Don Quijote y Sancho se han convertido en el motivo central del entretenimiento de los Duques en estas jornadas: no escatiman nada para que así sea.
Aunque el lector moderno se ha predispuesto contra los Duques, no deja de advertir ciertos motivos en el texto que quizá no sepa comprender del todo pero que eran muy del agrado del lector contemporáneo de Cervantes. Éste inicia el tejido de la burla cortesana con hilos que son bien conocidos en su época, tanto en la realidad como en su tratamiento literario. De hecho, introduce en la novela cuestiones bien documentadas dentro del mundo cortesano y de la nobleza. La caza era no sólo parte del ocio de la nobleza sino que se entendía como un ejercicio necesario y una demostración de pertenencia a ese estamento social. Y la celebración de grandes fiestas al aire libre eran habituales: cuanto más alto se estaba -o se quería estar- en la jerarquía de la aristocracia, más deslumbrantes eran. Conservamos relaciones de fiestas que duraron días y eran un derroche de imaginación y dinero: no sólo ocio sino manifestación de prestigio.
Cervantes toma ambos motivos y los introduce en la narración encajándolos a la perfección en el argumento: la caza es la justificación que hace salir a los protagonistas al lugar en el que se ha preparado la burla y sirve como una demostración de la alta consideración en la que se finge tener a don Quijote; la burla se convierte en el argumento de la fiesta cortesana.
En el motivo de la caza, Cervantes juega con la tradición de su tratamiento en la literatura desde la Edad Media y, especialmente, en el siglo XVI, tanto en la descripción de la montería como en su defensa como ocupación de la nobleza y preparación para el oficio que se la suponía como función social, el de la guerra. Incluso en la imagen de la Duquesa como una Diana cazadora -recordemos que así la conocieron los protagonistas tras pasar el Ebro- hay tradición literaria.
En la imaginación y descripción de la fiesta cortesana también Cervantes toma los precedentes de las relaciones que se hacían sobre ellas y sus varios tratamientos literarios. Se celebraron fiestas memorales en aquellos años en las que no se escatimó en el gasto. Eran espectáculos en los que se sumaban juegos, artes escénicas, arquitectura efímera, ingeniería, etc. Y sus relatos escritos y orales corrían entre las gentes como hoy lo hacen las revistas del corazón. Solían tener un motivo central y uno de los más populares en tiempos de Cervantes era el que tenía que ver con el mundo caballeresco y su tratamiento literario. Cervantes sabía, pues, de la popularidad del motivo y cómo gustaría a sus lectores la descripción detallada. Es más, conocemos que don Quijote y Sancho pudieron aparecer en varias fiestas cortesanas de la época como motivo de burla como aparecieron en los carnavales: Cervantes, pues, reintegra a la obra lo que de ésta había salido en una atención permanente a las repercusiones de su creación.
Pero todo ello hubiera fracasado si no se hubiera sabido engarzar adecuadamente con el argumento del Quijote: de ahí la importancia del motivo del encantamiento de Dulcinea y sus consecuencias. No es sólo una pausa para describirnos cómo se divertían los poderosos sino una forma de hacer avanzar la acción y de fortalecer la unión de los protagonistas y su evolución.
Como la descripción de la montería y de la fiesta pudiera resultar demasiado larga, Cervantes la rompe con las reacciones de Sancho: es el contrapunto al lujo y su función es cómica, mal que pese al lector moderno que le ha tomado cariño en especial con su última declaración de lealtad a su amo. Sancho tiene miedo: acaba colgado cabeza abajo en un árbol y desmayándose en las fadas de la Duquesa. Incluso el mismo don Quijote tiene que hacer de tripas corazón para que no se le note el fuerte efecto que le provoca el desfile de carrozas.
A Sancho ha sido inusitadamente fácil convencerle de que él no encantó a Dulcinea. Don Quijote se resiente más al saber que lo que imaginó en la cueva de Montesinos pudo ser cierto.
Veremos qué pasa con todo ello en el próximo capítulo, el XXXV, que comentaremos el jueves que viene.
