DISCURSO PRONUNCIADO POR PEDRO OJEDA ESCUDERO COMO PADRINO EN LA CEREMONIA DE GRADUACIÓN DE LA IX PROMOCIÓN DE LA TITULACIÓN DE HUMANIDADES DE LA UNIVERSIDAD DE BURGOS.
Celebrada en el Hospital del Rey el 14 de junio de 2007.
Magfco. y Excmo. Sr. Rector, Sr. Decano, Sres. Vicedecanos, querida madrina de la promoción de Pedagogía, compañeros, alumnos, amigos:
En una de las fachadas del edificio que alberga la Facultad de Humanidades y Educación se encuentra un árbol. Este árbol, al que ya he dedicado mi atención en otro momento, ha sobrevivido a la voracidad urbanizadora de estas tierras y estos tiempos. Es un peral. Junto a él pasan diariamente decenas de personas que jamás le dedican una mirada porque no se trata de un árbol imponente, de esos ante los que se fotografían las familias o que dan nombre a una zona. Tiene voluntad de humilde, sin duda. Desde que se inauguró la Facultad, en 1994, vengo observándolo en cada cambio de estación. Los profesores, los alumnos, los miembros del personal administrativo y de servicio, toda la comunidad universitaria, pasan a su lado, entran en las clases, se van, curso tras curso. Y allí queda este frutal, dedicado incansablemente a su labor. En primavera bien avanzada florece, pero no de forma espectacular, a la manera de los almendros o los cerezos sino más bien tímida y a empujones, como pidiendo perdón por esa belleza circunstancial. Cuando llega el momento, justo cuando llega el momento, da su fruto: unas peras no muy lucidas, que nadie recolecta y se dejan caer al suelo. Año tras año, con constancia, este árbol escondido y anónimo cumple con su misión. ¿Cuántos de nosotros hacemos lo mismo con esta perseverancia, con la misma expresión que esta rugosa corteza? La simbología del árbol está enraizada en nuestra cultura desde el Génesis bíblico y la interpretación del pecado y la sabiduría, pero toda alegoría queda vencida ante la humildad cotidiana de este concreto peral.
Nuestro humilde árbol, en su sabiduría, sabe que su labor se hinca sólidamente en la tierra y se cumple estación tras estación. Hoy ve culminar sobre sus raíces una nueva promoción de jóvenes estudiantes de Humanidades (la de 2002/2007) que se empeñan en estudiar contracorriente las claves por las que el ser humano sigue siéndolo, a veces a pesar de sí mismo: las razones por las que merece la pena seguir con nuestros estudios, con nuestras vidas, con nuestro trabajo anual y cíclico.
Dentro de unos minutos, seréis llamados y, si mi torpeza no lo impide, os impondremos las becas que distinguen las Humanidades: María Gutiez, Berta Balbás, Andrea García, Andrea Minués, Guillermo González, Laura Moreno, Berta Guinea, Diego Peña, Bruno Herrero, Javier Iván Pérez, Alicia Hurtado, Alicia Ramírez, Luisa Marañón, Beatriz Rubio, José María Marín, Natalia Solís, Rodrigo García, David Medina, Silvia Tamayo, os agradezco que me hayáis dado la oportunidad hoy de dedicaros estas palabras y os felicito por haber culminado esta primera fase de vuestra formación universitaria que deberá continuarse, como hace nuestro peral sabio de Humanidades, año tras año, en una formación continua. Cuando yo terminé mis estudios universitarios se tenía la poco acertada creencia de que el licenciado ya lo sabía todo y de ello podría vivir el resto de su vida intelectual. Qué error más grave. Hoy sabemos que no os hemos dado más que el primer empujón, las primeras orientaciones y las herramientas metodológicas que os hagan seguir aprendiendo y creciendo. Estáis, estamos, condenados, en una maravillosa condena, a seguir formándonos, a leer, a debatir, a pensar. Algunos de vosotros volveréis a estas aulas en los estudios de postgrado, continuaréis vuestra vida académica hasta la culminación de los estudios de Doctorado y la defensa de una Tesis Doctoral. Varios ingresaréis en el claustro de profesores de un centro de secundaria o de ésta o de otra Universidad y os enfrentaréis, en el futuro, al reto de preparar un discurso como éste en el que tengáis que celebrar el éxito de la graduación de vuestros alumnos. Nunca terminamos de aprender, de corregir nuestros errores, de preparar el camino a otras generaciones.
