En este capítulo se sientan las bases de la larga sucesión de burlas con la que los Duques piensan entretener su ocio a costa de don Quijote y Sancho. Todas ellas se basan en un mismo argumento: usar el conocimiento que tienen de ambos a partir de la lectura de la primera parte y de los datos que ellos mismos facilitarán para hacerles creer que en verdad son caballero andante y escudero, que existen los encantadores y que, en definitiva, el mundo fantástico de las novelas caballerescas existe.
Para su diversión, los Duques no dudan en ordenar a todos los que están bajo su poder que entren en el juego, aunque no todos lo cumplirán de la misma manera, como veremos. En realidad, Cervantes refleja un ambiente festivo típico del mundo cortesano de su época, en el que todo está subordinado a la diversión del poderoso: el resto son meros comparsas.
Don Quijote y Sancho, sin saberlo, se convierten en bufones de la corte ducal y reaccionan ante las abrumadoras muestras de lo que piensan es generosidad en una gradación a la que debemos estar muy atentos para comprenderlos.
En efecto: don Quijote y Sancho pueden desencadenar la risa fácil del lector en estas situaciones, pero las emociones que provoca la lectura atenta son más sutiles y con un espectro más amplio. Sin duda, Cervantes plantea una situación fácilmente entendida por su comicidad pero también por su inversión ya por los lectores contemporáneos, pero que ha ido ganando peso conforme desapareció el sistema social basado en los estamentos. Hoy, no cabe duda, de todo lo planteado por Cervantes en estos capítulos ya no recordamos sólo la risa por las situaciones cómicas en las que se encontrarán don Quijote y Sancho durante su estancia entre los duques sino que ganan en nuestro recuerdo los otros matices, en los que se contiene una alta dosis de crítica social. El lector moderno está definitivamente del lado de los protagonistas hasta el punto de que los Duques le resultan odiosos. Cervantes no podía ir más allá en la situación, pero dejó apuntados de toda suficiente todos los motivos que aclaran la perspectiva con la que trata esta farsa cortesana.
Don Quijote y Sancho, sin saberlo, se convierten en bufones de la corte ducal y reaccionan ante las abrumadoras muestras de lo que piensan es generosidad en una gradación a la que debemos estar muy atentos para comprenderlos.
En efecto: don Quijote y Sancho pueden desencadenar la risa fácil del lector en estas situaciones, pero las emociones que provoca la lectura atenta son más sutiles y con un espectro más amplio. Sin duda, Cervantes plantea una situación fácilmente entendida por su comicidad pero también por su inversión ya por los lectores contemporáneos, pero que ha ido ganando peso conforme desapareció el sistema social basado en los estamentos. Hoy, no cabe duda, de todo lo planteado por Cervantes en estos capítulos ya no recordamos sólo la risa por las situaciones cómicas en las que se encontrarán don Quijote y Sancho durante su estancia entre los duques sino que ganan en nuestro recuerdo los otros matices, en los que se contiene una alta dosis de crítica social. El lector moderno está definitivamente del lado de los protagonistas hasta el punto de que los Duques le resultan odiosos. Cervantes no podía ir más allá en la situación, pero dejó apuntados de toda suficiente todos los motivos que aclaran la perspectiva con la que trata esta farsa cortesana.
En este capítulo vemos cómo se construye el argumento de la burla y cómo reaccionan ante él los diferentes personajes, puesto que no todos lo harán de la misma manera. Ésta es otra sutileza técnica de Cervantes: destaca del grupo diferentes personajes que expresen una variedad de reacciones para que no resulte todo uniforme y plano.
Don Quijote no las tiene todas consigo: es la primera vez que se ve tratado como un caballero andante verdadero, a la manera en la que había leído en las novelas, pero teme ser descubierto y de ahí que intente controlar la lengua y el comportamiento de Sancho. Don Quijote se cree a la altura de su personaje, pero no puede confiar en su escudero.
Sin embargo, Sancho ya se ha desatado desde el mismo momento en el que la Duquesa le ha manifestado su preferencia y reclama su parte de protagonismo: de ahí su interpelación a la dueña Rodríguez (uno de los diálogos más divertidos de esta segunda parte y que contiene toda una inversión de la situación pretendida tanto en palabas como en gestos que contienen referencias, chistes y gestos de todo tipo, hasta la grosería) y, en especial, el cuento popular con el que se ríe de la ceremonia de la cabecera justo después de haber sido advertido por su amo, con lo que deja muy claro que no habrá de hacerle demasiado caso para alegría de la Duquesa.
La misma dueña altera un tanto el papel que se le había otorgado en la farsa al sentirse maltratada por Sancho, quien confunde todos los planos posibles: el real, el literario, el de la anécdota, etc. Por eso mismo es reñida por la Duquesa.
