ya no está para nada, tras su último esfuerzo ante Tarfe-, sino Sancho quien parodia el regreso al hogar de los héroes. El diálogo entre ambos es ingenioso: Sancho se ecumbra a su estilo, como quien quiere demostrar lo aprendido en el viaje. Don Quijote -que aun piensa en la posibilidad de renovar el juego narrativo con la vida pastoril-, abrevia. El narrador, les hace entrar en la aldea en una sola y breve frase con la que se cierra la tercera salida, sin perderse en zarandajas de retórica caballeresca:
Veremos si entran o no entran el próximo jueves, al comentar el capítulo LXXIII.
-Abre los ojos, deseada patria, y mira que vuelve a ti Sancho Panza, tu hijo, si no muy rico, muy bien azotado. Abre los brazos y recibe también tu hijo don Quijote, que si viene vencido de los brazos ajenos, viene vencedor de sí mismo; que, según él me ha dicho, es el mayor vencimiento que desearse puede. Dineros llevo, porque si buenos azotes me daban, bien caballero me iba.
-Déjate desas sandeces -dijo don Quijote-, y vamos con pie derecho a entrar en nuestro lugar, donde daremos vado a nuestras imaginaciones, y la traza que en la pastoral vida pensamos ejercitar.
Con esto, bajaron de la cuesta y se fueron a su pueblo.
Veremos si entran o no entran el próximo jueves, al comentar el capítulo LXXIII.
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DON QUIJOTE DE LA MANCHA. CAPÍTULO 2.72
Apenas los árboles se habían percatado del destrozo que S había hecho en su piel acortezada, que ya había sanado el escudero de los azotes en la suya propia. En la noche siguiente terminó con el pico de los tres mil pendientes para poner punto final a la faena que tan suculentos dividendos le proporcionaba. El dinero como elemento que resuelve conflictos entre amo y criado.
Puñaladas de luz despiertan a DQ y S que se ponen en marcha con renovadas energías, ya a rebufo de la aspiración del final de la novela que coincide con el fin del camino de regreso. Sin nada digno de reseña, veinticuatro horas después alcanzan un teso desde el que se divisa la aldea.
El capítulo se completa con el relato de la llegada de don Álvaro Tarfe al mesón donde aquel día descansaban amo y escudero, protegidos del calor del verano manchego por la frescura de la sala baja.
DQ y S se encuentran efectivamente en el mesón esperando la fresca del oscurecer para ponerse en marcha. No debe sorprendernos el uso de los mesones para descansar durante las horas del sofocón del verano manchego, sólo aptas para la siesta o para achicharrarse en el polvo de los caminos. S las utiliza para la tregua necesaria de la penitencia y poder terminarla al raso y que la oscuridad evite que DQ descubra la treta de los azotes propinados a los árboles.
El capítulo se completa con el relato de la llegada de don Álvaro Tarfe al mesón donde aquel día descansaban amo y escudero, protegidos del calor del verano manchego por la frescura de la sala baja.
DQ y S se encuentran efectivamente en el mesón esperando la fresca del oscurecer para ponerse en marcha. No debe sorprendernos el uso de los mesones para descansar durante las horas del sofocón del verano manchego, sólo aptas para la siesta o para achicharrarse en el polvo de los caminos. S las utiliza para la tregua necesaria de la penitencia y poder terminarla al raso y que la oscuridad evite que DQ descubra la treta de los azotes propinados a los árboles.
DQ oye que sus criados se dirigen a un caballero recién llegado con el nombre de Álvaro Tarfe. El hidalgo recuerda haber leído de refilón ese nombre en el hojeo rápido de la segunda parte del Quijote de Avellaneda. Cervantes cambia la manera de presentarnos al personaje. Normalmente son ellos, los recién llegados, los que reconocen a los protagonistas por haber leído sus hazañas en la primera parte del Quijote. En este caso es a la inversa. DQ reconoce a don Álvaro Tarfe, que no puede conocer al hidalgo por provenir de otra novela y por lo tanto de otro nivel narrativo. Qué lío cuando uno se pone a pensarlo y con qué naturalidad el autor lo hace novela.
Le preparan aposento en otra sala baja contigua a la suya. Una vez limpios y refrescados del polvo y del calor del camino manchego, les cuenta que va a Granada, que él es quien sacó a DQ a los caminos y el mismo que le animó a participar en las justas de Zaragoza. Sigue contando que su don Quijote no se parece en nada al presente y que a pesar de traer un escudero del mismo nombre “aunque tenía fama de muy gracioso, nunca le oí decir gracia que la tuviese.” S y DQ se desmarcan de los falsos y se reafirman en su propia identidad. Don Álvaro se considera víctima de un ataque de encantamiento. Señala que dejo al protagonista del libro del que proviene enclaustrado en la Casa del Nuncio de Toledo y “remanece aquí otro don Quijote, aunque bien diferente del mío”.
Como acabamos de señalar, DQ se reafirma en su identidad: “Yo soy el que soy”- el de Cervantes – y no ése que va a Zaragoza. No le importa olvidarse de las burlas que sufrió de las gentes y calles de Barcelona y lanzarle un piropo que sólo se entiende desde la ofuscación del autor con el apócrifo, como si quisiera pedir perdón por situar en Barcelona los sucesos que humillaron a DQ. Gran lección de humildad de Cervantes que sabe arrepentirse en un mundo con gentes que creen estar en posesión de la verdad absoluta, que se han olvidado del valor del arrepentimiento.
