Cervantes retiene la aclaración de la demanda de la Dueña Dolorida todo lo que puede: lo hizo en el capítulo anterior, lo hace ahora con una larga descripción del cortejo de la Trifaldi (enredándose graciosamente en la explicación de su nombre y haciendo responsable de la parodia de la enojosa erudición a Benegeli), con la cortesía en la forma de recibirla y las primeras frases intercambiadas con ella (incluida una divertida intervención de Sancho, que se deja llevar por los superlativos de la Dolorida) y las digresiones de la Dueña, que en vez de hablar directamente del asunto que allí la trae aprovecha para contarnos sus propias emociones. Hasta el mismo Sancho, tan amigo de las idas y venidas en sus relatos, debe pedir el final de la historia (dése vuesa merced priesa, señora Trifaldi, que es tarde y ya me muero por saber el fin desta tan larga historia).
Hay en todo ello una evidente intención de fomentar el interés del lector, jugando con el suspense narrativo (de hecho el capítulo terminará sin saber qué quiere la Dueña Dolorida de don Quijote) a la vez que se aprovecha para levantar un edificio en el que se parodia el gusto por lo exótico y lejano que podría hallarse tras el fabuloso reino de Candaya. En efecto, Cervantes da una vuelta más a la parodia de este tipo de referencias míticas de las novelas de caballerías. En la primera parte, como sabemos, hubo una propuesta similar en la historia de la princesa Micomicona.
Similar, pero no igual: allí Dorotea fingía ser princesa de un reino que sí respondía a la fantasía de los relatos caballerescos y el fin de la trama era procurar el retorno de don Quijote a su aldea para sanarlo.
Aquí, en cambio, el disfraz de la Trifaldi tiene un planteamiento más grosero (con voz antes basta y ronca que sutil y dilicada; Vuestras grandezas sean servidas de no hacer tanta cortesía a este su criado; digo, a esta su criada) y tiene la intención de reírse de don Quijote, no de salvarlo.
Todo se va construyendo con aparato burlesco: de ahí, también el nombre de los protagonistas. La infanta, como no podía ser menos, se llama Antonomasia. A las alusiones sexuales que se esconden tras el nombre de la condesa Trifaldi se añaden ahora las que tiene el del galán, don Clavijo, etc.
Pero hay algo más, porque aunque la historia parte de un motivo similar al de la princesa Micomicona, la parodia de estas aventuras caballerescas va más allá para trasformar el reino de Candaya en un mundo de extracción popular y muy reconocible tanto en los tipos como en las acciones: el uso de la guitarra y el cante para ganarse a la dueña (que aquí ejerce más de criada del teatro barroco que de dueña de la narrativa caballeresca), el matrimonio secreto entre desiguales basado en las gracias del novio más que en el amor, el embarazo de la infanta contado con unas expresiones bien alejadas de toda retórica de estilo elevado (Algunos días estuvo encubierta y solapada en la sagacidad de mi recato esta maraña, hasta que me pareció que la iba descubriendo a más andar no sé qué hinchazón del vientre de Antonomasia, cuyo temor nos hizo entrar en bureo a los tres), etc.
Cervantes lleva el mundo caballeresco al mundo de extracción popular de los entremeses y de las novelas picarescas: incluso la infanta acaba depositada en la casa de un alguacil de corte muy honrado (con lo que contiene de ironía y crítica esta afirmación final). De ahí que Sancho pueda exclamar, con razón, que todo el mundo es uno.
La caracterización de la Dueña Dolorida, las alusiones a las seguidillas (forma musical antigua y popular que comenzaba, por ese tiempo, a desbancar a los romances y otros ritmos musicales para constituir la base del folclore español de los próximos siglos), a la costumbre de cortejar a la reja, los embarazos no queridos justificados por matrimonios secretos (prohibidos legalmente)... Hay un cuadro tan popular y tan vivo en el relato de la Dueña Dolorida y que contrasta tanto con la ceremonia de la casa de los Duques que uno pide, con Sancho, que continúe la historia para saber su final. Veremos si se nos da en el capítulo XXXIX, que comentaremos el próximo jueves.
