Con lo que se ha escrito sobre los cambios que introdujo Cervantes en su propia segunda parte del Quijote tras tener conocimiento de la de Avellaneda se puede publicar una enciclopedia entera.
En realidad no sabemos más que lo que nos cuenta el propio autor en la novela y, como ya hemos visto, a veces lo que nos dice Cervantes no es más que un juego literario que se establece con el lector. Con ese juego se inicia este capítulo: una vez tomada la decisión por don Quijote de desmentir la falsa novela que retrata sus acciones, se resumen en una frase seis días en los que no pasa nada, para dejarnos a los protagonistas muy cerca de su nuevo destino, Barcelona no sin un recordatorio de la forma de desencantar a Dulcinea en el que don Quijote tiene un comportamiento desabrido con Sancho que nos trae a la memoria otros suyos del pasado pero que se salda marcando la nueva situación del escudero, que acaba venciendo a su amo en el forcejeo físico pero también en el moral, afirmando su libertad frente a las intenciones de su amo. Es interesante este pasaje porque nos reaparecerá más tarde e indica ya lo inexorable de la decadencia física del amo, que no parará en un camino que nos lleva hasta el desenlace final de la novela.
El cambio de escenario propicia la introducción de una historia de bandoleros catalenes. Como ya hemos visto, el Quijote es, en gran medida, una suma de los tipos de narración de moda en su tiempo subordinados a un relato realista que parodia la literatura de caballerías.
En principio, toda la aventura relacionada con Roque Guinart procede del mismo recurso técnico del que había usado Cervantes para introducir en el Quijote las historias caballerescas, los relatos picarescos, las narraciones pastoriles y moriscas y otros géneros. En efecto, en los tiempos en los que Cervantes escribía la continuación de su historia se había puesto de moda en España la literatura relacionada con los bandoleros catalanes, en los que se introducían motivos como el amor, la aventura, las intrigas de todo tipo, etc., ya repetidos en otras modalidades anteriores pero aprovechados ahora en un formato más moderno para el lector del siglo XVII.
Pero bajo la introducción de una nueva fórmula narrativa muy acorde con el paisaje que pisan los protagonistas se esconde algo más. En efecto, de aquí al final de la obra la realidad se impondrá al sueño caballeresco de don Quijote. Locura o juego, proyección de una mente enferma o de una voluntad firme, la literatura caballeresca había traído a don Quijote hasta el momento en el que Sancho tropieza con los bandoleros colgados por racimos en los árboles. Con crudos encuentros con la realidad en forma de golpes, risas o burlas, más o menos don Quijote había podido proyectar su sueño en el mundo que le rodeaba. Pero desde este momento hasta el final la cosa ya no es así: la realidad del mundo se le impone, agudizando su fatiga y creando una imagen amarga en el lector.
Puestos en la mente de un lector del siglo XVII, veremos en él una contradicción difícilmente repetible hoy: por un lado, Cervantes despierta su interés porque le retrata de forma directa el mundo en el que vive; por otro, siente que la historia de don Quijote tal y como se le había venido contando hasta ahora ha dado un brusco cambio. No sabemos hasta qué punto pudo influir en esto la continuación de Avellaneda, pero debió ser mucho.
En efecto, en la historia de Roque Guinart hay mucho de literario, incluso la aventura de amores de Claudia Jerónima puede recordarnos a la de Dorotea de la primera parte. Pero bajo este tratamiento literaturizado que podría hacernos pensar en una historia intercalada de aquellas a las que nos tenía acostumbrado Cervantes, el autor da un giro fuertemente sesgado a la realidad: los muertos que cuelgan arracimados de los árboles, la sangre que derraman Claudia Jerónima por celos y Roque por mantener su dominio, es sangre que no procede de ningún artificio como la de las bodas de Camacho. El lector percibe que todo ha cambiado.
Este cambio es mayor aun si comprendemos -lo que no habría que explicar a un contemporáneo de Cervantes- que la historia del bandolero Guinart está basada en un personaje y en unos hechos reales y contemporáneos, hasta el punto de que su protagonista bien pudo leer el Quijote e incluso se ha especulado sobre un posible encuentro con el novelista cuando éste estuvo en tierras catalanas.