Aunque el lector moderno se ha predispuesto contra los Duques, no deja de advertir ciertos motivos en el texto que quizá no sepa comprender del todo pero que eran muy del agrado del lector contemporáneo de Cervantes. Éste inicia el tejido de la burla cortesana con hilos que son bien conocidos en su época, tanto en la realidad como en su tratamiento literario. De hecho, introduce en la novela cuestiones bien documentadas dentro del mundo cortesano y de la nobleza. La caza era no sólo parte del ocio de la nobleza sino que se entendía como un ejercicio necesario y una demostración de pertenencia a ese estamento social. Y la celebración de grandes fiestas al aire libre eran habituales: cuanto más alto se estaba -o se quería estar- en la jerarquía de la aristocracia, más deslumbrantes eran. Conservamos relaciones de fiestas que duraron días y eran un derroche de imaginación y dinero: no sólo ocio sino manifestación de prestigio.
Cervantes toma ambos motivos y los introduce en la narración encajándolos a la perfección en el argumento: la caza es la justificación que hace salir a los protagonistas al lugar en el que se ha preparado la burla y sirve como una demostración de la alta consideración en la que se finge tener a don Quijote; la burla se convierte en el argumento de la fiesta cortesana.
En el motivo de la caza, Cervantes juega con la tradición de su tratamiento en la literatura desde la Edad Media y, especialmente, en el siglo XVI, tanto en la descripción de la montería como en su defensa como ocupación de la nobleza y preparación para el oficio que se la suponía como función social, el de la guerra. Incluso en la imagen de la Duquesa como una Diana cazadora -recordemos que así la conocieron los protagonistas tras pasar el Ebro- hay tradición literaria.
En la imaginación y descripción de la fiesta cortesana también Cervantes toma los precedentes de las relaciones que se hacían sobre ellas y sus varios tratamientos literarios. Se celebraron fiestas memorales en aquellos años en las que no se escatimó en el gasto. Eran espectáculos en los que se sumaban juegos, artes escénicas, arquitectura efímera, ingeniería, etc. Y sus relatos escritos y orales corrían entre las gentes como hoy lo hacen las revistas del corazón. Solían tener un motivo central y uno de los más populares en tiempos de Cervantes era el que tenía que ver con el mundo caballeresco y su tratamiento literario. Cervantes sabía, pues, de la popularidad del motivo y cómo gustaría a sus lectores la descripción detallada. Es más, conocemos que don Quijote y Sancho pudieron aparecer en varias fiestas cortesanas de la época como motivo de burla como aparecieron en los carnavales: Cervantes, pues, reintegra a la obra lo que de ésta había salido en una atención permanente a las repercusiones de su creación.
Pero todo ello hubiera fracasado si no se hubiera sabido engarzar adecuadamente con el argumento del Quijote: de ahí la importancia del motivo del encantamiento de Dulcinea y sus consecuencias. No es sólo una pausa para describirnos cómo se divertían los poderosos sino una forma de hacer avanzar la acción y de fortalecer la unión de los protagonistas y su evolución.
Como la descripción de la montería y de la fiesta pudiera resultar demasiado larga, Cervantes la rompe con las reacciones de Sancho: es el contrapunto al lujo y su función es cómica, mal que pese al lector moderno que le ha tomado cariño en especial con su última declaración de lealtad a su amo. Sancho tiene miedo: acaba colgado cabeza abajo en un árbol y desmayándose en las fadas de la Duquesa. Incluso el mismo don Quijote tiene que hacer de tripas corazón para que no se le note el fuerte efecto que le provoca el desfile de carrozas.
A Sancho ha sido inusitadamente fácil convencerle de que él no encantó a Dulcinea. Don Quijote se resiente más al saber que lo que imaginó en la cueva de Montesinos pudo ser cierto.
Veremos qué pasa con todo ello en el próximo capítulo, el XXXV, que comentaremos el jueves que viene.
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CAPÍTULO 2.34
A los seis días de alojamiento en casa ajena, los duques están decididos a dar un paso más en la farsa, para ello es necesario que la burla salga de las cuatro paredes del castillo. Con ese fin no escatiman en gastos, a disposición del objetivo ponen una montería y una noche de magia: todos los recursos de la casa, materiales y humanos.
Tampoco se queda atrás el autor que da muestra, una vez más, de su pericia a la hora de enlazar unos sucesos donde destaca la mezcla de lo maravilloso y espectacular de la puesta en escena, primero de la montería y después de la cabalgata de los carros, con las dos situaciones plenas de comicidad provocadas por un S medroso.
