Debía una visita a este Museo desde su reapertura en 2009 tras varios años cerrado por la rehabilitación del edificio. Pero me daba miedo: el antiguo Museo Nacional de Escultura, hoy Museo Nacional Colegio de San Gregorio, significaba muchas cosas para mí. En primer lugar, una referencia en el urbanismo vallisoletano, puesto que se encuentra en una de las pocas zonas conservadas de lo que fue el casco histórico de la ciudad, tan castigado por la desidida y la especulación urbanística y que sólo ha comenzado a lavar su aspecto desde hace un par de décadas con la peatonalización de muchas calles, la rehabilitación de edificios históricos y su recuperación para la vida ciudadana. Todo ello ha contribuido a una transformación radical de la ciudad y de las sensaciones que reciben sus visitantes.
Me daba miedo: durante años tuve una relación extraña con el edificio y la colección de obras que albergaba. Por una parte, la calidad de todo el conjunto siempre me atraía y ni siquiera las visitas rutinarias por cuestiones de trabajo (durante años mostré el Museo como guía a estudiantes extranjeros) o amistad (era un lugar obligado para enseñar a todos los amigos que pasaban por la ciiudad) disminuían mi interés y asombro. Pero hubo un tiempo que polemicé vivamente con la ideología que subyace en todo el Museo y ese debate conmigo mismo me impedía disfrutarlo plenamente.
Por una parte, el edificio -una obra maestra de la arquitectura española de finales del siglo XV y por sí solo merecedor de una visita- fue sede de los estudios teológicos españoles más importantes del siglo XVI, dirigida por los dominicos, a quien pertenecía toda la manzana, incluida la monumental iglesia de San Pablo.
En él se dio el famoso debate sobre la licitud de la colonización de América por los españoles, la llamada Junta de Valladolid. Durante mucho tiempo se contó cómo terminó venciendo un sentido de la caridad y se continuó la colonización para salvar las almas de los indígenas, a los que había que cristianizar. Una visión muy edulcorada de la historia, sin duda.
A pesar de todo, es indiscutible la calidad y altura teórica del debate tanto en los aspectos teológicos como en la defensa de las tesis que constituyeron las leyes internacionales y los principios de los derechos del ser humano (auque todavía no los del ciudadano, por supuesto), muy superior y muy anterior al que se dio en otras naciones. Algunas de las tesis mantenidas por los clérigos españoles del XVI subyacen en el movimiento antiesclavista británico de finales del siglo XVIII, herencia no siempre reconocida, o en las leyes que rigen los derechos más avanzados en las relaciones entre naciones.
Es curioso el desconocimiento que tenemos hoy del pensamiento español del siglo XVI: como si la Contrarreforma hubiera barrido la excelencia y modernidad que se dio en la Península antes de ella.
El edificio es un estandarte del impulso imperial: desde su concepción hasta el escudo central de su fachada, presidido por el simbolismo del granado. El Imperio nacía y se construía como el primero con sentido moderno del mundo y este escudo y toda la fachada lo demuestran.
Por otro lado, la colección de obras que alberga, que muestra mejor que ninguna otra el sentido de la religión católica en la España de los siglos XVI y XVII y todo su componente espiritual, didáctico, social, propagandístico y dramático con un fin claro de catequesis. Durante siglos, los españoles formaron su carácter y concepción de la religión y la posición que en ella ocupaba el reino de España mirando estas esculturas, relieves y pinturas casi a diario. Regían toda su vida de una forma excluyente. En aquellos siglos, los artistas españoles eran contratados casi de forma exclusiva para realizar obras de carácter religioso.
Pero por mucho que pudiera rechazar el carácter ideológico de estas obras, siempre quedaba la calidad asombrosa de las piezas mostradas en el Museo, en especial las realizadas en madera policromada -es el mejor Museo del mundo en este arte-. Todas ellas, pero en especial las piezas de Juan de Juni o de Gregorio Fernández, tan perfectas técnicamente que asombran siempre.
La historia del Museo es también interesante. Nació tras la Desamortización, con el fruto de los bienes que pasaron al patrimonio nacional. Su primera sede fue otro gran edificio de Valladolid: el Colegio de Santa Cruz. Fue la II República la que le dio carácter de Museo Nacional en 1933 y lo instaló en su sede actual. Del origen inicial de la colección se entiende que la visita al Museo deba completarse con el recorrido por la iglesia de San Benito, a la que pertenecía la extraordinaria sillería del coro y el retablo que hoy se contemplan en el Museo.
Si se le suma a todo ello la contemplación de las obras de Gregorio Fernández conservadas en la iglesia de la Vera Cruz y la Virgen de Juan de Juni de la iglesia de las Angustias más el Ecce Homo de Gregorio Fernández conservado en el Museo Diocesano, el visitante habrá disfrutado de la mejor lección de arte barroco español que se pueda imaginar en un solo día y recorriendo unos pocos cientos de metros.