Don Quijote no las tiene todas consigo: es la primera vez que se ve tratado como un caballero andante verdadero, a la manera en la que había leído en las novelas, pero teme ser descubierto y de ahí que intente controlar la lengua y el comportamiento de Sancho. Don Quijote se cree a la altura de su personaje, pero no puede confiar en su escudero.
Sin embargo, Sancho ya se ha desatado desde el mismo momento en el que la Duquesa le ha manifestado su preferencia y reclama su parte de protagonismo: de ahí su interpelación a la dueña Rodríguez (uno de los diálogos más divertidos de esta segunda parte y que contiene toda una inversión de la situación pretendida tanto en palabas como en gestos que contienen referencias, chistes y gestos de todo tipo, hasta la grosería) y, en especial, el cuento popular con el que se ríe de la ceremonia de la cabecera justo después de haber sido advertido por su amo, con lo que deja muy claro que no habrá de hacerle demasiado caso para alegría de la Duquesa.
La misma dueña altera un tanto el papel que se le había otorgado en la farsa al sentirse maltratada por Sancho, quien confunde todos los planos posibles: el real, el literario, el de la anécdota, etc. Por eso mismo es reñida por la Duquesa.
El eclesiástico, al tomar la palabra, desmonta la broma de los Duques y les reprocha, tanto a ellos como a don Quijote, toda la fantasía caballeresca. Pero la ironía cervantina anula lo que podría haber echado al traste con toda la situación al prevenirnos contra este eclesiástico desde su descripción, puesto que lo pinta como un moralista tan severo como interesado por la posición con la que cuenta en la corte de los Duques. Retrata Cervantes un tipo social frecuente en la época y al que acusa de buena parte de la endeblez de la nobleza española. Posiblemente se refiriera a alguien en concreto del momento:
La duquesa y el duque salieron a la puerta de la sala a recebirle, y con ellos un grave eclesiástico, destos que gobiernan las casas de los príncipes; destos que, como no nacen príncipes, no aciertan a enseñar cómo lo han de ser los que lo son; destos que quieren que la grandeza de los grandes se mida con la estrecheza de sus ánimos; destos que, queriendo mostrar a los que ellos gobiernan a ser limitados, les hacen ser miserables; destos tales, digo que debía de ser el grave religioso que con los duques salió a recebir a don Quijote.
De nuevo, don Quijote se ve necesitado, como tantas otras veces en la obra, de defender su condición de caballero andante. Más ahora, cuando es tratatado como tal. Veremos cómo lo hace el próximo jueves, en el comentario del capítulo XXXII.
21 comentarios:
CAPÍTULO 2. 31
El narrador encargado de abrirnos los portones del palacio para enseñarnos el recibimiento ostentoso que hacen a DQ y S, con todos los acontecimientos e incidentes que les ocurren en aquella farsa y que cuenta con el escudero de figura estelar, es también el mismo que asume la responsabilidad de dibujarnos un Hidalgo colérico, “Con semblante airado y alborotado el rostro” dispuesto a dar la réplica al cura que ha osado tildar de Don Tonto y alma de cántaro a DQ.
En efecto, S crecido por las deferencias hacia su persona de la duquesa, celoso por la recepción de auténtico caballo de Caballero Andante que recibe Rocinante, se dirige a Doña Rodríguez, dama del servicio entrada en años, para que atiendan a su burro que ha quedado solo a las puertas del palacio. Únicamente la intervención de los duques por partida doble consigue apaciguar la gresca que se preparó entre los dos: “Hijo de puta -dijo la dueña, toda ya encendida en cólera-, si soy vieja o no, a Dios daré la cuenta, que no a vos, bellaco, harto de ajos.” S consiguió su objetivo, que no era otro que su burro no sufriera discriminación con respecto a Rocinante.
A DQ lo asearon y le dieron muda limpia. Su desnudez permitió descubrir la extrema delgadez que le adornaba; conseguida a base de ejercicio caballeril, dieta estricta y noches toledanas a pie de un “olmo o sauce”, que al autor no parece importarle mucho la diversidad botánica. Las doncellas no pueden por menos de reírse de la vista tan magra que ofrecía el Caballero Andante, a pesar de la advertencia del amo de a toda costa evitar la risa con el fin de no desvelar la trama.
DQ sólo acepta mudarse de ropa interior en presencia de S, en la alcoba aneja, donde aprovecha para reñir a S por el asunto de Doña Rodríguez. Le advierte que la línea que separa un hablador gracioso de un truhán desgraciado es muy fina. No desea que su propia fama se vea afectada por las males artes de su criado: todo se pega menos la hermosura. Mucho menos, que él pueda pasar por un echacuervos o un caballero de mohatra (hablador, tramposo).