La caracterización de la Dueña Dolorida, las alusiones a las seguidillas (forma musical antigua y popular que comenzaba, por ese tiempo, a desbancar a los romances y otros ritmos musicales para constituir la base del folclore español de los próximos siglos), a la costumbre de cortejar a la reja, los embarazos no queridos justificados por matrimonios secretos (prohibidos legalmente)... Hay un cuadro tan popular y tan vivo en el relato de la Dueña Dolorida y que contrasta tanto con la ceremonia de la casa de los Duques que uno pide, con Sancho, que continúe la historia para saber su final. Veremos si se nos da en el capítulo XXXIX, que comentaremos el próximo jueves.
21 comentarios:
Aquí estoy otra vez, soy aquel humilde mayordomo que organizaba las burlas de los duques, escribía los diálogos y hacía de actor. Recordará vuestra merced que, al oír la música, me incorporo a la comitiva de la condesa Trifaldi, también llamada Dueña Dolorida.
Entran, en el jardín, tres tristes músicos. Sus pífaros y tambores invitan a la melancolía e incluso al llanto. Tras ellos, dos hileras de seis dueñas, vestidas con anchos monjiles y larguísimas tocas. Tras ellas, vengo yo…digo que viene la condesa Trifaldi, con el barbadísimo Trifaldín.
Voy…va vestida de bayeta negra finísima, tan fina, tan fina que el tejido hace nudos gordísimos, cual tuccitanos garbanzos. ¿Y qué me dicen de la trifalda? Tres puntas, una por paje, dibujando una matemática figura de tres ángulos “acutos”. Por esta prenda, conocen a la condesa Trifaldi, como la de las tres colas... E incluso, alguno de los allí presentes la llamó condesa Lobuna o Zorruna. Lobas, zorras…ya se sabe a dónde apuntan las malas lenguas, aunque lo desmienta una airada dueña Rodríguez.
Pasa la procesión de las doce con la Trifaldi, cubiertas con tupidos velos negros que no traslucen su ajado rostro. El duque, la duquesa, don Quijote y todos los mirones se ponen de pie.
Paran las dueñas y la Dolorida se adelanta, dando la mano a Trifaldín. Me arrodillo, se arrodilla y con una voz ronca pido, pide que no hagan tanta cortesía a este a este su criado…digo criada. Está tan dolorida que no acierta a responder atinadamente, piensa que entendimiento se ha dado a la fuga.
El duque replica, con cortesía empalagosa, que sin entendimiento está el que no descubra su valor, el cual merece la nata y la flor. Y levantándome, levantándola de la mano, me sienta con mi señora la duquesa.
Hay silencio, sólo roto por la dolorida dueña que se presenta con un superlativo discurso: poderosísimo, hermosísima, discretísimos. Está confiada en que su gran cuita halle acogimiento y ablande corazones. Antes de hacerla pública, quiere saber si está presente “don Quijote de la Manchísima y su escuderísimo Panza”.
El Panza es el que responde, por él y por su señor, remedando su habla superlativa. Aunque mis conocimientos gramaticales son más bien escasos, chirria en mis oídos eso de” lo que quisieridísimis”. Este majadero se está pasando con la burla.
Don Quijote ofrece sus servicios…para lo que haya menester se brinda a la Dolorida. Debe decir sus males, que para eso están los de su cofradía andante.
La dueña se arroja a los pies y piernas del “caballero invicto”, para abrazárselos. Casi cojo una liebre, me piso una de las colas; mas enseguida recupero el equilibrio.
¡Oh, las basas y las columnas! Y los capiteles y los fustes… ¡Oh sus hazañas que dejan a tras a Amadises, Esplandianes, etc., etc. Tras el panegírico a don Quijote; me vuelvo, se vuelve hacia el más leal escudero de todos los tiempos y le cojo las manos. A ver si mis palabras ablandan al gran Sancho, más luengo en bondad que las barbas de Trifaldín, aquí presente.
Me dirijo, se dirige al que, sirviendo al gran don Quijote, sirve a toda la caballería andante. Voy a hablar en tercera persona, que esto de pasar de primera a segunda es cansino. La desdichada y superlativa condesa quiere que Sancho interceda. Admirado me hallo del poder de este sandio, sólo acostumbrado a gobernar sus pegujales.