Pero volvamos al principio. Hace unos años atravesasteis por primera vez la puerta de esta institución, la que respira el oxígeno de nuestro árbol. Llegabais ante los profesores y junto a vuestros compañeros con las aspiraciones y la ingenuidad de la juventud. En estas fechas, como vosotros no hace tanto, los estudiantes de bachillerato han realizado los exámenes de Selectividad con vuestras mismas ilusiones de entonces. Hace unos días me confesabais que ni siquiera queríais ver las fotos de aquel tiempo por miedo a no reconoceros, porque pensáis que erais muy niños. Habéis cambiado, por supuesto, pero no sólo físicamente: ese es el menor de vuestros cambios. Habéis llevado a cabo un esfuerzo intelectual para superar los exámenes, habéis vivido la experiencia del conocimiento y muchos de vosotros la de descubrir otras tierras en intercambios enriquecedores con lejanas universidades. Habéis hecho el esfuerzo de comprensión de las materias que han completado vuestro currículum. Pero también el esfuerzo de la comprensión del otro, de vuestro vecino de pupitre y de vuestros vecinos de hace siglos, de aquellos primeros habitantes de la Sierra de Atapuerca, de los colonizadores de América y de los indígenas que los recibieron extrañados, de los que provocaron guerras y desolación pero también de los que reflexionaron sobre el ser humano para hacerlo mejor. También de los personajes de ficción y de su forma de explicarnos el mundo. Habéis comprendido la grandeza que se esconde en El Quijote de Cervantes y comprendido que él, don Miguel, es un contemporáneo vivo con el que podemos dialogar. Con ello, nos habéis dado algunos de vuestros mejores años y espero que hayamos estado a vuestra altura.
Durante estos cursos habéis aprendido las claves de lo que tan pomposamente se llama Humanidades. En nuestros días, parece que los estudiantes de estas ramas del saber deben ir medio escondiéndose, para evitar ser señalados con el dedo acusador de la sociedad. Alguno conozco que ha fingido ante sus padres estudiar ingeniería para evitar darles un disgusto. O que les mintió, diciendo que no habían superado la nota de corte de otra titulación para obligarles a aceptar la que su vocación le señalaba.
Todo lo contrario. Debéis salir con la cabeza bien alta y orgullosos de vosotros mismos. Durante esta etapa en la Universidad habéis dedicado vuestro esfuerzo a algunas de las ramas del conocimiento más precisamente científicas. En contra de lo que os digan, en contra de lo que afirmen los titulares de prensa, no puede haber ciencia sin las materias que aquí habéis estudiado. Demasiado a menudo se olvida que la ciencia nace por los conocimientos filológicos e históricos. Sin el establecimiento riguroso de los textos a través de los que se fijan y trasmiten los conocimientos, y el acertado estudio en su preciso contexto histórico, social, cultural y artístico, no hay ciencia posible. No hay Universidad posible.
Nos hemos afanado, vosotros y nosotros, todos juntos, por dominar las herramientas metodológicas que nos ayuden a comprender y a explicar la Humanidad. Nosotros no olvidamos, como sucede demasiadas veces en otros lugares, que las cosas se hacen para el ser humano y no para otras cosas, que los puentes se tienden para que los crucen las personas, que los edificios se hacen para ser habitados por personas, que los Auditorios tan exageradamente costosos se levantan para que en ellos se oiga perfectamente la música hecha por unos seres humanos para otros. Precisamente por eso nuestra labor es más alta que en otros campos científicos. Debemos contribuir, con nuestros estudios, a la comprensión de la Humanidad y a su mejora.
