Mil zarandajas tan impertinenentes como necesarias nos promete el título del capítulo. En efecto, es lo que es: un zurcido de cosas que aparentemente no tienen nada que ver las unas con las otras (remate de la historia de la cueva, la ermita, una mula cargada de armas, el adolescente que marcha a la guerra, la venta).
Como ya hemos visto otros pasajes de este tipo, sabemos que el zurcido que parece burdo y desorienta en una primera lectura puesto que no sabemos muy bien a dónde nos quiere llevar Cervantes, tiene un sentido: es en estos capítulos en donde Cervantes nos muestra el andamio de la narración para después sorprendernos con la habilidad en su manejo. En primer lugar, como punto de corte entre la aventura de la cueva de Montesinos y las que seguirán: Cervantes suele romper el argumento de esta manera, aprovechando para trasladar a los personajes de un lugar a otro: con ello produce una especie de pausa en el lector, necesaria para llevarlo a otro espacio. Así, en el capítulo nos encontramos de nuevo en el camino, entre la cueva de Montesinos y la venta en la que pasarán la noche.
Se inicia el capítulo con el remate de las recepciones del relato de lo que vio don Quijote en la cueva. Cide Hamete, el verdadero autor de la historia (pero, como vemos por su desorientación, tampoco quien la controla del todo: nuevo matiz para la problematización moderna de la fitura del autor-narrador, que termina pidiendo al lector que sea él quien decida sobre lo narrado), reniega de la historia y la considera apócrifa. Sancho continúa enfurruñado y sorprende al primo la tolerancia del amo. Y el primo, del que ya hemos visto que no anda muy cuerdo, termina de desbarrar anotando algunos de los datos de la historia subterránea de don Quijote, aceptándolos sin más como buenos para sus libros. Además, la intervención del primo le sirve a Cervantes para abordar el tema del mecenazgo: clave en la época y que tocaremos el próximo lunes.
Cuando se encaminan hacia una ermita en la que pasar la noche, se encuentran con un hombre que conduce a toda prisa un mulo cargado de armas. El encuentro no puede menos que sorprender a don Quijote y su curiosidad le llevará a cambiar la ermita por la venta en la que se alojará ese hombre, que ha prometido darles las razones de su apresuramiento. Pero antes pasan por la ermita, en la que no hallan al ermitaño sino a la mujer que lo ayuda y tienen con ella una extraña conversación -que continúa lo que don Quijote había opinado sobre las diferencias entre los primeros cristianos ermitaños y los actuales y que sólo puede leerse en clave erasmista-, que deja insatisfecho a Sancho: insatisfecho y nostálgico de su estancia en la casa de don Diego y las bodas de Camacho, en donde la abundancia de comida y bebida reinaba.
A poco se encuentran con un adolescente que marcha hacia la guerra. Retrata aquí Cervantes un amplio sector de la población española: jóvenes que buscan fortuna en el ejército como medio para ganarse la vida en una España que no les ofrecía muchas salidas, como queda constatado por el breve relato de su vida anterior. Don Quijote, en el diálogo con el muchacho, vuelve a retomar el tema de las armas y las letras.
Todos los temas quedan abiertos, ninguno se ha cerrado, muchos de ellos retoman viejos motivos (como el de las armas y las letras o la manifestación externa de la religiosidad): llegamos a la venta, que, como sabemos, es un espacio de cruces de historias. Quizá allí sepamos algo más. Lo veremos el próximo jueves, al comentar el capítulo XXV.
Se inicia el capítulo con el remate de las recepciones del relato de lo que vio don Quijote en la cueva. Cide Hamete, el verdadero autor de la historia (pero, como vemos por su desorientación, tampoco quien la controla del todo: nuevo matiz para la problematización moderna de la fitura del autor-narrador, que termina pidiendo al lector que sea él quien decida sobre lo narrado), reniega de la historia y la considera apócrifa. Sancho continúa enfurruñado y sorprende al primo la tolerancia del amo. Y el primo, del que ya hemos visto que no anda muy cuerdo, termina de desbarrar anotando algunos de los datos de la historia subterránea de don Quijote, aceptándolos sin más como buenos para sus libros. Además, la intervención del primo le sirve a Cervantes para abordar el tema del mecenazgo: clave en la época y que tocaremos el próximo lunes.
Cuando se encaminan hacia una ermita en la que pasar la noche, se encuentran con un hombre que conduce a toda prisa un mulo cargado de armas. El encuentro no puede menos que sorprender a don Quijote y su curiosidad le llevará a cambiar la ermita por la venta en la que se alojará ese hombre, que ha prometido darles las razones de su apresuramiento. Pero antes pasan por la ermita, en la que no hallan al ermitaño sino a la mujer que lo ayuda y tienen con ella una extraña conversación -que continúa lo que don Quijote había opinado sobre las diferencias entre los primeros cristianos ermitaños y los actuales y que sólo puede leerse en clave erasmista-, que deja insatisfecho a Sancho: insatisfecho y nostálgico de su estancia en la casa de don Diego y las bodas de Camacho, en donde la abundancia de comida y bebida reinaba.