Al buen Sancho le incomodan las alabanzas, socaliñas y plegarias. Eso de la largura de su bondad, comparándola con la luenga barba de Trifaldín… Buen creyente,algo beaturrón, sólo desea estar preparado para rendir cuentas, cuando doble el espinazo. Nos aguantamos la risa cuando dice eso de “barbada y con bigotes tenga yo mi alma cuando desta vida vaya”.
El escudero rogará, de todos modos, a su amo, el cual estará bien dispuesto a ayudar. He de sacar del baúl la cuita y contarla…la Trifaldi quiero decir…
Todos contienen la risa y se admiran de mi agudeza y disimulación. Si Merlín me quedó bien, la Dolorida me quedará bordada, ya verá vuestra merced. Se sienta mi personaje y nos relata, brevísimamente, su cuita.
(Continúa)
CAPÍTULO 2.38
Tras el impasse que supuso el capítulo anterior con la digresión sobre dueñas entre S, doña Rodríguez y DQ, el autor nos va metiendo en harina poco a poco, de manera paulatina, con una descripción detallada, como dirigida a expertos trabajadores del textil, sector tan desaparecido de la superficie de la piel de toro, por haber emigrado, como las golondrinas hacen, a lugares donde la mano de obra debe hacer poco gasto en comida, a tenor de los sueldos tan magros que reciben mensualmente en los escuálidos sobres que entregan en sus hogares.
Una agrupación de doce dueñas seguía a los tres músicos que la encabezaban a modo de procesión. Marcaban un ritmo solemne, ceremonioso y lento a la condesa y Trifaldín, con recuerdo incluido para Tuccitania, tierra de buenos garbanzos y mejores olivos: “vestida de finísima y negra bayeta por frisar, que, a venir frisada, descubriera cada grano del grandor de un garbanzo de los buenos de Martos” (Nuestro amigo Tucci no podrá hacer oídos sordos a esta cita tan generosa de Cervantes). Tres pajes ayudaban a transportar tan aparatoso vestido evitando con ello dejar sin trabajo a los barrenderos.
La comitiva se detiene al llegar a la altura de los espectadores, éstos se adelantan a recibirla. La voz “basta y ronca” acompañada de un desliz de género descubren a la Dolorida desdichada, del entendimiento ido. El duque le brinda el honor de sentarse junto a la duquesa y se disponen a escuchar.
S hace burla de superlativos a la forma tan impostada de hablar de la señora recién llegada. DQ se ofrece a reparar sus cuitas, que no sabe cuáles son y le apremia a relatarlas sin tanto preámbulo. A sus pies, “basas y colunas de la andante caballería”, se arroja; alaba a S su bondad más larga que las barbas de Trifaldín. S le pide que desembaúle de una vez.
Cuenta la condesa que bajo su tutela creció la infanta Antonomasia hija de los Reyes de Candaya, Maguncia y Archipiela. A la tierna edad de catorce mostraba “tan gran perfeción de hermosura, que no la pudo subir más de punto la naturaleza.” Algo de lo que, según ella, seguirá sin carecer si las parcas no han cortado el estambre de su vida.
De tanta belleza reunida en una sola unidad se enamoraron príncipes de todos los lugares, pero también un galán de la corte, de nombre Clavijo, que osó levantar los pensamientos al cielo de tan ponderada belleza. El aludido sabía componer versos, bailaba, hacía hablar la guitarra y también era fabricante de jaulas para guardar adolescentes incautas. Tuvo, además, la habilidad de conquistar a la dueña para que le entregase la llave de la Fortaleza por Antonomasia. La conquista se hace con versos que hieren el alma como rayos invisibles sin afectar el envoltorio.
La dueña tapó la relación hasta que una “hinchazón de la infanta” hizo agilizar los trámites para el matrimonio, “antes que saliese a la luz el mal recado”. S apremia a la condesa Trifaldi para que acorte el camino hasta el final de la historia de modo que los lectores podamos leer el final del cuento, algo que no va a ser posible hasta el siguiente capítulo, porque en éste, poco se ha resuelto de lo que se apuntaba. La dueña se ha pasado el capítulo relatándonos con parsimonia y lentitud su propia historia, dejando para el final el asunto de la infanta y Don Clavijo, que semeja las historias intercaladas de la primera parte , pero mejor trazadas al estar integradas en la trama, formar parte de las burlas de los duques y disparar la imaginación de DQ al plano de su ensoñación , su realidad.