Olvidaréis las fechas de la conquista de aquella ciudad o de la celebración de una batalla. Olvidaréis las fechas en las que se publicaron las diferentes ediciones de La Celestina o el Quijote. Olvidaréis las fechas en las que se pintaron determinados cuadros o se erigieron algunos monumentos. Eso no importa. Pero si algo hemos hecho bien durante vuestra estancia aquí, no olvidaréis las grandes razones por las que el ser humano ha llegado a esta fecha de hoy. Y no olvidaréis tampoco la verdadera herramienta de todo universitario: el conocimiento, la amplitud de miras, el debate y la puesta en cuestión de toda creencia y presupuesto anterior. Debemos obligarnos a pensar cada día la totalidad de la Historia de la Humanidad en cada uno de nuestros actos más minúsculos, como el sabio peral se reinventa cada temporada.
De esa obligación saldrá, sin duda, nuestra labor crítica. Y de la crítica, la reivindicación. Por una parte, defenderemos aquello que nuestro estudio y reflexión nos diga que es cierto, pero teniendo muy en cuenta que podemos estar equivocados, respetando a los demás porque sabemos, mejor que nadie, que no somos más que un pequeño remanso en el confuso camino de la Historia. Una de las primeras cosas que digo a mis estudiantes es que deben ponerlo en duda todo, incluso lo que yo mismo les trasmito. Sé quién ha aprovechado totalmente el tiempo cuando rebate mi planteamiento de una lección o la argumentación de un enunciado. O cuando añade, por su propia meditación, un paso más sobre el que yo di a partir de lo que me trasmitieron.
Por otra parte, debemos ser reivindicativos. Primero, con nuestras propias instituciones, demandando lo mejor para estos estudios, la misma comprensión que para la dotación de un laboratorio o para edificar un taller. La misma atención para fomentar estudios humanísticos de calidad, oportunos y tremendamente rentables para la sociedad.
Reivindicativos también con esta sociedad. Con esta época que parece basarse en la especulación y el enriquecimiento fácil, en la propaganda en vez de en el trabajo y la cultura del esfuerzo.
Vosotros, mejor que nadie, estáis capacitados para comprender que la faceta más elevada del ser humano es la cultura. Y no el abaratado concepto de cultura que hoy se maneja, tan heterogéneo y simplificado. Os mediremos en el futuro por vuestra verdadera aportación a la revalorización de la cultura como siembra más que como cosecha, vuestra dedicación a la extensión de la red de la sabiduría, del pensamiento, del arte, de las inquietudes de todo tipo, que hacen del ser humano lo que debe ser y no una pieza de un complejo sistema que le aleja de sí mismo.
Salís hoy al mundo, sin duda, a hacerlo mejor. Nosotros, los que aquí quedamos, ya no podremos cambiarlo. Vosotros no deberéis renunciar a hacerlo en vuestro día a día. Los estudios que habéis realizado os han facultado para ello mejor que a nadie. Ahora estaréis nerviosos por vuestro futuro profesional y personal. Yo sé que será exitoso, pero que no tendrá verdaderos frutos si renunciáis a esta utopía. Tengo la sensación de que vamos de retirada, pero que vosotros sois la vanguardia de una nueva sociedad, nuestro mejor legado.
Habéis crecido sobre las raíces de este árbol pero este árbol también os necesita para nutrirse. Una de vuestras labores a partir de hoy es volver a nosotros. No me refiero físicamente, sino en vuestra labor diaria. Estáis obligados a retornar a este peral, que aquí queda, parte de lo que él os ha dado, construyendo, estación tras estación, una sociedad mejor.
Vais al mundo. El mundo ya es vuestro.
Muchas gracias.
Celebrada en el Hospital del Rey el 14 de junio de 2007.