Desde este momento asistiremos página a página a una destrucción continua del mundo creado por el hidalgo lector para trasformarse en don Quijote: éste vivirá cada vez más en los que han leído la novela y menos en el interior de don Alonso Quijano. Hay una honda meditación en esto, como si Cervantes supiera ya que había creado un personaje para la posteridad que cada vez le pertenecía menos a él, como le acababa de demostrar el escondido autor que se hacía llamar Avellaneda, pero como si también hubiera comprendido que para darle forma definitiva tenía que terminar con él y todos sus sueños.
Veremos, el próximo jueves, cómo entra don Quijote en Barcelona, al comentar el capítulo LXI.
En realidad no sabemos más que lo que nos cuenta el propio autor en la novela y, como ya hemos visto, a veces lo que nos dice Cervantes no es más que un juego literario que se establece con el lector. Con ese juego se inicia este capítulo: una vez tomada la decisión por don Quijote de desmentir la falsa novela que retrata sus acciones, se resumen en una frase seis días en los que no pasa nada, para dejarnos a los protagonistas muy cerca de su nuevo destino, Barcelona no sin un recordatorio de la forma de desencantar a Dulcinea en el que don Quijote tiene un comportamiento desabrido con Sancho que nos trae a la memoria otros suyos del pasado pero que se salda marcando la nueva situación del escudero, que acaba venciendo a su amo en el forcejeo físico pero también en el moral, afirmando su libertad frente a las intenciones de su amo. Es interesante este pasaje porque nos reaparecerá más tarde e indica ya lo inexorable de la decadencia física del amo, que no parará en un camino que nos lleva hasta el desenlace final de la novela.
El cambio de escenario propicia la introducción de una historia de bandoleros catalenes. Como ya hemos visto, el Quijote es, en gran medida, una suma de los tipos de narración de moda en su tiempo subordinados a un relato realista que parodia la literatura de caballerías.
En principio, toda la aventura relacionada con Roque Guinart procede del mismo recurso técnico del que había usado Cervantes para introducir en el Quijote las historias caballerescas, los relatos picarescos, las narraciones pastoriles y moriscas y otros géneros. En efecto, en los tiempos en los que Cervantes escribía la continuación de su historia se había puesto de moda en España la literatura relacionada con los bandoleros catalanes, en los que se introducían motivos como el amor, la aventura, las intrigas de todo tipo, etc., ya repetidos en otras modalidades anteriores pero aprovechados ahora en un formato más moderno para el lector del siglo XVII.
Pero bajo la introducción de una nueva fórmula narrativa muy acorde con el paisaje que pisan los protagonistas se esconde algo más. En efecto, de aquí al final de la obra la realidad se impondrá al sueño caballeresco de don Quijote. Locura o juego, proyección de una mente enferma o de una voluntad firme, la literatura caballeresca había traído a don Quijote hasta el momento en el que Sancho tropieza con los bandoleros colgados por racimos en los árboles. Con crudos encuentros con la realidad en forma de golpes, risas o burlas, más o menos don Quijote había podido proyectar su sueño en el mundo que le rodeaba. Pero desde este momento hasta el final la cosa ya no es así: la realidad del mundo se le impone, agudizando su fatiga y creando una imagen amarga en el lector.
Puestos en la mente de un lector del siglo XVII, veremos en él una contradicción difícilmente repetible hoy: por un lado, Cervantes despierta su interés porque le retrata de forma directa el mundo en el que vive; por otro, siente que la historia de don Quijote tal y como se le había venido contando hasta ahora ha dado un brusco cambio. No sabemos hasta qué punto pudo influir en esto la continuación de Avellaneda, pero debió ser mucho.
En efecto, en la historia de Roque Guinart hay mucho de literario, incluso la aventura de amores de Claudia Jerónima puede recordarnos a la de Dorotea de la primera parte. Pero bajo este tratamiento literaturizado que podría hacernos pensar en una historia intercalada de aquellas a las que nos tenía acostumbrado Cervantes, el autor da un giro fuertemente sesgado a la realidad: los muertos que cuelgan arracimados de los árboles, la sangre que derraman Claudia Jerónima por celos y Roque por mantener su dominio, es sangre que no procede de ningún artificio como la de las bodas de Camacho. El lector percibe que todo ha cambiado.
