El capítulo nos propone dos situaciones en las que el bueno de Sancho pierde la compostura necesaria como gobernador de la ínsula Barataria. Había superado con éxito la prueba en el juzgado: el sentido común y la tradición popular le habían ayudado a solventar eficazmente los casos con trampa que le habían propuesto. Pero fuera del juzgado los Duques han sabido prepararle dos episodios que le harán perder la prudencia, incluso en el lenguaje, puesto que Sancho abandona ese tono impostado que como gobernador quería adoptar.
Conocedores de lo que supone la comida para el nuevo gobernador, la primera situación juega con el hambre de Sancho: ve pasar platos que no puede comer. Es evidente la tradición folclórica del asunto: la comida escamoteada, que se muestra pero no se alcanza. Para comprenderlo mejor tenemos que situarnos en la época cervantina, en la que corrían relaciones de los grandes banquetes de los poderosos a los que el pueblo estaba invitado a asistir para mirar -y, con suerte, comer los restos-. Comer, comer con abundancia y variedad, varios platos en una sola y larga comida, era signo de posición social. También era un sueño para los que no podían hacerlo y que construían mitos populares como la tierra de Jauja, repetidas veces llevada a la literatura desde la Edad Media. Ya vimos algo similar con motivo del episodio de las bodas de Camacho.
-Pues, señor doctor Pedro Recio de Mal Agüero, natural de Tirteafuera, lugar que está a la derecha mano como vamos de Caracuel a Almodóvar del Campo, graduado en Osuna, quíteseme luego delante, si no, voto al sol que tome un garrote y que a garrotazos, comenzando por él, no me ha de quedar médico en toda la ínsula, a lo menos de aquellos que yo entienda que son ignorantes; que a los médicos sabios, prudentes y discretos los pondré sobre mi cabeza y los honraré como a personas divinas. Y vuelvo a decir que se me vaya, Pedro Recio, de aquí; si no, tomaré esta silla donde estoy sentado y se la estrellaré en la cabeza; y pídanmelo en residencia, que yo me descargaré con decir que hice servicio a Dios en matar a un mal médico, verdugo de la república. Y denme de comer, o si no, tómense su gobierno, que oficio que no da de comer a su dueño no vale dos habas.
En el personaje de Pedro Recio hallamos la habitual burla literaria sobre los médicos que aquí se eleva, además, hacia un tipo de universidades de segundo orden -como la de Osuna en la que, para aumentar la broma cervantina, parece que no se estudiaba medicina- que proliferaron en España hasta el siglo XVIII y cuyas virtudes académicas eran escasas o nulas, aunque ahora en esas localidades se presuma de haber sido sede universitaria en el pasado.
La segunda situación que provoca una nueva explosion de furia de Sancho es la intervención de un labrador negociante, procedente de Miguel Turra. La indignación del gobernador va en aumento ante las desproporcionadas descripciones que hace el labrador tanto de Clara como de su propio hijo, en las que se aprecia una fina intertextualidad con Quevedo. Pero termina de reventar el bueno de Sancho cuando el labrador expone su petición de una dote para su hijo. Sancho se violenta, tanto por lo impertienente de toda la situación -que le pilla, además, en ayunas- como por el hecho de que el solicitante ignore la imposibilidad de que, con tan pocas horas en el cargo, haya podido hacerse con esa suma (obsérvese la aguda crítica a la corrupción de los gobernantes):
-¡Voto a tal, don patán rústico y mal mirado, que si no os apartáis y ascondéis luego de mi presencia, que con esta silla os rompa y abra la cabeza! Hideputa bellaco, pintor del mesmo demonio, ¿y a estas horas te vienes a pedirme seiscientos ducados?; y ¿dónde los tengo yo, hediondo?; y ¿por qué te los había de dar, aunque los tuviera, socarrón y mentecato?; y ¿qué se me da a mí de Miguel Turra, ni de todo el linaje de los Perlerines? ¡Va de mí, digo; si no, por vida del duque mi señor, que haga lo que tengo dicho! Tú no debes de ser de Miguel Turra, sino algún socarrón que, para tentarme, te ha enviado aquí el infierno. Dime, desalmado, aún no ha día y medio que tengo el gobierno, y ¿ya quieres que tenga seiscientos ducados?