Magfco. y Excmo. Sr. Rector, Sr. Decano, Sres. Vicedecanos, querida madrina de la promoción de Pedagogía, compañeros, alumnos, amigos:
En una de las fachadas del edificio que alberga la Facultad de Humanidades y Educación se encuentra un árbol. Este árbol, al que ya he dedicado mi atención en otro momento, ha sobrevivido a la voracidad urbanizadora de estas tierras y estos tiempos. Es un peral. Junto a él pasan diariamente decenas de personas que jamás le dedican una mirada porque no se trata de un árbol imponente, de esos ante los que se fotografían las familias o que dan nombre a una zona. Tiene voluntad de humilde, sin duda. Desde que se inauguró la Facultad, en 1994, vengo observándolo en cada cambio de estación. Los profesores, los alumnos, los miembros del personal administrativo y de servicio, toda la comunidad universitaria, pasan a su lado, entran en las clases, se van, curso tras curso. Y allí queda este frutal, dedicado incansablemente a su labor. En primavera bien avanzada florece, pero no de forma espectacular, a la manera de los almendros o los cerezos sino más bien tímida y a empujones, como pidiendo perdón por esa belleza circunstancial. Cuando llega el momento, justo cuando llega el momento, da su fruto: unas peras no muy lucidas, que nadie recolecta y se dejan caer al suelo. Año tras año, con constancia, este árbol escondido y anónimo cumple con su misión. ¿Cuántos de nosotros hacemos lo mismo con esta perseverancia, con la misma expresión que esta rugosa corteza? La simbología del árbol está enraizada en nuestra cultura desde el Génesis bíblico y la interpretación del pecado y la sabiduría, pero toda alegoría queda vencida ante la humildad cotidiana de este concreto peral.
Nuestro humilde árbol, en su sabiduría, sabe que su labor se hinca sólidamente en la tierra y se cumple estación tras estación. Hoy ve culminar sobre sus raíces una nueva promoción de jóvenes estudiantes de Humanidades (la de 2002/2007) que se empeñan en estudiar contracorriente las claves por las que el ser humano sigue siéndolo, a veces a pesar de sí mismo: las razones por las que merece la pena seguir con nuestros estudios, con nuestras vidas, con nuestro trabajo anual y cíclico.
Dentro de unos minutos, seréis llamados y, si mi torpeza no lo impide, os impondremos las becas que distinguen las Humanidades: María Gutiez, Berta Balbás, Andrea García, Andrea Minués, Guillermo González, Laura Moreno, Berta Guinea, Diego Peña, Bruno Herrero, Javier Iván Pérez, Alicia Hurtado, Alicia Ramírez, Luisa Marañón, Beatriz Rubio, José María Marín, Natalia Solís, Rodrigo García, David Medina, Silvia Tamayo, os agradezco que me hayáis dado la oportunidad hoy de dedicaros estas palabras y os felicito por haber culminado esta primera fase de vuestra formación universitaria que deberá continuarse, como hace nuestro peral sabio de Humanidades, año tras año, en una formación continua. Cuando yo terminé mis estudios universitarios se tenía la poco acertada creencia de que el licenciado ya lo sabía todo y de ello podría vivir el resto de su vida intelectual. Qué error más grave. Hoy sabemos que no os hemos dado más que el primer empujón, las primeras orientaciones y las herramientas metodológicas que os hagan seguir aprendiendo y creciendo. Estáis, estamos, condenados, en una maravillosa condena, a seguir formándonos, a leer, a debatir, a pensar. Algunos de vosotros volveréis a estas aulas en los estudios de postgrado, continuaréis vuestra vida académica hasta la culminación de los estudios de Doctorado y la defensa de una Tesis Doctoral. Varios ingresaréis en el claustro de profesores de un centro de secundaria o de ésta o de otra Universidad y os enfrentaréis, en el futuro, al reto de preparar un discurso como éste en el que tengáis que celebrar el éxito de la graduación de vuestros alumnos. Nunca terminamos de aprender, de corregir nuestros errores, de preparar el camino a otras generaciones.