Este cambio es mayor aun si comprendemos -lo que no habría que explicar a un contemporáneo de Cervantes- que la historia del bandolero Guinart está basada en un personaje y en unos hechos reales y contemporáneos, hasta el punto de que su protagonista bien pudo leer el Quijote e incluso se ha especulado sobre un posible encuentro con el novelista cuando éste estuvo en tierras catalanas.
Desde este momento asistiremos página a página a una destrucción continua del mundo creado por el hidalgo lector para trasformarse en don Quijote: éste vivirá cada vez más en los que han leído la novela y menos en el interior de don Alonso Quijano. Hay una honda meditación en esto, como si Cervantes supiera ya que había creado un personaje para la posteridad que cada vez le pertenecía menos a él, como le acababa de demostrar el escondido autor que se hacía llamar Avellaneda, pero como si también hubiera comprendido que para darle forma definitiva tenía que terminar con él y todos sus sueños.
Veremos, el próximo jueves, cómo entra don Quijote en Barcelona, al comentar el capítulo LXI.
21 comentarios:
Fico feliz com o teu regresso, meu Pedro.
Dói tanto quando assistimos à decadência de quem quer que seja, ainda que seja tão só uma personagem de livro.
Um carinhoso abraço para ti,amigo.
Un abrazo Pedro, desde Béjar, ciudad en la que el calor es mucho más llevadero.
Besos también.
Me alegro de verte. Uf!
Un abrazo
rebienvenido Pedro!!!
muchos besitos para usted profe
se le extraño
felíz de su retorno
un dorado semblante supongo nos dejará ver en una foto próxima
abrazooooooo!!!
Superbienvenido de regreso (se te extrañó).
Impresionante la supremacia de Sancho sobre DQ. Y lo que dices de como DQ vivirá más en la mente de quienes hayan leido su novela que en el interior de Alonso Quijano.
Sobre lo de este personaje bandolero al mejor estilo Robin Hood, me pareciò interesante la observaciòn de E. Martinez Lopez en pag. 83 "recordar la feliz solución al devío de Guinart para proponer la de los Ricote todavía pendiente [...] equivalìa a dejar constancia emblemática de como podría haberse evitado la tragedia de la expulsión de los moriscos [...]"
Un abrazo
y saludos a todos
¡Qué bien que hayas aparecido, querido Pedro! Me tenías de los nervios... Se ve que el rifirrafe entre España y Cataluña viene de lejos... Interesante lo del bandolero Perot Rocaguinarda, seguro que Cervan se inspiró en él. Besotes de bienvenida, M.
Buenos dias Pedro, tambien te saludo muy cordialmente en este retorno y aunque nunca opino en estas entradas Quijotescas, te aseguro que allende, el Quijote, formo parte de mis lecturas.
Mis felicitaciones reiteradas, de los analisis literarios que nos traes siempre de este magnifica historia de Cervantes.
Agradezco tu visita en nuestra casa, a la que te he respondido insitu. En este mes vacacional, intentare editar algunas de mis creaciones, espero tu presencia, a ser posible.
Abrazos cordiales.
Jesus
Como dice Merche, nos tenías de los nervios. Ya mas tranquilos.
Cap 2.60
Roque Guinart: un sinvergüenza idolotrado.
Era fresca la mañana “y apacible el día...” (Rosalía) en que don Quijote salió de la venta, preguntando antes cuál era el camino más derecho para ir a Barcelona: por llevarle la contraria al “historiador moderno” que profetizó su viaje antes de tiempo-
Varios días cabalgaron aburridos caballero y escudero en busca de la catalana ciudad; que cuando Cide Hamete, “parlanchín” empedernido, cierra el pico es porque no hay nada notorio que contar. Y al sexto, que no al bíblico séptimo, descansaron bajo unos genéricos árboles.