Una vez que S rechaza una mejor montura y DQ se muestra reacio a desprenderse de su pesada armadura metálica, se ponen en marcha. Viéndose sin oírse por el bullicio de perros y bocinas, viene hacia ellos “un desmesurado jabalí” al que abaten a lanzazos, sin ver a S, pero oyendo sus gritos pidiendo socorro, colgado boca abajo, enganchado de la rama de una encina con su burro al lado, afligido de tanto lamento en una nueva lección del animal al humano, que no lo abandona a pesar de que el escudero lo acababa de dejar a merced del jabalí para ponerse a salvo en lo alto de la encina. Con todo, lo único que le preocupa al bajar es la devaluación que ha sufrido el sayo de caza rasgado que le regalaron al comenzar la montería.
Reflexiona que el riesgo que corren los cazadores en la caza es inútil. No debería haber satisfacción en matar un animal que nada ha hecho. El duque apoya la caza en tanto maniobras militares, ejercicios que simulan una batalla. Le aconseja que se dedique a ella cuando llegue a gobernador. Lo que para el duque es entrenamiento para la guerra sin hacer mal a nadie, para S es ocio y dejación de sus funciones: “la caza y los pasatiempos más han de ser para los holgazanes que para los gobernadores.”
DQ, que había escuchado las razones de unos y de otros, reprende a su escudero: “¡…cuándo será el día, […] donde yo te vea hablar sin refranes una razón corriente y concertada!” algo que S no tiene ninguna intención de tener en cuenta, menos si la duquesa le apoya en todas sus opiniones.
Echada la noche tras la huida del día por Occidente, apareció un diablo a caballo tocando un cuerno desmesurado, envuelto en el estruendo y luces de las antorchas que iluminaban la noche cerrada, les anuncia la llegada de Dulcinea encantada y Montesinos, (parece ser que el que está por venir es Merlín) dispuesto a dar instrucciones a DQ sobre cómo desencantar a su enamorada. El estruendo que le acompañaba debió de afectarle porque menta a Dios y se olvida de su cometido: no reconoce a DQ que tiene delante, algo que no pasa desapercibido para S, que lo hace notar pero que de ninguna forma son motivos que le hagan sospechar de la farsa.
Tres carros, sin engrasar desde hacía tiempo, descritos con profusión de expresiones y artificio por C, tirados por cuatro bueyes cada uno con antorchas en los cuernos que acarrean a habitantes de la Cueva de Montesinos, que hacen temblar a S y buscar refugio en los vuelos de la falda de la duquesa.
Cuando ya el chirrido de las ruedas procedente de los tres carros ha desaparecido, un cuarto carro aparece, esta vez bien engrasado, acompañado de música que alegra el corazón de S, como veremos en la continuación del episodio la semana próxima.
El duque y la duquesa se regocijan con las conversaciones quijotescas y sanchescas; pero son insaciables, quieren más y mejor diversión.
Y eso tan interesante de la misteriosa cueva de Montesinos, con el encantamiento de Dulcinea, les viene como anillo al dedo. Van a aprovecharlo para su montaje teatral. Ellos son “grandes” y pueden organizarlas a lo grande.
De lo que más se admira la duquesa es de la simplicidad de Sancho. Se ha tragado lo de Dulcinea encantada, habiendo sido, él mismo, el encantador y el embustero.
Preparan una montería, actividad fundamental en la corte de los Austrias, dinastía reinante en esos primeros años del siglo XVII. Y los “grandes” no van a ser menos que sus reyes. El duque nos explicará por qué es un ejercicio tan conveniente para los “príncipes” ociosos. ¿Se atreve Cervantes a insinuar una velada crítica a la monarquía?
Dan a don Quijote un vestido de monte, pero no se lo pone, de ninguna manera, que un caballero andante no lleva lujos. En cambio, Sancho acepta gustoso ese sayo verde de finísimo y costosísimo paño. Echa cuentas: podrá sacar unos maravedíes de su venta. No es la maleta de Cardenio, pero menos da una piedra.
Don Quijote va armado y en su rocín, Sancho de verde y en su rucio. Se meten en la tropa de los monteros. El cortés caballero andante toma las riendas del palafrén de la duquesa. Llegan a un bosque, donde se reparte la gente por diferentes puestos, y comienza la caza. El estruendo es tal que no se oyen los unos a los otros: ladridos, gritos, voces, el son de las bocinas…Guauuu guauuuu, tusoooo, ahí vaaaa, cuidadooo, tutú tutúuuuu.