Pero volvamos al principio. Hace unos años atravesasteis por primera vez la puerta de esta institución, la que respira el oxígeno de nuestro árbol. Llegabais ante los profesores y junto a vuestros compañeros con las aspiraciones y la ingenuidad de la juventud. En estas fechas, como vosotros no hace tanto, los estudiantes de bachillerato han realizado los exámenes de Selectividad con vuestras mismas ilusiones de entonces. Hace unos días me confesabais que ni siquiera queríais ver las fotos de aquel tiempo por miedo a no reconoceros, porque pensáis que erais muy niños. Habéis cambiado, por supuesto, pero no sólo físicamente: ese es el menor de vuestros cambios. Habéis llevado a cabo un esfuerzo intelectual para superar los exámenes, habéis vivido la experiencia del conocimiento y muchos de vosotros la de descubrir otras tierras en intercambios enriquecedores con lejanas universidades. Habéis hecho el esfuerzo de comprensión de las materias que han completado vuestro currículum. Pero también el esfuerzo de la comprensión del otro, de vuestro vecino de pupitre y de vuestros vecinos de hace siglos, de aquellos primeros habitantes de la Sierra de Atapuerca, de los colonizadores de América y de los indígenas que los recibieron extrañados, de los que provocaron guerras y desolación pero también de los que reflexionaron sobre el ser humano para hacerlo mejor. También de los personajes de ficción y de su forma de explicarnos el mundo. Habéis comprendido la grandeza que se esconde en El Quijote de Cervantes y comprendido que él, don Miguel, es un contemporáneo vivo con el que podemos dialogar. Con ello, nos habéis dado algunos de vuestros mejores años y espero que hayamos estado a vuestra altura.
Durante estos cursos habéis aprendido las claves de lo que tan pomposamente se llama Humanidades. En nuestros días, parece que los estudiantes de estas ramas del saber deben ir medio escondiéndose, para evitar ser señalados con el dedo acusador de la sociedad. Alguno conozco que ha fingido ante sus padres estudiar ingeniería para evitar darles un disgusto. O que les mintió, diciendo que no habían superado la nota de corte de otra titulación para obligarles a aceptar la que su vocación le señalaba.
Todo lo contrario. Debéis salir con la cabeza bien alta y orgullosos de vosotros mismos. Durante esta etapa en la Universidad habéis dedicado vuestro esfuerzo a algunas de las ramas del conocimiento más precisamente científicas. En contra de lo que os digan, en contra de lo que afirmen los titulares de prensa, no puede haber ciencia sin las materias que aquí habéis estudiado. Demasiado a menudo se olvida que la ciencia nace por los conocimientos filológicos e históricos. Sin el establecimiento riguroso de los textos a través de los que se fijan y trasmiten los conocimientos, y el acertado estudio en su preciso contexto histórico, social, cultural y artístico, no hay ciencia posible. No hay Universidad posible.
Nos hemos afanado, vosotros y nosotros, todos juntos, por dominar las herramientas metodológicas que nos ayuden a comprender y a explicar la Humanidad. Nosotros no olvidamos, como sucede demasiadas veces en otros lugares, que las cosas se hacen para el ser humano y no para otras cosas, que los puentes se tienden para que los crucen las personas, que los edificios se hacen para ser habitados por personas, que los Auditorios tan exageradamente costosos se levantan para que en ellos se oiga perfectamente la música hecha por unos seres humanos para otros. Precisamente por eso nuestra labor es más alta que en otros campos científicos. Debemos contribuir, con nuestros estudios, a la comprensión de la Humanidad y a su mejora.
Olvidaréis las fechas de la conquista de aquella ciudad o de la celebración de una batalla. Olvidaréis las fechas en las que se publicaron las diferentes ediciones de La Celestina o el Quijote. Olvidaréis las fechas en las que se pintaron determinados cuadros o se erigieron algunos monumentos. Eso no importa. Pero si algo hemos hecho bien durante vuestra estancia aquí, no olvidaréis las grandes razones por las que el ser humano ha llegado a esta fecha de hoy. Y no olvidaréis tampoco la verdadera herramienta de todo universitario: el conocimiento, la amplitud de miras, el debate y la puesta en cuestión de toda creencia y presupuesto anterior. Debemos obligarnos a pensar cada día la totalidad de la Historia de la Humanidad en cada uno de nuestros actos más minúsculos, como el sabio peral se reinventa cada temporada.