DQ suplica a D. Álvaro Tarfe que declare ante la autoridad que no lo ha visto hasta ahora, que ellos no son los mismos que los narrados en el libro del que procede. A la mesa, a la hora de comer, como se hacen los tratos importantes firmó una declaración con todas las de la ley, que para eso estaban presentes el alcalde y el escribano que: “no conocía a don Quijote de la Mancha, que asimismo estaba allí presente, y que no era aquél que andaba impreso en una historia intitulada: Segunda parte de don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal de Avellaneda, natural de Tordesillas”.
Sorprende la naturalidad con la que Cervantes le devuelve la jugada a Avellaneda: se apropia de uno de sus personajes, lo introduce en su novela para negar la autenticidad de la ficción de la que proviene. Juega con sus mismas armas, pero sin llegar a hurtarle sus personajes principales, como Avellaneda había hecho antes, en un viaje de ida y vuelta. Intenta darle una lección de hasta dónde se puede llegar en la intertextualidad. Tiene que haber un límite al plagio.
Sigue siendo debatido si Cervantes no le dio fama eterna al apócrifo. A mi juicio, El Quijote de Avellaneda habría caído en el abismo del olvido, como Altisidora nos contó, de no haberlo introducido en su obra. Al mismo tiempo nos habría privado de la parte más moderna y de más proyección futura de la novela. “Pirandelea” Cervantes casi cuatrocientos años antes, como dice D. Gonzalo Torrente Ballester.
Por la tarde salen todos de la posada. Se despiden a una media legua. D. Álvaro sigue su camino a Granada y DQ y S hacen noche en un monte, a la querencia de los árboles. S termina la penitencia sin que una mosca pueda encontrar sitio en su espalda de tapada que la tiene. Únicamente a los árboles desnuda de su corteza con las acometidas del ramal de su rucio. Bien tapado para que ni la mosca, ni el látigo ni DQ la vean.
Prosiguen camino al amanecer, satisfechos ambos del buen fin que había tenido el encuentro con D. Álvaro Tarfe. Con la esperanza baldía de que Dulcinea les salga al encuentro, llegan a un teso desde el que se divisa la aldea, el final del camino. S, teatrero él, se arrodilla. Se alegra de la vuelta: “si no muy rico, muy bien azotado”. Exclama: “recibe también tu hijo don Quijote, que si viene vencido de los brazos ajenos, viene vencedor de sí mismo”. Con la aldea ante sus ojos vuelve DQ a la realidad de Alonso de Quijano. En claro simbolismo, DQ baja desde lo alto a la aldea. Se acabó la comedia, la ficción regresa a la realidad de antes de partir y reprende a S: “Déjate desas sandeces -dijo don Quijote-, y vamos con pie derecho a entrar en nuestro lugar, donde daremos vado a nuestras imaginaciones, y la traza que en la pastoral vida pensamos ejercitar”. Pues eso.
Por usar un simil, ¡hasta los personajes de Avellaneda se rebelan contra el tal Avellaneda, y rinden pleitesía al verdadero Quijote de Cervantes, nuestro querido Alonso Quijano! ¡Parecen cobrar vida propia estos personajes! ¡Abandonan la novela apócrifa, de la que son protagonistas, y vienen a desembocar en la nuestra, en la del genuino Cervantes!
Estoy casi seguro de que si Cervantes no hubiera hecho mención alguna en esta segunda parte al quijote apócrifo de Avellaneda, esa obra se habría perdido en el abismo de lo ignorado: casi nadie la conocería hoy día.
Y como abogado que es uno, me interesa mucho como se hizo la declaración: el instrumento legal en si mismo. Nos dice Cervantes que “entró acaso el alcalde del pueblo en el mesón, con un escribano, ante el cual alcalde pidió don Quijote, por una petición, de que a su derecho convenía de que don Álvaro Tarfe, aquel caballero que allí estaba presente, declarase ante su merced como no conocía a don Quijote de la Mancha, que asimismo estaba allí presente, y que no era aquel que andaba impreso en una historia intitulada Segunda parte de don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal de Avellaneda, natural de Tordesillas. Finalmente, el alcalde proveyó jurídicamente; la declaración se hizo con todas las fuerzas que en tales casos debían hacerse, con lo que quedaron don Quijote y Sancho muy alegres, como si les importara mucho semejante declaración y no mostrara claro la diferencia de los dos don Quijotes y la de los dos Sanchos sus obras y sus palabras.”
Esta declaración es una figura legal, ya conocida en el Derecho vigente en la época de Cervantes, plasmado básicamente en la Nueva Recopilación, Cuerpo legal sancionado por el Rey Felipe II el dia 14 de Marzo de 1.567, y que estaba basado en el antiguo derecho castellano, representado por las Leyes de Toro de 1505, el importantísimo Ordenamiento de Alcalá de 1.348, y en menor medida el Ordenamiento de Montalvo de 1.484).
Las partes extienden una declaración solemne, que es el antecedente de lo que hoy sería, salvando las distancias, una “Acta Notarial de Manifestaciones”, dotada de la fe pública notarial, la fe pública por excelencia. La declaración la extiende el escribano (el antecedente de los actuales Notarios), por una petición oral del demandante (D. Quijote), ante la cual el demandado acepta (D. Alvaro Tarfe), siguiendo el cuerpo de la declaración en si (que nuestro Alonso Quijano no era el que habia conocido D. Alvaro Tarfe en la segunda parte apócrifa), seguido de la firma de demandante, demandado, alcalde y testigos. De todo ello da fe el escribano, con lo cual la fuerza juridica del documento es innegable.
