jueves, 18 de marzo de 2010

Un caballo de madera para festejar mentiras y risas con una explicación final que lo desvela todo sin matar la ilusión (2.41).


En contra de lo que suele hacer, Cervantes no nos aparta, en esta ocasión, de la aventura propuesta por la Dueña Dolorida con alguna otra historia intercalada. Tras entretener su entrada para hacérnosla desear, todo lo que sucede conduce linealmente a su desenlace. No en vano, la aventura de Clavileño, el caballo de madera, es la parte central de la estancia en casa de los Duques y marcará un nuevo juego entre amo y criado que incluso correrán historias por separado.

En esta aventura todos mienten como parte del juego espectacular. Mienten los Duques, quienes han diseñado la burla para entretener su ocio mientras se divierten con don Quijote y Sancho como si fueran sus bufones; mienten todos los sirvientes para entretener a sus amos y lo hacen con habilidad, sin compadecerse de los burlados porque no son más que una parte del engranaje al servicio de una sociedad fuertemente jerarquizada; mienten los protagonistas, pero no pueden confesarlo so pena de que se venga abajo su propio juego o la esperanza del gobierno de la ínsula.

La mentira, externamente, toma carácter de juego escénico. Ya lo hemos dicho, varias de las cosas que pasan en casa de los Duques no son más que un reflejo literario de las costosas y espectaculares fiestas cortesanas de la gran nobleza del momento. Hay algo muy moderno en estas fiestas que queda reflejado aquí: el público es parte del espectáculo. No sólo dos espectadores -don Quijote y Sancho- son implicados en la trama, sino que todos los que allí se encuentran terminan actuando, como vemos en el desmayo fingido al final del viaje de Clavileño. Desde que don Quijote y Sancho se suben sobre el caballo de madera -antes, incluso-, toda la ilusión escénica consiste en hacerles creer a ellos que lo imposible está sucediendo para que sus reacciones y diálogos sean motivos de mofa para los presentes.

En el juego se parodia la literatura caballeresca, por supuesto, pero también cuentos folklóricos que relatan viajes mágicos. Incluso la referencia al caballo de Troya es oportuna porque, al fin y al cabo, dentro de Clavileño se esconde una sorpresa en forma de traca final. Aunque hoy no lo comprendamos, la escena resultaba muy divertida a principios del siglo XVII. Pero Cervantes, una vez más, no se conforma con esto y podemos apreciarlo, sobre todo, en la forma en la que reaccionan don Quijote y Sancho ante cada situación que se les pone delante.

Los protagonistas tienen miedo: Sancho lo exterioriza directamente porque va en su carácter y no le importa pasar por miedoso, pero don Quijote no puede hacerlo. El escudero debe ceder finalmente porque se lo viene a ordenar el Duque. Don Quijote manifiesta su temor cuando quiere mirar dentro del caballo como si sospechara lo que va a suceder, pero no puede llevar más allá el recelo sin pasar por cobarde o desenmascararse ante todos y calla finalmente.

Terminado el viaje sobre el caballo de madera, puede parecernos que ambos han caído en la trama de la burla y han terminado creyéndose, en su locura, la certeza de la aventura. Cervantes nos da la posibilidad de quedarnos con esa lectura, pero añade otra más inteligente en los párrafos finales del capítulo, que debemos leer con calma para comprender la razón de muchas ambigüedades en las que se basa el juego establecido entre don Quijote y Sancho y, desde hace tiempo, entre ambos y el resto de los que por su vida pasan.

Inesperadamente, Sancho se descuelga con un cuento que todos pueden identificar como mentira, pero a él no le importa. Sancho ha comprendido la sutileza del juego establecido por su amo con quienes quieren entrar con él en el mundo caballeresco y la practica a su modo, tosco pero efectivo: ninguno de los presentes puede decir que su historia celeste es mentira sin confesar que todo lo que sucede en casa de los duques es una broma pesada de la que ellos son los actores principales. La única forma que tiene Sancho de demostrar que no es tan tonto como lo creen y recuperar el timón de la narración es contando la mentira de su encuentro con las cabritillas y rematarla con una prueba tan extravagante que viene a poner todo en evidencia: el color que tienen las estrellas de esta constelación.

El Duque se ha dado cuenta de que Sancho le ha ganado por la mano y se burla del burlador. Su respuesta es muy elocuente y no deja dudas sobre cómo le ha molestado la actuación de Sancho:

-Decidme, Sancho -preguntó el duque-, ¿vistéis allá entre esas cabras algún cabrón?

Pero Sancho ya no está dispuesto a callarse y vuelve a ganarlo con habilidad en su respuesta, que supera el insulto indirecto anterior del Duque con otro del mismo tenor:

-No, señor -respondió Sancho-, pero oí decir que ninguno pasaba de los cuernos de la luna.

