Antes de comentar el núcleo del capítulo debemos hablar sobre la argucia cervantina para hacernos pasar estas páginas como otras anteriores, sin serlo en absoluto porque contienen un giro en la novela que vuelve a enriquecerla.
En primer lugar, el título (
Que trata de cosas tocantes a esta historia, y no a otra alguna) podría parecernos una broma paródica más al estilo de títulos semejantes de otros capítulos. Pero no lo es: sabedor Cervantes del interés que despertará en sus lectores la presentación del morisco Ricote, juega con el potencial peligroso del argumento para hacerlo pasar como inocente.
En segundo lugar, los párrafos iniciales parecen llevarnos otra vez a la alternacia de espacios que ha venido sucediendo en los últimos capítulos. Pero no es así: en realidad, termina con ella. Rápidamente, nos anuncia que los Duques siguen burlándose no sólo de Don Quijote y Sancho sino de las mismas normas caballerescas y de la justicia, incluso la que ellos deberían proteger en sus propias tierras en cumplimiento de las normas de la sociedad a la que pertenecen y gobiernan. En estos dos parrafos, los Duques llevan al máximo nivel la destrucción de su propia autoridad: ni siquiera son capaces de que el duelo tan solemnemente aceptado se mantenga de la forma correcta y suplantanrán al mozo burlador que tanto protegen (no ahorra Cervantes un chiste sobre suegras al mencionar que el joven anda huido en Flandes por escapar de doña Rodríguez) por un lacayo suyo, Tosilos. Para dar lugar a preparar suficientemente la nueva burla, fijan un plazo de varios días que el narrador aprovecha para volver a Sancho.
Y es aquí en donde comienzan algunas de las páginas más memorables de la segunda parte de la novela.
Observemos que el encuentro con Ricote se produce en un momento determinado, tras haber puesto en evidencia la indole de la alta aristocracia española y de buena parte de la sociedad española que la secunda; tras unos pasajes -toda la estancia de don Quijote y Sancho en tierras de los Duques- en los que todo ha sido fabulación y burla con trazas de parodia caballeresca y fiesta carnavalesca para diversión de una sociedad cortesana y embrutecida; tras anunciársenos a los lectores que en breve se reanudará el camino en busca de aventuras de ambos protagonistas; y, finalmente, tras la renuncia de Sancho al gobierno de la ínsula con una actitud digna y moral que nos habla de un Sancho más sabio, más consciente de sus actos y de sus consecuencias. Justo en ese momento, Cervantes introduce, por primera vez (veremos que el personaje reaparece) a Ricote quien protagonizará, junto a Sancho, una aventura en la que no está presente don Quijote ni sus grandes sueños caballerescos, sino tan sólo dos amigos y vecinos, cada uno con su historia personal a cuestas.
Tanto por lo dicho, como por las circunstancias en las que tiene lugar el encuentro entre Ricote y Sancho -éste más consciente de sí mismo que nunca; aquél disfrazado en una curiosa tropa de peregrinos (que Cervantes toma de la realidad de la época) como forma de volver a España-, debemos tener muy claro que el autor ha preparado la escena con gran atención a cada una de sus palabras.
Ricote es un morisco desterrado a consecuencia de
los edictos de expulsión que se dieron desde 1609 hasta 1613 en los diferentes territorios de la Corona (se calcula que fueron más de 300.000 personas las que sufrieron las consecuencias de estos edictos, aunque irregularmente repartida por el territorio español). Por lo tanto, Cervantes introduce un hecho real, de gran actualidad tanto por lo que significó como por sus consecuencias demográficas y económicas, aun debatido en el momento de redactar este capítulo y con gran repercusión en la mentalidad de la época. Es el primero de varios que irá introduciendo en el resto de la novela, en la que la realidad de la época irá ganando terreno a lo costumbrista. El hecho ha sido estudiado repetidamente por los cervantistas porque, en primer lugar, nos refleja una realidad; en segundo lugar, porque posiblemente aquí esté buena parte del pensamiento de Cervantes sobre cuestiones candentes de la alta política española.