He vuelto al Museo hace unos días. De mis temores queda la racionalización de lo que significa este arte, pero predomina el asombro ante el espectáculo de la calidad técnica de unas piezas inmejorables que no hubieran sido posibles sin el componente espiritual, ideológico y político que las hizo posibles.
Me ha gustado mucho la rehabilitación del edificio. Me gusta también la forma de exponer la colección permanente: más moderna, más clara, más natural. Quizá alguna pieza -el Cristo yacente de Gregorio Fernández- ha perdido el dramatismo impresionante que tenía en su antigua ubicación, pero se entiende mejor en su lugar actual y deja ver con más sosiego su calidad técnica al reducir la impresión sobrecogedora que se recibía antes.
Me daba miedo: durante años tuve una relación extraña con el edificio y la colección de obras que albergaba. Por una parte, la calidad de todo el conjunto siempre me atraía y ni siquiera las visitas rutinarias por cuestiones de trabajo (durante años mostré el Museo como guía a estudiantes extranjeros) o amistad (era un lugar obligado para enseñar a todos los amigos que pasaban por la ciiudad) disminuían mi interés y asombro. Pero hubo un tiempo que polemicé vivamente con la ideología que subyace en todo el Museo y ese debate conmigo mismo me impedía disfrutarlo plenamente.
Por una parte, el edificio -una obra maestra de la arquitectura española de finales del siglo XV y por sí solo merecedor de una visita- fue sede de los estudios teológicos españoles más importantes del siglo XVI, dirigida por los dominicos, a quien pertenecía toda la manzana, incluida la monumental iglesia de San Pablo.
En él se dio el famoso debate sobre la licitud de la colonización de América por los españoles, la llamada Junta de Valladolid. Durante mucho tiempo se contó cómo terminó venciendo un sentido de la caridad y se continuó la colonización para salvar las almas de los indígenas, a los que había que cristianizar. Una visión muy edulcorada de la historia, sin duda.
A pesar de todo, es indiscutible la calidad y altura teórica del debate tanto en los aspectos teológicos como en la defensa de las tesis que constituyeron las leyes internacionales y los principios de los derechos del ser humano (auque todavía no los del ciudadano, por supuesto), muy superior y muy anterior al que se dio en otras naciones. Algunas de las tesis mantenidas por los clérigos españoles del XVI subyacen en el movimiento antiesclavista británico de finales del siglo XVIII, herencia no siempre reconocida, o en las leyes que rigen los derechos más avanzados en las relaciones entre naciones.
Es curioso el desconocimiento que tenemos hoy del pensamiento español del siglo XVI: como si la Contrarreforma hubiera barrido la excelencia y modernidad que se dio en la Península antes de ella.
El edificio es un estandarte del impulso imperial: desde su concepción hasta el escudo central de su fachada, presidido por el simbolismo del granado. El Imperio nacía y se construía como el primero con sentido moderno del mundo y este escudo y toda la fachada lo demuestran.
Por otro lado, la colección de obras que alberga, que muestra mejor que ninguna otra el sentido de la religión católica en la España de los siglos XVI y XVII y todo su componente espiritual, didáctico, social, propagandístico y dramático con un fin claro de catequesis. Durante siglos, los españoles formaron su carácter y concepción de la religión y la posición que en ella ocupaba el reino de España mirando estas esculturas, relieves y pinturas casi a diario. Regían toda su vida de una forma excluyente. En aquellos siglos, los artistas españoles eran contratados casi de forma exclusiva para realizar obras de carácter religioso.
Pero por mucho que pudiera rechazar el carácter ideológico de estas obras, siempre quedaba la calidad asombrosa de las piezas mostradas en el Museo, en especial las realizadas en madera policromada -es el mejor Museo del mundo en este arte-. Todas ellas, pero en especial las piezas de Juan de Juni o de Gregorio Fernández, tan perfectas técnicamente que asombran siempre.
La historia del Museo es también interesante. Nació tras la Desamortización, con el fruto de los bienes que pasaron al patrimonio nacional. Su primera sede fue otro gran edificio de Valladolid: el Colegio de Santa Cruz. Fue la II República la que le dio carácter de Museo Nacional en 1933 y lo instaló en su sede actual. Del origen inicial de la colección se entiende que la visita al Museo deba completarse con el recorrido por la iglesia de San Benito, a la que pertenecía la extraordinaria sillería del coro y el retablo que hoy se contemplan en el Museo.
Si se le suma a todo ello la contemplación de las obras de Gregorio Fernández conservadas en la iglesia de la Vera Cruz y la Virgen de Juan de Juni de la iglesia de las Angustias más el Ecce Homo de Gregorio Fernández conservado en el Museo Diocesano, el visitante habrá disfrutado de la mejor lección de arte barroco español que se pueda imaginar en un solo día y recorriendo unos pocos cientos de metros.