S hace, de un cosido de boca, firme propósito de la enmienda; buenas intenciones que le duran bien poco, pues en vista de las ceremonias que hacen para sentar a DQ a la cabecera de la mesa, se dispone a contar un cuento, algo que molesta tanto a DQ que aconseja a los duques: “… manden echar de aquí a este tonto, que dirá mil patochadas.” Se opone la duquesa apoyando su presencia y discreción. El escudero, crecido por verse apoyado, da tantos detalles que agotan a los comensales.
La duquesa, hábil, desvía la atención preguntando a DQ por Dulcinea, al darse cuenta que el Hidalgo había captado al vuelo el final del cuento de S: “Sentaos, majagranzas, que adondequiera que yo me siente será vuestra cabecera”; ya sentía el peso de las posaderas del duque sobre su propia cabeza. Para DQ, Dulcinea está encantada; para S, “está tan encantada como mi padre”
A continuación, y cerrando el capítulo viene la otra regañina, la del cura que reparte estopa a diestro y siniestro. Al duque por el disparate de leer tales disparates como los escritos en “Don Quijote de la Mancha”, recurriendo al más allá para que deje de tentar y favorecer las sandeces y vaciedades del protagonista del libro allí presente. A éste, que se vuelva a casa y que deje de ser objeto de burla de los que le conocen y no conocen.
Mientras todas estas cosas ocurren en el palacio, sus dueños mueven los hilos con pericia para que los implicados no descubran la farsa, ellos muertos de la risa por un teatro que se les ofrece, tan real como la vida misma.
¿De qué trata este capítulo? El título poco o nada nos dice: “Que trata de muchas y grandes cosas”.
¿Quiere el autor que lo leamos sin ideas preconcebidas? ¿Pensará que la intriga nos hará leerlo con más interés? ¿Puso el título cuando no sabía lo que le iba a salir? ¿Es, en realidad, un capítulo de pocas y pequeñas cosas?
Para el personaje del escudero es un capitulo de grandes cosas: “Suma era la alegría que llevaba consigo Sancho”. En su imaginación, se ve a sí mismo gozando de la gracia y confianza de la duquesa que, de momento, ya manifiesta gustar de sus “discreciones”.
Aficionado a la buena vida, dice el narrador. ¿Quién lo es a la mala? Este castillo será tan cómodo y bien abastecido como la casa de don Diego o la de Basilio…más confortable, mejor proveído. Como a la ocasión la pintan calva, él la agarra por la melena. Y cuando te dieren la vaquilla, corre con la soguilla.
El duque se adelanta para dar órdenes a sus criados, han de saber cómo tratar a don Quijote. El recibimiento ha de ser como una novela de caballerías, han de recrear su irreal ambiente.
Cuando llega con la duquesa a las puertas del castillo, salen dos lacayos cubiertos de raso carmesí y cogen en brazos al de los Leones. Disimuladamente, le indican que “vuestra grandeza” vaya a apear a la señora duquesa.
La señora duquesa comienza a representar su papel. No, no se halla digna de dar tan inútil carga a tan gran caballero. Descenderá en brazos de su ducal esposo.
En el patio, dos hermosas doncellas, bien aleccionadas, cubren a don Quijote con un mantón escarlata. En los corredores, criados y criadas están apostados para dar, a grandes voces, la bienvenida a la flor y la nata de los caballeros andantes. Cada uno lleva un pomo de agua olorosa, lo han de derramar al paso de don Quijote y los duques.
No es mala idea lo de los perfumes, teniendo en cuenta que llevamos treinta capítulos de esta segunda salida en los cuales, seguramente, habrán divisado alguna fuentecilla, manantial, riachuelo o laguna donde darse un chapuzón o, al menos, remojarse un poco. Pero no, su hidrofobia queda demostrada. Bueno, ya quedó demostrada en la primera parte. Por no hablar de la ropa…Allá por el capítulo 3,1, aquel ventero, el que le armó caballero con un “gentil espaldarazo”, entre otras cosas, le aconsejó ir provisto de camisas limpias. Y el recién armado caballero le prometió “de hacer lo que se le aconsejaba”. No tenemos constancia de que, en las alforjas de Sancho, vayan las “mudas” pertinentes.
Don Quijote de todo se admira y vive su primer día “que de todo en todo conoció y creyó ser caballero andante verdadero, y no fantástico”. Ahora que se ve tratado como los caballeros de sus lecturas, ahora se lo cree del todo. Pero… ¿se lo cree de verdad? Ay, que hemos pillado a vuestra merced.