A poco se encuentran con un adolescente que marcha hacia la guerra. Retrata aquí Cervantes un amplio sector de la población española: jóvenes que buscan fortuna en el ejército como medio para ganarse la vida en una España que no les ofrecía muchas salidas, como queda constatado por el breve relato de su vida anterior. Don Quijote, en el diálogo con el muchacho, vuelve a retomar el tema de las armas y las letras.
Todos los temas quedan abiertos, ninguno se ha cerrado, muchos de ellos retoman viejos motivos (como el de las armas y las letras o la manifestación externa de la religiosidad): llegamos a la venta, que, como sabemos, es un espacio de cruces de historias. Quizá allí sepamos algo más. Lo veremos el próximo jueves, al comentar el capítulo XXV.
25 comentarios:
CAPÍTULO 2.24
A pesar de que DQ promete seguir contando historias del interior de la cueva, éstas serán más adelante, porque ahora se echan al camino marcando el final del relato montesino. Los lectores sentimos cómo se nos rompen los esquemas que nos hemos ido creando durante la lectura: al final del capítulo no nos da ninguna pista sobre la dirección que tomará la novela. Capítulo con poco atractivo para los ilustradores, pero que ha provocado que ríos de tinta intenten dar una interpretación de la nota al margen de Cide Hamete Benengeli.
Los lamentos de S, por la locura de su amo, en vista del efecto que en él ha tenido el encantamiento, con la descompensación horaria que sufrió en la bajada a la cueva, nos llevan a dudar de lo mismo que el autor primero- Cide Hamete- : la más que dudosa verosimilitud del relato de DQ sobre su experiencia en la cueva, expresadas en unas notas al margen en la versión en árabe. Se duda de la autonomía del autor para inventar un relato y darlo a la estampa. Da protagonismo a los personajes: deja que sea el propio protagonista de la novela el responsable de lo que en ella se vierte. Al lector le otorga el privilegio de que juzgue sobre la veracidad de algo que ocurre lejos de testigos desencantados. Muy moderno se nos muestra aquí el autor al permitir que el lector intervenga en el proceso creador de la novela. De alguna forma permite interactividad con el receptor del mensaje.
El primo del Licenciado espadachín, que no conoce los entresijos de la relación entre ambos, ve falta de respeto en el comportamiento de S con su amo. Comenta que de la historia de DQ es aprovechable casi todo para sus libros; desde el propio conocimiento del Caballero de la Triste Figura hasta el nacimiento del Guadiana, junto a los misterios de la cueva y la invención de los naipes, cuyos principios se ahondan a los tiempos de Carlomagno.
DQ duda de que su interlocutor tenga licencia para publicar y mecenas que ampare económicamente la creación y difusión (obsérvese la utilidad de un blog). Aquí C saca a colación las dificultades que tuvo para encontrar mecenas: “Un príncipe conozco yo que puede suplir la falta de los demás, con tantas ventajas que, si me atreviere a decirlas, quizá despertara la invidia en más de cuatro generosos pechos.”
La tarde, que ya alargaba las sombras, les obliga a pensar en el cobijo para la noche; el primo propone una ermita cuyo ermitaño tiene buenas gallinas y una casa que acepta huéspedes. Nada mal debía vivir el ermitaño pues DQ incide en su pensamiento de que hace más daño un pecador público que un hipócrita que se dice bueno. La compañía frustrada de un mulero que, a pie, arrea el mulo cargado de lanzas, apremia también la mente de DQ, ávida de conocimientos. Es por ese afán que deciden seguirle hasta la venta, no sin antes pasarse por la ermita a echar un trago. La sotaermitaña que cuida al eremita no les ofrece más que agua de la fuente. Esto no convence a S que esperaba algo más consistente, añorando la abundancia de los capítulos anteriores.
Continúan la marcha rumbo a la venta y se topan con un mancebo, mozo de dieciocho años, que a pie, iba cantando seguirillas corridas manchegas. Le quedaban unas doce leguas para llegar al banderín de enganche donde pensaba alistarse; llevaba la ropa en un hatillo, como los maletillas, para no gastarla: “más quiero tener por amo y por señor al rey, y servirle en la guerra, que no a un pelón en la corte.” Había tenido malas experiencias con los amos que hasta entonces había servido, dándonos una panorámica exacta de los personajes de pretendida grandeza que pululaban por la corte y sus aledaños: mucho había vivido este muchacho con apenas dieciocho.