No puede ir a más la conversación sin consecuencias y por eso se corta. Pero el capítulo nos regala una perla en las últimas líneas, el acuerdo entre dos mentirosos, propuesto por don Quijote a Sancho, con el que definitivamente conocemos que ambos son conscientes de todas las burlas -don Quijote del falso encantamiento de Dulcinea, Sancho de la mentira de la cueva de Montesinos, ambos de lo que está ocurriendo en casa de los Duques-, pero deciden seguir adelante con el juego, cada uno por sus razones:

-Sancho, pues vos queréis que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis a mí lo que vi en la cueva de Montesinos, y no os digo más.

Éste es el verdadero significado de la aventura de Clavileño: sellar el pacto de silencio entre amo y escudero en un momento en el que todos se ríen de ellos. Difícil de superar el ingenio con el que Cervantes nos dice la verdad del cuento sin destruir la ilusión y consciente de que no todos los lectores comprenderán las claves y que cada uno disfrutará, lícitamente, con la parte que alcance a entender.

Veremos cómo continúa el próximo jueves, con el comentario del capítulo XLII.

25 comentarios:

Abejita de la Vega dijo...

Anochece y Clavileño no viene. Don Quijote, expectante, piensa que, tal vez, la aventura haya sido adjudicada a otro andante. ¿Y si Malambruno no quiere batallar?... ¡Por fin está aquí!

Entran cuatro hombres, los más brutos del castillo, si los conoceré yo, con un gran caballo de madera, sobre los hombros. Muy a su pesar, van cubiertos con yedra. Lo de ser los salvajes no les entusiasma y, menos, aún el cargar con un caballote de madera. Órdenes del señor duque, les digo, y no rechistan. A mandar, para eso estamos.

Colocan al caballo de pies y uno de ellos invita a subir a los animosos. Sancho no sube, no tiene ánimo y no es caballero. El salvaje se hace el sordo, exhorta al escudero, para que ocupe las ancas. Se tuerce la clavija del cuello y Clavileño le lleva por los aires, a donde quiera. Pero han de cubrirse los ojos, durante todo el viaje, para evitar mareos. Una vez dadas estas instrucciones, los salvajes se van.
Así como veo, ve, al caballo, me pongo, se pone, a llorar. Tropiezo con las personas de los verbos, vuestra merced me perdonará. Les suplico que nos rape, basta con que suban y…a viajar.

“Eso haré yo”, sin cojín ni espuelas, dice presto don Quijote. “Eso no haré yo”, replica Sancho, que ni es brujo ni gusta de volar por los aires. Bien puede buscar a otro. ¡Ay, la ínsula! ¡Ay, los insulanos! ¿Qué dirán de un gobernador que va por los aires? ¿Y cómo salvar la distancia si falla el caballo o el gigante? Cuando consigan regresar por sus medios…

El escudero tiene la desvergüenza, delante del duque, de decir que se queda en el palacio, donde le harán la merced de nombrarle gobernador, de bóbilis bóbilis. Mi señor se dirige a Sancho amigo y le explica, pacientemente, su deseo de que monten, los dos, en Clavileño, para dar cima a esta aventura. Y no ha de preocuparse porque la ínsula le estará esperando, aunque vuelva a pie, que no se escapa…

Cuando el duque le dice que no lo ponga en duda, que sería agravio al deseo que tiene de servirle…Sancho se derrite y ya no puede más. Hará lo que sea, el pobre escudero no puede llevar a cuestas las cortesías de un grande de España. Tápenle los ojos y encomiéndele a Dios, que por esas “altanerías” duda si podrá hacerlo. Siquiera con los ángeles...

Le tranquilizo, bien puede hacerlo, que Malambruno no deja de ser cristiano, a pesar de su oficio de encantador. Sancho se anima e invoca a una Virgen napolitana. Se lo habrá oído a algún soldado de los tercios Viejos…

Don Quijote declara no haber visto, a su escudero, tan temeroso como ahora, desde aquella vez que el ruido nocturno de unos batanes le produjeron retortijones. Ya, ya conozco esa aventura, la cual huele y no a ámbar, que la tengo leída, en ese libro que mis señores manosean a todas horas.

Abejita de la Vega dijo...

El caballero andante quiere hablar aparte con su medroso escudero. No puedo oír lo que le dice entre los árboles, pero no hay rincón aquí donde no haya oídos bien abiertos. Me cuentan que, a la vista del largo viaje que van a realizar, quiere don Quijote que Sancho se retire brevemente, y se azote un poquillo, sólo unos quinientos azotes, a cuenta de los que debe darse para desencantar a Dulcinea. Y me cuenta mi comunicante que Sancho siente pena de sus pobres posaderas, primero el vápulo y luego ir sentado en una dura tabla. Y me aseguran que Sancho promete azotarse a la vuelta, que ahora toca dejar bien mondas a las dueñas.