De esa obligación saldrá, sin duda, nuestra labor crítica. Y de la crítica, la reivindicación. Por una parte, defenderemos aquello que nuestro estudio y reflexión nos diga que es cierto, pero teniendo muy en cuenta que podemos estar equivocados, respetando a los demás porque sabemos, mejor que nadie, que no somos más que un pequeño remanso en el confuso camino de la Historia. Una de las primeras cosas que digo a mis estudiantes es que deben ponerlo en duda todo, incluso lo que yo mismo les trasmito. Sé quién ha aprovechado totalmente el tiempo cuando rebate mi planteamiento de una lección o la argumentación de un enunciado. O cuando añade, por su propia meditación, un paso más sobre el que yo di a partir de lo que me trasmitieron.
Por otra parte, debemos ser reivindicativos. Primero, con nuestras propias instituciones, demandando lo mejor para estos estudios, la misma comprensión que para la dotación de un laboratorio o para edificar un taller. La misma atención para fomentar estudios humanísticos de calidad, oportunos y tremendamente rentables para la sociedad.
Reivindicativos también con esta sociedad. Con esta época que parece basarse en la especulación y el enriquecimiento fácil, en la propaganda en vez de en el trabajo y la cultura del esfuerzo.
Vosotros, mejor que nadie, estáis capacitados para comprender que la faceta más elevada del ser humano es la cultura. Y no el abaratado concepto de cultura que hoy se maneja, tan heterogéneo y simplificado. Os mediremos en el futuro por vuestra verdadera aportación a la revalorización de la cultura como siembra más que como cosecha, vuestra dedicación a la extensión de la red de la sabiduría, del pensamiento, del arte, de las inquietudes de todo tipo, que hacen del ser humano lo que debe ser y no una pieza de un complejo sistema que le aleja de sí mismo.
Salís hoy al mundo, sin duda, a hacerlo mejor. Nosotros, los que aquí quedamos, ya no podremos cambiarlo. Vosotros no deberéis renunciar a hacerlo en vuestro día a día. Los estudios que habéis realizado os han facultado para ello mejor que a nadie. Ahora estaréis nerviosos por vuestro futuro profesional y personal. Yo sé que será exitoso, pero que no tendrá verdaderos frutos si renunciáis a esta utopía. Tengo la sensación de que vamos de retirada, pero que vosotros sois la vanguardia de una nueva sociedad, nuestro mejor legado.
Habéis crecido sobre las raíces de este árbol pero este árbol también os necesita para nutrirse. Una de vuestras labores a partir de hoy es volver a nosotros. No me refiero físicamente, sino en vuestra labor diaria. Estáis obligados a retornar a este peral, que aquí queda, parte de lo que él os ha dado, construyendo, estación tras estación, una sociedad mejor.
Vais al mundo. El mundo ya es vuestro.
Muchas gracias.
10 comentarios:
Lo sospechaba, pero ya se quien es el peral sabio de humanidades....
¿No aparecera proximamente en YouTube tu disertacion...como ya lo hizo el famoso discurso de Steve Jobs?
Un autentico lujazo. Eres la pera.
Salud
Hola profesor, ayer por la noche pasé más de una hora imbuida en la lectura de su blog y, aunque suene pedante, debo confesar que me dejó el estómago encogido. El jueves cuando se acercó cariñosamente a despedirse tras la agradable cena, contestó a mi petición de una copia de su discurso, diciéndome que podía encontrarlo tecleando su nombre en internet.
Yo, debo confesarlo, me sorprendí. A parte de mi desconocimiento de la existencia de su página, me interesé por su iniciativa. Quizá yo no sea quien, pero debo darle mi enhorabuena y sobretodo quiero darle las gracias por abrirnos las puertas, casi sin querer, a sus pensamientos. Así que no me he podido resistir, como casi siempre, a decir unas palabrillas.