Como entre patriotas anda el juego, el relato del mancebo sirve a DQ para arengar al joven que va a servir en los ejércitos más temidos del momento. Eran los soldados del imperio. C nos da una visión un tanto desengañada de los tercios. Nos muestra cómo en ellos se alistaba gente que apenas tenía para comer, menos para vestir. Sin embargo, DQ le dice que “más bien parece el soldado muerto en la batalla que vivo y salvo en la huida.” Si por casualidad cayera herido en el combate no debe preocuparse pues ya se está dando órdenes para que los veteranos heridos o mutilados tengan privilegios en su vida posterior. No como los amos que liberan a los esclavos de viejos para que no gasten, dejándoles indefensos, abocados al hambre.
El paje no acepta el anca de Rocinante que tan amablemente le ofrece DQ, pero sí la cena en la venta.
S se sorprende, de nuevo, al ver cómo DQ ha pasado de la locura montesina a la arenga al futuro soldado a modo de gran capitán. También de que su locura parece haberse desvanecido al no confundir la venta por castillo como solía. Al anochecer llegaron a la venta y S acomodó a Rocinante en la suite de la caballeriza: el pesebre de privilegio preparándole para un futuro que se adivina exigente.
Nada es lo que parece y todo puede suceder en el transcurso de unas horas. Estos personajes que tanto representan a su época, tienen el don de aparecer en el momento adecuado como si fuesen solo parte de un impase entre una situación anómala (el relato de lo sucedido dentro de la cueva) y algo que puede estar por venir. Por un lado la figura enigmática del ermitaño ausente y por otro el joven aprendiz quien a pesar de saber mucho, aparentemente claro, escucha todo lo dicho por Don Quijote aceptándolo como consejos. Además, el primo, lejos de actuar como Sancho, busca lo positivo como fuente de inspiración para seguir escribiendo sus disparatadas obras.
No podemos olvidarnos del vendedor de armas. Pero deberemos de esperar al próximo capítulo.
Un abrazo
CAPÍTULO XXIV
Aparece el “autor” Cide Hamete Benengeli de nuevo para explicarnos que él nada tiene que ver con la historia anteriormente narrada porque hasta ahora todas “han sido contingibles y verisímiles” pero que ésta de la cueva no hay por donde cogerla. Ahora, no piensa que Quijo miente, no. Aunque tambien podría ser que dijera una mentira “...si le asetearan”. Deja la elección a nosotros, los lectores, que somos gente prudente. Aunque a la hora de la muerte de nuestro héroe, éste confesó y “...se retractó de ella y dijo que él la había inventado...”. (¡Como se zafa Cervan de estos capítulos “oníricos” endosándonos al Benengeli!)
El primo erudito piensa que el hecho de haber visto a “...su señora Dulcinea del Toboso, aunque encantada...” le había ablandado y por eso, debido a lo que Sancho le había dicho a su amo, éste no le había molido a palos “...porque realmente le pareció que había andado atrevidillo con su señor...”.
El erudito está encantado de cuatro cosas. La primera, haber conocido a nuestro héroe; la segunda, saber lo que se encuentra en la cueva que entre las lagunas de Ruidera y el Guadiana le servirán para “...el Ovidio Español que traigo entre manos.”; la tercera “...entender la antigüedad de los naipes, que por lo menos ya se usaban en tiempo del emperador Carlomagno...”. Esto le da para otro libro “Suplemento de Virgilio Polidoro en la invención de las antigüedades”; la cuarta “es haber sabido con certidumbre el nacimiento del río Guadiana, hasta ahora ignorado de las gentes”.
Quijo le pregunta si logra publicar esos libros, que lo duda, “...a quién piensa dirigirlos”. A los grandes señores de España, contesta el primo. Quijo le dice que “no muchos, y no porque no lo merezcan, sino que no quieren admitirlos, por no obligarse a la satisfacción que parece se debe al trabajo y cortesía de sus autores.” (Menuda puya, se ve que los “grandes” no leían, igualito que ahora) continua diciendo que conoce a un príncipe “...que puede suplir la falta de los demás con tantas ventajas, que si me atreviera a decirlas, quizá despertara la ENVIDIA en más de cuatro generosos pechos”. (¿Se referiría a su mecenas el Conde de Lemos?)
Luego hablan de dónde se quedan a pasar la noche. El primo les dice que no lejos hay una ermita con ermitaño incluido. Sancho enseguida pregunta si “¿tiene por ventura gallinas el tal ermitaño?” Nuestro Quijo le dice que “pocos ermitaños están sin ellas” no es como antes “...aquellos de los desiertos de Egipto, que se vestían de hojas de palma y comían raíces de la tierra.” Se apresura a explicar que no le parece mal (la sacrosanta iglesia está ojo avizor) porque las estrecheces de antaño “...no llegan las penitencias de los de ahora...no por esto dejan de ser todos buenos...cuando todo corra turbio, menos mal hace el hipócrita que se finge bueno que el público pecador.”