Don Quijote es fácil de conformar, confía en la promesa de Sancho que, aunque tonto es “hombre verídico”. Ya ve vuestra merced que lo de tonto, no lo digo sólo yo. No, no es verdico, es moreno. Tal vez sea sordo…

En el momento de subir en Clavileño, el caballero quiere disipar los temores del escudero. Bien puede subir y taparse, que no va a engañarlos quien pide sus servicios, desde tierras tan lueñes. Y, salga como salga, la gloria no se la quita nadie.

Sancho pronuncia un “vamos, señor”, que nos sobresalta. Ahora, se muestra dolido por nuestras barbas y lágrimas, no comerá a gusto hasta vernos en nuestra original lisura. Y animoso: que suba su señor, que el de las ancas monta después.

Don Quijote asiente, saca un pañuelo y me pide que le cubra muy bien los ojos. Así lo hago pero, ya con los ojos velados, se acuerda del caballo de Troya, preñado de caballeros. Será bien ver el estómago de Clavileño.

Salgo fiador, fiadora, de Malambruno. No hay para qué que escudriñarle las tripas a un leño con clavija, que el gigante no es un traidor. Suba de una vez, que son tres mil leguas…y pico.

Don Quijote cae en la cuenta de que un caballero tan prevenido puede ser tachado de cobarde, así que sube, tienta la clavija y, al no haber estribos, queda con las piernas colgando, lo cual da una imagen un tanto ridícula. Creo haber visto jinetes así, en un tapiz flamenco, sí, ese de romanos, en el salón de poniente.
(Continúa)

pancho dijo...

DON QUIJOTE DE LA MANCHA. CAPÍTULO 2.41
El término de la historia del viaje de DQ y S a lomos de Clavileño por las regiones del aire, que lindan con el fuego, provoca una sonrisa de oreja a oreja a los lectores. Y nos sonreímos por la actuación de S como un vengador que se recrea en la burla de los duques y la observación final de su amo sobre los sucesos de la Cueva de Montesinos, que hace bueno el dicho de Alquimia de que todo lo que es arriba es abajo. A partir de aquí la novela debería pegar un giro, ya sabemos que S conoce la farsa, pero mucho nos tememos que su ambición sea mayor que su impulso de abandonar estas historias de engaños mutuos.

Con S lloroso y convencido de la conveniencia de acompañar a su amo donde sea menester, si con ello puede evitar que el verano se les eche encima con las dueñas aún barbadas. Media hora después de que las sombras abandonen los cuerpos que las sustentas, entre cuatro salvajes meten en el jardín el caballo de madera, inmediatamente después vuelven sobre sus pasos los portadores, no sin antes hacer firmar la hoja de entrega y dejar el manual de instrucciones del artilugio: dos, y vendados, deben ser los jinetes hasta que relinche Clavileño o se presente Malambruno que será la señal de fin de trayecto .

La Trifaldi interviene ante DQ que se apresta a subir al caballo sin perder tiempo en ponerse las espuelas ni en aparejarle. S objeta a las pretensiones de ambos; le preocupa la mala imagen que dará a sus insulanos un gobernador flameado por los vientos cual pendón henchido. Qué vuelen las brujas en su escoba que tienen más práctica. El duque tercia en la disputa insinuándole al escudero que todo cargo acarrea su servidumbre. Con tanto protagonismo, atención y cortesía que se le dispensa no puede negarse. El duque que conoce su ambición, no tiene más que recordarle la ligazón insula – viaje para que se encomiende a todos los santos y acceda.

pancho dijo...

Viendo cómo S flojea, en un aparte, DQ le sugiere que puede irse dando una tanda de azotes antes del viaje. S no quiere lastimarse las posas ahora que le espera el duro banco de los lomos de Clavileño; a la vuelta se dará prisa. “Aunque tonto, eres hombre verídico” es la contestación de DQ a un “debe ser menguado” que le propina S a su amo dolido por la propuesta del vápulo.

El asunto de taparse los ojos primero es el siguiente motivo de retraso. DQ propone que sea el escudero: “que quien de tan lueñes tierras envía por nosotros no será para engañarnos, por la poca gloria que le puede redundar de engañar a quien dél se fía” S le repone que primero ha de vendarse quien monte adelante. Accede DQ a que la dueña Dolorida le tape no sin antes alegar la conveniencia de echar una ojeada al vientre del caballo, por si hay alguien en su interior como en el Caballo de Troya. Dolorida da fe de la buena fe de Malambruno. Agotadas todas las excusas a DQ ya no le queda más que subirse primero, no fueran a dudar de su valentía. S, de mal talante, atrás a mujeriegas por no sentir tanto la dureza. Se dejó vendar no sin antes volverse a descubrir para rogar que rezaran por él. DQ le reprende y le recuerda que no está en las últimas: la linda Magalona ya ocupó su lugar para ser luego reina de Francia.

