Las tensiones entre lo local y lo global han sido una constante de
la Historia humana. En cada cultura y en cada época han adquirido tintes diferentes y, según cuál predomine, se han explicado. No es igual la historia contada por los romanos que por los pueblos que se resistieron a la romanización, por ejemplo: y ambos lados decían tener la razón y a los dioses de su parte.
A pesar de que algunos pretenden un sueño de autarquía, es innegable que el proceso de globalización ha tenido más ventajas que inconvenientes: progresos científicos y técnicos, mejora de las condiciones médico-sanitarias, información generalizada sobre cualquier asunto ocurrido en el mundo, circulación de las ideas, etc. Salvo unos pocos, los que sostienen que el mundo era mejor antes de la globalización difícilmente serían consecuentes enfrentados a una opción que les remitiera a un estado anterior: hay cosas que dan mucho juego en las tertulias, en las asambleas o en la literatura, pero no se sostienen planteadas con seriedad. Como mucho, estarían dispuestos a volver a una situación determinada por ellos con un alto grado de convencionalidad y no por las circunstancias, una ámbito que les fuera fácil de controlar pero sin perder de vista el salvavidas de la globalización, al que recurrir cuando las cosas –gobiernos dictatoriales, escasez de alimentos o fuentes de energía, pandemias, desastres naturales, etc.- vayan mal.
La globalización no deja resquicios auténticos a lo local. Los lugares en donde se conservan tradiciones locales con más fuerza son lugares en los que no ha entrado aun la globalización por diferentes causas o no lo ha hecho en grado suficiente: países desestructurados con la mayor parte de la población condenada al hambre y sus consecuencias, retraso tecnológico, gobiernos autoritarios, etc. Nadie quiere vivir en esos lugares a no ser que tenga vocación misionera, humanitaria (con lo que se sería portador de un grado notable de la misma globalización que niega) o el suficiente dinero y poder para permitirse ser rico en donde la gente sufre graves carencias y adscribirse a la clase dirigente que impide la entrada en lo global del resto de la población con la finalidad de mantener el control político de la situación.
A veces nos parece vivir una ficción de equilibrio entre lo local y lo global: pero, a poco que analicemos las evidencias, nos daremos cuenta de que el equilibrio es falso y sólo se sostiene convirtiendo lo local en un parque temático que mostrar a los turistas (algo así podemos ver en esa farsa crítica en la que consiste Bienvenido Mr. Marshall, la obra maestra de Berlanga).
De hecho, lo que en España se han llamado tradiciones locales o regionales fueron una construcción cultural del siglo XVIII afianzada por la labor de la Sección Femenina del franquismo: con diferentes perspectivas, la invención de una ficción agradable por sectores pertenecientes a las clases dirigentes que fue asumida como propia por la población de una zona, a la que se les explicó cómo eran –cómo debían ser- hasta que lo aceptaron. Muchas de las cuestiones que hoy pensamos que definen lo local no tienen más de cien o doscientos años de vida y, en su origen, suelen contener motivaciones que planteadas directamente nunca aceptaríamos. De ahí mis recelos a que determinados componentes del folclore se enseñen, sin más, en las escuelas o en los jardines de infancia.
Cada vez queda menos resquicio para lo que siempre se ha llamado lo local. Este hecho no tiene por qué ser malo: gracias a la reducción del ámbito de lo local podemos eliminar costumbres discriminatorias con sectores de población por razones de raza, religión o género; tradiciones crueles con los animales; actuaciones contrarias a la ecología, etc.
La ficción de lo local suele partir del temor al cambio, de la búsqueda de un paraíso que sólo existe como refugio para no sentir el vértigo, de pensamientos irracionales que defienden que lo de uno siempre es mejor que lo foráneo y es frecuente su alianza con los poderes más inmovilistas en cuestiones morales y económicas. Es curioso cómo en este inmovilismo suelen coincidir sectores situados en puntos extremos del espectro político.
En realidad, el futuro del ser humano es la mezcla entre lo propio y lo de los otros, es decir, la globalización cada vez más extendida. En este camino, lo local como algo inmutable e impermeable está condenado a su desaparición porque, de hecho, no ha existido nunca salvo en los programas ideológicos que han tendido a controlar lo que la gente debe pensar y en la ficción cultural que muchos, bien por interés, bien por ingenuidad, se han creído.
Lo local, para ser bien entendido en el mundo globalizado es una situación concreta en un punto de la historia: pero no la razón de ser de ésta. Valido sólo como solución temporal y opción personal, pero contrario a las dinámicas de la especie humana, para bien o para mal.
De los riesgos de lo global hablaremos otro día.