Ya sabemos que a Sancho le caen muy mal las dueñas, por las cuales siente profunda animadversión. Bueno, pues si no quieres caldo, tomate tres tazas Sancho, porque en este capitulo 38 van a abundar en numero: no una, ni dos, ni tres, sino hasta una docena de presuntas dueñas, vestidas hasta los ojos, con monjiles de “anascote batanado”. Batanado viene de batán, lo cual parece que quiere decir que eran pasados por batanes. Quizás fuera una indirecta de los duques hacia D. Quijote, echándole en cara el ridículo tan espantoso que hizo con los batanes en la primera parte (que recordemos, los duques ya habían leído), batanes a los que D. Quijote tanto aborrecimiento había cogido.
Los bellacos redomados de los duques, he de reconocerlo, han escogido mejor esta vez a los guionistas del teatrillo burlesco-dueñesco, que han mejorado un poco. Al menos la puesta en escena.
Y me da la impresión de que nuestro inmortal novelista se recrea en la descripción, dando detalles de todo el ceremonial de la lenta y solemne procesión de dueñas; parece como si disfrutara haciendo gala de esta ironía suya tan deliciosa y magistral, se le ve en muchos detalles. Y comienza nuestro novelista a jugar con la ironía y el doble sentido; si, porque él, que siempre ha sido tan “puntualísimo escudriñador de los átomos desta verdadera historia”, como decía en otro lugar, ahora dice esto: “la cola o falda, o como llamarla quisieren”. Pero bueno, ¿Es cola o es falda? Porque no es lo mismo una cosa que otra. ¿Habla Cervantes de ambigüedad sexual?
Es obvio: nos indica que la Condesa Trifaldi hablaba “con voz antes basta y ronca que sutil y delicada”, y continuamos con los despistes de estos actores mediocres, la Condesa comete un grave error de principio, que la delata: “Vuestras grandezas sean servidas de no hacer tanta cortesía a este su criado, digo, a esta su criada…” Puede que sea demasiado obvio, y puede también que yo esté equivocado, pero yo lo veo asi: blanco es, la gallina lo pone. De modo que ¿otro travestido tenemos? No es la primera vez: recordad al paje -individuo del sexo masculino- que protagonizó el papel de Dulcinea en la burla de los encantadores.
He de reconocer que me he reido muchísimo, con el término “condesa lobuna”, llamándose asi porque en su tierra había muchos lobos. Cervantes sigue con su doble y triple sentido delicioso, diciéndonos algo encantador: “…que si como eran lobos fueran zorras, la llamaran la condesa Zorruna”, lo cual despierta mi abierta sonrisa y mi profundo agradecimiento a nuestro novelista por su sacrosanta y magistral ironía de genio, tan amena y deleitosa. Por cierto, ¿eso de condesa zorruna, o zorra, tiene un significado claro: ¿promiscuidad de la Condesa Trifaldi?
El patio está que arde; higos y cabrahigos sin ton ni son…ambiguedad... Me hubiera gustado ver por un agujero lo que sucedía en más de un palacio habitado por estas dueñas en una noche cualquiera, con estos duques tan amigos de actores travestidos, cuando se cerraban las puertas y todos los gatos eran pardos.
Continuación.
Por cierto ¿Que rostro tenían las dueñas y la Condesa? Imposible distinguirlos: tenian unos velos negros tan espesos, que no se podia adivinar nada. Sancho rabiaba por verles el rostro, pero mejor que no lo vea por ahora, si no quiere llevarse un buen susto; porque -hipótesis personal mia, quizás algo arriesgada-, me vuelvo a apostar otro par de rondas de cervezas a que eran todos hombres. Alli no habia dueñas, sino dueños; no habia higos, sino cabrahigos. Y ello incrementa la risa y la hilaridad de la escena anterior.
La condesa comienza a hablar abusando de los “isimos” e “isimas”, se nota a kilómetros que está exagerando; Sancho acusa el golpe y lo devuelve, diciendole a la dueña que puede : “…decir lo que quisieridísimis, que todos estamos prontos y aparejadísimos a ser vuestros servidorísimos.”