A la fuerza ahorcan, convencido S, se cubre los ojos. A la par que DQ gira la clavija, todos los presentes, agrupamiento de dueñas incluido, gritan cómo que vuelan, S se aprieta contra su amo. Con el viento de popa que proviene de unos fuelles levantan el vuelo, a pesar del descreimiento de S que oye gritos cerca. DQ se entretiene en demostrarnos sus conocimientos de astronomía: “debemos de llegar a la segunda región del aire, adonde se engendra el granizo, las nieves; los truenos, los relámpagos y los rayos se engendran en la tercera región, y si es que desta manera vamos subiendo, presto daremos en la región del fuego, y no sé yo cómo templar esta clavija para que no subamos donde nos abrasemos” S cree que ya han llegado a lo caliente ya que sus barbas le huelen a chamusco. Los de fuera prenden la cola de Clavileño que explota al estar relleno de cohetes junto a los dos jinetes que vuelan, ahora sí de verdad, desplomándose sobre el suelo chamuscados y maltrechos. Un pergamino les indica que han cumplido la misión, por lo tanto, las dueñas vueltas a su estado natural desaparecen para disgusto de S que le habría gustado ajustar algunas cuentas. Dulcinea, encantada, pendiente de los azotes por dar de S.

El informe del viaje de S se basa en la trampa que hizo al bajarse la venda y dice que vio la tierra como un grano de mostaza y a los hombres como una avellana. Imposible que se hace posible por efecto del encantamiento. Cuenta que vio las siete cabrillas, que se apeó de Clavileño y se entretuvo tres cuartos de hora con ellas, un cuarto más que su amo en la Cueva de Montesinos. Mientras tanto el caballo de madera, quieto, demostrando buena doma.

DQ, bien tapado, no vio nada. Duda de que S viera las cabras porque no pasaron por la región del fuego; al menos, no se abrasaron como correspondería. S da pelos, señales y colores de las cabras celestes, pero que no vio macho cabrío de cuernos mayores que los cuernos de la luna.

Los duques se dan cuenta de que S hila fino sin haberse movido del jardín y cambian de tema. DQ ve la ocasión propicia para pasarle factura a su escudero por su incredulidad de los sucesos de la Cueva de Montesinos.

Manuel de la Rosa -tuccitano- dijo...

Por mentir miente Sancho y Don Quijote si me apuras...más o menos le dice ése al primero" Yo me creo tu fantástico vuelo si tu aceptas como cierta mi excursión por la cueva"...saludos

Asun dijo...

Ha llegado un momento en que miente hasta el apuntador, y vaya juego que da tanta mentira junta.
Si a alguno se le ocurre tirar del hilo y desmontar alguna de las mentiras, se acabaría desmoronando la historia completa. Hay que mantenerlas vigentes para que todo pueda continuar.

Besos

Myriam dijo...

A mi me pareció un capítulo ¡¡¡genial y divertidísimo!!!

Sancho demuestra mucho ingenio en la burla de las cabritas del cielo y hasta termina burlándose del duque con tanto desparpajo, que éste se enoja. jajajaja

Luego el pacto entre DQ y S: Quid pro Quo, ¡es estupendo!

También me llamó la atención la mención al médico y cabalista/mago soriano Don Eugenio Torralba.

Besos

Merche Pallarés dijo...

Sí que se percibe que Sancho y Quijo se han dado cuenta de las burlas pero les siguen la corriente a los duques. Genial vuelta de tuerca del gran Cervan.
Muy buena alegoría en tu foto del ratón y el queso... Besotes quijotescos, M.

PABLO JESUS GAMEZ RODRIGUEZ dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
PABLO JESUS GAMEZ RODRIGUEZ dijo...

Finalmente, en este capitulo 41, los estúpidos duques consiguen su objetivo: que Sancho y D. quijote se moten sobre Clavileño y “viajen” por los aires, soportando vientos y casi llegando a tocar el sol.

Pobre D. Quijote y Sancho; nuestros inmortales personajes, inolvidables, imperecederos e inmortales, protagonistas de una de las novelas más famosas de todos los tiempos (D. Quijote de la Mancha), montan sobre un caballo de madera, para intentar remediar un disparate con otro disparate: pelearse con un encantador, a fin de que unas malditas dueñas se libren de sus barbas.

¡Me da un no se qué verlos asi, como bufones normales, divirtiendo a estos odiosos duques…! Con razón Cervantes -sabio Cervantes- nunca dijo quienes eran ni dio su titulo: seguro que lo hizo adrede, para castigarlos con el peor castigo posible, el anonimato. Que se jodan, y yo que me alegro. Todo serán conjeturas: pero nadie sabe, supo, ni sabrá nunca el titulo de estos duques. Se lo tienen merecido. Además, su chabacanería, su poca educación, su malicia, su estulticia y su poca inteligencia los hacen acreedores de lo que tendrán luego: el anonimato.