Y, oh curioso, Cervantes disimula su angustia: parece decirnos ahora que el berrinche contra Avellaneda no es cosa suya, sino de sus personajes (“con lo que quedaron don Quijote y Sancho muy alegres, como si les importara mucho semejante declaración…”), aunque a nosotros no nos engaña ya el bueno de D. Miguel, que se esconde detrás de sus personajes y vuelve a hacernos un guiño cómplice, al tiempo que mima y protege a su hijo, a su personaje: a D. Quijote, nuestro Quijote, a quien llama “gran manchego”, ponderando su discreción: “Muchas de cortesías y ofrecimientos pasaron entre don Álvaro y don Quijote, en las cuales mostró el gran manchego su discreción…”.
Maravilloso, insuperable y grandioso Cervantes, el cual, por cierto, termina con los asuntos pendientes: los azotes de Sancho a los árboles, no a sus espaldas, que termina de engañar asi a D. Quijote, y la credulidad absoluta del caballero andante: “de que quedó don Quijote contento sobremodo, y esperaba el día por ver si en el camino topaba ya desencantada a Dulcinea su señora; y siguiendo su camino no topaba mujer ninguna que no iba a reconocer si era Dulcinea del Toboso, teniendo por infalible no poder mentir las promesas de Merlín.”
Puede que yo esté equivocado y de hecho reconozco humildemente que será muy probable que así sea (entre paréntesis, os confieso que estoy deseando hablarlo directamente con nuestro querido Pedro Ojeda y con todos vosotros en la próxima comida quijotesca, y si estoy en un error agradeceré eternamente que me lo mostréis) pero por ahora -y mientras llega ese entrañable momento- las anteriores palabras de Cervantes junto con la apreciaciones anteriores sobre Altisidora (de que para D. Quijote Altisidora había muerto y resucitado real y verdaderamente), y otras más, como que, a propósito de los azotes de Sancho, "No perdió el engañado don Quijote un solo golpe de la cuenta..." me llevan a afirmarme y ratificarme en mi humilde perspectiva: que D. Quijote fue completamente engañado por Sancho, no siendo consciente, jamás, de que todo había sido un engaño (como si dijeramos se lo masticó y se lo tragó). No olvidemos que todo sucedía en la imaginación de D. Quijote, dando credibilidad absoluta a los mayores disparates porque así cuadraba con lo que había leído en las novelas de caballerias, pero no porque fuera un tonto, ni porque guardara las apariencias (es decir, no creo que se lo masticara pero que no se lo tragara, y menos aún que lo callara para disimular), pues me parece incompatible con el honor de todo caballero andante; además, D. Quijote decía lo que sentía y creia firmememente en sus postulados.
¿Se auto-engañaba D. Quijote?¿Disimulaba conscientemente? Que verdadero placer será charlarlo con nuestro querido amigo y maestro Pedro Ojeda y con todos vosotros en vivo y en directo, queridos amigos y amigas.
Muy interesante tu disección de este capítulo. No me percaté de que Tarfe fuera morisco ¿es porque era de Granada? Curiosa percepción... Besotes quijotescos, M.
Deseando estoy que llegue el jueves. Un besito
MERCHE: en la continuación de Avellaneda se dice, expresamente, que Álvaro Tarfe es de los moriscos de Granada:
"Entre tanto que la cena se aparejaba, comenzaron a pasearse el caballero y don Quijote por el patio, que estaba fresco; y, entre otras razones, le preguntó don Quijote la causa que le había movido a venir de tantas leguas a aquellas justas y cómo se llamaba. A lo cual respondió el caballero que se llamaba don Álvaro Tarfe, y que decendía del antiguo linaje de los moros Tarfes de Granada, deudos cercanos de sus reyes y valerosos por sus personas, como se lee en las historias de los reyes de aquel reino, de los Abencerrajes, Zegríes, Gomeles y Mazas, que fueron cristianos después que el católico rey Fernando ganó la insigne ciudad de Granada".
Es curiosa la presencia de los moriscos en la obra de Avellaneda. El capítulo primero comienza aludiendo a otro, que se convertiría así en el intermediario entre la obra original y la traducida, continuando el juego cervantino sobre las figuras del narrador:
"El sabio Alisolán, historiador no menos moderno que verdadero, dice que siendo expelidos los moros agarenos de Aragón, de cuya nación él decendía, entre ciertos anales de historias halló escrita en arábigo la tercera salida que hizo del lugar del Argamesilla el invicto hidalgo don Quijote de la Mancha, para ir a unas justas que se hacían en la insigne ciudad de Zaragoza, y dice desta manera".
Por lo tanto, en ambas continuaciones hay presencia del motivo de la expulsión de los moriscos, aunque, sin duda alguna, Cervantes le saca más brillo narrativo al asunto.
Mi Señor Ojeda, me gusto su comentario de esta semana especialmente, y como usted lo dejó redondo y morado o morisco.
Lamento sin embargo, que eligiese Cervantes la presencia de Don Álvaro de Tarfe, que no al Don Quijote de Avellaneda, porque si bien es cierto que Don Álvaro le deja en una casa de reposo como loco, así tiene oportunidad el Caballero Andante, se escapa, sin rocinante ni Sancho y disfruta de una embarazosa compañía en sus aventuras, para acabar libre y siendo conocido como el Caballero de los Trabajos en su lado de Castilla más vieja.