Sancho desampara al rucio y se cose a la duquesa. Le remuerde la conciencia de haberlo dejado solo y se dirige a Doña Rodríguez, una reverenda dueña que, con otras, salía a recibir a su ducal señora.
(Continúa)
Miro la pantalla de mi ordenador y veo algo muy extraño. ¿Qué imagen es ésa? ¿Alguna extraña publicidad de esas que emergen en Internet? ¿La de un detergente para lavar prendas de color negro? ¿Un disco de música gregoriana? No, no es un anuncio ¡Es una mujer vestida monjilmente, con ropajes negros y enorme toca blanca ¡Es tal y como yo me imagino a doña Rodríguez, la “reverenda dueña” ! ¡Está ahí dentro, en la pantalla de mi ordenador! Parece que quiere decirme algo, así que subo el volumen del altavoz y escucho lo siguiente:
“Ruego a vuestra merced, mujer amanuense, deje de mover los dedos sobre ese extraño artefacto y me escuche atentamente porque vengo del limbo en que viven los personajes secundarios de aquel libro, dado a la estampa con el nombre de “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”. Sé que vuestra merced ha prestado atención a otros personajes secundarios, por eso me presento aquí. No me conceden mucho tiempo y no podré repetirlo.
Mi nombre es doña Rodríguez de Grijalba, aunque ese escudero majagranzas se haya dirigido a mí como señora González. Le pregunto: ¿Qué es lo que mandáis, hermano? Y el mentecato me pide la merced de salir a buscar a su borrico y mandarle poner ¡o ponerle! en la caballeriza, que el pobrecito no se halla a estar solo. Yo, una Rodríguez de Grijalba, hidalga de la cabeza a los pies, acarreando el burro de un villano, con mis blancas y cuidadas manos. Con las mejillas encendidas, no me puedo contener, lo despacho con palabras destempladas, y le hago saber que las dueñas de esta casa, aunque dirigimos y vigilamos a la servidumbre, no estamos acostumbradas a tan serviles ejercicios.
Mas este labriego analfabeto me responde, el muy insolente, con el romance de Lanzarote, que “damas curaban del y dueñas del su rocino”. Y que su rocín no ha de ser menos. Parece ser que su amo lo recita a menudo, ese loco al que mis señores, los duques, han recibido con cortejo de aguas olorosas. Y tenemos órdenes de tratarlo como a un caballero andante, los de esos disparatados libros de caballerías que, a veces, alguien nos lee en voz alta, para pasar mejor las largas tardes de invierno.
Yo no sirvo para estos fingimientos, que me perdone mi señora la duquesita. Aquella hermosísima criaturita a la que, tantas veces, tuve en mis brazos. Entonces era reciente mi viudedad. Al morir mi esposo, capitán de los Tercios Viejos, quedé sola y sin recursos. Dios confunda a quien urde las guerras. Tuve que aceptar el generoso ofrecimiento de mi señora. Desde entonces soy una dueña más, arrastrando mi hábito negro y mis blancas tocas por los salones del palacio ducal, vigilando a los criados, murmurando…Dios me perdone.
Le replico a este escudero, si es un juglar ha de guardar sus gracias para quien se las pague, que yo lo haré con una higa. Me contesta que ésta “aún bien…será bien madura”. Vamos que me la convierte en breva y mi “quínola” es la que suma más puntos…me llama vieja.
Ya no soy la pacífica dueña Rodríguez, la que pasa sus horas dándole a la aguja, y a la lengua, sentada en un cojín del estrado. Soy un basilisco, echo fuego por los ojos. Pronuncio algo impropio de una linajuda y cristiana hidalga, le llamo… “hijo de puta”. Dios me perdone. La cuenta de mis años es cosa de Dios y no de este bellaco, harto de ajos.
Así se lo digo en voz tan alta que me oye mi señora. Me pregunta con quién las he. Bajo el tono y le contesto que las he con “este buen hombre”, el cual me ha pedido que lleve a su asno a la caballeriza, como al rocino de Lanzarote que fui cuidado por unas dueñas. Y, sobre todo, me ha llamado vieja. Cincuenta y dos...
La duquesa habla con Sancho y le dice que, siendo yo muy moza, no llevo las tocas por los años sino por autoridad y usanza. Un punto de socarronería siempre ha tenido esta mi señora…si la conoceré yo.
El escudero se disculpa, el cariño que tiene a su jumento es tan grande que no podía encomendarlo a persona más caritativa que yo. Al amo del escudero le parecen fuera de lugar las pláticas, en el lugar en que estamos. El rústico responde que si aquí se acordó del rucio, aquí habló de él.
