El caso de El Jueves ha vuelto a poner de actualidad en España el debate sobre la censura. También en esto, Larra, como todos los periodistas -publicistas se llamaban- del siglo XIX tiene opinión que nos sirve y demostración clara de que, cuando el ingenio se aguza, la censura no sirve o da unos resultados que el censor no preveía.
Tres son los artículos que quiero citar hoy: El Siglo en blanco (marzo de 1834), Lo que no se puede decir, no se debe decir (octubre de 1834) y La alabanza, o que me prohíban éste (marzo de 1835). Su publicación cubre un año en el que el gobierno del momento ha intentado controlar la opinión pública hasta niveles que hoy consideraríamos mayoritariamente intolerables.
El Siglo en blanco es un artículo en el que Larra se pone de lado de El Siglo, cuyas columnas han debido salir a la calle en blanco, sólo presididas por el título de cada sección, dado que se ha prohíbido el texto. Con mucha ironía, defiende el derecho a opinar:
no es cosa tan fácil como parece enseñar a callar al hombre, el cual nació para hablar, según han creído erróneamente algunos autores mal informados, dejándose deslumbrar sin duda por las apariencias de verosimilitud que le da a esta opinión el don de la palabra, que nos diferencia tan funestamente de los más seres que crió de suyo callados y taciturnos la sabia naturaleza.
no es cosa tan fácil como parece enseñar a callar al hombre, el cual nació para hablar, según han creído erróneamente algunos autores mal informados, dejándose deslumbrar sin duda por las apariencias de verosimilitud que le da a esta opinión el don de la palabra, que nos diferencia tan funestamente de los más seres que crió de suyo callados y taciturnos la sabia naturaleza.
Como quizá podríamos recordar muchos españoles de hoy, alude, con el recurso irónico de que Platón enseñaba durante cinco años a callar a sus alumnos antes de que aprendieran otras cosas, a cómo ya hubo un tiempo reciente -la Década Ominosa del reinado funesto de Fernando VII- en el que fue obligado el callar:
De cuánto se pueda callar en cinco años podrase formar una idea aproximada con sólo repasar por la memoria cuanto hemos callado nosotros, mis lectores y yo, en diez años, esto es, en dos cursos completos de Platón que hemos hecho pacientemente desde el año 23 hasta el 33 inclusive, de feliz recuerdo; en los cuales nos sucedía precisamente lo mismo que en la cátedra de Platón, a saber, que sólo hablaba el maestro, y eso para enseñar a callar a los demás, y perdónenos el filósofo griego la comparación. Esto con respecto a dar una idea de lo mucho que se puede callar en cinco o en diez años; ahora bien, con respecto a lo que se puede callar en un solo día, basta para formar una idea leer, si es posible, El Siglo, periódico que no se ofenderá si aseguramos de él que trae cosas que no están escritas; periódico enteramente platónico, pero que no puede haber sacado tanto provecho como honra de su ciencia en el callar.
El segundo, Lo que no se puede decir, no se debe decir, es una burla directa de la censura en la que practica el luego tan extendido recurso de decir las cosas sin decirlas. Para ello, afirma someterse, como buen súbdito a la ley, para que no le prohíban el artículo que quiere escribir:
El segundo, Lo que no se puede decir, no se debe decir, es una burla directa de la censura en la que practica el luego tan extendido recurso de decir las cosas sin decirlas. Para ello, afirma someterse, como buen súbdito a la ley, para que no le prohíban el artículo que quiere escribir:
Empiezo por poner al frente de mi artículo, para que me sirva de eterno recuerdo: «Lo que no se puede decir, no se debe decir». Sentada en el papel esta provechosa verdad, que es la verdadera, abro el reglamento de censura: no me pongo a criticarlo, ¡nada de eso!, no me compete. Sea reglamento o no sea reglamento, cierro los ojos, y venero la ley, y la bendigo, que es más. Y continúo: «Artículo 12. No permitirán los censores que se inserten en los periódicos:
»Primero: artículos en que viertan máximas o doctrinas que conspiren a destruir o alterar la religión, el respeto a los derechos y prerrogativas del trono, el Estatuto Real y demás leyes fundamentales de la Monarquía».