Lástima que sea crónica real la del autor verdadero y no invención, porque bien podía haber hecho coincidir Cide Hamete en una posada o en el camino a uno y otro Quijote, antes de la llegada al pueblo, y haber conseguido con ello el Caballero cierto, el abjuramiento del menos cierto en su condición de Don Quijote, antes de la muerte del más cansado.
Bien sea sin embargo, lo que hizo por estar hecho, pues bastante está enredada la madeja con lo escrito y tengo por fundado y certeza que no era Cervantes como el poeta Mauleón, un “Dé donde diere”, así que deseo creer que sus razones tendría, y sostengo como primera, evitarse el esfuerzo de imaginarlo.
Suyo, Z+-----
Gracias Pedro, por toda esta explicaciòn sobre el A. Tarfe de Avellaneda, que ya que no lo leì, me aclara mucho. Por ejemplo, es muy importante para mì èsto que dices de que para el momento en que aparece Alvaro Tarfe en el DQ de C, habìa sido internado el DQ de Avellaneda en un manicomio.
Me parece magistral el uso que hace Cervantes del personaje de Avellaneda-. Todo este manejo està -se ve, se percibe, se respira- muy meditado por parte de Cervantes.
Enfrentar a nuestro DQ al DQ apòcrifo de Avellaneda, hubiera sido darle al falso una relevancia que no merecìa que ademàs lo hubiera puesto al mismo nivel que a su personaje. ESto es justamente lo que no querìa Cervantes y por eso no lo hizo. Segùn lo veo yo.
Besos a ti.
Y abrazos al grupo, que pronto seràn dados en persona.
Avisoles a todos:
Tengo hecho mi trabajillo de fin de curso (jejeje), pero por razones de las que no puedo hablar ni ahora ni aquì, lo tengo divido en tres entradas programadas para ser publicadas el viernes 5, el sàbado 6 y el domingo 7 de noviembre.
En èl analizo como Cervantes, en virtud del uso que hace del apócrifo en su propia novela, hace magistralmente purè al de Avellaneda. Toda una enseñanza ademàs, de que una pluma bien usada, vale màs que todas las armas del mundo.
Gracias Pedro por la explicación. Ahora lo entiendo. Por lo que dice nuestro SEÑOR DE LA VEGA, si hubiera aparecido el Quijo de Avellaneda en vez de este Tarfe ya hubiera sido ¡rizar el rizo! Muy complicado... Besotes quijotescos a los dos, M.
Morisco y poco fiable testificó ante notario. Valiente, inconsciente, no: utizado por Cervantes para dejar constancia de las claras diferencias entre una y otra obra.
yo diría, Pedro, que estamos ante una lectura postmoderna -barroco no sé en qué sentido- Pero a lo que iba: a estas alturas y falto de tiempo Cervantes nos manda una sencilla trama encapsulada por capítulo
pero que es un enteógeno ya que al tomarlo vemos alucinaciones. Cada capítulo lo sorbemos como una droga. No hay peligro: estamos preparados para "el viaje" y tú, Pedro Ojeda eres nuestro chamán. Por ejemplo: he alucinado con el tema del doble Doppelgänger: cualquiera que se tropezase con su doble moriría al instante, materia y antimateria. Pero aquí no es para tanto. Don Quijote sólo tiene la noción de su doble mediante la fantasmal presencia de Álvaro Tarfe que es tele-transportado de un libro a otro, de un sistema a otro -muy importante la magnitud de tiempo para que quede científico, Pedro-y uno queda absorto, tocado, con todo este virtuosismo alucinante
Te venho desejar um excelente final de semana junto aos teus.
Besos, querido Pedro.
Mi Señora Myriam,
“Enfrentar a nuestro DQ al DQ apócrifo de Avellaneda, hubiera sido darle al falso una relevancia que no merecìa que ademàs lo hubiera puesto al mismo nivel que a su personaje. Esto es justamente lo que no querìa Cervantes y por eso no lo hizo. Segùn lo veo yo.”
Teniendo en cuenta que el propio Avellaneda en su final, incita a que otros continúen su Quijote “llamándose el Caballero de los Trabajos, los cuales no faltará mejor pluma que los celebre.”, yo cuando lo leí pensé lo mismo que usted sugiere, la opción a tomar más refranera y Sanchesca: “no hay mayor desprecio, que no hacer aprecio”.
Pero la cuestión luego me pareció más compleja, porque siendo de igual opinión que Don Pedro, que la introducción de Tarfe, da carta de valor al apócrifo y “convierte la segunda parte de Cervantes en una continuación de la segunda parte de Avellaneda”.
Provoca la pregunta: ¿por qué lo resolvió, de esta forma?
Y entonces, me surge una segunda posibilidad no tan benévola como la primera que propuse, pero con un común denominador: el de no encontrar otra mejor o más rápida forma de resolverlo, y calmar a su vez la sed de venganza (humano=Cervantes).
Pero la venganza contra el Quijote de Avellaneda introduce un elemento ajeno hasta el momento en Don Quijote, ‘LA TRAICIÓN’ y doble, pues con ella traiciona el espíritu del personaje, buscando la traición de Don Álvaro de Tarfe a su Don Quijote y acabando con los Dos Quijotes a la vez, antes de llegar a su pueblo, aunque lo enmascare excelentemente, con la sobreactuación de personajes y lo poco que queda.
¿Por qué fuerza Cervantes a su Don Quijote pidiendo que Don Álvaro de Tarfe traicione a su anterior amigo Don Quijote de Avellaneda? ¿Sería esa la opción quijotesta?
Después de muchos capítulos, estoy convencido que no. Esa es la opción de Don Miguel.