Entre una y otra, a la ínsula llega una carta del Duque que le pone en aviso sobre un posible ataque enemigo: la misiva sirve para equilibar el capítulo como transición entre los dos estallidos de cólera de Sancho, con algunas bromas sobre los vizcaínos, y para anticipar los acontecimientos finales de la estancia en el gobierno de Sancho que, como veremos, esconderán una broma tan pesada como la de los gatos de don Quijote. Como vemos, la progresión de la provocación de los Duques y sus secuaces va en aumento.
Pero no anticipemos, veremos qué pasa en el capítulo XLVIII que comentaremos el próximo jueves.
Conocedores de lo que supone la comida para el nuevo gobernador, la primera situación juega con el hambre de Sancho: ve pasar platos que no puede comer. Es evidente la tradición folclórica del asunto: la comida escamoteada, que se muestra pero no se alcanza. Para comprenderlo mejor tenemos que situarnos en la época cervantina, en la que corrían relaciones de los grandes banquetes de los poderosos a los que el pueblo estaba invitado a asistir para mirar -y, con suerte, comer los restos-. Comer, comer con abundancia y variedad, varios platos en una sola y larga comida, era signo de posición social. También era un sueño para los que no podían hacerlo y que construían mitos populares como la tierra de Jauja, repetidas veces llevada a la literatura desde la Edad Media. Ya vimos algo similar con motivo del episodio de las bodas de Camacho.
Aquí el instrumento de los Duques es el inolvidable doctor Pedro Recio de Agüero, natural de Tirteafura y graduado en Osuna, contra el que vierte su cólera Sancho:
-Pues, señor doctor Pedro Recio de Mal Agüero, natural de Tirteafuera, lugar que está a la derecha mano como vamos de Caracuel a Almodóvar del Campo, graduado en Osuna, quíteseme luego delante, si no, voto al sol que tome un garrote y que a garrotazos, comenzando por él, no me ha de quedar médico en toda la ínsula, a lo menos de aquellos que yo entienda que son ignorantes; que a los médicos sabios, prudentes y discretos los pondré sobre mi cabeza y los honraré como a personas divinas. Y vuelvo a decir que se me vaya, Pedro Recio, de aquí; si no, tomaré esta silla donde estoy sentado y se la estrellaré en la cabeza; y pídanmelo en residencia, que yo me descargaré con decir que hice servicio a Dios en matar a un mal médico, verdugo de la república. Y denme de comer, o si no, tómense su gobierno, que oficio que no da de comer a su dueño no vale dos habas.
En el personaje de Pedro Recio hallamos la habitual burla literaria sobre los médicos que aquí se eleva, además, hacia un tipo de universidades de segundo orden -como la de Osuna en la que, para aumentar la broma cervantina, parece que no se estudiaba medicina- que proliferaron en España hasta el siglo XVIII y cuyas virtudes académicas eran escasas o nulas, aunque ahora en esas localidades se presuma de haber sido sede universitaria en el pasado.
La segunda situación que provoca una nueva explosion de furia de Sancho es la intervención de un labrador negociante, procedente de Miguel Turra. La indignación del gobernador va en aumento ante las desproporcionadas descripciones que hace el labrador tanto de Clara como de su propio hijo, en las que se aprecia una fina intertextualidad con Quevedo. Pero termina de reventar el bueno de Sancho cuando el labrador expone su petición de una dote para su hijo. Sancho se violenta, tanto por lo impertienente de toda la situación -que le pilla, además, en ayunas- como por el hecho de que el solicitante ignore la imposibilidad de que, con tan pocas horas en el cargo, haya podido hacerse con esa suma (obsérvese la aguda crítica a la corrupción de los gobernantes):
-¡Voto a tal, don patán rústico y mal mirado, que si no os apartáis y ascondéis luego de mi presencia, que con esta silla os rompa y abra la cabeza! Hideputa bellaco, pintor del mesmo demonio, ¿y a estas horas te vienes a pedirme seiscientos ducados?; y ¿dónde los tengo yo, hediondo?; y ¿por qué te los había de dar, aunque los tuviera, socarrón y mentecato?; y ¿qué se me da a mí de Miguel Turra, ni de todo el linaje de los Perlerines? ¡Va de mí, digo; si no, por vida del duque mi señor, que haga lo que tengo dicho! Tú no debes de ser de Miguel Turra, sino algún socarrón que, para tentarme, te ha enviado aquí el infierno. Dime, desalmado, aún no ha día y medio que tengo el gobierno, y ¿ya quieres que tenga seiscientos ducados?