Ya sé que le dirigí mi agradecimiento por su mensaje, que tras mi día en El Parral fuí a buscar enseguida y vuelvo a reiterarlo, más que nada porque este último año ha sido complicado para mi. Debe ser verdad que cuando uno acaba la carrera nunca tiene claro lo que siempre pensó que estaba cristalino.
Le parecerá absurdo, pero su discurso ya me inquietó y tras releer sus palabras, la inquietud ya ha sido definitiva. Espero no volver a perder de vista el objetivo.
Gracias por darme a conocer este mundo de la Burgosfera, menos mal que ya soy un poco menos ignorante. Estoy deseando investigar al resto de los cultivadores de otras vías de utilización de internet, la que permite cultivar las relaciones del ser humano en otras esferas.
Y, no profesor, no podríamos vivir sin abrazos. El jueves de madrugada, cuando comenzaba mi ronda de retirada, abracé a todos aquellos de mis compañeros que todavía estaban en condiciones de entender que me iba. Lo mejor fue la sorpresa de algunos ante mi abrazo, pero su inmediata respuesta a él y las lagrimillas que le siguieron. En realidad, no había pensado todo lo que me han marcado mis compañeros, todo lo que he aprendido de ellos hasta esta semana, en la que hemos trabajado juntos en la ceremonia y hemos recordado con sonrisas hasta los momentos más agrios de nuestros viajes. ¡Qué vértigo!
Gracias por darme cabida en su espacio y espero no dejar que mis ramas se sequen.
Recuerdo el post de El Peral. Por entonces comenzaba mis visitas a la Acequia, pero no me atrevía a comentar nada. Ahora sí, y creo que lo has bordado. Mi enhorabuena por tus reflexiones.
Y te dejo un ejercicio de visión diferente, siento no ser el autor. En 1492 finaliza el viaje más extraordinario de la Humanidad. Se había iniciado millones de años antes en el corazón de África. Una de sus etapas concluyó en Atapuerca y aquel día de octubre se reunieron los nietos de aquellos hominidos. Todos habían olvidado el origen de aquella epopeya.
Gracias, Blogófago y Francisco. Como dices, Francisco, no deberíamos olvidar que la Historia de la Humanidad tiene estos encuentros y desencuentros: debemos descubrirnos cada día.
Natalia: Bienvenida al blog y gracias por tus palabras. Como os he comentado, el discurso salió contemplando vuestra orla. Ahora, os toca a vosotros. Suerte.
Gracias por hacernos pensar, por hacernos mirar hacia dentro. Gracias por transmistirnos la sensación de que no todo está perdido. Gracias por transmitir una gratificantes sensación de sosiego.
Recuerdo que leí este discurso tuyo.
Hoy te comento.
Ya podían aprender algunos docentes...
¡qué suerte tienen tus alumnos!
¡qué majete eres!
Si te digo que cualquier día me infiltro en tus clases, además como me has dicho que parezco de primero, pues hala...
He presenciado algún acto de fin de carrera y he oído algún discurso, soporíferos en general.
enhorabuena.
CARMEN: Se me había pasado contestar a tu comentario. Gracias por intervnir en La Acequia, por leerme. Sé que participas de estas ideas. Un abrazo.
PILAR: Gracias por tus palabras y por venir a comentar este texto, de hace tanto tiempo. Estás invitada, no necestias infiltrarte. Besos.
Me encant� el discurso, ser� porque me siento un poco identificada con lo que dices de las humanidades, por haber estudiado Filolog�a inglesa.
AMELCHE: Gracias por comentar este texto, de hace tantos meses, y tan querido por mí.
Seamos como el árbol del parque que preside el centro del pueblo...
Este árbol es amigo y cercano a todos, nos ofrece su belleza y nada nos pide a cambio.
Qué suerte tuvieron esos alumnos.
Un abrazo desde aquí, cuatro años retrocedidos en el tiempo.
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