Estando en estas pláticas ven a un hombre caminando muy “apriesa” “...dando varazos a un macho que venía cargado de lanzas y de alabardas”. Quijo le pide que se detenga pero el hombre dice que no, que tiene que entregar la mercancia cuanto antes. Les dice que luego estará en la venta y les contará maravillas. Quijo se queda con mucha curiosidad “...ordenó que al momento se partiesen y fuesen a pasar la noche en la venta...”.
Llegaron un poco antes de anochecer. El primo les dice si quieren ir a tomar unos vinos a la ermita (parece ser que los ermitaños eran vinateros tambien). En cuanto oyo ésto Sancho metió “priesa” a su ruci y lo mismo hicieron Quijo y el primo. Lástima, el ermitaño no estaba, solo estaba la “sotaermitaño” (su amante) y solo les podía ofrecer agua. Sancho le dice que para agua ya habían pasado por un sinfin de pozos y echa de menos “¡Ah, bodas de Camacho y abundancia de la casa de don Diego...! Se van a la venta.
En el camino se topan con un “mancebito” que iba a la guerra cantando seguidillas. Llevaba “la espada sobre el hombro con un bulto o envoltorio, al parecer de sus vestidos...” (sigue una descripción de la ropa que puede llevar en él y de la que lleva puesta). Se dirigía a Cartagena donde esperaba tener por amo al rey y “...no a un pelón en la corte”. Le pregunta Quijo si lleva algun enchufe “¿...lleva vuesa merced alguna ventaja?” a lo que el mozalbete contesta que si “...hubiera servido a algún grande de España...a buen seguro que yo la llevara...que del tinelo suelen salir alférez o capitanes...pero yo, desventurado, serví siempre a catarriberas y a gente advenediza de ración y quitación...”. “¿No ha podido alcanzar alguna librea?” sigue preguntando Quijo. El joven dice que le dieron dos pero eran de quita y pon igual que los hábitos que se los quitan a los que no profesan la fe; cuando se acababan los negocios “a que venían a la corte, se volvían a sus casas y recogían las libreas que por sola ostentación habían dado”. “Notable espilorchería” contesta nuestro héroe.
Sigue una diatriba sobre que con las armas se alcanza más honra que con las letras que aunque éstas “...han fundado más mayorazgos...todavía llevan un no sé qué los de las armas a los de las letras, con un sí sé qué de esplendor...que los aventaja a todos”. Continua disertando sobre la muerte que como sea buena “el mejor de todo es morir”. Parece ser que “Preguntáronle a Julio César...cual era la mejor muerte: respondió que la impensada, la de repente y no prevista...” (qué razón tiene). Sigue nuestro Quijo con su sermón de la montaña, dándole consejos al mancebo “...al soldado mejor le está el oler a pólvora que a algalia...”. Que la vejez le coja “en este honroso ejercicio” aunque quede “...lleno de heridas y estropeado o cojo, a lo menos no os podrá coger sin honra...” (aunque sea más pobre que las ratas). “...Porque no es bien que se haga con ellos lo que suelen hacer los que ahorran y dan libertad a sus negros cuando ya son viejos y no pueden servir, y echándolos de casa con título de libres los hacen esclavos de la hambre, de quien no piensan ahorrarse sino con la muerte”. Luego le dice que se suba a las ancas de nuestro Roci y se vaya a la venta con ellos que Quijo le invita a cenar.
“El paje no aceptó el convite de las ancas, aunque sí el de cenar con él en la venta”. Sancho que ha estado muy callado en este capítulo dice para sí “¡Válate Dios por señor! ¿Y es posible que hombre que sabe decir tales, tantas y tan buenas cosas como aquí ha dicho, diga que ha visto los disparates imposibles...de la cueva de Montesinos?” En estas llegaron a la venta. Sancho estaba muy contento de que esta vez su amo vió una venta y no un castillo. Quijo enseguida preguntó al ventero “...por el hombre de las lanzas y alabardas...”. Éste le contestó que estaba “...en la caballeriza...acomodando el macho”. Lo mismo hicieron el primo y Sancho con sus jumentos “dando a Rocinante el mejor pesebre y el mejor lugar de la caballeriza”. (Por fin, nuestro Roci va a descansar como los dioses mandan).
Seguiremos con el XXV que veo que es larguito... Besotes, M.
Despues de leer tu análisis veo que cuando Quijo habla de los grandes señores se refiere más al mecenazgo que a la lectura (que es lo que entendí al principio)y ahora sí que cuando habla del "principe" seguramente se refería al Conde de Lemos. Es una lástima que tenga que escribir y guardar mis resumenes ¡antes de leer tus estupendos análisis! Sorry. Besotes quijotescos, M.
Yo que a veces me siento personaje de lo que leo tenías que haber visto las sensaciones que percibí cuando estuve en la boca de esa cueva, indescriptible.
Saludos.
Pese a ser corto el capítulo...mi comentario avanza hoy lentamente.