Entre una y otra, a la ínsula llega una carta del Duque que le pone en aviso sobre un posible ataque enemigo: la misiva sirve para equilibar el capítulo como transición entre los dos estallidos de cólera de Sancho, con algunas bromas sobre los vizcaínos, y para anticipar los acontecimientos finales de la estancia en el gobierno de Sancho que, como veremos, esconderán una broma tan pesada como la de los gatos de don Quijote. Como vemos, la progresión de la provocación de los Duques y sus secuaces va en aumento.
Pero no anticipemos, veremos qué pasa en el capítulo XLVIII que comentaremos el próximo jueves.
28 comentarios:
DON QUIJOTE DE LA MANCHA. CAPÍTULO 2.47
Un asunto de comida abundante , que se pasea por delante del único comensal a una mesa bien surtida; una varilla de ballena, manejada por Don Pedro Recio , que actúa de obstáculo insalvable a las ansias de comer del escudero, que además le quita el sueño a S (tanto como los requiebros de Altisidora a DQ y la ausencia de su escudero del castillo); una carta del duque en la que advierte al gobernador novato de los peligros que le acechan y que hace de transición entre la aflicción por los impedimentos que le ponen a su hambre y la llegada a deshora de un labrador rico del Miguel Turra, cuyas peticiones absurdas enojan a S y delatan la burla ya sin tapujos en que se asienta la trama. Todo ello hace que S intuya que su mandato va camino de caracterizarse por la brevedad: “…si me dura el gobierno (que no durará, según se me trasluce)” y en su conjunto dan forma a un capítulo donde no puede faltar la mención a la reacción colérica de S, que por momentos abandona el comedimiento y lenguaje elevado para su condición, que mostró en el juzgado. El hambre provoca en S mal humor y su vuelta al nivel de lengua al que nos tenía acostumbrados: pleno de proverbios y refranes.
En efecto, la música de chirimías que había recibido la entrada de S al salón de la mesa grande con sólo un servicio, cesa con el escudero presto y dispuesto a dar buena cuenta de una fuente de fruta que le es retirada por demasiada humedad, al igual que otro por demasiado caliente y sazonado, como le explica el doctor encargado de velar por su salud: “que acrecientan la sed; y el que mucho bebe mata y consume el húmedo radical, donde consiste la vida.” La misma operación realiza cuando le toca el turno a las perdices, al conejo, a la ternera o a la olla podrida, por las mezclas que pueden alterar la composición correcta de los ingredientes con el consiguiente efecto pernicioso para la salud de un gobernador. Lo único que le es permitido para espantar el hambre son un ciento de barquillos y carne de membrillo para asentar el estómago.
Tanto impedimento junto sacó de quicio al escudero, que de no ser por el toque de una corneta, hubiera enjaretado unos buenos garrotazos al causante de sus males: “Denme de comer, o si no, tómense su gobierno, que oficio que no da de comer a su dueño no vale dos habas.” Que regresa a sus dichos azuzado por el hambre.
El toque de corneta introduce un correo que “sudando y asustado” traía carta del duque donde le advierte de un asalto y de cuatro espías dispuestos a matarle. Uno de los allí presentes, que dice ser vizcaíno, hace de lector. Las amenazas de la carta dan pie para que S ordene encarcelar al doctor y que alguien le traiga algo sólido de comer, aunque sólo se trate de pan y uvas; sin comer no hay quien luche. A vuelta de correo manda escribir al vizcaíno secretario que se cumplirá al pie de la letra todo lo que el duque manda. No se olvida de recordar la carta y la ropa para Teresa, tarea que ya dejó encargada, como tampoco se olvida de dar recuerdos para la duquesa y su amo.
Apenas había terminado de tomar control de la situación, que se presenta un labrador negociante preguntando por el gobernador; su buena presencia no es óbice para que su llegada, a hora tan intempestiva y en ayunas, moleste a S. Ya se encargará él de meter en cintura a estos negociantes, a poco que le dure el gobierno. Para empezar le niega la mano.
El recién llegado cuenta que está viudo con dos hijos estudiantes. El que es bachiller se enamora de una dama contrahecha, tuerta y hoyos de viruela en el rostro. Pide carta de favor para su consuegro. También cuenta que su hijo está en tratos con los demonios. Cuando el labrador pide trescientos o seiscientos ducados para dote de su hijo endemoniado, S coge la silla en la que estaba sentado y le amenaza con rompérsela en la cabeza “si no os apartáis y ascondéis luego de mi presencia” cosa que hizo cabizbajo, temeroso de la furia desatada del gobernador silla en mano.