La brava duquesa, qué mujer esta, con su venablo, se apea y se coloca en un puesto conocido, a la espera de los fieros jabalíes que han de pasar por allí. No han de pasar,si se les lleva hacia allí como a corderitos.
Don Quijote y el duque, apeados, se colocan a su lado. Y Sancho, detrás y sin apearse. Viene hacia ellos un enorme y fiero jabalí, menudos colmillos luce, qué espumarajos sanguinolentos asoman por su boca. Ay, qué don Quijote, otra vez, es el Cid Campeador ante el león y se quiere plantar ante el colmilludo. Pero este bicho no lleva trazas de darse la vuelta y enseñar los cuartos traseros, como aquel león de la jaula. Y estamos en la segunda parte y don Quijote ya no es lo que era.
También el duque tiene dispuesto su venablo, mas la valiente duquesa procura adelantarse a todos. El duque no se lo permite, a dónde va esta costilla mía tan osada...quieta mujer.
Sancho ve al animalillo y da a correr todo lo que sus cortas piernas dan de sí e intenta subirse sobre una encina demasiado alta. Cuando está a la mitad, cogido a una rama, se desgaja ésta; sin embargo no cae al suelo, quedando asido de un gancho del árbol. Ay, que su valioso sayo verde se rasga y el cerdo peludo puede alcanzarle. Comienza a pedir socorro con unos gritos tan lastimeros que muchos piensan que la fiera ya se ha puesto a la faena de despedazarle. Menudo trabajo tiene el animal...Al pie de la encina, el rucio; la lumbre de sus ojos, valiente y fiel.
Finalmente, el jabalí cae acuchillado por una lluvia de venablos, de diversas procedencias. (Continúa)
LLegué,Pedro,lo siento,he visto que pasaste por mi blog y seguro que te "desencantaste" de no ver a nuestro Quijote,pero yo también conozco "ciertas artes".Abrazos
Pedro, voy a seguir tu consejo y ahora publicaré mi resumen del capítulo (con mis pequeñas anotaciones) en mi blog. Lo haré cada viernes de ahora en adelante. En este capítulo sí que yo veo una crítica velada a los "grandes" de España. Besotes quijotescos, M.
- LA SUPUESTA SIMPLICIDAD DE SANCHO: la duquesa se extraña de que S pueda creer un embuste que el mismo urdió, yo sé darle la solución: es fácil creer en lo que nos conviene, no es politicamente correcto, pero es así.
- DOS AMIGOS: La ternura con que Sancho trata a su rucio me conmueve, cuantas personas son tratadas con más desdén.
- SANCHO DE CACERÍA: no sé porque se empeñan los duques en prococar situaciones ridiculas, bastaría esperar y se producen solas, pero claro, no poder manipular el destino, no produce el mismo placer.
- PARTIDARIOS Y DETRACTORES DE LA CAZA. Es curioso, se esgrimen las mismas razones que hoy (ojo, al hecho de que la caza no es para todos, el pijerio siempre da un toque)
- REFRANES DEL REVÉS: más vale al que Dios ayuda que al que mucho madruga, modificación que da alas a los perezosos.
- !QUE AMBIENTAZO EN EL BOSQUE, OÍGA! tan pronto nos llega un correo certero (que tino, para encontrar a los destinatarios!) como un comité de sabios, veremos que es lo que depara la música.
¡Ha desaparecido mi comentario anterior! Son los encantadores, seguro. Te decía que he seguido tu consejo y he decidido publicar mi resumen en mi blog pero no sé qué problemas tengo que Google no me lo acepta como "new post". Lo escribí en mis "bloggers posts" y lo he copiado y pegado pero no sale. ¡¿Qué puedo hacer?! Me sale un comentario sobre que el HTML no lo acepta... No lo entiendo. ¿Alguien me puede ayudar? Besotes, M.
Veo que no había desaparecido...está ahí. ¡Ay, estoy gagá...! Perdona. Besotes de nuevo, M.
Soy yo de nuevo. He logrado postearlo, creo que el problema era el grabado de Doré que había incluido. Al borrarlo se ha publicado el texto. Ahora bien, ¿¿cómo es que PANCHO pone esos grabados tan chulis-pirulis en su blog?? El mio, la verdad, es que ha quedado muy soso. Besotes otra vez, M.
Al llegar a estos capítulos, siento pena por don Quijote y Sancho.
Hemos avanzado...pero poco.