Acabo de redactar un trocito:
CAP. (2) 24
Después del despliegue de imaginación, que hemos constatado en el episodio de la Cueva de Montesinos y de los varios “primos”, tal vez haya sido mal empleado tanto ingenio, toda vez que ahora el “Berenjeno” dice en uno de los márgenes de los pliegos que extraña aquella estrafalaria historia, que él da casi por seguro que es apócrifa. Afirma que don Quijote, momentos antes de morir, realizó apostasía de ella. (Pues a ver si se ponen de acuerdo de una vez. ¡Que vaya lío que nos tienen: entre escritor, traductor, verdadero autor, editor y la madre que los parió!!!.
El primo dice a don Quijote que él se da por satisfecho porque se “ha granjeado cuatro cosas”. A saber: haber tenido conocimiento de primera mano de nuestro caballero, lo que le proporciona gran felicidad (se hartaría de reír, el tío); aprender qué otra cantidad de locos contenía la cueva (buen lugar para ubicar un centro para el tratamiento de frenopatías: un manicomio, vamos); la datación del juego de los naipes, para no sé qué libro sobre la invención de antigüedades (los libros de erudición inútil, que ya mencionamos: como el “Tratamiento eficaz en la disentería hemorrágica de los galácticos”, o - para que nos entendamos-, tratamiento de la diarrea, muchas veces cerebral, de algunas estrellas del firmamento nacional; y finalmente haber aprendido el nacimiento del río Guadiana (menos mal que aprendió algo de provecho).
A la pregunta de don Quijote de, a quién dedicaría sus inestimables libros, el primo contestóle que “Señores y grandes hay en España”; a lo que don Quijote contestó que:
” No muchos; y no porque no lo merezcan, sino que no quieren admitirlos, por no obligarse a la satisfación que parece se debe al trabajo y cortesía de sus autores. Un príncipe conozco yo que puede suplir la falta de los demás…”. Cervantes no deja pasar la ocasión para lanzarle un dardo al Duque de Béjar, a quién dedicó la 1ª parte del Quijote, pero quien no levantó un dedo por llenar la despensa de Cervantes de buenas ristras de chorizo, ni su leñera de buenos maderos con los que evitar los tiritones de frío mientras escribía ésta 2ª parte que ahora nosotros, calentitos, leemos. Visto lo cual, esta segunda parte se la dedica al Conde de Lemos. No pudimos constatar si este Conde le quitó el frío a nuestro autor, se nos murió pronto después de publicarla.
CONTINUARÁ...
La atención que el primo-escritor pone sobre los naipes, su afán por resaltar un detalle ignorado hasta el momento, de dejar constancia de él y de hacerlo público, me hace pensar, si Don Miguel no tuvo una premonición, y sabía que Pedro acometería ésta locura, he introdujo el pasaje para dejar constancia.
Fantastico analisis Pedro. Abrazos para todos.
Qué buena iniciativa, Pedro! Trataré de comenzar por donde se debe: desde el principio.
Muchas gracias por tu invitación en FB.
Buen fin de semana!
BACI, STEKI.
El guiño al conde Lemos resulta muy interesante, pues parece que recoge cierto malestar de éste por no sentir que su trabajo en Nápoles haya sido bien reconocido; y desde luego el personaje pronto pasaría a ser personaje activo en las luchas de poder entre Lerma y su hijo el de Uceda en 1616. Algo que acabaría costandole su retiro a Galicia por tomar parte del bando derrotado.
(...Sigue)
Y así conversando, decidieron dirigirse, por indicación del primo, a una ermita próxima para pasar la noche.
–Allí encontraremos buen vino –dijo el primo- y, además, disponen de un buen corral lleno de lustrosas y redondas gallinas. En escuchando Sancho estas avícolas palabras, gritó: ¡Viva el género “gallineril”, la polluela y la pollica, que a cual está más rica!!. Pero no hubo vino ni gallino alguno, porque el ermitaño estaba ausente; agua fresca les ofreció la beata o “querindonga” de la ermita, que otra cosa no había.
“-Si yo la tuviera de agua -respondió Sancho-, pozos hay en el camino, donde la hubiera satisfecho. ¡Ah bodas de Camacho y abundancia de la casa de don Diego, y cuántas veces os tengo de echar menos! “
Dirigiéronse, entonces, hacia una venta que por allí había. Por el camino se hayan con un hombre que conduce un macho cargado de lanzas. Don Quijote, como siempre, pretende acosarlo con interminables preguntas, pero el de las lanzas le dice que lleva prisa, y que si van para la venta allí le contará lo que hiciese falta (y es que este don Quijote no se calla ni debajo agua).
Poco después se topan con “un mancebito” que viene cantando una seguidilla, con la espada al hombro y un hatillo de ropa atado en la punta. Don Quijote le dijo:
“-Muy a la ligera camina vuesa merced, señor galán. Y ¿adónde bueno? Sepamos, si es que gusta decirlo.
A lo que el mozo respondió:
-El caminar tan a la ligera lo causa el calor y la pobreza, y el adónde voy es a la guerra.