La Trifaldi (o el Trifaldi, que ya no me fio) se dirige a D. Quijote y a Sancho, y estos contestan, provocando la risa de estos duquisimos tan tontisisimos. Y comienza Trifaldi a contar sus cuitas y por ende, la burla y el escarnio, y no solo por el contexto sino por los abundantes detalles: los nombres de los protagonistas (el que me dio la pista y que a mi mas me gustó, “Archipiela”, vaya con el nombrecito); el modo que tiene la dueña de contarlo; luego dice que Clavijo rindió la voluntad de la propia dueña antes que la de la princesa Antonomasia; el hecho de que Clavijo “le dio brincos” a la dueña (¡pero bueno! ¡quieto!... ¿que quiere eso decir?), reconociendo la dueña que fue victima de las artes seductoras de Clavijo, y que fue su propia “liviandad” la que la hizo ceder. Lo cierto es que parece algo “ligera de cascos”, y por cierto, ella misma se llama “medianera”, o sea, alcahueta; por si fuera poco la princesa Antonomasia se queda, o parece quedarse encinta, de Clavijo, lo cual complica aún más las cosas; en fin, todo me da a entender burla chabacana.
Si es que estos duques no aprenden: preparan bien las puesta en escena, pero luego los protagonistas vuelven a fallar en la interpretación; en este caso el/la Condesa Trifaldi tiene una voz muy varonil. Demasiado: como que es un hombre. Quizás otro paje, como el que hizo de Dulcinea.
Y el caso es que Sancho algo intuye y sospecha (“También en Candaya hay alguaciles de corte, poetas y seguidillas, por lo que puedo jurar que imagino que todo el mundo es uno”), pero D. Quijote vuelve a tragárselo todo enterito...¿o hace como que se lo traga?
Espero que no se le indigesten estos cabrahigos ¡…pueden ser terribles!
Saludos.
Lo que más me gusta de episodios como éste de la segunda parte es que estos personajes aunque lo hagan desde una perspectiva burlesca, acudan buscando a don Quijote por la fama que ya ha adquirido como caballero andante y "desfacedor de entuertos".
Besazos.
Todo en el capítulo es grosero y burlesco, en la parodia se multiplican las dueñas, los superlativos. Como dices el interés y el ansia del lector por conocer el desenlace van en paralelo a los deseos de Sancho.
Toda una exageración rimbombante que aumenta el efecto paródico hasta el absurdo. El desfile es muy gráfico y hasta se me parece una ridícula parada militar. Hay mucha ironia en el tema de los nombres.
En sí, los duques se burlan de los personajes princeipales de Cervantes, para que Cervantes se pueda burlar de los Grandes de España sin que se note. Muy listo Cervantes.
¿¿El galán es llevado a la casa del alguacil?? Creía que era Antonomasia. Tengo que volver a leer esa parte... Muy divertido este capítulo aunque con un lenguaje muy rococó y rebuscado. Besotes quijotescos, M.
Antonomasia...
Dios (o quien sea) nos libre de Infantas con ese nombre...
Pero que no nos libre de ese "superheróe" en el que parece ser haberse convertido nuestro Alonso Quijano... siempre desde el lado más burlesco jejeje
UN ABRAZO QUIJOTEROSSS
CAPITULO 38 o LA FUERZA DEL SUPERLATIVO
-DE MODA._ !Que rara iba vestida la trifaldi!: vestido de paño cuyo pelo da la sensación de garbanzos, es decir, a modo de pelotas. La falda con tres picos sostenida por tres pajes, vease, se le irian viendo las enagüas, salvo que los pajes fueran reptando por el suelo.
- Muy divertido el asunto de los superlativos destaco ese don Quijote de la Manchisima y su escuderisimo. La verdad es que resultan ridiculos los superlativos, recordemos a nuestro generalisimo.
- Una de Puyas: Ahora que te necesitan, bien te quieren, amigo Sancho.
- Alegato contra el peligroso poder de seducción de la poesia
- Y aqui dejamos la historia, con la poco discreta y bellisima antonomasia embarazada y casada en secreto.
hola pedro como estas? paso a dejarte saludos y espero que tengas un muy lindo findesemana..
:) sauvignona
MERCHE: ¡Gracias por advertirlo! Evidentemente, es un lapsus (Cervantes le echaría la culpa al impresor): a un galán no se le "deposita" en casa del alguacil...