Otra cosa distinta, es el por qué estos duques me inspiran tanta antipatia; bien se que solo son personajes de ficción, como todos los que intervienen en nuestra inmortal novela. Pero entonces… ¿Cuál es la causa de la profunda antipatia que Cornelivs siente hacia estos duques? No adelantemos acontecimientos: tiempo habrá para dar cumplida respuesta a esta pregunta. Todo tiene su causa, y pronto lo veremos. En todo caso, la causa hunde sus raices en la noche de los tiempos, raices profundas, cuando un niño de doce años cabalgaba con D. Quijote.

Volvamos al capitulo. Nuestros protagonistas brillan a gran altura, para mayor descrédito y menosprecio de los duques; Sancho aparece al natural, tiene mucho miedo, D. Quijote lo ve muy pusilánime, y el propio D. Quijote tiene que esforzarse mucho para que esa pusilanimidad no le hiciera algunas cosquillas en el ánimo. Pero incluso en esos momentos tan tensos encuentra Cervantes motivo para hacernos sonreír, le coge D. Quijote a Sancho las manos y le pide que antes de partir se de unos cuantos azotes. Obviamente, Sancho contesta diciendo que no es el lugar ni momento propicio, pero Cervantes ha conseguido arrancarnos de nuevo otra sonrisa.

El final es estupendo: Sancho comienza a mentir, dice haber visto la tierra y el cielo, haberse detenido a jugar con las cabrillas (parece ser que se refiere a las Pléyades) y da otros datos inverosímiles. Sancho miente, conscientemente, y asi lo revela D. Quijote: “o Sancho miente, o Sancho sueña”.

Claro. Sancho ha tenido buenos maestros en ese arte: los propios duques. Sancho…¡parece, por fin, haberles cogido el pulso! Por cierto, con lo de "cabrón" y "cuernos" ¿creo notar cierta antipatia visceral entre el duque y Sancho, o es que me lo parece?

Unknown dijo...

Me ha gustado muchísimo tu escrito,me ayuda a entender muchas cosas,aún tengo una duda,la de los salvajes ¿por qué les llama así?.
Me ha gustado mucho este capítulo,lo había ojeado la semana pasada,así que he disfrutado más leyéndola hoy.Abrazos

Pedro Ojeda Escudero dijo...

COSMO: los salvajes es un tipo de personajes muy representado en el arte y en la literatura -incluido el teatro- desde el XVI, aunque se encuentra en la Edad Media, especialmente a partir del Libro de las Maravillas de Marco Polo. Una de las primeras representaciones españolas se encuentra en la fachada del Colegio de San Gregorio de Valladolid. Son personajes toscos, con barba y pelo por todo el cuerpo, que representan lo natural, la ausencia de civilización (para bien y para mal). Como tales, su aparición en las fiestas escénicas o en el teatro era muy llamativa.

pancho dijo...

Cornelius: Cuando dijiste que cerrabas el blog al gran público, te escribí un correo pidiéndote la clave de entrada al mismo, siguiendo tus instrucciones. No sé qué habrá pasado, pero no he recibido la llave de entrada.

Espero que lo leas aquí en La Acequia, un poco más abajo de tu comentario.
Pedro, perdona el uso que hacemos de la cueva de montesinos.

São dijo...

Sem tempo para mais, venho desejar-te um alegre final de semana, querido amigo meu.

Abraço grande.

Rubén dijo...

Hay escenas que nunca pasan de moda, he recordado el capítulo al leer esta entrada y me parece admirable el dominio y conocimiento que muestra cervantes de la psicología y el comportamiento de sus contemporáneos (que también podrían ser los nuestros).
Un saludo.

Abejita de la Vega dijo...

Ya sabemos que Sancho, aunque rústico, es de carnes tiernas. Se acomoda en las ancas y las encuentra duras, como el mármol. Pide al duque, que le den algún cojín o almohada ¡del estrado de su señora la duquesa! Si no es posible, se conforma con la almohada de un paje.

Las posaderas del señor gobernador son delicadas, mas Clavileño lo es más y al madero le puede molestar un almohadón de plumas. La solución es montar a mujeriegas, lo cual hizo Sancho, amén de dejarse vendar los ojos, muy a su pesar.

Se vuelve a descubrir y nos mira a todos, con lágrimas y rogándonos paternostres y avemarías. Sus ojos nos arrojan iracundas miradas. La traducción: ¿Pensáis que me creo esta patraña? ¡Todo por una ínsula! ¿Qué vais a hacer ahora con nosotros?