Mi señor, el duque, sale en defensa de Sancho. Yo no sé qué pasa aquí, éste no es el amo que yo conozco. Dice que el escudero está en lo cierto y no hay que culparle. Al rucio “se le dará recado a pedir de boca”, no sé de qué boca habla, si de la boca del de cuatro patas o del de dos. Que ande Sancho sin cuidado, “como a su misma persona “dice mi señor que se le tratará. Me pareció percibir un tono de burla en sus palabras.
Me despido de vuestra merced, volveré…
(Continúa)
Qué gran capítulo Pedro.
Tiene todos los ingredientes necesarios para atrapar al buen lector.
Capítulos como este hacen grande a Cervantes. Hay tanto que leer entre bastidores…
He de ponerme al día con todo lo que has publicado.
Un abrazo
Aunque repita lo mismo que ha dicho Jan, digo lo mismo, atrapas al lector.
Un beso, Pedro.
¡Qué capítulo! ¡Cuánta crítica social para todos lados; Corte, iglesia...etc, no queda títere con cabeza!
No me parece NADA cómico, por que jamás me hizo gracia el divertimento a costa de terceros, como tampoco las cámaras ocultas y esos chistes pesados que hacen a gente incauta (en algunos TV shows de raiting alto).
LO que me llama más la atención en este capítulo es eso de " DQ se cree a la altura de su personaje, pero no puede confiar en su escudero": "Sancho le prometió coserse la boca o morderse la lengua [...] que nunca por él se descubriera quién ellos eran"
DQ se cree a la altura de su personaje, porque sabe que está actuando un personaje.
Y Sancho es capaz de morderse la lengua, mas por él no se sabrá quién son ellos.
A mi me parece un duo muy cuerdo éste...
Besos
Además DQ consumiéndose en cólera y rabia, por los cuentos de S, es genial... ahora que DQ tiene "permiso" de los duques para ser su personaje.
LO mismo stupendo S, bufón o nó, que no se amedranta y cuenta historias...
¡Cuantos niveles hay en este capítulo!
Sancho es igualico, igualico que Asno (el burro coprotagonista de Shrek)
El representante eclesiástico tuvo mucho valor para decir la verdad a la cara de todos.
Mi querido Pedro...tienes un aire, así, como enfurruñado, ligeramente ofuscado, pelín concentrado, pero algo poco gustoso. ¿Es la burla burlesca del burlado lo que te amohína?.
Rompamos una lanza por el burlado en la espalda del burlador...y desface el mohín, fiel caballero que yo te doy permiso...y un beso.
Efectivamente este capítulo tiene MUCHA enjundia... Sigo con el XXXII. Besotes quijotescos, M.
Asi es, Pedro. Commienza la "coña marinera" de los duques con D.Quijote y SAncho.
Publicada mi colaboración en mi blog.
Un abrazo.
- Tomaba la ocasión por la melena, mientras nosotros la pintamos calva... ¿que tendrá que ver la ocasión con los asuntos capilares?.
- !Cuanto cuidado para una broma! son capaces de advertir a los criados a los palafreneros, a los vecinos... pero mira por donde se olvidan del eclesiastico.
- Nuestro querido y núnca bién ponderado Sancho que hace un capitulo lucía un exquisito protocolo, en un plisplas se convierte en un ordinario de cuidado. Eso sí, su contertulia tampoco era un alma de dios.
- La Comida:
- Iniciamos este apacible ágape con un furibundo ataque al eclesiastico.
- El cuento de Sancho, después de mil interrupciones Sancho pone a cada uno en su sitio y deja a DQ y al eclesiastico en la cabecera, sin cabeza.
El montaje un tanto teatral y cómico del capítulo no es suficiente para no dejar ver con claridad, la denuncia que de la sociedad supone.
No me aclaro con esto de la lectura,he ido a buscar mi Quijote que compré hace unos años en dos tomos enormes y veo que ya teneis uno completo. ¡Llego demasiado tarde! y para seguiros tan al detalle no recuerdo tanto ya que lo leí de estudiante.En mi blog puse una foto de mi libro,iré a por el 2º tomo,aunque no me gusta empezar por cualquier parte.
Estoy remontando poco a poco un bache en mi depresión y mi nivel de concentración aún es mínima.Tengo una lista de espera para leer inmensa.Saludos
CAP. 2. 31
Ya hemos visto las buenas migas que han hecho los Duques con don Quijote y Sancho: la Duquesa mayormente con Sancho, a quien agarra del brazo para que nadie se lo hurte de su uso y disfrute. Vemos a Sancho loco de contento por verse "en privanza con la Duquesa", convertido en su favorito de un rato para otro: "y así, tomaba la ocasión por la melena" (a la suerte, que era calva, con Sancho le creció melena), o el rábano por las hojas, o el cazo por el mango. Ya imaginaba la "vida padre" que se iba a pegar ("tordía tumbao", rodeado de guapas muchachas ofreciéndole "espumas de gallina" y otros muchos ricos manjares.