Sancho, como hubo merendado, se quedó “roque” (que no Roque, el de después) al instante; pero don Quijote, que poco o nada había comido, en vez de ponerse a contar ovejas, fijó sus pensamientos en su encantada y malograda Dulcinea: todo por culpa de aquel bellaco que a su lado dormía, “ pues a lo que creía, solos cinco azotes se había dado, número desigual y pequeño para los infinitos que le faltaban”. Con estos razonamientos llegó a la conclusión don Quijote de que, si Sancho no quería azotarse voluntariamente, debería ser él mismo el que zurrara a aquel sujeto pasivo que tenía por escudero: “pues la sustancia está en que los reciba, lleguen por do llegaren”.
Toma don Quijote las riendas de Rocinante para con ellas ruborizar las posaderas de Sancho, pero el escudero es de sueño frágil y despierta cuando su amo los greguescos intentaba bajar. Se entabla entre ellos desigual batalla, con el resultado previsto: de Sancho 1, don Quijote 0; la rodilla del escudero encima de los esmirriados pectorales de su amo. Firman la paz con la condición de que Sancho se azotará cuando le apetezca.
Se retira Sancho a dormir más alejado de su amo, por si le da de nuevo tentación de azotarle.
Pero, en estando Sancho en una arboleda buscando lecho, siente como unas botas y calzas le tocaban en la cabeza. Se asegura de que no son regalos en árboles gigantes de Navidad. Se estremece de miedo, grita a don Quijote, el valeroso, para que venga a socorrerle (ya ha olvidado que hace un momento le tenía vencido bajo su rodilla). Llega don Quijote, analiza los racimos que cuelgan de aquellos árboles y tranquiliza con las siguientes palabras a su escudero: “No tienes de qué tener miedo, porque estos pies y piernas que tientas y no vees, sin duda son de algunos forajidos y bandoleros que en estos árboles están ahorcados; que por aquí los suele ahorcar la justicia cuando los coge, de veinte en veinte y de treinta en treinta; por donde me doy a entender que debo de estar cerca de Barcelona".
Es costumbre, según don Quijote, encontrar ahorcados por docenas en entrando en tierras catalanas. ¿Se cumple aquí el razonamiento “jesusnazariano” de: “por sus obras -o frutos- los conoceréis”? ¿A qué tipo de fricción responden estas ejecuciones masivas, y por qué es normal y frecuente encontrarlas en aquellas tierras? Sea como fuere, don Quijote ya sabe que está en las estribaciones de Barcelona.
Ensimismados con tan atípico y macabro panorama, nuestra entretenida pareja no se percata de que son rodeados por hasta cuarenta bandoleros, algunos de los cuales inspeccionan a fondo dentro de las alforjas y la maleta de Sancho con cuentas de aligerar su peso. Así como “escardarle” y mirarle hasta lo que subcutáneamente esconde..
SIGUE....
Ensimismados con tan atípico y macabro panorama, nuestra entretenida pareja no se percata de que son rodeados por hasta cuarenta bandoleros, algunos de los cuales inspeccionan a fondo dentro de las alforjas y la maleta de Sancho con cuentas de aligerar su peso. Así como “escardarle” y mirarle hasta lo que subcutáneamente esconde..
En esto que llega el “masca” de la tribu, un tal Roque Guinart, joven de unos 34 años.Tío serio, fuerte y de tez morena. Manda a sus subordinados que dejen de incordiar a nuestros amigos. Don Quijote le reconoce y le adula: “No es mi tristeza -respondió don Quijote- haber caído en tu poder, ¡oh valeroso Roque, cuya fama no hay límites en la tierra que la encierren!".
Mientras platica Roque con don Quijote se acerca formando un gran tropel un jinete, que resulta ser “jineta”, o moza disfrazada de mancebo, la cual viene a pedir ayuda a Roque ya que, armada hasta los dientes -cuchillos, puñales, escopetas y pistolas- fue a un supuesto resarcimiento de su honra, matando a un joven de varios disparos. Por este motivo pide a Roque que la acompañe a huir a Francia y luego proteja a su padre de una posible venganza por parte de la familia de la víctima.