Nosotros hacemos caso a Cide Hamete y nos vamos con él al castillo para visitar a DQ, convaleciente de la furia del felino doméstico acosado.
Dejamos a don Quijote, en el lecho de dolor, recuperándose de heridas y arañazos. Cambiamos de escenario y ahora estamos con Sancho gobernador, que pasa del juzgado a un “suntuoso palacio”, en Barataria.
Lo conducen a una gran sala, donde va a comer. La mesa, “real y limpísima”, está dispuesta sólo para una persona. ¡Qué pequeñito se siente!
Suenan chirimías y, muy en su papel, recibe gravemente a los pajes que le dan agua a las manos. Sus jugos gástricos se preparan para una opípara comida. Su imaginación vuela hasta las “espumas” de las bodas de Camacho. Esto va bien, pero… ¿quién es ése de la varilla? ¿El que dirige a los músicos?
Levantan una “riquísima y blanca toalla”, lo que hoy llamamos servilleta. Asoman las frutas y diversos manjares. ¡Qué buen aspecto tienen! A ver si acaba el de la bendición, que los juicios rápidos dan un hambre…
¿Qué es esto que le ponen al cuello? ¡Un babero con encajes! Se siente como un niño de pecho, de esos de casa fina. Menos mal que llega el maestresala y le pone delante un plato de fruta fresca. ¡Qué refinados son los grandes señores! Fruta para comenzar la comida…
Apenas ha dado un mordisquito, cuando el de la varilla da unos toquecitos con ella, en el plato, el cual es inmediatamente retirado. Bueno, aquí viene otro manjar, listo para que dé buena cuenta de él. Pues no, visto y no visto, un paje lo alza, con tanta presteza, como el de la fruta.
Sancho les mira, cómo les mira. Y con sorna, pregunta si ha de comer haciendo juegos de prestidigitación.
El de la vara replica que se ha de seguir las costumbres insulares. Se presenta como médico y asalariado, al servicio de gobernadores, para cuidar su salud. Ha de tantear, bien tanteada, su complexión, para poder curarle, si cae enfermo. Para ello, lo más importante es impedirle comer los alimentos que este singular galeno “imagina”, sólo imagina, como dañinos.
¿Qué tiene de malo la fruta? Demasiado húmeda ¿Y el otro plato retirado? Demasiado caliente y especiado. Da sed y el que bebe mucho, gasta su “húmedo radical”, origen de la vida. Mucho cuidado tengan los varones con él, háganse cruces del disparate.
Por delante de un Sancho hambriento pasa todo lo que más le puede apetecer. ¡Qué bien sazonadas deben estar esas perdices asadas! No le harán daño alguno, se atreve a decir. El falso galeno ataca con su palabrería pseudohipocrática. De esas no comerá mientras viva, que el galeno cita, en latín y tergiversado, un aforismo que considera malísimo el hartazgo de perdices.
Sancho se muere de hambre y así lo manifiesta. Que diga “el señor doctor” qué manjares, de los de la mesa, le harán más provecho y menos daño. Por Dios, no los “apalee” más y denle de comer. No le nieguen la comida, que eso priva de la vida, no la aumenta…
El médico le da la razón pero sigue eliminando platos que se le ofrecen, tentadores, a la vista. Los conejos guisados no, por “peliagudos”. La ternera no, por ser asada y en adobo. De la olla podrida ha de abstenerse un primoroso y atildado gobernador. Canónigos, rectores, labradores en bodas…para gente tan vulgar está hecho ese plato “compuesto”; mucho más peligroso, a causa de sus muchos ingredientes. Aunque Cervantes no lo diga, suponemos que Sancho mira, con tristeza, la humeante olla podrida.
¡Por fin este espantajo le va a decir lo que sí puede comer! Algo muy sutil: un ciento de “cañutillos de suplicaciones”, unos barquillos , más unas tajaditas de membrillo que “le ayuden a la digestión” ¿Digestión? ¿De qué digestión habla este majadero? ¿La de los cañutillos? Que, por cierto, no aparecen por ninguna parte, tampoco las tajadicas .
Sancho no puede más, mira fijamente al médico y le pregunta su nombre y el lugar donde ha estudiado. Se presenta como doctor Pedro Recio de Agüero, natural de un lugar manchego llamado Tirteafuera y doctor por la universidad menor de Osuna, sin Facultad de Medicina, por cierto.