Observemos que Cervantes escoge, con intención, un morisco que no es un firme defensor de la religión musulmana: es un practicante tibio (con esa misma intención hace que beba tanto vino como Sancho, cristiano viejo), con muchas trazas de cristiano nuevo y con una familia -su mujer, su hija-, ya declaradamente cristianas, aunque otros familiares suyos sean decididamente musulmanes (por ejemplo, su cuñado). Todo ello no es invención de Cervantes: hay documentos que prueban que muchos de los moriscos expulsados no practicaban su religión e incluso habían pasado a ser cristianos más o menos firmes en sus convicciones (de hecho, muchos de ellos sufrieron el rechazo de los territorios del norte de África en los que se refugiaron, cuyas poblaciones siempre los miraron con recelo), habían abandonado el uso del árabe por el castellano, habían perdido gran parte de las señas de identidad (costumbres, forma de vestirse,) etc. Buena parte de ello había sido fruto de las duras leyes que se aplicaron en todo el siglo XVI y, especialmente, a partir de la rebelión de las Alpujarras. Incluso hay pruebas documentales de moriscos expulsados que lograron volver a España y conseguir la autorización real para residir en sus antiguos pueblos.
Por otra parte, Ricote es, ante todo, español: curiosamente, es en su boca en la que pone Cervantes la mayor afirmación patriótica de la novela (
Doquiera que estamos lloramos por España: observemos que el patriotismo de Ricote aúna los territorios de toda aquella suma de reinos, cada uno con sus peculiaridades y leyes, en una perspectiva superior a la de muchos de los habitantes cristianos del momento) y una de las más respetuosas aceptaciones de decisiones reales contrarias al interés de quien habla. Para rematar su retrato, es un buen esposo y mejor padre. Y un hombre al que dota Cervantes de una capacidad de análisis y raciocinio de las circunstancias muy superior a la de casi todos los personajes que han pasado por la novela: comprende que muchos de los moriscos podían implicarse en la conspiración contra los cristianos que finalmente justificó su expulsión (había un gran miedo en la población cristiana ante una posible alianza entre los moriscos y los turcos que facilitara una invasión, miedo alentado por la jerarquía religiosa y la aristocracia para provocar, con otros intereses más terrenales, la expulsión de los moriscos); y pronuncia una de las frases más significativas de la novela, cuando alaba la libertad de conciencia de un país en el que triunfó la reforma religiosa protestante:
Pasé a Italia y llegué a Alemania, y allí me pareció que se podía vivir con más libertad, porque sus habitadores no miran en muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, porque en la mayor parte della se vive con libertad de conciencia.
Con ser mucho lo comentado, Cervantes añade una nota más que levanta estas páginas a una altura no alcanzada por ninguno de sus contemporáneos.
Sancho, cristiano viejo y respetuoso de las leyes, temeroso por las consecuencias que sobre su persona pueda acarrear cualquier osadía, no denuncia a su vecino (aunque no se atreve a acompañarlo de vuelta a su aldea): lo abraza, comparte con él la comida y la bebida y conversan durante un buen rato para ponerse al día de las historias mutuas. En esta conversación -en la que se introducen elementos novelescos como la historia de amores entre la hermosa hija de Ricote y un mayorazgo puesto que Cervantes asimila la historia de Ricote a la materia narrativa del
Quijote-, en la que Sancho afirma no ser el único del pueblo que lloró la marcha de sus vecinos moriscos, está mucho de lo que podría haber sido España y no pudo ser: la convivencia entre dos hombres que, a pesar de sus muchas diferencias -Ricote es rico, Sancho no; Ricote tiene una familia hermosa, Sancho no; Ricote es morisco, Sancho cristiano viejo; Ricote se ha convertido en delincuente al cruzar la frontera- son capaces de hablar sosegadamente sobre política, religión o de cómo les ha ido en la vida y guardarse las confidencias. Siempre he pesando que en este hermanamiento entre Ricote y Sancho está gran parte del pensamiento cervantino.
Veremos qué ocurre el próximo jueves, cuando comentemos
el capítulo LV.