Don Quijote, que ve la oportunidad de adjudicarse un triunfo por socorrer a una menesterosa moza, comunica a la chica que él la ayudará. Sancho da fe de que su amo es especialista en recomponer matrimonios. Pero es Roque el que acompaña a la moza en esta misión. Don Quijote queda al margen, de rueda de repuesto; y no es necesaria su participación pues Roque es un bandolero muy especial: socorre, como don Quijote, a las viudas y menesterosas en general; roba, pero reparte también entre los robados parte del botín, agradeciendo ellos el noble gesto de no robarles del todo.
No sé los motivos por los que Cervantes adula a este generoso bandolero. Es posible que todo esté enfocado desde una perspectiva irónica, pero un revulsivo servidor no lo pilla.
¡Qué alegría, Pedro!
Feliz retorno al mundo bloguero, de los nervios estábamos ¿verdad Merche?
Aquí mi comentario:
Llevamos leído mucho Quijote, novela sin frío, calor, lluvia, viento ni tormentas. Sin embargo, con muy escasos datos, nos situamos en un cálido y seco verano manchego o aragonés. Las inclemencias del tiempo se obvian en este libro; pero, en el capítulo 2, 60, la mañana es fresca y el día lo va a ser también. Están pasando de tierras aragonesas a tierras catalanas…
Don Quijote sale de la venta con instrucciones acerca del camino que ha de tomar para ir derechito a Barcelona, sin pasar por Zaragoza. Ha de quedar como mentiroso ese “nuevo historiador” que le ha puesto de chupa de dómine.
Al cabo de seis días de monótono camino, se les hace de noche entre una espesa arboleda. Amo y mozo se recuestan sobre unos troncos, procurando que se adapten a su anatomía, algo difícil. Un poco durillos el colchón y la almohada…
Sancho duerme pero don Quijote no pega ojo, viajando con el pensamiento. Las imágenes van y vienen: la cueva, una soez Dulcinea brincando sobre la pollina, Merlín que pone condiciones y Sancho, tan flojo y escasamente caritativo, que sólo se ha dado cinco azotes.
No se imagina el durmiente Sancho lo que está tramando su amo. Enojado, piensa que si a Alejandro le dio lo mismo cortar que desatar, lo mismo será que los azotes se los dé otro. Él mismo puede propinárselos. ¡Qué idea! ¡A por él!
Y, ni corto ni perezoso, agarra las riendas para zurrarlo y comienza a desatarle las dos cintas de los greguescos, una especie de pantalones cortos ahuecados. Pero Sancho despierta y don Quijote le reprocha que, por su descuido, Dulcinea “perece”; así que ha de bajárselos para recibir unos dos mil azotes.
Sancho se niega. Quietecito o le ha de oír. Los azotes del desencanto son voluntarios, nunca a la fuerza. Ahora no tiene ganas, ya le avisará cuando las tenga, un día de éstos. Y si son de mosqueo, también puntúan. Recuerde que dio su palabra y eso ha de bastarle, impaciente amo.
Don Quijote, desesperado, intenta desatarle los dos lazos que sujetan precariamente los greguescos. A continuación, Sancho nos deja con la boca abierta cuando le arremete, le pone la zancadilla y lo inmoviliza en el suelo. ¡El traidor criado atacando a su amo! Imagen escandalosa en una sociedad de rígida estructura. Muy crecido se siente el escudero, para tal atrevimiento. Incluso parafrasea aquello de “ni quito, ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”. Sancho ni quita ni pone y ayuda a su señor, el cual no es otro que él mismo. Y si le promete no azotarle, lo soltará. De lo contrario, amenaza con un “aquí morirás, traidor…enemigo de doña Sancha”, encajando un verso del romancero. Se lo promete, si se pone así…
Sancho se levanta y busca un árbol más alejado, por si acaso. Siente que le tocan en la cabeza, levanta las manos y se encuentra con los pies de un hombre, calzado y todo. Tiembla, se va hacia otro árbol y lo mismo. Da voces y acude don Quijote que, enseguida cae en la cuenta del significado de tan macabro espectáculo. Aquellos racimos son cuerpos de bandoleros ahorcados por la justicia, de lo cual deduce que están cerca de Barcelona.