Llegan por fin a la casa de placer o castillo de los Duques, en cuyos jardines son recibidos con gran agasajo por una multitud de criados-as, como si vencedores de una gran guerra viniesen:"-Bien sea venido la flor y la nata (ahora se les olvidó decir "y espuma") de los caballeros andantes".
El Duque había preparado minuciosamente la puesta en escena del recibimiento y posterior estancia de nuestros amigos en el castillo.
“ Sancho, desamparando al rucio, se cosió con la duquesa y se entró en el castillo; y, remordiéndole la conciencia de que dejaba al jumento solo, se llegó a una reverenda dueña, que con otras a recebir a la duquesa había salido”
Le pide Sancho a la señora Rodríguez, que así se llama la dueña, que salga en busca de su rucio, porque el pobre es un tanto "medroso" y tiene timidez de entrar. Se niega la dueña, en rotundo, a obedecer a Sancho. Entonces Sancho echa mano de romance, tal vez escuchado de su amo que "es zahorí de las historias", y le espeta sin consideración a la doña Rodríguez, una de Lanzarote:
"Cuando de Bretaña vino,
que damas curaban del,
y dueñas de su rocino;"
Tras estos caballerescos versos, que son los primeros que escuchamos recitar a Sancho en todo lo que llevamos de Quijote (y es que este escudero acabará quijotizado), se inicia una bronca entre Sancho y la dueña: ella le hace a Sancho una soez burla con el dedo"que de mí no podréis llevar sino una higa"; Sancho le replica que higa (breva) más que madura será ella, o sea, que la llama vieja pelleja , lo que, escuchado por la Rodríguez, la hace montar en cólera y acordarse de la madre del escudero... "Hijo de puta, si soy vieja o no, a dios daré la cuenta, que no a vos, bellaco, harto de ajos". ¡ Vaya!, yo nunca hube visto a Sancho comiendo ajos: mendrugos de pan y escorias de queso las más de las veces.
La Duquesa y don Quijote ponen aquí paz y allí gloria. Y se acabó el pleito entre ambos por acomodar y nutrir, o no, al rucio. “Truhán moderno y majadero antiguo”, fueron los atributos que en esta ocasión adjudicó don Quijote a Sancho para que se comportara con circunspección: “ Por quien Dios es, Sancho, que te reportes, y que no descubras la hilaza de manera que caigan en la cuenta de que eres de villana y grosera tela tejido. Mira, pecador de ti, que en tanto más es tenido el señor cuanto tiene más honrados y bien nacidos criados, y que una de las ventajas mayores que llevan los príncipes a los demás hombres es que se sirven de criados tan buenos como ellos”.
CONTINUACIÒN:
Llegada la hora del almuerzo, una docena de pajes y el mayordomo al mando, dirigen a los invitados con suma pompa y majestuosidad hasta el comedor, a cuya puerta, han salido los Duques a recibirles; y con ellos: “ un grave eclesiástico, destos que gobiernan las casas de los príncipes; destos que, como no nacen príncipes, no aciertan a enseñar cómo lo han de ser los que lo son; destos que quieren que la grandeza de los grandes se mida con la estrecheza de sus ánimos; destos que, queriendo mostrar a los que ellos gobiernan a ser limitados, les hacen ser miserables;”
Ofreció el Duque la presidencia de la mesa a don Quijote, quien a fuerza de mucha insistencia aceptó el honor. Contó Sancho una historia a los presentes, con tal parsimonia, que exasperaba al clérigo y ponía furioso a don Quijote. Finalmente, el clérigo cayó en la cuenta de quienes eran don Quijote Y Sancho, “cuya historia leía el Duque de ordinario”. Entonces habló al Duque en estos términos:
“Vuestra Excelencia, señor mío, tiene que dar cuenta a Nuestro Señor de lo que hace este buen hombre. Este don Quijote, o don Tonto, o como se llama, imagino yo que no debe de ser tan mentecato como Vuestra Excelencia quiere que sea, dándole ocasiones a la mano para que lleve adelante sus sandeces y vaciedades.