Una fiel lectora
Un abrazo
Mi Señor Ojeda, su contextualización del capítulo que realiza, es como siempre educativa, ilustrativa y no dudaré que cierta.
Quizás por esas razones que esgrime, era lectura parecida al HOLA! necesario referente en establecimientos peluqueros que se precien.
Aunque si es obra legible todavía, no me imagino que sea por describir las holganzas de la nobleza con finura, sino en mi opinión, por resaltar la opinión del porquero y campesino interesado en el gobierno, capaces de razonar en boca del ridiculizado Sancho (ayudado por populares dichos), y lo increíble es que lo hace en nuestros mismos términos a pesar de cuatro siglos y las únicas diferencias son los bosques y su noble fauna mermados y sustituidos por asfalto y monte quemado.
En el siglo XX y XXI también se mencionan las cacerías del jabalí o la osa en Rumanía por el Rey que mantenemos.
Y cuando el 'Prestige' nos chapapoteaba, ¿recordamos dónde se encontraban nuestros nobles ministros y grandes gobernantes? cazando ¿no sería ejercitando para una guerra? pues también.
¡Sancho regresa, el pueblo no te olvida, te mereces gobernar la ínsula de España!
Suyo, Z+-----
Esta aventura es deliciosa, Pedro. Recuerdo cómo me impresionó cuando la lei por primera vez, hace ya tanto tiempo.
Un fuerte abrazo.
..."Eso es lo que yo digo -respondió Sancho—, que no querría yo que los príncipes y los reyes se pusiesen en semejantes peligros, a trueco de un gusto que parece que no le había de ser, pues consiste en matar a un animal que no ha cometido delito alguno.
—Antes os engañáis, Sancho —respondió el duque—, porque el ejercicio de la caza de monte es el más conveniente y necesario para los reyes y príncipes que otro alguno. La caza es una imagen de la guerra: hay en ella estratagemas, astucias, insidias para vencer a su salvo al enemigo; padécense en ella fríos grandísimos y calores intolerables, menoscábase el ocio y el sueño, corrobóranse las fuerzas, agilítanse los miembros del que la usa, y, en resolución, es ejercicio que se puede hacer sin perjuicio de nadie y con gusto de muchos; y lo mejor que él tiene es que no es para todos, como lo es el de los otros géneros de caza,excepto el de la volatería, que también es sólo para reyes y grandes señores.Así que,¡oh Sancho!,mudad de opinión,y, cuando seáis gobernador,ocupaos en la caza y veréis como os vale un pan por ciento".
Un día de campo… La caza… y las distintas opiniones acerca de este “deporte”,y quienes la practican.Besitos.Silvi.
Me gusta mucho esto que señalas y que denota el cuidado de Cervantes por su obra:
"Cervantes, pues, reintegra a la obra lo que de ésta había salido en una atención permanente a las repercusiones de su creación"
Me gustó también el corte de Sancho a la descripción de las fiestas ducales.
Es más, me recuerda una escena similar con mi hermana menor cuando nos trepábamos a los árboles de la quinta de mis abuelos maternos.
Ella quedó en una ocasión como SANCHO, enganchada por el rabo a una rama, pataleando y manoteando en el aire hasta que cayó al piso y su short cuadriculado (pantalón corto) que había sido esmeradamente confeccionado por mi abuela quedó destrozado colgando de la rama, cual flameante estandarte y a los 4 vientos.
Al margen de la preparación de futuros capítulos y de la parodia, Cervantes a través de las aventuras de los personajes hace un retrato de la sociedad de su tiempo.
La Caza Mayor sigue siendo uno de los hobys más preciados de la jet.
Aunque ahora todos los estamentos sociales se apuntan a pegar tiros.
Todos los años mueren personas por accidentes de caza.
¡Qué pasión tienen algunos por las armas de fuego y disparar a todo lo que se menea!!!
Mañana intentaré escribirrrrrrrr
Me anoto el capítulo XXXV para leer la semana que viene. Saludos.
Don Quijote descuelga al desconsolado Sancho. Ay el sayo desgarrado, ay este sayo que valía un mayorazgo. ¡Qué exagerado eres, escudero!
El poderoso jabalí yace inerte sobre un mulo, cubierto de romero y mirto, como un victorioso despojo. Lo llevan a unas tiendas de campaña donde espera la comida aderezada y puesta en la mesa. Comida a lo grande, dada por “grandes” que no reparan en gastos.¡Sustanciosas espumas!