¿A quién se le deposita entonces? ¿A la cédula o a Antonomasia? Me he armado un lio... Besotes, M.
Vuestra merced tenga paciencia, que todo llega en esta vida.
La condesa Trifaldi comienza situándonos en su país : Candaya. No, no lo busque vuestra merced en mapa alguno, no lo encontrará. No indague acerca de la gran Trapobana ni del cabo Comorín. Son fruto de mi imaginaria Geografía.
Pues…de allí es natural la reina doña Maguncia, viuda del rey Archipiela y madre de la infanta Antonomasia, la cual fue educada bajo la tutela de la dueña Dolorida, como más antigua y principal que es. De algo sirven los trienios, en el palacio candayés...
Y, aquí,para crear el discurso de la Trifaldi,lo tengo fácil. Echo mano de aquellas narraciones en las que, indefectiblemente, había una vez una princesa hermosísima, perfectísima y discretísima. Por supuesto, la más bella del mundo; título que seguirá ostentando ahora, si la parca envidiosa no ha segado, con su guadaña, el tierno tallo de su vida. Mas no, no permitirán los cielos tamaño desaguisado; que los cielos ya han hecho de las suyas.
Y, como sucede en los cuentos, un número infinito de príncipes , naturales y extranjeros acuden al reino, para pedir su mano. Y quedan prendados de la bella princesa. Ni uno, ni dos, ni tres, ni mil…infinitos.
Mas el elegido va a ser un bizarro mozo que despliega sus gracias y habilidades: baila, hace hablar a la guitarra, compone versos e incluso hace jaulas para los pajarillos.
Una alhaja, muy capaz de engañar a una tierna doncellita. Pero el ladrón no tendió sus amplias redes a la niña, no. La atrapada fue la Dolorida, ella entregó las claves de la virginal fortaleza, al llamado don Clavijo.
Con unas coplas que oyó cantar al malandrín, qué vergüenza, Dios mío. Esa de la dulce mi enemiga…se derretía de gusto.
Acertó Platón, hay que desterrar a estos poetastros. Espinas blandas, rayos que hieren, muerte tan escondida, ven. ¡Ay estas seguidillas! Azogue para los sentidos, desasosiego para el cuerpo, música que hace brincar el alma…Que destierren a estos trovadores que embrujan a las incautas doncellas. No, que la culpa no es de las jóvenes sino de las viejas y bobaliconas dueñas que, fácilmente engañadas, permiten que la llave abra la escondida cerradura. ¡Ay, don Clavijo!
Los escritos son un compendio de imposibles: vive muriendo, arde en el hielo y el majadero parte y se queda a la vez. En los libros de la biblioteca, aprendí que todas esas sinrazones son paradojas. ¿Paradojas? ¡Disparates!
¿Y qué podemos decir de lo que prometen? Un fénix, una corona, perlas, oro, un mágico bálsamo. Poco cuesta alargar la pluma y prometer imposibles.
La Trifaldi habla de faltas ajenas, teniendo tanto que contar de las suyas. Su simplicidad no advirtió que, desembarazando el camino a don Clavijo, se embarazaría la pequeña Antonomasia. No fue una sola vez la que yacieron juntos, actuando ella de medianera. Eso sí, como legítimo esposo. ¿No entienden nada? Les explico.
La infanta había firmado, previamente, una cédula en la que declaraba ser esposa del Clavijo. La dueña, creyéndose muy lista, lo redactó convenientemente. Sin este papelucho, jamás hubiera consentido…
Sólo ve un daño en esta coyunda y es la desigualdad de condición social. ¡Una heredera del reino con un simple caballero!
La maraña está encubierta hasta que se descubre la hinchazón del vientre de Antonomasia. Don Clavijo pide, ante el vicario, por su mujer a la princesa, en fe de la cédula firmada.
El vicario ve el documento, confiesa a la chiquilla que confiesa de plano y la deposita en casa de un alguacil de corte, alguacil pero honrado.
Sancho se extraña de que en la lejana Candaya haya como aquí: sus alguaciles, sus poetas y sus seguidillas. ¡Qué desilusión!
La señora Trifaldi nos hace bostezar, no acabará nunca su relato, se va por las ramas. Creo que, a eso, se le llama digresiones. Y es Sancho el que le pide que se dé prisa. Así lo hará, dice…No sé yo...