Las plegarias del escudero irritan sobremanera a su señor. Descarga una lluvia de injurias, sobre esta temerosa criatura que, encontrándose en el mismo privilegiado lugar que ocupó una reina de Francia, parece estar en la horca. ¿En la horca? En Peralvillo se ve Sancho, asaetado por la Santa Hermandad.

Se cubren, el caballero andante pone los dedos en la clavija y todos vocean las mismas palabras de ánimo, yo soy el apuntador, yo dirijo la farsa. Que Dios le guíe y sea con él, que ya vuela como una saeta, que a todos admira. También hay para Sancho: que tenga cuidado de no caer, no vaya a ser un nuevo Faetón.

Sancho abraza a su amo y le plantea una duda: cómo dicen que vamos altos si las voces suenan aquí mismo. Don Quijote le contesta que “estas cosas y estas volaterías van fuera de los cursos ordinarios”. No le aprietes tanto, que le derribas, escudero. Destierra el miedo, que “la cosa va como ha de ir”. Acepta el juego, Sancho, como yo lo acepto, y calla.

Unos grandes fuelles les dan aire, el viento sopla recio. Aire, frío, agua y fuego son las cuatro regiones, según el gran Ptolomeo. Don Quijote manifiesta el temor de abrasarse si se acercan a la última.

Ya deben haber llegado a la región del fuego. Unas estopas que se encienden y se apagan , en lo alto de una caña, les calientan los rostros y chamuscan las barbas del escudero que está a punto de quitarse el pañuelo.

Mas su señor le advierte que no lo haga, que recuerde el caso del licenciado Torralba; el cual viajó por los aires, llevado por los diablos, a Roma, donde presenció su asalto. Al día siguiente ya estaba de vuelta en Madrid. Contó que, durante el viaje, el diablo le ordenó abrir los ojos y pudo ver el cuerno de la luna. ¿Por qué le cuenta esto? No sé, quizás sea el temor de que les acusen de brujería.

Don Quijote piensa que no hay que descubrirse, ya se ocupará de ellos quien debe ocuparse. Llevan unos minutos subidos, él calcula que media hora, pero ya “han hecho gran camino”. Quizá caigan, de un momento a otro, sobre Candaya, como un neblí sobre una garza. Cómo nos sigue el juego este loco.

Sancho Panza, hablando de Magalona, se acuerda de Magallanes, el que dio la vuelta al mundo, tan largo es el viaje…

(Continúa)

Antonio Aguilera dijo...

CAP. (2) 41

Se encontraban don Quijote, Sancho, los duques y toda la troupe del castillo, en el jardín a la hora acordada pero, Clavileño, el caballo volador prometido por Malambruno, se hacía de esperar. Y ya se sabe, el que espera se desespera. Don Quijote ya empezaba a imaginar conjeturas sobre Malambruno: será que ha cambiado de opinión el mago éste, será que hay retenciones de tráfico en las salidas aéreas de Candaya, o será que este protoencantador no estará encantado de presentarse a tomar singular batalla conmigo. A don Quijote le carcomían las dudas..., pero todas ellas eran infundadas porque, al momento, allí que se presentó un cuarteto de cimarrones personajes vestidos todos de verde lagarto, que resultó ser yedra, con el caballito de madera (tal cómo el que vi en la Casa Natal de Lorca, pero a medida de la gente adulta. Y es que para jugar no hay edad) a cuestas. Lo ponen de patas para abajo (que es lo normal, aunque sea de madera) y uno de ellos dice (que suba en este artilugio el que tenga “h..” -la gallina lo pone-. valor para ello):" .-

Suba sobre esta máquina el que tuviere ánimo para ello.

-Aquí -dijo Sancho- yo no subo, porque ni tengo ánimo ni soy caballero.


Desde un principio, Sancho quiere echar el culo fuera de tan leñoso caballo, que él más utilidad le sacaría calentando bajo la chimenea de su casa: él nada sabía aún del “ardiente” desenlace de esta voladora historia.

Fue el duque quien tuvo que convencer a Sancho para que subiera sobre el caballo, dándole palabra de que a la vuelta le esperaba la ínsula, con todos sus ínsulanos en gran deseo de verle retornado, sano y salvo: "siempre que volviéredes hallaréis vuestra ínsula donde la dejáis, y a vuestros insulanos con el mesmo deseo de recebiros por su gobernador".
Hay quien dice que la fe mueve montañas, difícil es de creer, lo que sí es seguro es que el dinero y los bienes materiales hacen milagros: Sancho es buena prueba de ello.

Quiso don Quijote intercambiar, secretamente, unas palabras con su escudero, y le dijo que por qué no se daba una tanda de 500 azotillos de nada, antes de partir a tan largo viaje, “ que el comenzar las cosas es tenerlas medio acabada”. Sancho recibió mucho enojo de tan desfavorable propuesta, y le dijo a su señor caballero, “Par Dios, que vuestra merced debe de ser menguado” (que es tonto o se lo hace, interpreto). Cómo se va a infringir un lote tan abultado de azotes si debe de salir de viaje raudo y veloz sobre el duro lomo de un caballo de madera; sus posas no son de mármol, sino de tierna carne, cual joven ternera.