Amanece y se ven rodeados de cuarenta bandoleros, vivitos y coleando, que les dicen, en catalán, que se estén quietos, hasta que llegue su capitán.
Don Quijote lo entiende. A pie y desarmado, no es momento de locuras. Cruza las manos y espera.
Los bandoleros limpian las alforjas y la maleta que lleva el rucio, menos mal que Sancho lleva los escudos en la faja. Van a mirar sus intimidades, pero, en ese momento, llega su capitán y les ordena que no lo hagan. Admirado de ver la triste figura de don Quijote, se llega a él y le dice que no esté tan triste, que no ha caído en unas manos crueles sino en las del compasivo Roque Guinart.
El caballero sabe quién es el tal Roque, tal es su fama. Le responde que no le pone triste caer en su poder sino el haber faltado a la orden de la andante caballería que le obliga a vivir alerta. Si le hallaran armado y sobre su caballo, no les fuera fácil rendirlo. Y se presenta como don Quijote de la Mancha, de hazañas famosas en todo el orbe.
Al oírlo, Roque lo considera como más loco que valiente. Aunque había oído hablar de él, nunca tuvo por verdaderos su hechos. Se alegra mucho de haberlo encontrado y le dice que no considere el encuentro como fruto de la “siniestra fortuna”, que el cielo ayuda dando extraños rodeos.
Cuando Don Quijote va a dar cortésmente las gracias, oye un ruido de caballos, a sus espaldas. A toda furia llega un mancebo veinteañero, impecablemente vestido y sobradamente armado: daga, espada, escopeta y dos pistolas. Lleva prisa, urgentemente quiere hablar con Roque…
Se acerca y ¡sorpresa! Sus ropas masculinas ocultan a una hermosa muchacha llamada Claudia Jerónima, hija de un tal Simón Forte, amigo de Guinart, al que le une la común enemistad con un tal Torrellas, el cual tiene un hijo, el Vicentet, del cual se enamora la forte doncella , a escondidas de su señor padre. ¡Uf! Que la mujer más encerrada pone en marcha rápidamente sus “atropellados deseos”. ¡Ay, Cervantes!
Él le promete, ella le da la palabra, mas no pasan a las “obras”. Pensamos que hemos entendido, no la ha deshonrado. Mas, unas líneas más abajo, se entera de que va a desposarse con otra y, sin permitir que se explique, le cose a balazos y le abre “puertas” por donde, dice, va a salir la sangre junto a su honra. Ya saben: glóbulos de honra. ¡Qué bruta! Y allí lo deja, que ni sus criados se atreven con ella.
Claudia Jerónima pide a Roque que le pase a Francia y, también, que defienda a su padre de la venganza de los de don Vicente.
Guinart, admirado pero prudente, quiere comprobar si el Vicentito está muerto.
Don Quijote, como caballero andante, se ofrece a hacerle cumplir la palabra prometida. Sancho avala las habilidades casamenteras de su señor; pero Roque sólo tiene ojos para Claudia y no hace caso ni a uno ni a otro. No entiende nada y les pide que se retiren a donde pasaron la noche. Ordena a sus escuderos que les devuelvan lo del rucio y se va con la vengativa mujer a buscar a Vicente, herido o muerto.
Cuando llegan, ya se lo llevan sus criados, para curarlo o enterrarlo. Claudia se llega a él y, enternecida pero rigurosa, le dice que si le diera sus manos a tiempo, no se viera así. El moribundo caballero le asegura que la han engañado, que él no se va a casar con la tal Leonora. Alguien quiso provocar sus celos. Y la quiere tanto, tanto que desea recibirla por esposa, asesina pero esposa. Él le aprieta la mano y ella se desmaya. Don Vicente muere y a Claudia la espabilan con agua fría. Chilla, se arranca los cabellos, se araña y se desespera desesperadamente. Todos lloran, incluso el duro bandolero.
Claudia Jerónima se va a un monasterio y se niega a que Roque la acompañe. ¡Ay, los celos! Y así termina este relato truculento, sin que intervenga ni Sancho ni don Quijote. ¿Por qué esta historia tan "postiza"? ¿Está parodiando ciertas novelas sentimentales?
El capítulo continúa, Roque se los encuentra donde los dejó ...