Y, volviendo la plática a don Quijote, le dijo:
-Y a vos, alma de cántaro, ¿quién os ha encajado en el celebro que sois caballero andante y que vencéis gigantes y prendéis malandrines? Andad en hora buena, y en tal se os diga: volveos a vuestra casa, y criad vuestros hijos, si los tenéis, y curad de vuestra hacienda, y dejad de andar vagando por el mundo, papando viento y dando que reír a cuantos os conocen y no conocen. ¿En dónde, nora tal, habéis vos hallado que hubo ni hay ahora caballeros andantes? ¿Dónde hay gigantes en España, o malandrines en la Mancha, ni Dulcineas encantadas, ni toda la caterva de las simplicidades que de vos se cuentan?
Atento estuvo don Quijote a las razones de aquel venerable varón, y, viendo que ya callaba, sin guardar respeto a los duques, con semblante airado y alborotado rostro, se puso en pie y dijo...
Pero esta respuesta capítulo por sí merece.
REVULSIVA NOTA:
Se podrá apreciar que no me he estrujado mucho la cabeza en este capítulo (tal vez tampoco en muchos otros). Me han parecido de tanta calidad los fragmentos del libro que intercalo, que sería del todo imposible que con mis palabras quedara mejor ilustrado el comentario. Dado, además, que en el plano didáctico naufrago cual impube aficionado. “Doctores tiene esta Iglesia” para esos menesteres: “Maese” Pedro, Tuccí, Pancho, Abejita Zzznnn
Os dejo con la siguiente cita:
Miguel de Unamuno asestó un certero puyazo al eclesiástico que pretendía burlarse y tratar de sandio a nuestro don Quijote:
“¡Don tonto! ¡Don tonto! ¡Y cómo te viste tratar, mi loco sublime, por aquel grave varón, cifra y compendio de la verdadera tontería humana! El grave eclesiástico no debía de haber leído los Evangelios (en Mateo V,22 se lee) (…) y cualquiera que dijere a su hermano tonto será reo del infierno del fuego. Reo pues se hizo del infierno por haber llamado a don Quijote tonto”
Una vez que el duque deja zanjado el tema del rucio, introducen a don Quijote en una riquísima sala donde seis doncellas, bien aleccionadas, lo desarman. Saben bien cómo le han de tratar, para que se sienta como un auténtico caballero andante., algo que ni él mismo se cree. Están obligadas a reprimir la risa, por orden de sus altísimos señores. Un hidalgo avejentado, sequísimo, flaquísimo y larguísimo, con sus escasos greguescos y su jubón, con sus quijadas prognáticas que se besan por dentro…Si las muchachas pudieran, darían rienda suelta a sus carcajadas.
Le ruegan que se deje desnudar, han de ponerle una camisa. El honestísimo y castísimo Don Quijote no lo consiente, delante de seis mujeres, jamás. Solicita que se la entreguen a Sancho y se encierra con él, no sólo por la camisa…ahora a ver ese deslenguado.
El escudero ignora el chaparrón que le va a caer encima, menuda filípica. Lo del burro no va aquedar así. Don Quijote está indignadísimo: en ese preciso y dulce momento en que, ¡por fin! , es tratado como un caballero andante, al truhán y majadero de Sancho sólo se le ocurre acordarse ¡del rucio!
Por Dios le pide que se reporte, que no descubra su villana y grosera hilaza. Porque si califican mal al criado, calificarán mal al señor; pensarán que es un caballero de mohatra, o sea de mentira. Ay, que sus inseguridades le delatan.
Don Quijote pulsa la tecla adecuada, le advierte que han de mejorar en tercio y quinto en hacienda. Para ello, ha de enfrenar la lengua y rumiar las palabras antes de soltarlas. Y Sancho lo promete “con muchas veras”, “que nunca por él se descubriría quién ellos eran.” Lo curioso es que, ante estas palabras de complicidad, el viejo hidalgo calla… ¿Amo y criado conchabados?
Se viste y se adorna. El tahalí y la espada, imprescindibles a la hora de la comida. También, el mantón y la montera. En la gran sala, las doncellas le ofrecen aguamanos con reverencias y ceremonias. Luego doce pajes con el maestresala, han de llevarlo a comer, lleno de pompa y majestad, donde los duques le aguardan. Un cortejo de trece personas para un caballero andante de guardarropía. Ya está dispuesta una rica mesa, con cuatro servicios. Sancho, como criado que es, no se sentará a la mesa.
La duquesa y el duque salen a recibirlo, y con ellos un nuevo y siniestro personaje: un grave eclesiástico. Y, de golpe y porrazo, el autor, nos sorprende con unas valentísimas pinceladas, cinco “destos que”, para darnos una rápida visión crítica, de como es éste y como suelen ser los religiosos que gobiernan las casas los “príncipes”. Ineptos en su labor educativa sobre la nobleza, convierten a sus nobles educandos en miserables, estrechos de ánimo…no se calla, no, este Cervantes. Aunque, tal vez, debiera, que el Santo Oficio siempre está afilándose las uñas. Seguro que el escritor piensa en un eclesiástico concreto, muy concreto.