-¿Cómo la pobreza? -preguntó don Quijote-; que por el calor bien puede ser.
El mozo llevaba en el hatillo una muda nueva de repuesto, para cuando llegase a una ciudad o cuando se terciara (Pobre pero limpio el muchacho). El mocito va con intención de alistarse en una compañía de infantería. Una forma de ganarse la vida, ésta de las armas, muchos jóvenes de antaño lo hacían; hogaño aún hay un buen repertorio de mozalbetes que lo hacen. Vuelve Cervantes a su recurrente tema sobre la dualidad armas y letras. Se nota que se inclina por las armas, aunque a él le fue mejor, tardíamente, en las letras:
“porque no hay otra cosa en la tierra más honrada ni de más provecho que servir a Dios, primeramente, y luego, a su rey y señor natural, especialmente en el ejercicio de las armas, por las cuales se alcanzan, si no más riquezas, a lo menos, más honra que por las letras, como yo tengo dicho muchas veces; puesto que han fundado más mayorazgos las letras que las armas”.
Es una lástima que los soldados, cuando llegan a viejos, se encuentren lisiados y sin protección social: es la idea autobiográfica, cargada de resentimiento, que Cervantes desarrolla en las siguientes frases:
” y que si la vejez os coge en este honroso ejercicio, aunque sea lleno de heridas y estropeado o cojo, a lo menos no os podrá coger sin honra, y tal, que no os la podrá menoscabar la pobreza; cuanto más, que ya se va dando orden cómo se entretengan y remedien los soldados viejos y estropeados, porque no es bien que se haga con ellos lo que suelen hacer los que ahorran y dan libertad a sus negros cuando ya son viejos y no pueden servir, y, echándolos de casa con título de libres, los hacen esclavos de la hambre, de quien no piensan ahorrarse sino con la muerte.”
Finalmente llegan a la venta, encauzan las bestias hacia las caballerizas,”reservando a Rocinante el mejor pesebre y el mejor lugar de la caballeriza” (el flaco rocín pronto dejará de estarlo, porque, como su amo, ya empieza a comer pan a manteles: hospedaje casa del Lechuga, bodas de Camacho, los tres días en casa de los novios de las Bodas de Sangre “tomateras”.
Si..a mi tambien me dejo un poco k.o. el capítulo....es que termina casi antes de empezar....tras tanto goticismo....aparecen y desparecen los personajes como sin sentido... algo asi me imaginaba, que Cervantes prepara algún entramado para desembocar en lo que quiere...saludos
Suele ocurrir cuando llegas tarde, te quedas sin palabras ante los comentarios que preceden...
. Una observación acertada del Primo:Quijote está tan enternecido por haber vislumbrado a Dulcinea que tolera las palabras de su escudero con inusitada benevolencia.
.Nuestro Primo, de todo lo relatado por el Caballero, sólo retiene cuatro cosas escogidas según su peculiar criterio.
. El Quijote todo y no criticarla observa que la vida de ermitaño ya no es lo que era en los desiertos de Egipto, hasta delega en una sotaermitaña.
No había caído en la cuenta de tu analísis, Pedro, pero me fijaré, a partir de ahora, en que ..."es en estos capítulos en donde Cervantes nos muestra el andamio de la narración para después sorprendernos con la habilidad en su manejo." Aquí está la Maestría tuya en conducirnos por esta obra, Gracias!
... y un beso.
SEGUIMOS CON LA CUEVA DE MONTESINOS... mañana a las 9 y media de la mañana estaré allí, frente a la misma, para iniciar el recorrido que parte hasta Las Lagunas de Ruidera y pasa por todas ellas. Me acordaré de vosotros ¡seguro!
Beso: PAQUITA
wowoww
estas entradas son toda una clase magistral
besitos de luz PROFE
que pases un precioso fin de semana:=)***
Lo que está pasando ahora, que la gente al no tener su futuro claro, se apunta al ejército... Si al final, el verdadero Nostradamus va a ser D. Miguel de Cervantes...
Vuestras mercedes ya me conocen: soy aquel que se me identifica como “el primo del licenciado”, el que guió a don Quijote, hasta la mismísima entrada de la cueva de Montesinos.
Poco tiempo después de acompañarle en la aventura, llega a mis manos una pequeña parte de cierto libro, el autor es Miguel de Cervantes Saavedra, de quien tengo algunas referencias, no muchas. Os cuento cómo tuve la oportunidad de leerlo.
Visito la imprenta de Juan de la Cuesta, en el taller de la calle San Eugenio, cerca de la madrileña calle de Atocha, para ultimar la impresión de uno de mis transcendentales y humanistas libros. Esperando al maestro impresor, me entretengo en ojear unos folios depositados encima de una mesa. Se trata de unos capítulos señalados con los números XXII y XXIII, que alguien ha dejado allí. ¡Ah y el inicio del XXIV!