Un abrazo para los que pasáis por aquí.
María Ángeles Merino.
A me pareció un poco enrevesada la explicación de la Trifaldi... yo casi pido la hora como Sancho....Saludos
CAPs. 2. 37 Y 38
Nos adentramos en el cap. 37 viendo cómo los duques ríen a mandíbula batiente a costa de D. Quijote y Sancho ya que, los planes que han urdido para ridiculizarlos, van dando sus perversos resultados. No sólo a los duques, en alguna ocasión, ha dolido la quijada de tanto reír, sino que al común de los mortales lectores nos ha pasado lo mismo.
Vemos en este capítulo lo mal que funciona el binomio o engranaje dueña-escudero.
Sancho recela de la dueña porque ha escuchado de un “boticario toledano que habla como un jilguero que donde interviniesen dueñas no podía suceder cosa buena”, y teme que le malogre la gobernabilidad de la ínsula. Por su parte, la dueña Dolorida, acusa a los escuderos de espías y levantadores de falsos testimonios, porque las tienen envidia, ya que ellas viven confortablemente en las casas principales.
De repente se oyeron pífaros y tambores, por lo que todos dedujeron que la Condesa Trifaldi se acercaba.
La duquesa pregunta al duque que si saldrían a recibirla, pero contestó antes Sancho diciendo que él lo haría por el rango de condesa de la Trifaldi, que no por el de dueña.
“Así es, como Sancho dice, -dijo el duque- veremos el talle de la condesa y por él tantearemos la cortesía que se le debe”.
Y con estos prolegómenos nos entra don Cervantes en el cap.2.38.
Donde se nos cuenta la triunfal entrada en escena de la Condesa Trifaldi, reverenciada por una docena de dueñas aspirantes a doloridas, como ella misma lo era, las cuales iniciáticas dueñas se pusieron en dos hileras para que la jefa Dolorida Mayor, pasase entre ellas. Venía la Dueña Dolorida cogida de la mano de su escudero Trifaldin de la luenga y blanca barba, además de “vestida de finísima y negra bayeta por frisar, que, a venir frisada, descubriera cada grano del grandor de un garbanzo de los buenos de Martos”. Constatamos cómo don Quijote tenía conocimiento de la ciudad y garbanzos de Martos; seguramente que la legumbre por degustación propia, y tal vez por recaudación cuando anduvo destinado en Castro del Río (Además de buenos garbanzos, esta tierra da buena gente, como nuestro amigo Manuel Tuccitano).
La cola o falda de la Trifaldi, era de tres colas o puntas, como su propio nombre indica, y de ella tomó el nombre la Condesa; ya que no gustó esta dueña-condesa de tomar el nombre de Lobuna, dado que el lobo era abundante en su dueñesco-condado. Dice Benengeli que alguna tomó el nombre de Zorruna por existir zorros-as a mansalva en el territorio de la afectada (es posible que el calificativo lleve doble significado, quizás no tengan las dueñas buena reputación...)
Salió la Trifaldi del cortejo de sus doce dueñas casi doloridas, para acercarse a los duques y don Quijote, lo cual visto por éstos, “se adelantaron obra de doce pasos a recebirla” (deducimos que el 12 es el número favorito de don Cervantes. A un servidor le nacieron los 3 churumbeles que tiene apuntados en día 12, y dos de ellos el 12 de Mayo. ¿Alguien sabe qué se celebra el 15 de Agosto del año anterior?. Pero, no divaguemos...).
SIGUE...
SIGUIO...
Puesta de rodillas la Trifaldi ante los duques y don Quijote, como su contenido era de varón aunque su continente fuese de mujer, erró en la salutación que a ellos hizo, porque donde habita la testosterona es difícil alojar estrógenos, ya que en este supuesto el resultado sería la mezcla de Hermes con Afrodita, o sea, hermafrodita: “Vuestras grandezas sean servidas de no hacer tanta cortesía a este su criado; digo, a esta su criada porque, según soy de dolorida...”