¡Qué confianza tiene Sancho con la duquesa! Le muestra su llagado vestido y le manifiesta lo poco que comprende este tipo de caza. No entiende qué gusto se saca de exponerse a perder la vida, como aquel Favila comido por un oso. Don Quijote, muy redicho, ve conveniente aclararle que Favila fue un rey godo. Y Sancho que a eso va, que no querría él que príncipes y reyes se pusiese en tales peligros, para matar a un animal inocente. Monárquico escudero…
El duque interviene para señalar al ejercicio de la caza como el más conveniente para reyes y príncipes. Es como la guerra: hay estrategias, se pasa frío y calor, espabila a los ociosos y dormilones, mide las fuerzas y mantiene ágiles los músculos.
Así que Sancho gobernador ha de ocuparse en la caza y le cogerá el gusto. El aludido no está de acuerdo y parafraseando un refrán machista destinado a las sufridas mujeres casadas: “el buen gobernador, la pierna quebrada y en casa”. Nada de holgarse en el monte, el gobernador ha de permanecer en su puesto, la caza para los holgazanes. Más claro, agua. Ya saben reyes y príncipes:”Ni cazas ni cazos”.¡Cuidado Cervantes con la monarquía, que es absoluta!
Cartas y bolos,sólo los domingos y fiestas de guardar. Ése es el plan de ocio del escudero gobernador. Y, cuando don Quijote le advierte que “del dicho al hecho hay gran trecho”, comienza a ensartar refranes: las prendas del buen pagador, el que madruga, las tripas y los pies…El galimatías refranesco que tanto suele irritar a su amo.
No sé por qué se enfada, si él acaba de decir, precisamente, un refrán. Pues lo hace, maldito seas, tengan cuidado con él, que les molerá las almas, con sus refranes mal encajados…
Mas la duquesa le defiende, estima más los refranes de Sancho que aquellos bien traídos y acomodados.Con estos me divierto mucho más.
Entérese don Quijote. El escudero se derrite de gusto, qué gran señora ésta y cómo habla…
(Continúa)
Hasta mañana
La noche se echa encima. Noche de verano, con un claroscuro aliado de las intenciones burlonas de los duques.
Pasó el crepúsculo, ya no es momento de nubes encendidas. Sin embargo, el bosque arde o lo parece. Se oyen cornetas y otros instrumentos bélicos. ¿Pasa la caballería? El resplandor ciega los ojos, el ruido atruena los oídos. Agarenos lelilíes trompetas, clarines, tambores y pífaros. Para poner de punta los nervios más templados.
Pasmado el duque y suspendida la duquesa. Excelentes actores. Don Quijote se admira, Sancho tiembla.
Y, de repente, silencio, un terrorífico silencio. Aparece un espantajo vestido de demonio que hace sonar un cuerno, cuyo ronco sonido espanta a los presentes no conchabados.
Con toda naturalidad, el duque le llama “hermano correo” y le pregunta quién es, dónde va y qué gente de guerra es ésta. Contesta, con voz de dar miedo, que es el Diablo y va a buscar a don Quijote de la Mancha. Los de la guerra son seis tropas de encantadores que traen, sobre un carro triunfante, a Dulcinea encantada que no encantadora. Viene con Montesinos, que dará las instrucciones, a Don Quijote, para desencantar a su dama y volverla encantadora.
Don Quijote pone en duda que sea de verdad diablo. Si lo fuera, hubiera conocido, de un vistazo, al caballero de la Mancha, puesto que lo tiene delante. El del cuerno se disculpa, andaba despistado.
A Sancho le extraña que un demonio diga “En Dios y en mi conciencia”. Con ironía, apunta que es buen cristiano; lo cual demuestra que, incluso en el infierno, hay buena gente. La perspicacia de Sancho es intermitente...
El de los tres cuernos trae un recado del descorazonado Montesinos, para el Caballero de los Leones. Que le espere aquí mismo, que trae a Dulcinea, con orden de darle la receta del desencanto. Toca el cuerno, tutu tutú, y se va.
No sabemos quién queda más escamado, si Sancho o Don Quijote. El escudero, de ver cómo se empeñan en el embuste de una Dulcinea encantada. El caballero porque no puede asegurarse, a sí mismo, si es verdad lo de la cueva de Montesinos. Y ambos esperarán: intrépidamente el caballero y Sancho con reservas, que diablos y cuernos no le hacen ninguna gracia.