Cuál sería mi sorpresa cuando tropiezo con nuestra aventura, la de la famosa cueva. Disfruto con su lectura y vuelvo a ver al caballero andante internándose en una tenebrosa cueva, con mi valiosa y valiente ayuda. Las zarzas, los cuervos… Y qué me dicen de la fabulosa descripción de sus visiones allá abajo, la incredulidad de Sancho y mi fe en tan noble caballero. Todo, tal y como sucedió…y allí estaba yo. Lo devoré, digo que lo leí todo. Ya recuerdan vuestras mercedes: un Montesinos abrigado con su barba, un Durandarte yacente y parlante, una Belerma menopáusica y ajada, con el corazón de su amante en salazón…
Cervantes, en el título, nos anuncia que vamos a tropezar con mil zarandajas, impertinentes pero necesarias. ¿Zarandajas? Consultando mi biblioteca, he llegado a la conclusión, tras varias consultas, de que se trata de tonterías. Bueno, si las tonterías son necesarias, ya no lo son tanto.
Mi lectura va como la seda pero, al llegar al comienzo del XXIV, el traductor morisco de esta “grande historia” dice que su primer autor, el moro Cide Hamete, dejó escritas, en el margen, unas objeciones sorprendentes. Este Cide no se puede creer que al valeroso don Quijote le ocurra lo escrito. Don Quijote es incapaz de mentir y, además, en una hora, no pudo fabricar tal cantidad de disparates. El moro se cura en salud y nos advierte que, si esta historia parece apócrifa, no es culpa suya. Deja al lector prudente para que juzgue por sí mismo. Por si el asunto es poco complicado, se da la circunstancia de que, poco antes de morir, Hamete se retractase de ella, confesando que la había inventado porque cuadraba bien con las aventuras que había leído en sus historias.*
Como era sencillo el asunto de los narradores, aquí estoy yo, el primo, sumándome a ellos para complicar más el juego de espejos.
Sigo con la historia y tengo que manifestar que no sé lo que me maravilló más, si fue el atrevimiento de Sancho o la paciencia de su amo. Es un momento dulce para don Quijote, ha visto a Dulcinea, aunque encantada y pidiendo prestados unos míseros reales. De eso se aprovecha Sancho…
La verdad es que doy por bien empleado el tiempo gastado y así se lo quiero manifestar al caballero andante. Sólo el hecho de conocer a un andante resucitado, es una gran felicidad. Muy útil, para mi Ovidio español, es el haberme revelado el secreto de la cueva de Montesinos, con las metamorfosis del río y las lagunas. Por no hablar de dos grandes descubrimientos, ni más ni menos que la verdadera antigüedad de los naipes y el verdadero nacimiento del río que aparece y desaparece. Durandarte, resignado, pronuncia las palabras clave: “paciencia y barajar”, de lo que se deduce que ya se usaban en tiempos de Carlomagno. Aprovecho esta averiguación para mi otro libro, el de la invención de las antigüedades. Lo del río es algo desconocido por la gente, esto también me sirve para otro libro, se titulará…
Don Quijote quiere saber a quién voy a dedicar mis libros, si Dios me ayuda y consigo la licencia. Pienso que no faltan en España señores y grandes de España a quien dirigirlos. Y este caballero que de todo entiende, incluidas impresiones, licencias y dedicatorias, me advierte que muchos no quieren admitir dedicatorias. No se van a tomar la molestia de agradecer una cortesía…pero, aunque haya grandes tacaños, hay un príncipe que suple la falta de los demás. Lo tendré en cuenta, dedicaré mi libro al de Lemos, como Cervantes, y no al de Béjar…
Tras aludir a la envidia de algunos, corta la conversación porque hay que buscar alojamiento, que se hace de noche.
*El autor, el traductor, el narrador y el personaje narrador protagonista se desmienten entre sí. El perspectivismo es aquí muy complejo.
Continúa
Estamos cerca de una ermita. El ermitaño tiene buena fama: ha sido soldado, es discreto y buen cristiano. Se lo digo así a don Quijote, aunque no sé si, como caballero andante, tendrá tan buen concepto de la soldadesca. A Sancho le interesa saber si el eremita tiene gallinas, tal vez añora aquellas espumas gallináceas de las bodas de Camacho. Su señor le contesta que los ermitaños de ahora las tienen, no son como los de antaño que se alimentaban de raíces. Algunas cosas que dice este hombre me recuerdan a los libros, con un punto de herejía, de los erasmistas, los seguidores del de Rotterdam.
Estando en esto, vemos a un hombre a pie que camina deprisa, arreando a un macho cargado de lanzas y alabardas. Nos saluda y pasa de largo. Don Quijote mira las lanzas y alabardas, le pica la curiosidad; le pide que se detenga pero, según sus palabras, las armas que lleva han de cumplir, al día siguiente, su misión. Piensa alojarse en la venta, un poco más allá de la ermita. Promete contarnos maravillas si vamos allí y nos adelanta, con muchísima prisa. El caballero andante desiste de pasar la noche en la casa del ermitaño y decide ir a la venta, que él no se queda sin saber para qué son las lanzas. Así que seguimos hasta la venta, a la que llegamos con la escasa luz del anochecer.