Finalmente suben sobre Clavileño, con los ojos vendados, interpretando que empiezan a volar. Pasando por distintas regiones aéreas; tal la del viento, cuando les dirigen unos grandes fuelles que les despeinan el flequillo (yo, el de la foto, lo perdí tiempo ha); tal la del fuego, cuando les acercan al “testuz” unas antorchas encendidas. ¡Vaya, qué rápido se desplaza este artilugio!. Tres mil y tantas leguas, dijo Sancho antes, que debían navegar. Pues la cantidad en la distancia viene ahora a coincidir con los azotes a los que está obligado a darse el pobre Sancho. Azote por legua, viene a salir la cuenta; aunque ahi por los aires con tampoca estabilidad...

QUEDA OTRA "MIJILLA"....

Antonio Aguilera dijo...

EL RESTO...

Para poner fin, los duques, a la pantomima que venían representando, pensaron celebrarlo, cual famosa fiesta que se precie, con una estruendosa traca final: “y, queriendo dar remate a la estraña y bien fabricada aventura, por la cola de Clavileño le pegaron fuego con unas estopas, y al punto, por estar el caballo lleno de cohetes tronadores, voló por los aires, con estraño ruido, y dio con don Quijote y con Sancho Panza en el suelo, medio chamuscados".

Don Quijote y Sancho acabaron rulando por el suelo, todo anonadados (este palabro no sale en el DRAE, siendo de uso frecuente) y algo chamuscados.

Cuando espabilan, los duques le preguntan a Sancho qué ha visto durante el viaje, y éste, siguiendo el hilo de la farsa, les contesta que ha visto La Tierra de un tamaño no mayor de un grano de mostaza, y asímismo los hombres como si fuesen avellanas. Luego les explica no sé qué de una piara de cabras espaciales (que resultaba ser una constelación, Las Pléyades). Él fue “cabrerizo” de joven, motivo por el que entiende de estos pastoreos. El duque quiere sonsacarle más información para ridiculizarlo, preguntándole si, como de caprinos iba la cosa, entre aquellas cabras no vería algún cabrón. Pero Sancho no se achanta de la agresividad burlesca del duque, contestándole con brío: “No, señor, pero oí decir que ninguno pasaba de los cuernos de la luna”.

Estas respuestas de Sancho suponen un punto de inflexión en cuanto a la inocencia que había mostrado en el transcurso de las burlas que los duques le habían infringido. Ahora Sancho les sigue el juego, acabando el burlador burlado. Don Quijote que se da cuenta de la maniobra, sella un acuerdo con su escudero: -Sancho, pues vos queréis que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis a mí lo que vi en la Cueva de Montesinos; Y NO OS DIGO MÁS” (A buen entendedor pocas palabras bastan).

Lo que no entiendo es por qué Cervantes, en el último párrafo, pone en boca de don Quijote tratamiento de usted para dirigirse a Sancho. Cuando don Quijote, toda la vida de dios, ha tuteado a su escudero. ¿Tal vez lo haga para conferir más solemnidad al mencionado pacto?.

Abejita de la Vega dijo...

El duque, la duquesa, los del jardín, todos nos regocijamos con las pláticas de los dos valientes. Porque quién duda de que lo sean. Sólo falta pegar fuego a la cola de Clavileño, que el leñoso equino, a diferencia del de Troya, va relleno de cohetes tronadores, que no de soldados griegos.

No volaba, mas ahora sí vuelaaaaa por los aires y da con don Quijote y Sancho en el suelo, algo churruscados.

Doña Trifaldi se volatiliza. Me despojo rápidamente de las tocas, el monjil y las barbas postizas. Ahora vuelvo a ser un fiel mayordomo de palacio. Mi barbado escuadrón se retira y los del jardín tirados por el suelo, como desmayados.
Caballero y escudero, molidos y sorprendidos de verse en el mismo jardín de donde habían salido. ¡Y cuánta gente en tierra!

Y… ¿qué es eso? Hay una lanza hincada en el suelo y, atado con dos cordones de seda verde, un pergamino, con letras de oro.

Dice que el ínclito acabó la aventura de la dueña Dolorida y compañía, solamente con intentarla. Asegura que, a Malambruno le basta con el intento y las barbas de las dueñas quedan mondas. No se olvida del cocodrilo y la mona, don Clavijo y Antomasia vuelven a su prístino estado.