Esto dice la ley. Ahora bien: doy el caso que me ocurra una idea que conspira a destruir la religión. La callo, no la escribo, me la como. Éste es el modo.
Si no se pueden escribir sátiras e invectivas, pues no las escribirá, si tampoco pueden disfrazarse con alusiones ni alegorías, pues no se disfrazan, cosa ya de por sí difícil para un escritor.
En buen hora; voy a escribir ya; pero llego a este párrafo y no escribo. Que no es injurioso, que no es libelo, que no pongo anagrama. No importa; puede convencerse el censor de que se alude, aunque no se aluda. ¿Cómo haré, pues, que el censor no se convenza? Gran trabajo: no escribo nada; mejor para mí; mejor para él; mejor para el Gobierno: que encuentre alusiones en lo que no escribo. He aquí, he aquí el sistema. He aquí la gran dificultad por tierra. Desengañémonos: nada más fácil que obedecer. Pues entonces, ¿en qué se fundan las quejas? ¡Miserables que somos!
Finalmente, puede contemplar con agrado de buen ciudadano su trabajo:
Hecho mi examen de la ley, voy a ver mi artículo; con el reglamento de censura a la vista, con la intención que me asiste, no puedo haberlo infringido. Examino mi papel; no he escrito nada, no he hecho artículo, es verdad. Pero en cambio he cumplido con la ley. Este será eternamente mi sistema; buen ciudadano, respetaré el látigo que me gobierna, y concluiré siempre diciendo: «Lo que no se puede decir, no se debe decir».
Debe observarse cómo ha criticado la ley defendiéndola y sin que ningún censor que quiera cumplirarla pueda porhibirle el resultado.
El tercer artículo, La alabanza, o que me prohíban éste es la culminación del camino. Si no se puede opinar de nada con el riesgo de que te prohíban el texto, se debe hacer lo único que te garantizará directamente la aprobación del censor. Comienza con una interesante disquisición sobre si se escribe para sí mismo o para otros. Concluye que todos los escritores lo hacen para sí mismos:
Los autores han dicho siempre en sus prólogos, y se lo han llegado a creer ellos mismos, que escriben para el público; no sería malo que se desengañasen de este error. Los no leídos y los silbados escriben evidentemente para sí; los aplaudidos y celebrados escriben por su interés, alguna vez por su gloria, pero siempre para sí.
Entonces, ¿quién escribe para otro? Quien escribe para el censor. Claro, él nunca ha escrito para este otro porque: Bien determinado como estoy a no escribir jamás para el censor, he tratado siempre de no escribir sino la verdad, porque al fin, he dicho para mí, ¿qué censor había de prohibir la verdad, y qué Gobierno ilustrado, como el nuestro, no la había de querer oír? Así es, que si en el reglamento de censura se prohíbe hablar contra la religión, contra las autoridades, contra los gobiernos y los soberanos extranjeros, y contra otra porción de materias, es porque se ha presumido, con mucha razón, que era imposible hablar mal de esas cosas, diciendo verdad. Y para mentir más vale no escribir. Todo esto es claro; es más que claro; casi es justo.
Para demostrarlo, está decidido a alabar todos los logros de los gobernantes:
¡Maldicientes! Lo mismo que el entusiasmo. Mil veces he oído decir que han apagado el entusiasmo. ¿Y qué? Pongamos que sea cierto. ¿No se acaba de decidir ahora que se haga entusiasmo nuevo? ¿No se va a escribir a todos los señores gobernadores que fomenten el espíritu público y que hagan entusiasmo a toda prisa? ¿Y no lo harán por ventura? Y excelente y de la mejor calidad. El año pasado no hacía falta el entusiasmo; como que la facción era poca y el peligro ninguno, nos íbamos pandeando sin entusiasmo y sin espíritu público; y luego, que entonces estaba la anarquía cosida siempre a los autos del entusiasmo, y ahora ya no. Y el entusiasmo de ahora ha de ser un entusiasmo moderado, un entusiasmo frío y racional, un entusiasmo que mate facciosos, pero nada más; entusiasmo, señor, de quita y pon; y entusiasmo, en una palabra, sordomudo de nacimiento; entusiasmo que no cante, que no alborote el cotarro; que no se vuelva la casa un gallinero. Y éste es el bueno, el verdadero entusiasmo. No, sino volvamos a las canciones patrióticas. ¿Qué trajo la ruina del sistema? Unas veces dicen que fue la libertad de imprenta, otras que fue... No, señor, hoy estamos de acuerdo en que fueron las canciones. ¿Y esto no será de alabar?