El vino de la venta es muy malo y pienso que el ermitaño tendrá del bueno. Le digo a don Quijote que lleguemos a ella, a la ermita y no a la venta, a beber un trago. Sancho oye la palabra vino y no se hace de rogar. Pero el ermitaño no está y nos atiende la “criada” del ermitaño, la sotaermitaño. No, estos ermitaños no son los del desierto. Los del desierto no disponían de criada ni…de barragana. Pedimos vino de lo caro, uno de Arganda o Valdepeñas no estarían mal, y nos dice que su señor no tiene. Nos ofrece agua barata, o sea que agua y pagando. Sancho, no es tu día, tu sed no es de agua y añoras la abundancia de las bodas de Camacho y de la silenciosa, pero nutritiva, casa de don Diego.
En el camino de vuelta hacia la venta, nos topamos con un mancebito con la espada al hombro y el hatillo con sus vestidos, colgando de la misma. Asoman fuera del envoltorio los greguescos o calzones, el herreruelo o capa corta y una camisa. Lleva puesta sólo una ropilla, camisa y medias. Va alegre y ágil, cantando seguidillas para entretenerse. Al alcanzarle, iba con aquella que dice: “a la guerra me lleva mi necesidad; si tuviera dineros, no fuera, en verdad”. Va a la guerra, ligerito, sin los calzones a juego, que se le estropean y no tiene para otros. Desea alcanzar a unas compañías de infantería, cerca de allí. Desea sentar plaza, embarcar en Cartagena y servir al rey en la guerra, mucho mejor que hacerlo con un cortesano pelón. Está harto de cortesanos…
Le pregunto si lleva alguna ventaja, es decir alguna prebenda o sobresueldo. Me dice que si hubiera servido a un grande o principal, algo llevaría; pero él siempre sirvió a advenedizos “catarriberas”, gente de ración mísera que bastante tienen con almidonarse la lechuguilla. Y ni siquiera pudo quedarse como criado permanente de algún noble y, de esta forma, llevar librea. Sólo lo fue ocasionalmente y, una vez acabado el servicio, fuera la librea.
Tal vez, este don Quijote haya vivido en Italia. Lo digo porque suelta italianismos como “espirlochería” y “felice”. Y, para nuestro héroe de la cueva, a “felice” ventura ha de tener el jovenzuelo el salir de la corte para servir a Dios y a “su rey y señor natural”, en el “ejercicio de las armas”. Y se le nota, le place enormemente el trillado tema de las armas y las letras. Si con las armas se alcanza, si no más riquezas, más honra que con las letras. Que han fundado más mayorazgos las letras, con su toquecito de esplendor. Qué me va a contar a mí, un humanista que ha imprimido tantos libros imprescindibles para la humanidad, los cuales no me han dado un maravedí…El dinero de mi padre me permite no fenecer de inanición…
Y, a continuación, para elevar el ánimo del zangolotino le habla de sucesos adversos, de la buena muerta, la muerte con honra, el olor a pólvora como perfume, la necesidad de remediar a los soldados viejos y estropeados, esclavos de el hambre si no se les asiste…
Para alegrarle la cara, que había mudado de color, le invita a subir en las ancas de Rocinante y a cenar. Acepta lo de la cena, no lo de las ancas.
Llegamos a la vente al anochecer. Sancho dice no sé qué de un castillo. Don Quijote pregunta por el de las lanzas y albardas. El ventero le responde que está en las caballerizas. Y a las caballerizas vamos todos para atender a nuestros jumentos y el mejor atendido, Rocinante.
Y se acabó el comentario al capítulo zurcido.
Un abrazo para todos
Mando esto no se me vaya a olvidar
¡Madre mía con el capítulo! Cuántos frentes abiertos: la venta, la ermita, el adolescente, la mula cargada... y una pena por dentro que lleva Sancho al acordarse de la boda de Camacho jajaja
Un besote enorrrrrrrme, muackkkks
qué finura de lectura porque no lo había pescado "unA sotaermitaño"
qué palabra más preciosa "espilorchería" aunque signifique apariencia simulada, avaricia, yo he pensado en un arlequín (arlequín, otra palabra digna de cinco tenedores)
me quedo con este trocito:
"que ya se va dando orden cómo se entretengan y remedien los soldados viejos y estropeados, porque no es bien que se haga con ellos lo que suelen hacer los que ahorran y dan libertad a sus negros cuando ya son viejos y no pueden servir, y, echándolos de casa con título de libres, los hacen esclavos de la hambre, de quien no piensan ahorrarse sino con la muerte."
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