Sancho, al principio con parsimonia y luego amenazante, le insta a que se quite de en medio si no quiere que le mida los lomos con el garrote. Y, luego, lo probarán todos sus colegas de la ínsula, los que él entienda que son ignorantes, que su “saber natural “le hará distinguir a los ignaros de los sabios. ¡La magia de ser gobernador!
Insiste, que se vaya de aquí. Ahora amenaza con estrellarle una silla, en la cabeza. En su descargo, dirá que hizo un gran servicio a Dios y a la república: matar a un mal médico. ¡La de vidas que se pueden salvar! Y no quiere oficio que no dé de comer. Si no le dan de comer, ahí se quedan con su gobierno.
El doctor quiere “hacer tirteafuera” porque esto se pone feo. Pero, suena una corneta, viene un correo, debe ser importante. El sudoroso y jadeante mensajero pone, en manos de Sancho, un pliego que pasa a manos del mayordomo, espero que no sea el de siempre, para que lea el sobrescrito, el cual indica que se entregue en manos del gobernador, o de su secretario.
¿Secretario? Sancho pregunta quién es ése. Uno de los presentes se identifica como tal. Lo es porque sabe leer y escribir, pero no sólo eso. Además es vizcaíno. Y con esa añadidura, dice Sancho, puede serlo del emperador. Tal vez, aquí, desee Cervantes congraciarse con sus lectores vascongados. Recordemos que, el capítulo 1. 8, aparece un personaje que habla ininteligiblemente, “en mala lengua castellana y peor vizcaína”. Por aquellas bellas y verdes tierras también hay posibles lectores del famoso libro.
El “recién nacido secretario” lee y dice que es negocio para tratarlo a solas. Despejan la sala y lee la carta. El duque le comunica que unos enemigos suyos van a dar un asalto nocturno y furioso. Como no saben cuándo, hay que velar. También le informa de que, según sus espías hay cuatro personas disfrazadas para matarle, por envidia de su ingenio. Le aconseja que ande con cuidado y sobre todo…que no coma nada que le presenten. ¡Cómo crujen las sanchescas tripas al oír esto!
(Continúa)
Motivos folclóricos para estas bromas y el malestar de Sancho, que toman una personalidad propia de la mano del ahora protagonista Sancho y de sus comprensibles reacciones en un gobierno de corte realista, mientras el posible ataque enemigo nos vuelve a llevar a todos, personajes y lectores, al mundo imaginario paralelo, recordándonos que el gobierno de la ínsula que responde a motivos más verosímiles,también lo es.
Besazos.
Este capítulo para un glotón como es nuestro Sancho, ha sido devastador. La aparición del labrador y las descripciones que hace de su futura nuera e hijo ha sido muy plúmbeo para un lector actual.
Bien visto lo de la corrupción de los gobernantes... Besotes sanchotizados, M.
SANCHO, agotado mejor dicho, exhausto y con hambre, antes tuvo bastante compostura creo yo.
SANCHO fué tensado más que al límite por las "bromas" de los duques que en realidad son maltrato y del más cruel.
CERVANTES, nos muestra en SANCHO, a un personaje muy real, muy humano. Una verdadera delicia. En la vida real, ningún Duque ni Principe hubiera, por más compostura y abolengo, permitido a cualquier avenido jugar con su estómogo o molestarlo en un momento inapropiado.
Abrazos
Por cierto, a tu queso en la foto le falta el pan, el ajo y la cebolla. hehehe.
Como detalle folclórico a vuestros ilustres comentarios, os recuerdo el passo "Tierra de Jauja" de Lope de Rueda, batihoja metido a autor teatral a quien nuestro autor había conocido de pequeño en Sevilla, de quien asegura que nació su afición por la letras. En este entremés o sainete, el "simple" o tonto, es un personajillo al que roban una bandeja de pastelillos, mientras le narran las maravillas de la tierras de Jauja. Abrazos literarios, amigos.
Quien no pierde la compostura cuando le retiran la miel de los labios...demasiado comedido fue el pobre Sancho para no liarse a estacazos con el dietista aficionado...gracias por tu explicación...saludos
Tanto le ocupan a Sancho, que ni come ni hace fortuna, es normal que que pierda la compostura.
PD y agrego: Cierto que lo de los sillazos no es muy elegante; un NOble en la Europa de aquella época hubiera hecho decapitar u ahorcar, al "médico" y al "labrador" según su clase social.
o ahorcar, dice. Vale
- ¿Cómo esperar que el pobre Sancho se porte como un señor, cuándo tiene más hambre que un mendigo? Apartarle de mil manjares y proponerle a cambio barquillo y un poco de membrillo, acaba con la paciencia de cualquiera
- Babador = Servilleta??? O se parecerá más a un babero? Está claro que es para el asunto de las babas.