Él sabe lo que está haciendo, y obliga al narrador a intercambiar las palabras que hubiesen debido salir de la boca del propio Don Quijote, ante la solución propuesta y ejecutada:
“Finalmente, el alcalde proveyó jurídicamente; la declaración se hizo con todas las fuerzas que en tales casos debían hacerse, con lo que quedaron don Quijote y Sancho muy alegres, como si les importara mucho semejante declaración y no mostrara claro la diferencia de los dos don Quijotes y la de los dos Sanchos sus obras y sus palabras.”
Exacto, el Don Quijote de capítulos anteriores, no le hubiese importado un maravedí lo que estuviesen escrito de él en un certificado, sino lo que la andante caballería hubiese mandado en estos casos, pues quedaban la gloria de sus obras y su discurso discreto, todo ofrecido a su simpar Dulcinea del Toboso.
El verdadero Don Quijote I, debería haber enfrentado a su copia Don Quijote II, como hombre que profesa valores de honor, en una justa contienda (verbal), qué no sangrienta, pues nunca acabaron en tragedia mortal los combates de nuestro héroe.
Debió pensar Cervantes la complejidad de ese encuentro, para encajarlo sin fallas, y renunció a escribirlo (eso creo) pero su necesidad de venganza, necesitaba resarcirse en su libro y por eso introdujo a Tarfe, traicionando a la vez al suyo, por la traición al otro, algo que por estar dentro de la ley y aún teniendo nuestro Don Quijote razón en ser el verdadero, y a pesar de no poder entrar en combate por su promesa, y sumando el cansancio que arrastraba, sigue quedando a años luz de mi Don Quijote Quijotesco.
No es de extrañar, que la declaración ante notario y la ridícula alegría de Quijote y Sancho, parezcan una mala parodia de ellos mismos, al necesitar ese certificado para ser ellos, porque es justo en ese momento cuando no lo están siendo.
Suyo, Z+-----
Ah, no te comentè la foto: Me encantò y seguro que la luz al final del tunel de la lectura, alumbra el evento en que la celebraremos.
Besos
Me ha pasado como a MERCHE, que se me había escapado lo de que Tarfe era morisco, y pensaba que no había leído con suficiente atención. Después de leer tu aclaración, ya veo que no era así.
Muchas gracias por todas las explicaciones y el trabajo que te tomas.
Besos
Nuestros dos amigos, que a estas alturas lo son mucho, pasan el día, en el mesón, esperando a que caiga la noche. Sancho ha de acabar su tanda de azotes, don Quijote desea ver a Dulcinea desencantada, como resultado del vápulo. En esto, llega uno que camina a caballo, con sus tres o cuatro criados y, uno de los tres o cuatro, le anima a descansar en la posada, limpia y fresca, al parecer. Se dirige a él como don Álvaro Tarfe. ¿Quién será este señor que camina a caballo?
Vaya, hacía tiempo que no me pasaba este fenómeno informático. Mi ordenador recibe visita, algún personaje de esos que se aburren en el limbo. Habrá querido aprovechar, puesto que a esta quijotesca lectura le está llegando su fin. Ahí está en la pantalla emergente. Veamos: no es el galeote, ni el mayordomo, ni una dueña… Subo el altavoz, a ver qué dice.
Saludo a vuestra merced, mujer escribiente que manipula esa extraña maquinita luminosa. No, no soy el de los remos. Está claro, dada mi elegante indumentaria, que mi condición social no es la de un sirviente. Y, muy ebria o ciega ha de estar vuestra merced para confundirme con una bigotuda dueña. Titiritero, cura, barbero...cese de decir disparates y póngase esos espejuelos que descansan sobre su mesa.
Le cuento mi aventura. Ésos que dice y muchos más me persiguen sañudamente hasta aquí, cantazo va, cantazo viene, invitándome a tomar una buena ración de sopa de arroyo. Me gritan que ese lugar es para los personajes del verdadero Quijote y que yo pertenezco a uno apócrifo y más falso que Judas.
No me escuchan cuando les digo que, aunque nací en esa falsa segunda parte del Quijote tan odiada, Miguel de Cervantes me reconvirtió. Por obra y gracia de su pluma, nací auna nueva vida como personaje suyo, incluyéndome en su capítulo LXXII de su verdadera segunda parte.
(Sigo mañana)
menudo lo tuvo que pasar Cervantes ante la usurpación de obra del tal avellaneda, me imagino que el sufrimiento sería tal que aceleraría el final de la vida de Don Miguel...saludos
He buscado sobre ese personaje, Álvaro Tarfe: "En el Quijote de Cervantes no se alude directamente a ello (la expulsión de los moriscos), sólo se le hace decir, escuetamente: «[...] voy a Granada, que es mi patria». En el de Avellaneda, sin embargo, se explicita que Álvaro Tarfe «descendía del antiguo linaje de los moros Tarfes de Granada, deudos cercanos de sus reyes, y valerosos por sus personas, como se lee en las historias de los reyes de aquel reino, de los Abencerrajes, Zegríes, Gomeles y Muzas que fueron cristianos después que el católico rey Fernando ganó la insigne ciudad de Granada».
Inteligente Cervantes:"Álvaro Tarfe es un personaje secundario de la segunda parte del Quijote de Miguel de Cervantes, que el autor manchego toma del llamado Quijote apócrifo de su rival Alonso Fernández de Avellaneda, donde Tarfe tiene un papel más importante". Es agradable seguir aprendiendo...
saludos.