(Continúa)
Se cierra la noche y, por el cielo, discurren luces como estrellas fugaces. ¿Fuegos de artificio?
Se oyen espantosos chirridos de ruedas macizas, como las que llevan los carros de bueyes; a ellos se unen ruidos de artillería, escopetas, voces de combatientes, lelilíes moros…Parece, que en el bosque, se estuvieran dando cuatro batallas, una en cada punto cardinal. Los duques non han reparado en gastos…
Don Quijote, tan valiente, ha de valerse “de todo su corazón” para sufrir aquel son tan horrendo. En cuanto a Sancho, se desmaya en las faldas de la duquesa, buen lugar para desmayarse. La gran dama recibe al desmayado Muy humana la señora duquesa. Mas “a gran priesa” manda que le echen agua en el rostro. Se espabila coincidiendo con la llegada del primer carro. ¡Qué mujer esta! ¡Lástima haber nacido villano!
Tiran del carro cuatro cachazudos bueyes, vestidos de luto y con un hacha de cera encendida en cada cuerno. Como toros embolaos, más o menos.
Y sobre un asiento alto, un venerable anciano, con luengas barbas blancas y ropa negra de bocací. Será buen tejido…
Lo guían dos feos demonios, tan feos que Sancho cierra los ojos para no verlos. Van a juego con el venerable, ay este adjetivo *
Bueno, a lo que vamos, se levanta el viejo y se presenta como el sabio Lirgandeo, modestia aparte.
El siguiente carro lleva a otro anciano , igualmente modesto: el sabio Alquife. Nos da el dato de ser “el grande amigo de Urganda la Desconocida”.
El que llega a continuación no transporta a otro venerable sino a un “hombrón robusto y de mala catadura”. Qué miedo, dice ser Arcalaús el encantador. Si los otros dos van de sabios, éste se presenta como “enemigo mortal de Amadís de Gaula y de toda su parentela”.
Pasan los carros y paran un poquito más allá. Cesa el horrendo chirrido y se oye ¡música! Música suave y concertada. Sancho se alegra y opina que “donde hay música no puede haber cosa mala”.
Su venerada duquesa añade que “tampoco donde hay luces y claridad”. El escudero replica que” luz da el fuego y claridad las hogueras”, pero pueden abrasarnos. Muy fino hila el futuro gobernador.
Sancho relaciona siempre la música con la fiesta. No conoce otra…
Veremos, en el próximo capítulo, de lo que va tras la música.“Ello dirá” dice don Quijote.
Un abrazo, a los que pasáis por aquí, de María Ángeles Merino.
Aunque Cide Hamete nos adelanta, en el epígrafe a este capítulo, que en él se nos diría cómo se desencantaría a Dulcinea, la verdad es que, una vez más, el narrador, autor o traductor de esta verdadera historia, ultima el capítulo sin decirnos cómo la ha de desencantar. Por lo que deduzco, que el mencionado epígrafe pertenece a los acontecimientos del cap. siguiente, o sea al 2.35. Pero no perdamos más tiempo en estas menudencias. Los duques maquinan diversas trastadas o burlas que gastar a don Quijote y Sancho; desde luego, estas tales trastadas, han de tener apariencia de aventuras propias a la caballería andante.
Pues, desde luego, una buena forma de reírse de nuestros amigos sería llevárselos de montería, para poder apreciar al detalle las reacciones que nuestros protagonistas tendrían ante un animal cimarrón. Les dan unos trajes propios para la montería, don Quijote lo rechaza arguyendo que eso son lujos innecesarios, que con una sola muda de ropa pasa él todo el año, e incluso con esa frecuencia la mantiene en perfecto estado de revista.
Sancho no piensa igual, y no porque se asee y se cambie más de ropa, sino porque piensa venderla al primero que se le cuadre. Sin duda este escudero debe de tener no pocas gotas de sangre judía: de otra forma no se entiende cómo ha salido tan fino para las finanzas.