He vuelto al Museo hace unos días. De mis temores queda la racionalización de lo que significa este arte, pero predomina el asombro ante el espectáculo de la calidad técnica de unas piezas inmejorables que no hubieran sido posibles sin el componente espiritual, ideológico y político que las hizo posibles.
Me ha gustado mucho la rehabilitación del edificio. Me gusta también la forma de exponer la colección permanente: más moderna, más clara, más natural. Quizá alguna pieza -el Cristo yacente de Gregorio Fernández- ha perdido el dramatismo impresionante que tenía en su antigua ubicación, pero se entiende mejor en su lugar actual y deja ver con más sosiego su calidad técnica al reducir la impresión sobrecogedora que se recibía antes.
15 comentarios:
Si tengo la dicha de visitar un día Pucela, no me olvidaré de esta Entrada-Guía tuya, tan ricamente documentada.
Un beso y buen fín de semana, Pedro.
No conozco Valladolid, pero viendo las reseñas que nos dejas se ve que es una ciudad que bien merece una visita. La tendré que incluir en la lista.
El edificio del museo es precioso, una maravilla.
Gracias por irnos descubriendo estas pequeñas grandes joyas.
Besos
Spanish art of the mid-17th century achieved a level of naturalism, which in some respects was quite unprecedented
The fact that this sculptural tradition is less well known outside Spain than the corresponding school of painting is easily explained. Paintings are more portable, and soon moved into the circulation system of the international art market; sculptures, in addition to being more difficult to transport, were more often produced and destined for a specific ecclesiastical location.
The Spanish appetite for lifelike polychrome sculptures of religious subjects must be seen in the context of the profound religious schism which divided Europe in the seventeenth century, a schism which, in simplistic terms, divided the north and east from the south and the west. While the Protestant states, including Britain, the Low Countries and Northern Germany, moved ever further from the hegemony of the Catholic South and the Church of Rome, the Counter-Reformation in the south, spearheaded by the Jesuits, demanded a religious iconology which laid dramatic emphasis upon the corporeal reality of Christ, the Virgin and the Saints, and in particular the suffering which was seen as a necessary part of the redemption of the Christian soul. While the walls and spaces of churches in the north became ever more bare and austere, even to removing statuary and whitewashing over existing paintings, the churches of the Catholic south were increasingly adorned with images and objects of ever greater naturalism, complexity and emotional impact.
¿Fueron las imágenes de Dios,la virgen y todos los santos necesarias para explicar el mundo en que vivimos?
Ay Pedro, lo que hubiera dado por transformarme en turista por unas horas y seguir tus explicaciones, absorto entre tanta santería y demás.
Aunque puestos a elegir, me quedaría sin duda con tu presente más reposado y versado en lo expuesto.
Un abrazo
Valladolid, tan cerca y tan lejos.
Tengo que ver todo eso...ay, estos de Burgos.
Una ciudad digna de ser visitada. Me la apunto.
Que importante es la preservaciòn del patrimonio històrico-cultural. Me alegra que la visita al Museo no te haya decepcionado y gracias por todos los enlaces que me han sido de sumo interés.
Un abrazo
Lo agrego en las cosas por hacer en 2011. Tengo una visita a cordoba pendiente y esta será la siguiente. Muchas gracias por la información y percibo en la entrada que el miedo que te daba se disipó al ver el resultado ¿no? Un saludo Pedro y buen fin de semana
Tendría unos trece, catorce años, cuando en mi colegio de Valladolid, programaban visitas a los museos, creo que fué el primero que visité, la verdad la impresión que aún recuerdo es de obscuridad, de mucha inquisición, algo tétrico.
Supe que lo han cambiado, pues una empresa dedicada a montar exposiciones me lo refirió, y me dijo que ha habido un gran trabajo. Lo tengo en mi agenda,para visitarlo y en mi agenda también está anotada la compañía.
Esa puerta es una joya. Cuando vaya a Irún creo que me daré un voltio por Valladolid también que no conozco.
Visitaré todos tus links con más calma. Besotes barrocos, M.
Se alguma vez me for dada essa oportunidade , e graças a ti, visitarei este Museu.
Bom fim de semana, amigo meu.
Encantada de leer este tipo de entradas.
Gracias por compartirlo.
Un abrazo!
La moderna concepción de los museos rompe acertadamente con el dramatismo que durante años se ha rodeado al arte sacro, con lo que creo que se acerca mejor al pueblo. ¡Aleluya!
vencer los miedos y las reticencias siempre hace que nos sintamos mejor, más ligeros de equipaje.
bicos,
Visité este museo el pasado mes de marzo y quedé maravillado de las esculturas que vi, la disposición de las salas y la iluminación de las piezas. Todo un lujo para la ciudad de Valladolid.
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