Este arbol ha sobrevivido a la voracidad urbanizadora de estas tierras. Se encuentra en un lateral de la Facultad. Junto a él pasan decenas de personas todos los días, que jamás le dedican una mirada porque no se trata de un árbol imponente, de esos ante los que se fotografían las familias o que dan nombre a una zona. Tiene voluntad de humilde, sin duda. Desde que se inauguró la Facultad, en 1994, vengo observándolo en cada cambio de estación. Los alumnos pasan, entran en las clases, se van, promoción tras promoción. Y allí queda, dedicado a su labor. En primavera bien avanzada florece, como ahora, pero no de forma espectacular, a la manera de los almendros o los cerezos sino más bien tímida y a empujones. Cuando llega el momento, da su fruto: unas peras no muy lucidas, que nadie recolecta y se dejan caer al suelo. Año tras año, con constancia, este arbol escondido y anónimo cumple con su misión. ¿Cuántos de nosotros hacemos lo mismo año tras año, con la misma expresión que esta rugosa corteza?
2 comentarios:
Bien bonito el humilde peral, como las hierbas humildes pero maravillosas fotografiadas en el libro de Manel Armengol, Herbarium. Un descubrimiento.
quizá lo que más me guste de este peral, además de su simbolismo, es precisamente su humildad. Corro a por el libro que me sugieres.
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