Pues es verdad que tu explicación del comentario de hoy -tal como adviertes al principio- "merecen un sosegado análisis". Leí este capítulo, pero como no me da tiempo a trascribir mis impresiones por mi revulsivo lugar (no de la Mancha); sí lo haré con las del anterior, que lo llevo de retraso (AY! qué vida más "correteá").
MYRIAN, nos dejas en suspense...
Son muchas las enseñanzas que extraigo de tan feraces tierras intelectuales. Temo que mi pequeño cerebro -que no cabeza- no pueda almalcenarlas todas.
El detalle de la 2ª Parte del Quijote cervantino como continuación del Avellaneda -al hacer Cervantes, también suyo a don Álvaro Tarfe-, todo un descubrimiento por mi parte.
Gracias a tí
Han de saber que soy Álvaro de Tarfe, de los Tarfes de toda la vida, en la bella ciudad de Granada. ¿Morisco? Así es, soy natural de aquella nación desdichada y poco prudente, sobre quien han llovido las desgracias. Maguer de moriscos padres engendrado, cristiano soy y no de los fingidos.
Si a vuestra merced le place, le daré mi versión de ese septuagésimo segundo que me coloca en la mesma categoría que esos iracundos personajillos.
Aquel día, entro en una manchega posada y mi sirviente me anima a descansar, a la vista de su limpieza y frescura. Un extravagante caballero, que más tarde se me presentará como don Quijote, está hablando con su criado y me parece oír mi nombre.
La huéspeda me da una sala baja, enjaezada con esas rústicas sargas tan habituales en esta tierra. Me cambio de ropa para estar más fresco y salgo al portal del mesón.
Don Quijote pasea por allí y yo le pregunto la frase habitual entre caminantes: “¿Adónde bueno camina vuestra merced, señor gentilhombre?”. Me responde que va a su cercana aldea y me pregunta dónde camino yo. Le contesto que voy a mi Granada natal. Parécele buena mi ciudad, cómo no, y me pide le diga mi nombre, el cual parece importarle más de lo normal.
Al presentarme como Álvaro de Tarfe, me identifica como personaje de la segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha, escrita por lo que él llama “un autor moderno”.
Le respondo que soy ése que dice y que el tal don Quijote fue amigo mío. Y que yo fui el que le movió a venir a unas justas, en Zaragoza. Grandes pruebas le di de mi amistad, lo hubiera pasado mal sin mi ayuda…
En esto, me mira fijamente y me pregunta, malhumorado, si él se parece en algo a ése que estuvo conmigo en Zaragoza. Le respondo que en nada se le asemeja.
Pienso que acaba ahí la cosa, mas ahora me pregunta si el aludido traía un escudero llamado Sancho Panza. Le contesto que sí traía y con inmerecida fama de gracioso.
Ahora es su criado el que da su vehemente parecer sobre ese Panza. Afirma ser el verdadero Sancho y no ese bellaco tan soso. Y me exhorta a estar a su lado para comprobar sus gracias. Y me presenta a su amo como “el verdadero don Quijote de la Mancha”. Y añade lo de famoso, valiente, discreto, enamorado, desfacedor de agravios, protector de huérfanos, viudas…Y su única señora es Dulcinea del Toboso.
(Sigue)
Le digo a Sancho que así lo creo. Cuántas gracias me ha dicho este Panza en cuatro razones, más que el otro en tantas ocasiones. Tragón y sandio, pero sin chispa. Me da por pensar que los encantadores, esos que persiguen a don Quijote el bueno, han querido atormentarme con el malo. Aunque a ése lo dejé encerrado en la casa del Nuncio, el manicomio de Toledo, para que le curen la locura. Fue una cristiana obra de misericordia; aunque, en ocasiones, me asalten remordimientos. Tal vez, por furioso, lo hayan encerrado en una jaula, como a un jilguero.
Don Quijote, el bueno, no sabe si lo es, mas está seguro de que él no es el malo. Y me asegura que nunca ha estado en Zaragoza, que alguien le informó de la presencia de ese Quijote fantástico en las justas de tal ciudad y, precisamente por eso, no quiso entrar allí. Dice que así sacaría “a las barbas del mundo su mentira”. El Quijote bueno reconoce fama al Quijote malo, qué curioso es esto.
Así que, sin detenerse, pasa a Barcelona, ciudad a la que dedica los mejores elogios, por sus virtudes y belleza. Sólo por haberla visto, lleva a bien los sucesos de mucha pesadumbre que en ella le han sucedido. De acuerdo, señor caballero andante, a mí también me place tan bella ciudad. Y si la bolsa suena, mejor todavía.
Finalmente declara ser el don Quijote de la Mancha que dice la fama, no el ladrón de su nombre y pensamientos. Y me pide que, ante el alcalde del lugar, declare que no me ha visto en su vida, hasta ahora. Y que no es el don Quijote impreso en la segunda parte, ni Sancho es el escudero que yo conocí.
Respondo que lo haré de buena gana y me afirmo en “que no he visto lo que he visto, ni ha pasado por mí lo que ha pasado.”
Sancho tiene la ocurrencia de decir que, sin duda, estoy encantado, como Dulcinea. Y añade algo que no entiendo de desencantarme con tres mil y tantos azotes. Como alguno de la casa del Nuncio oiga al amigo Panza, lo mete en una jaula…Al parecer, es largo de contar y me lo contará si vamos por el mismo camino.