- Varapalo al status médico, yo creí que el maltrato a los galenos era cosa de los últimos tiempos, pero se ve que no.
- Un sinvivir.- Hay que ver que vida más perra llevan los gobernadores de pacotilla, después de no comer y no poder echar la siesta no para de llegar gente.
- El amor es ciego: no cabe duda después de la descripción de los jóvenes amantes.
En la Jauja española, (¿Córdoba?),según relata Lope de Rueda, las calles estaban empedradas con piñones y por ellas corrían arroyos de leche y de miel y de los árboles, buñuelos.
También hay una Jauja, que, es la capital de la provincia peruana de Junín. Una de las primeras ciudades fundadas por los conquistadores españoles en el siglo XVI.
Me gusta :) lo mismo hago algo con esto, pero me he vuelto tan sumamente vaga, virtualmente hablando, que me cuesta.
Besos, besos, querido Pedro
Vaya costumbre tan fea y tan cruel esa de invitar al pueblo a mirar los banquetes de los ricos.
No es de extrañar la reacción de Sancho, aún ha sido bastante comedido, porque yo creo que cualquiera que estando muerto de hambre estallaría a la más mínima si le paseasen por sus narices las mas sabrosas viandas sin dejárselas probar.
Además hay que tener en cuenta que S. hace ya tiempo que tiene casi la certeza de que están siendo blanco de las bromas de los duques, y eso también tiene que quemar bastante.
Con lo que me he reído a gusto ha sido con el diálogo del principio entre labrador y Sancho:
“…soy viudo, porque se murió mi mujer…
-De modo -dijo Sancho- que si vuestra mujer no se hubiera muerto, o la hubieran muerto, vos no fuérades agora viudo.
-No, señor, en ninguna manera -respondió el labrador.”
Besos
En la ínsula,Sancho se encuentra con un médico,que le hará bastante tediosas sus primeras horas como gobernador.Habla el galeno:
"No se ha de comer,señor gobernador, sino como es uso y costumbre en las otras ínsulas donde hay gobernadores.Yo,señor, soy médico,y estoy asalariado en esta ínsula para serlo de los gobernadores della, y miro por su salud mucho más que por la mía, estudiando de noche y de día y tanteando la complexión del gobernador, para acertar a curarle cuando cayere enfermo; y lo principal que hago es asistir a sus comidas y cenas, y a dejarle comer de lo que me parece que le conviene, y a quitarle lo que imagino que le ha de hacer daño y ser nocivo al estomago; y, así, mandé quitar el plato de la fruta por ser demasiadamente húmeda, y el plato del otro manjar también le mande quitar por ser demasiadamente caliente y tener muchas especies, que acrecientan la sed;y el que mucho bebe mata y consume el húmedo radical donde consiste la vida" Besitos. Silvi.
sancho siempre me pareció un tipo ingenuo y manso, que no lo mismo que menso
además de buen partner, en las duras y en las maduras
amigos como esos es todo un tesoro
besitos profe
buen fin de semana
El duque termina su misiva, asegurándole el socorro si se ve en peligro. Y no le da más instrucciones, que “en todo haréis como se espera de vuestro entendimiento”. ¡Qué responsabilidad para los débiles hombros del inexperto gobernador”! La carta está firmada el 16 de agosto, a las cuatro de la mañana. Peligroso asunto ha de ser, si su señor vela a intempestivas horas. ¡Y firma como “vuestro amigo, el Duque”! No cabe duda, es su hombre de confianza. Atónito queda, no es para menos. Y los “circunstantes” más atónitos todavía. ¿Su amo amigo de un destripaterrones?
Sancho está decidido, hay que mandar al calabozo a Recio. Es el más sospechoso de quererlo matar...de hambre.
El maestresala, tal vez, haya recibido instrucciones, para impedir que la pobre víctima pruebe bocado. Y, en ese empeño, dice algo que suena muy raro, en esos tiempos de Inquisición. Le advierte que no debe comer de lo de la mesa, porque lo han preparado unas monjas” detrás de la cruz está el diablo”.
No pude estar sin comer. En su desesperación, pide pan y unas uvas, nada menos que cuatro libras, el equivalente a 1814 gramos. Son muchas uvas, mas es lo que le pide su hipoglucémico organismo. Ingenuamente, piensa que, en esos sencillos alimentos, no puede venir veneno.