Lo de Dulcinea no se acaba tan fácil, la “blanca paloma” se verá libre de “los pestíferos” que la persiguen. Y su arrullador, don Quijote, la tendrá en brazos. Todo por orden del primero de los encantadores, el gran Merlín. Me quedó bien la redacción de este pergamino... y la presentación con su seda y sus oros.

Abejita de la Vega dijo...

Don Quijote da gracias al cielo y se va adonde los duques simulan que aún no han vuelto en sí.

Sancho sujeta al duque de la mano, no es mal actor mi amo, no. Despierta poco a poco, como si le costara, mientras se le pide que tenga buen ánimo, que todo ha acabado bien.

La duquesa y todos los tumbados también despiertan, se maravillan y se espantan, qué bien saben todos fingir. Se diría que han pasado la vida en un carro de comediantes.

El duque lee el pergamino y abraza a don Quijote, alabando su buen hacer como caballero.

Sancho me busca y no me ve por ninguna parte. Quiere verme sin barbas, para ver mi hermosura pero le dicen que, en el momento de bajar Clavileño, el escuadrón dueñil desapareció, liso y mondo.

La duquesa pregunta, al escudero, cómo le ha ido en el viaje. Para contestar, le cuenta que, en la región del fuego, quiso destaparse y su amo no lo consintió. Mas él, curioso, apartó un poco el pañizuelo y miró a la tierra.

Mi señora le pilla en mentira porque asegura haber visto la tierra del tamaño de un grano de mostaza y los hombres de las avellanas. Mi ama, con una sonrisilla, le replica que, de esa guisa, un solo hombre cubriría la tierra. Él sostiene su mentira y responde que, al verla por un ladito, la vio entera.

La duquesa le advierte que, por un ladito, “no se vee el todo de lo que se mira”. Sancho no sabe por dónde salir…si volaba por encantamiento, por encantamiento lo veía todo.

Una vez dicha la primera mentira, ya no hay empacho en decir muchas más. Sancho cuenta que llegó a palmo y medio del cielo y vió esas estrellas que llaman las siete cabrillas. Como, de niño, fue pastor de cabras no pudo resistir la tentación de entretenerse con ellas. Así lo hizo , mientras Clavileño se estaba quietecito.

El duque quiere saber qué hacía, mientras tanto, don Quijote, el cual no vio nada de lo que su escudero dice. Sintió el aire, menudos bríos daban algunos al fuelle. También tuvo indicios de la del fuego, cómo ardían las estopas aquellas; mas no puede creer que llegaran al cielo, donde están las estrellas llamadas cabrillas. Según sus conocimientos, se hubieran abrasado. Sancho miente o sueña.

Sancho asegura que ni una cosa ni otra, que le pregunten las señas de tales cabras. La duquesa le pide que las diga y así lo hace. Dos encarnadas, dos azules y una de mezcla. Tales son sus colores.

El duque, que no hay cabras. Sancho, que son cabras del cielo, no del suelo. Mi señor pregunta, con mucha socarronería, si no vio entre las cabras algún cabrón. Con flema, le contesta que no, puesto que “ninguno pasaba de los cuernos de la luna.”. Después de esta enigmática respuesta, no quisieron saber más de los paseos celestiales del gobernador insular.

Toda su vida rieron los duques esta aventura de la Dolorida. Sancho tuvo para contar siglos, si lo viviera.

Don Quijote le dice algo al oído a Sancho, algo de la cueva de Montesinos. No sé cuál de los dos miente más…

Un abrazo de María Ángeles Merino

PABLO JESUS GAMEZ RODRIGUEZ dijo...

Querido Pedro. Me permitiras que me dirija a Pancho.

Querido Pancho, leido tu comentario de más arriba. Te he echado de menos por mi blog.

Ya le dije a Pedro Ojeda que no tenia tu correo, por ello no te he podido enviar la invitación,amigo.

Yo tampoco he recibido ningun correo tuyo solicitando la clave: si lo hubiera recibido te la habria enviado.

Hazme llegar cual es tu cuenta de correo: dejame un comentario aquí mismo, o en tu blog (te he dejado otro comentario alli) o donde tu desees, y me dices cual es y te la envio inmediatamente,

Un abrazo.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

QUERIDOS PANCHO Y CORNELIVS: os pido perdón a ambos. En efecto, Cornelivs me envió un correo pidiéndome tu dirección para remitirte una invitación a su blog. Lo anoté pero no cumplí. Estoy en baja forma últimamente. Espero que podáis disculparme.

Paco Cuesta dijo...

Pacto de silencio una auténtica perla que no he interpretado como tal. De este modo la aventura aumenta las posibilidades de los siguientes relatos.
Gracias

Teresa dijo...

¡QUÉ BUENO EL FINAL!

Me he reído de buena gana, sobre todo con el diálogo entre Quijote y Sancho

Teresa dijo...

magnífica explicación
magnífico capítulo. más trascendente de lo que parece.