Comemos juntos. Entra en el mesón el alcalde del pueblo con un escribano, para realizar la declaración solicitada por don Quijote. Declaro como” como no conocía a don Quijote de la Mancha, que asimismo estaba allí presente, y que no era aquél que andaba impreso en una historia intitulada: Segunda parte de don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal de Avellaneda, natural de Tordesillas.” El alcalde da legalidad a la declaración y quedan muy alegres los dos…
Cuántas cortesías y ofrecimientos nos hacemos don Quijote y yo, antes de despedirnos. Quedo desengañado de mi error y algo encantado debo estar…No, no se parecen en nada, no puede haber dos contrarios tan contrarios como los dos Quijotes.
Me cuentan lo del encanto y remedio de Dulcinea, Quedo admirado, los abrazo y sigo mi camino. El Quijote malo andaba ya desenamorado de la del Toboso, el bueno no dejará nunca de amarla.
Creo que mis méritos son suficientes para entrar en la nómina de los personajes del gran libro.
Desaparezco…
Mi ordenador vuelve a la normalidad…Aquella noche la pasan entre árboles y Sancho cumple la penitencia, descortezando hayas, que no sus espaldas. Don Quijote lleva la cuenta y halla que van “tres mil y veinte y nueve”.
Amanece y prosiguen su camino, comentando lo del día anterior. Pasa un día y una noche, sin más novedad que el fin de la tunda azotesca de Sancho. Don Quijote espera el día y anhela ver a su Dulcinea, ya desencantada; mas no hallan mujer alguna. Piensa que Merlín no puede mentir…
Desde una cuesta divisan su aldea. Sancho se arrodilla y dirige unas paródicas palabras a su “deseada patria”. Ha de ver, la patria digo, como vuelve su hijo Sancho, no muy rico pero bien azotado. Ha de recibir también a su hijo don Quijote, vencido pero vencedor de sí mismo, la mayor victoria. Dineros lleva, que buenos azotes le han costado. Si las hayas hablaran…
Don Quijote le dice que se deje de sandeces, que ahora toca preparar la pastoral vida que han de ejercitar. Bajan la cuesta y se van al pueblo.
¡Ay!
Un abrazo de María Ángeles Merino Moya
No tengo palabras para describir lo que siento ante tanta erudición.
Un abrazo a todos.
Iba el vencido y “avereado” don Quijote con una mezcla de alegría y pesadumbre. Triste por haber sido vencido y alegre por haber descubierto en su escudero un santo curandero, que por pago de “la voluntad”, o media docena de camisas, movía montañas. Sancho iba triste porque las camisas prometidas por Altisidora no las iba a lucir su frágil cuerpo serrano (discúlpeseme el oxímoron).
Sancho se lamenta por ser “el más desgraciado médico que debe de haber en el mundo”; donde hay “físicos” -médicos- que se “cargan” al paciente, por error en su diagnóstico o por la prescripción de medicación inadecuada y, a pesar de ello, cobran sus abultados honorarios. Sancho, nuestro nuevo y singular galeno, decide que le han de untar las manos o engrasar el gaznate antes de asistir al siguiente enfermo o fallecido; que él lo mismo trata a vivos que a muertos.
Al escuchar don Quijote hablar a su escudero sobre las nuevas tarifas que iba a aplicar en lo sucesivo por los servicios a prestar, le dijo que pusiese precio a los azotes pendientes para el desencantamiento de Dulcinea: a cuartillo de real el azote, acordaron el amo y su mozo, a quien se le abrieron los ojos un palmo, accediendo de muy buena gana. En la forma de pago no hubo desacuerdo: “azótate luego y págate de contado y de tu propia mano, pues tienes dineros míos” le propuso don Quijote al sujeto pasivo (por lo que se verá más adelante) por azotar.
“Llegó la noche esperada de don Quijote con la mayor ansia del mundo, pareciéndole que las ruedas del carro de Apolo habían quebrado”, cenaron tendidos sobre la verde hierba (su color natural) y, sin esperar Sancho a hacer la digestión, “artesanó” un látigo con el cabestro y la jáquima del rucio. Con el tal instrumento torturador se adentró hasta veinte pasos entre unas hayas donde comenzó a flagelarse. Cuando llevaba ocho azotes le pareció muy pesada la burla y el precio por ella muy barato.
-”Prosigue, Sancho amigo, y no desmayes, le dijo don Quijote, que yo doblo la parada del precio.
-“Dese modo -dijo Sancho- ¡a la mano de Dios, y lluevan azotes!
Entonces el muy bribón empezó a azotar a las hayas que le rodeaban, dando unos suspiros que parecía que por ellos se le “escapaba el alma”. Se alarmó don Quijote, pues ya había contado más de mil azotes, y le dijo a Sancho que se tomara el asunto con más reposo, ya que “Zamora no se ganó en una hora”.
Pero a mí me parece que don Quijote temía que Sancho se infringiese tanto daño con aquellos apresurados azotes, que pereciera en el intento; o, se hiriera de gravedad, sin poder ultimar aquel “negocio”: y quedara Dulcinea encantada por los siglos de los siglos.
Salió de nuevo el sol, otra mañana, como hacía milenios que tenía costumbre, y nuestros personajes siguieron su camino. Llegaron a un mesón, que don Quijote no tomó por castillo (mala señal, al dejar de soñar algunos suelen morirse). Se alojaron en una habitación cuyas paredes estaban decoradas con unas pinturas de mala calidad, que parecía las hubiera hecho un pintor como Orbaneja, pintor de Úbeda que cuando le preguntaban qué pintaba contestaba “lo que saliere”. Si pintaba un gallo, escribía debajo “este es gallo, porque no pensasen que era zorra.