Ofrecen los duques a Sancho un buen caballo para participar en la cacería, pero renuncia a él, prefiere no desamparar a su rucio. Craso error, el que comete sancho -pues sabiendo de la ausencia de su valor-, el caballo le hubiera sido de más provecho en una posible huída. Allá que se los llevaron, al amo y al escudero a un "frondoso bosque que entre dos montañas estaban". Desmontan de las caballerías y van tomando posiciones, el duque y don Quijote en vanguardia, para ser los primeros en abatir la presa; Sancho, como es inherente a su pusilánime espíritu, se queda en el vagón de cola (aunque según se vea, ¡porque quizás pueda hacer frente a los que vengan por detrás!). Pero no pensemos mal del valiente escudero, su papel en la cacería es fundamental: se sube a un árbol para ver antes que nadie cuándo se acercan las fieras. Más la suerte no le acompaña, porque la rama donde se aposta se quiebra; seguro que ha cogido algo de peso por culpa de las opíparas comidas que se aprieta últimamente.
El cuadro que se nos presenta no tiene desperdicio, aunque nos da algo de pena que don Cervantes se burle de Sancho de esta manera: "........."
El rucio no pagó a Sancho con la misma moneda -que lo dejó solo para subir a la encina-, sino que se estuvo al pie del árbol esperándole. Finalmente, don Quijote descolgó a Sancho, y éste en vez de agradecerle a su amo el favor, se lamenta por la rotura del sayo de monte: "la pela es la pela" (dicho que se le atribuía a los catalanes, que nada tienen que envidiar a los judíos en cuanto delfines monetarios).
Como consecuencia, posiblemente, del enfado por la rotura del vestido, Sancho predicó con vehemencia a los presentes que, qué gusto recibían de esperar a un salvaje animal con peligro de ser embestido por un colmillo y que, además, para qué "matar a un animal que no ha cometido delito alguno.
SIGUE.....
SIGUIÒ No les faltan argumentos al duque y a don Quijote para contrarrestar la prédica de Sancho: "La caza es una imagen de la guerra...................."
Sancho añadió que la caza era ejercicio de holgazanes y que los gobernantes deberían renunciar a tales inútiles y dedicarse al gobierno de sus estados. Con estos dimes y diretes se iba agotando el día, la noche pidió permiso para entrar y entró bien cerrada. De repente se iluminó el bosque por los cuatro costados, y se escuchó gran estruendo de trompetas, tambores, chirriar de ruedas de carretas arrastradas por bueyes en cuyos cuernos venían abrazadas unas antorchas con un fuego cegador (¿sería el origen de los toros embolaos?).
Tanto era el estruendo que hasta don Quijote, viva personificación del Valor, dejó de serlo, y empezaron a temblarle sus más que calcificadas piernas (algo de pellejo también quedaba).Sancho, por su parte, no perdió la ocasión para intimar, cayendo desmayado sobre las faldas de la duquesa. Precedía aquella procesión un feo personaje a caballo que dijo ser el diablo, raro personaje que juraba por Dios y su conciencia. A lo que Sancho dijo que a él le parecía que hasta en el mismísimo infierno hay gente buena. Preguntaba el diablo por don Quijote para darle albricias de Dulcinea. Sancho le dijo al rabilargo que si estaba ciego, porque lo tenía delante de sus narices: "traigo en tantas cosas divertidos los pensamientos, que de la principal a que venía se me olvidaba", contestó el que habita en el corazón de las tinieblas (no en El Congo, aunque parecido).
En la caravana de la muerte venían, en distintas carrozas, varios personajes legendarios y fabulosos. Aunque el más osado resultó ser un "hombrón robusto y de mala catadura" quien quiso amedrentar a don Quijote con la siguiente sentencia: "Yo soy Arcalaus............."
Finalmente se escuchó una "suave y concertada música" que hizo alegrar el corazón de Sancho: ¡ya no quiso levantar la cabeza del regazo de la duquesa!!
El bosque en la oscuridad asusta mucho y todo son tinieblas. Si se escenificara daría para una película (americana) de terror.
La sabiduría de Sancho es ejemplar. De la música nada malo puede salir.
Me quedo con esta frase
"Ahora yo tengo para mí que aun en el mesmo infierno debe de haber buena gente."
Como has sacado el tema de las revistas del corazón, pensé en capítulos anteriores, que los Duques saben, que con su intervención en la vida de Quijote y Sancho pueden llegar a ser portada y que saldrán en las noticias. Esto no deja de ser un Gran Hermano de la época.
Los duques muestran la mala baba que tienen y lo crueles que son.
En verdad que no se hacen simpáticos y no se ganan al lector. Más bien todo lo contrario. Y según intuyo, esto no ha hecho mas que empezar.
Besos
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