La levantó el duque y fue a sentarla en una silla que junto a la duquesa había, y una vez hubo reposado, continuó la dolorida diciendo: “-Confiada estoy, señor poderosísimo, hermosísima señora y discretísimos circunstantes, que ha de hallar mi cuitísima en vuestros valerosísimos pechos (…) quisiera que me hicieran sabidora si está en este gremio, corro y compañía el acendradísimo caballero don Quijote de la Manchísima y su escuderísimo Panza.”
“-El Panza -antes que otro respondiese, dijo Sancho- aquí esta, y el don Quijotísimo asimismo; y así, podréis, dolorosísima dueñísima, decir lo que quisieridísimis, que todos estamos prontos y aparejadísimos a ser vuestros servidorísimos.” (se le pas´o por alto a la Dolorida superlativizar a Sancho como Panc´isimo). Ofreció don Quijote su brazo y todo su cuerpo para socorrer a tan dolorida señora, pues para socorrer viudas, huérfanos y toda clase de menesterosos había hecho él voto casto y perpetuo de Caballero Andante.
Entonces ella inicia el relato de la descripción de su desgracia: “-«Del famoso reino de Candaya, que cae entre la gran Trapobana y el mar del Sur, dos leguas más allá del cabo Comorín, fue señora la reina doña Maguncia, viuda del rey Archipiela, su señor y marido, de cuyo matrimonio tuvieron y procrearon a la infanta Antonomasia, heredera del reino, la cual dicha infanta Antonomasia se crió y creció debajo de mi tutela y doctrina…”
Resulta que la Infanta Antonomasia, una vez que ha cumplido los 14 años (se nota una vez más la preferencia en la época por las jovencitas), supera en belleza a todos los elementos del femenino género, con el agravante de tener alborotado a todo el gallinero varonil de la comarca “de ella se enamoró infinito número de príncipes”, pero uno sólo fue el que cantó de forma adecuada.
Pero, como la niña se resistía al “maromo”, llamado don Clavijo, no tuvo más remedio éste que conquistar primero a la (vieja) dueña, quien cayó rápidamente en las redes de don Clavijo.
Ahora se lamenta ella de la poca resistencia que opuso al conquistador, pero es que, según ella, el “gachó” “cantaba de perlas con una voz de almíbar” cantes o “seguidillas”(muy populares en tiempos de Cervantes) que a ella la derretían. Si hubieran hecho caso de Platón, estos poetas los hubieran desterrado a la isla de los lagartos, se lamentaba la Trifaldi cuando ya no había remedio.
“Él me aduló el entendimiento y me rindió la voluntad”, se justificaba ella, “que no me rindieron los versos, sino mi simplicidad; no me ablandaron las músicas, sino mi liviandad”. Añadiendo que su mucha ignorancia y poco advertimiento “abrieron el camino y desembarazaron la senda a los pasos de don Clavijo”. Este tal Clavijo, haciendo honor a su nombre, clavó un clavo en tierra fértil, dejando a la Infanta Antonomasia embarazadísima. Quedando la Dueña Trifaldi “compuesta y sin novio”.
Saludos Pedro y a la peña quijotesca.
Esta región me trae el nombre de Sildavia (no tengas miedo de perderte)
Me choca que la dueña escuchara el romance, la seguidilla, el son y si de su agrado fuera permitiera que ése hiciera aquello con ella, con lo que ella se quedara preñada de ése. Es como un poco absurdo visto desde fuera, y en este capítulo habla de esta situación. ¿Acaso las doncellas no contaban con entendederas para apreciar un poema? Tampoco parece que fuera el amor el nexo de unión entre hombre y mujer sino una alcahueta. Creo que he desbarrado con este aspecto.
No sé por qué me da que la condesa Trifaldi debe de ser el mismo que representó a Dulcinea: ...con voz antes basta y ronca que sutil y dilicada, dijo:
-Vuestras grandezas sean servidas de no hacer tanta cortesía a este su criado; digo, a esta su criada
EStoy con Cornelivs en que si ninguna de las dueñas muestra la cara debe de ser porque las barbas les delatarían.
Es divertidísimo el parrafísimo de los superlativísimos. Se me desencajabísima la mandibulísima.
Hay que ver con las seguidillas de Candaya y sus efectos afrodisíacos:
Allí era el brincar de las almas, el retozar de la risa, el desasosiego de los cuerpos y, finalmente, el azogue de todos los sentidos.
A mí al menos así me lo parece.
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