Don Quijote le dijo a Sancho que tan malo como el pintor de esas “sargas” debía ser el autor del “falso Quijote”, pues su historia no tenía ni pies ni cabeza.
´
El tal de Avellaneda dejó en nuestro ilustre Manco de Lepanto una huella indeleble, no era para menos la "charraná" que le hizo el colega aragoné
Iba el vencido y “avereado” don Quijote con una mezcla de alegría y pesadumbre. Triste por haber sido vencido y alegre por haber descubierto en su escudero un santo curandero, que por pago de “la voluntad”, o media docena de camisas, movía montañas. Sancho iba triste porque las camisas prometidas por Altisidora no las iba a lucir su frágil cuerpo serrano (discúlpeseme el oxímoron).
Sancho se lamenta por ser “el más desgraciado médico que debe de haber en el mundo”; donde hay “físicos” -médicos- que se “cargan” al paciente, por error en su diagnóstico o por la prescripción de medicación inadecuada y, a pesar de ello, cobran sus abultados honorarios. Sancho, nuestro nuevo y singular galeno, decide que le han de untar las manos o engrasar el gaznate antes de asistir al siguiente enfermo o fallecido; que él lo mismo trata a vivos que a muertos.
Al escuchar don Quijote hablar a su escudero sobre las nuevas tarifas que iba a aplicar en lo sucesivo por los servicios a prestar, le dijo que pusiese precio a los azotes pendientes para el desencantamiento de Dulcinea: a cuartillo de real el azote, acordaron el amo y su mozo, a quien se le abrieron los ojos un palmo, accediendo de muy buena gana. En la forma de pago no hubo desacuerdo: “azótate luego y págate de contado y de tu propia mano, pues tienes dineros míos” le propuso don Quijote al sujeto pasivo (por lo que se verá más adelante) por azotar.
“Llegó la noche esperada de don Quijote con la mayor ansia del mundo, pareciéndole que las ruedas del carro de Apolo habían quebrado”, cenaron tendidos sobre la verde hierba (su color natural) y, sin esperar Sancho a hacer la digestión, “artesanó” un látigo con el cabestro y la jáquima del rucio. Con el tal instrumento torturador se adentró hasta veinte pasos entre unas hayas donde comenzó a flagelarse. Cuando llevaba ocho azotes le pareció muy pesada la burla y el precio por ella muy barato.
-”Prosigue, Sancho amigo, y no desmayes, le dijo don Quijote, que yo doblo la parada del precio.
-“Dese modo -dijo Sancho- ¡a la mano de Dios, y lluevan azotes!
Entonces el muy bribón empezó a azotar a las hayas que le rodeaban, dando unos suspiros que parecía que por ellos se le “escapaba el alma”. Se alarmó don Quijote, pues ya había contado más de mil azotes, y le dijo a Sancho que se tomara el asunto con más reposo, ya que “Zamora no se ganó en una hora”.
Pero a mí me parece que don Quijote temía que Sancho se infringiese tanto daño con aquellos apresurados azotes, que pereciera en el intento; o, se hiriera de gravedad, sin poder ultimar aquel “negocio”: y quedara Dulcinea encantada por los siglos de los siglos.
Salió de nuevo el sol, otra mañana, como hacía milenios que tenía costumbre, y nuestros personajes siguieron su camino. Llegaron a un mesón, que don Quijote no tomó por castillo (mala señal, al dejar de soñar algunos suelen morirse). Se alojaron en una habitación cuyas paredes estaban decoradas con unas pinturas de mala calidad, que parecía las hubiera hecho un pintor como Orbaneja, pintor de Úbeda que cuando le preguntaban qué pintaba contestaba “lo que saliere”. Si pintaba un gallo, escribía debajo “este es gallo, porque no pensasen que era zorra.
Don Quijote le dijo a Sancho que tan malo como el pintor de esas “sargas” debía ser el autor del “falso Quijote”, pues su historia no tenía ni pies ni cabeza.
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El tal de Avellaneda dejó en nuestro ilustre Manco de Lepanto una huella indeleble, no era para menos la "charraná" que le hizo el colega aragoné
De la crítica literaria y de lo que en ella se trata:
en varias ocasiones he pensado con EQ en "Regreso al Futuro", pero aquí es tan evidente con los personajes que se encuentran...
Es curioso. Si Cervantes hubiera relatado lo que apunta El Señor de la Vega (por otro lado muy interesante y nos lo hemos perdido para siempre) sería un fenómeno que sólo podríamos detectar con las teorías actuales. Pues en la película, el personaje del tiempo real no podía ver a su doble ya que se produciría una paradoja temporal con la que se alterarían el resto de tiempos, presente, futuro...
Es bastante interesante
Y... Por otro lado... El propio crítico manifiesta "vuelve a sorprendernos de nuevo en una novela que ya parecía agotarse"...
AJAAAAAAAAAAAAAAM
Este capítulo me ha parecido soberbio con la inclusión de Álvaro Tarfe
Los mil espejos de Cervantes
narrador falso en narrador más falso si cabe
y el resto idem de idem y de idem
(guiños de La Historia Interminable)
BIPOLAR: ni La historia interminable ni Regreso al futuro hubieran sido posibles sin el Quijote. En cuanto a lo de agotarse: sólo me refería a las pocas páginas que quedan.
:D :D vale, vale no te pongas así que me "agoto" toa'
por supuesto que el futuro primero fue pasado en El Quijote
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