Se dirige al secretario para darle órdenes. Ha de comunicar a su señoría que Sancho acata fielmente sus órdenes. Para la duquesa, ay la duquesa, no se olvida de las cortesías, ahí va un besamanos. Y, a pesar del hambre, no se le borra la carta y el lío de ropa, que la señora prometió enviar a su Teresa. Tampoco se olvida de su señor don Quijote, a quien envía otro besamanos, porque vea que es “pan agradecido”. ¿Pan? ¡Dónde hay pan?
Que el vascongado añada lo que quiera, álcense los manteles y denle de comer, lo que sea. Con la tripa llena, lidiará con “espías y matadores, y encantadores”, lo que sea. Mas sin comer, no sabe si va a poder, siquiera, atender, a ese labrador negociante, y pelmazo, que le anuncia el paje.
(Continúa)
Mi madre recurría mucho a ese término de Jauja y,por lo que se ve,no se ha cambiado tanto porque el buen comer sigue siendo privilegio de los monederos llenos y la corrupción está a la orden del día,aquí,en Baleares no parece tener fin,es horroroso.
¿Me explicas lo del vizcaíno? no acabo de encontrarle intrerpretación.Abrazos
Pois, me recorda o suplício de Tântalo...
Bom fim de semana, amigo mio.
Cosmo: muchos secretarios de nobles de la época eran vizcaínos. Tenían fama de leales y de ir presumiendo siempre de la hidalguía de su linaje, lo que, según ellos, les hacía ponerse en primer lugar en cualquier sitio. Como también se daba la burla sobre su forma de hablar (vease el vizcaíno de la primera parte) puede esconderse, además, una ironía en todo ello.
"oficio que no da de comer a su dueño no vale dos habas".
Sancho desconocía el dicho:
"por amor al arte"
¡Qué va, qué va!
Estos vizcaínos siempre tan suyos...
Por cierto resulta la mar de curioso ver que al gobernador Sancho le venga a visitar tanta gente de la Mancha, sin lugar a dudas sus salomónicas sentencias han llegado a los oídos de muchos.
Saludos a todos.
Se siente débil e irritado. Además, le molesta lo inoportuno de la visita, Estos “negociantes” creen que pueden presentarse a cualquier hora. Piensan, tal vez, que los gobernadores no necesitan descansar, que son de piedra y no de carne y hueso. Si le dura el gobierno, que no lleva trazas de durar, bien se lo tiene tragado, meterá en cintura a más de uno.
El paje puede dejarlo entrar. Pero, cuidado, no vaya a ser un espía o asesino, de esos que le rondan. No, no tema el señor gobernador. Parece “una alma de cántaro”, “tan bueno como el buen pan”. ¡Pan! ¿Ha dicho pan? Por Dios, que no se lo mienten…
Como Pedro Recio ya no está, Sancho se atreve a pedir algo para comer, aunque sea pan y cebolla. El maestresala le tranquiliza, en la cena podrá desquitarse. Dios le oiga.
Entra el labrador y pregunta quién es el gobernador. El secretario le responde que el de la silla, quién si no. El negociante se arrodilla y le pide la mano para besarla. Sancho lo tiene muy claro, cada uno en su estamento social, que se levante y deje eso del besamanos para los señores.
El negociante se presenta como labrador, natural de Miguel Turra. Lugar cercano a Ciudad Real, que Sancho conoce bien porque no está lejos de su pueblo.
Sancho le pide que hable y resulta ser un pelmazo. Alguien ha preparado su discurso inaguantable, para mayor tortura del hambriento gobernador. Y, como todo pelmazo que se precie, ha de contar su vida. Y éste la cuenta, la que fue y... la que pudo ser y no fue.
Muy católicamente casado, con dos hijos estudiantes: el menor estudia para bachiller, el mayor para licenciado. Y si a su mujer, preñada del tercero, no la hubiera purgado y matado un mal médico, tendría un hijo estudiando para doctor, qué menos.
El gobernador, con sorna, saca en conclusión que si su mujer no hubiera muerto, su interlocutor no sería viudo. Asiente el labrador y Sancho expresa su aburrimiento. A dormir...
Dice, que su hijo, el bachiller, se enamoró de Clara, la Perlerina, hija de un labrador riquísimo. Y, como toda la dinastía de los Perlerines, afectada de perlesía o parálisis. Y nos pinta magistralmente a la perla, digo a la doncella: tuerta, picada de viruelas, con la boca grande, la nariz arremangada, desdentada, con labios de tres colores. Y la chica le parece guapa, que su hija ha de ser. ¡Qué perla oriental es la Perlerina!