Yo alabaré siempre; yo defenderé; reniego de la oposición. ¿Qué quiere decir la oposición?
He aquí un artículo escrito para todos, menos para el censor. La ALABANZA, en una palabra: ¡QUE ME PROHÍBAN ÉSTE!
Coda final.
Algunos pensarán que prometer una coda final ha sido un truco para hacer tragar la píldora de los párrafos anteriores. ¿Recurrir a truco tan bajo? No, por cierto. Aquí va lo prometido.
España está muy lejos de ser un país con censura. De eso, los que tenemos una edad sabemos algo. Por lo tanto, no hablamos de censura más que por extensión y miedo de volver hacia atrás. Estos miedos instalados en el ser de todo español y que hacen a veces que actuemos de formas extrañas en nuestra vida: desde educar sin disciplina hasta pensar que ninguna ley está por encima de nuestro libre voluntad. O de que algunos, en cuanto ejercen cualquier grado de autoridad, saquen tan fácilmente comportamientos exageradamente marciales.
La actuación judicial contra la portada de El Jueves no ha gustado a casi nadie, a mí tampoco. Pero es cierto que cumple la ley. ¿Por qué no se ha cumplido la ley en ocasiones anteriores? Vaya usted a saber. ¿Por qué se ha cumplido precisamente ahora? Larra me da un golpecito en el hombro, y contesta: "Lo que no se puede decir, no se debe decir, así que calla o alaba". Pues eso.
La portada inicial no me gustó. En cambio, me gustó mucho más y me pareció más satírica la portada rectificada: demuestra más ingenio. Yo fui lector asiduo de esta publicación. Dejé de serlo, no sé si por edad o por estética. Por eso, espero no tener que volver a comprarla, cosa que solo haría si comienza a salir en blanco. ¡Exagero! Pues claro. Pero es que uno empieza a cumplir la ley y no sabe dónde terminar. Y no critico la ley, que nos ampara y vela por nosotros, por supuesto. El Jueves en blanco...
Ahora, bien, en el mundo de Internet, ¿qué sentido tiene esto?
(Continuará)
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Durante el mes de agosto la actualización del blog no será diaria.Estamos en verano, no me pidáis constancia.Tantos mis comentarios como la publicación de los vuestros sufrirán del estío.
5 comentarios:
Coincido totalmente con la preferencia por la segunda portada, mucho más ingeniosa que la primera.
Pero tampoco me pareció muy bien que censuraran la primera, de haber sus protagonistas unos famosillos casposos de buen seguro que no habría pasado nada. Pero como bien decía Larra: Lo que no se puede decir, no se debe decir. Y en este país el tema de la monarquía a veces parece tabú.
Querido Alatriste: como dije en un comentario en blog ajeno, hay cosas que sólo funcionan mientras la balanza esté equilibrada.
¡Bueno, menos mal que ahora, los jueves son del Quijote!
Lo digo.... o es que no debo decirlo?
¿He de callar acaso?
¡Mejor lo grito a los 4 vientos!:
¡S-o-n d-e-l- Q-u-i-j-o-t-e! para bendición nuestra, que seguimos tu locura.
Benditos sean de paso, los blogs. Larra, si pudiera leer el tuyo, estaría contento.
o se hubiera hecho un bloguero más, creo...
MYR: Se hubiera hecho un bloguero muy activo, sin duda.
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