Después de muchas finezas, se sientan a la mesa. Don Quijote rehúsa sentarse a la cabecera, pero el duque insiste y el de los Leones ha de aceptar. Sancho contempla atónito tanta ceremonia y, ante los ruegos del duque para hacer sentar en la cabecera a don Quijote, le viene a la memoria un cuento y no se aguanta sin decirlo. Sonríe maliciosamente, va a ver su amo lo bien que encaja…
Sancho pide licencia para contarlo y don Quijote tiembla, teme que suelte alguna necedad inconveniente. Sancho entiende la preocupación de su amo e intenta tranquilizarlo, asegurando que no ha olvidado sus consejos sobre hablar bien o mal…
Don Quijote dice que no se acuerda de nada de eso, que diga lo que quiera, pero rápido. Caballero y escudero discuten: digo verdad, miente lo que quieras, pero mira lo que dices, remirado lo tengo y, al final, “echen de aquí a ese tonto que dirá mil patochadas”.
La duquesa tiene ganas de diversión y no consiente que se aparte al “discreto” Sancho, su personaje favorito y si dice patochadas, mejor que mejor.
Tras lanzar un “viva” a la duquesa, a “su santidad”, por lo bien considerado que le tiene; el escudero se pone a contar, de forma enrevesada y larga, dando detalles innecesarios, un cuento muy simple y muy corto; pero tan mal contado que irrita y se presta a confusión. Trata de un hidalgo de su pueblo, el de Sancho, que invita a comer a un labrador pobre. Éste insiste en que el hidalgo ocupe la cabecera de la mesa y, a su vez, el hidalgo desea que el labrador la tome, porque en su casa se hace lo que él manda. Al invitado le parece una descortesía y se niega. El cuento acaba cuando el hidalgo le pone la mano en los hombros y le dice: “Sentaos, majagranzas, que adondequiera que yo me siente será vuestra cabecera”.» O sea, te pongas como te pongas, mando yo.
Don Quijote se pone de mil colores, qué mal le sienta el cuentecito, tan a propósito. Los señores entienden la malicia del escudero y disimulan la risa. Es preciso cambiar de tema y la duquesa se interesa por la señora Dulcinea y si le había enviado presentes de gigantes o malandrines vencidos. Don Quijote se lamenta de sus infortunios, Dulcinea está encantada y vuelta en feísima labradora, los vencidos no la pueden encontrar.
Sancho da su versión de los hechos, para satisfacer a esta duquesa que aprecia su “discreción”. Dice que a él le pareció la más hermosa, que, al menos, en el brincar no le gana un volteador, ni un gato…No sabe mentir, la imagen de la labriega saltarina es la que conoce y a ella se rinde.
El duque, buen lector del libro, le pregunta si la ha visto encantada y responde que la vio el primero; para luego exclamar ambiguamente: “¡Tan encantada está como mi padre!”
El grave eclesiástico cae en la cuenta de que estaba ante el mismísimo don Quijote de la Mancha, cuya historia tanto leía el duque y él le decía “que era disparate leer tales disparates”. Colérico, se dirige al duque en un tono de sermón, le hace responsable ante “Nuestro Señor” de lo que hace “don Tonto”, así lo llama. Le está convirtiendo en más mentecato de lo que verdaderamente es, dándole ocasiones…
Y se dirige a don Quijote, llamándole “alma de cántaro”. Le pregunta quién le “ha encajado en el celebro” eso del caballero andante y demás. Debe volver a su casa y cuidar de hacienda e hijos. Debe dejar de vagar por ahí, dando que reír. ¿Dónde hay caballeros andantes, gigantes, malandrines, Dulcineas y todas esas “simplicidades”?
Atento está nuestro héroe a las razones del venerable, ay venerable, mi palabra favorita…Pero va a explotar, se pone de pie, airado y dice…lo que dice en el siguiente capítulo.
Un abrazo para Pedro y los que pasáis por aquí, desde un Burgos heladoooo.
María Ángeles Merino
¡Hay que ver como suena eso de “la casa de placer”!
Una cosa me llama la atención: DQ por primera vez es tratado como caballero,que es lo que él viene diciendo que es desde el principio de la historia, y sin embargo teme ser descubierto. ¿Es entonces que es consciente de que realmente no es caballereo sino que está representando un papel? Si es así estaría bastante cuerdo.
A Sancho se le ve crecido sintiéndose importante con el trato que les dan los duques.
Un capítulo genial.
Besos
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