Sancho le anima a seguir con el retrato, menudo postre si hubiera comido. Y sigue: encogida, con las rodillas en la boca, no se puede levantar, si pudiera daría con la cabeza en el techo, con las manos agarrotadas y las uñas largas y acanaladas.
Ahora viene la pregunta clave “¿Qué es lo que queréis ahora?”
(Continúa)
El labrador pide a su merced que le haga una merced de darle una carta de favor para su consuegro Perlerín, suplicándole que consienta en la boda , dado lo iguales que son en fortuna y naturaleza. Porque si la Perlerina es monstruosa, el novio es un endemoniado, con la cara abrasada y los ojos hechos fuente…Pero, a pesar del diablo, es un ángel. Y… un bendito si no se golpeara a sí mismo, en la cara. Menudo cuadro y menudo matrimonio, Cervantes ha cargado las barrocas tintas.
La paciencia de Sancho se agota, pero todavía encuentra fuerzas para preguntar si quiere otra cosa.
El “buen hombre” dice que no se atreve, “pero vaya, que, en fin”, lo va a decir. Sólo pide unos trescientos o seiscientos ducados, para que su hijo ponga la casa, sin depender de sus suegros.
Sancho se reprime un poco más y le anima a pedir otra cosa, que no le dé vergüenza. Pida por esa boca.
El labrador manifiesta no querer más y el gobernador se levanta, agarra la silla y explota. ¡Cómo explota!
Y amenaza al “patán, rústico y mal mirado”. Si no se va de su presencia, romperá la silla en su cabeza.Y no se queda corto con los insultos: hideputa bellaco, pintor del demonio, hediondo, socarrón y mentecato. ¿Pedirle seiscientos ducados? ¿Dónde los puede tener? ¿Por qué se los había de dar si los tuviera? ¿Qué le importan a él los Perlerines? Hace un día y medio que tiene el gobierno y este “desalmado” piensa que ya puede tener seiscientos ducados. ¡Le ha llamado corrupto!
El labrador se va cabizbajo y temeroso de que la silla acabe estrellada en su cabeza. ¡Qué bien hizo su papel! A ver sis se estira el duque...
Dejamos al colérico Sancho y volvemos con don Quijote, convaleciente de sus gatescas heridas. Cide Hamete promete contarlo veraz y puntualmente.
Un abrazo de María Ángeles Merino
Menos mal, (para mi gusto) el Señor Cervantes se centra y aunque Sancho parezca un híbrido entre Don Quijote y el mismo, los diálogos hacen ganar el capítulo en altura, y en mi inútil opinión, a Dios gracias y a la gracia de nuevos personajes mucho más conseguidos que el Gobernador desBataratado y hambriento; también por ofrecer un mejor guión y mucho mejor integrado en injertos añadidos por la boca más fina del embudo, pero con todo Sancho gana no solo el respeto de los que de él se ríen, sino de los que leen (aunque yo aconseje leer de corrido, antes de tropezar en lo afectado, porque sino pudiesen imaginar estar leyendo a su amo).
Para liberar el enojoso humor que me causan estas lecturas insuleñas, decidí leer caballerías más eróticas, como aquellas del Tirant lo Blanch, y no huelga decir que bien mencionaron los que lo hicieron, de los paralelismos de Quijote y Sancho, con estos avatares sufridos bajo la corte de los Duques y los mejor gozados por Tirante y su escudero Hipólito bajo la corte del Emperador de Costantinopla.
Así ganó Imperio quién no lo merecía camelando con sus gracias a la poderosa Dama y Tirante se rompió los huesos, alcanzando un dolor que no buscaba, entre camas y tramas palaciegas al pretender enamorado a la doncella más fermosa.
Suyo quedo, Z+-----
Destaco esta frase de Sancho tras conocer la misiva del Duque:
"-Lo que agora se ha de hacer, y ha de ser luego, es meter en un calabozo al doctor Recio; porque si alguno me ha de matar, ha de ser él, y de muerte adminícula y pésima, como es la de la hambre".
A lo que añade el maestresala, que no coma porque "lo han presentado unas monjas y, como suele decirse, detrás de la cruz está el diablo".
Coincido con el comentario de Asun.
Mira que tener a la gente comiendo de play back, qué odiosos.
Hay capítulos en los que cada frase es para analizar.
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