Es lo que tiene ser una persona siempre formal y cumplidora, que cualquier variación, en lugar de extrañar, asusta.
El bosque animado: ¡Que horror!! Nos acerca al bandolerismo catalán, al parecer tan generalizado. Nos habla además de la procedencia de los bandoleros (muchos franceses), de su naturaleza (bandas rivales con ciertos matices políticos) y de su castigo (ahorcados inmediatamente).
- Los desdichados amores de Claudia Jerónima: moraleja… nunca debemos hacer caso del "hubo quién dijo". Por no tener claro este principio, Claudia mata a su amor sin causa alguna, sniff.
- La justicia entre ladrones: Primero nos describen un escrupuloso reparto y después un particular espoleo: en lugar de dejarlos sin blanca, descuenta un porcentaje, que reparte entre los suyos… a mí, que esto me suena!!!! Eso sí, si tal reparto de bienes ajenos no nos convence, lo prudente es callar, y si no que se lo pregunten al desventurado escudero descabezado.
- El Jefe de los bandidos se queja ante DQ de estrés laboral, hay que fastidiarse…
Feliz regreso Pedro. Te hemos echado de menos y nos extrañaba un poco tu silencio porque queriamos seguir leyendo tu siempre acertadas y sabias palabras.
Un beso
Luz
Buen regreso, Pedro.
Creo que Marga lo ha expresado muy bien, como eres siempre tan puntual y cumplidor, un pequeño retraso hace que se preocupen tus fieles seguidores.
Aunque no pertenezco a vuestro club de lectura del Quijote, me ha gustado leer tus acertados comentarios sobre este capítulo. Parece que en esta ocasión Cervantes pudo basarse en un personaje y una historia de bandoleros real, lo cual añadiría nuevos elementos a esta genial obra (donde aparecen tantos géneros literarios diferentes) en su segunda parte.
Si hubiese vivido en la época actual, seguro que habría tenido un litigio con el tal Avellaneda por atreverse a continuar su novela, je, je, pero lejos de eso, sólo lo menciona para desautorizarle al comienzo del relato en su segunda parte.
Un abrazo.
Bienvenido de tus vacaciones, PEDRO. Te echábamos de menos, y es que nos has tenido muy mal acostumbrados y claro, luego nos ponemos exigentes. Pero ya has visto que de vez en cuando te puedes relajar y dejarnos un poquito solos, que más o menos seguimos haciendo los deberes en la medida que nuestro relax (o actividad, que si no luego ANTONIO se me enfadará) nos lo permite.
Cuando escuché el capítulo (si, es que este me pilló de viaje y me lo grabé en un CD para escucharlo mientras conducía) pensé que el tal Roque Guinart podría estar relacionado con algún personaje real. Pero luego el estrés vacacional hizo que me olvidara d él y no buscara más información.
ahora veo que no iba descaminada, y veo también que tu has hecho el trabajo por mí y nos facilitas toda la información, así es que, GRACIAS.
Besos y abrazos.
ya me imaginaba algo así...pero amigo ¿que cambio tan profundo entre la primera y segunda parte? Estamos sin duda ante un genio tremendo de adaptación a lo que hay...saludos y seguimos
El capítulo continúa, Roque se los encuentra donde los dejó ...El encantador bandido asalta a un grupo de viajeros y realiza un peculiar reparto del botín. Y da aviso a sus amigos de Barcelona, ahí va don Quijote.
Un abrazo de María Ángeles Merino Moya
Adaptar la moda a su proyecto de obra y hacer evolucionar al personaje hacia el mundo real. Es una gran lección.
¡Ya no hay romanticismo ni buenos modales para robar! ¡Qué poca clase!
Quijote si la mayoría de las veces hiciera punto mucho mejor. Una mente ocupada no piensa latigar culo ajeno.
Cervantes tiene a veces unas frases apetitosas, como ésta
"abriéndole puertas por donde envuelta en sangre saliese mi honra" (mortal de necesidad, vamos)
Y por último, lo de los seis días que apuntas, a mí aunque duerman siempre se me hace el mismo tiempo continuo. Será porque no se afeitan por la manaña.
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