domingo, 4 de noviembre de 2007

La garza real del Arlanzón.


En mi caminar, cada mañana, cuando acudo a clase o en mis paseos, el río me acompaña, constante. A veces hay rumores entre los habituales: "Ha vuelto la garza". ¿Pero es la misma del año pasado? Desde ese momento, inquieto, atisbo cerca del Puente de Malatos para distinguir la figura señorial de esta ave. Entre la vegetación ha surgido esta mañana y se ha detenido lo suficiente para fotografiarla, antes de levantar el vuelo.

Bécquer, en La corza blanca relataba la frustración poética del amor (la frustración dolorosa del creador) enraizando su texto en el mito. En la leyenda becqueriana, Garcés anhela cazar una hermosa corza y persigue su rebaño en la profundidad de un soto. Por el ruido cree encontrarlas y cuando se dispone a lanzar el dardo, se queda extasiado porque las corzas habían desaparecido:

En su lugar, lleno de estupor y casi de miedo, vio Garcés un grupo de bellísimas mujeres, de las cuales unas entraban en el agua jugueteando, mientras las otras acababan de despojarse de las ligeras túnicas que aún ocultaban a la codiciosa vista el tesoro de sus formas.

Garcés puede contemplar la visión profunda de la belleza casi como un sátiro no invitado a la fiesta, espiando entre las ramas a las corzas-ninfas. Pero el amor, el deseo, le vence y se encuentra ya enamorado hasta la locura de Constanza, la corza blanca.

Todos sabemos cómo termina la historia. Garcés no puede evitar su instinto de cazador, de obtener aquello que sólo es dado mirar de lejos, y logra cazar a la corza para descubrir, horrorizado, que acaba de matar (¡...si será verdad!), al obtenerla, a su amada. En la agonía, Constanza recupera su forma humana:

Constanza, herida por su mano, expiraba allí a su vista, revolcándose en su propia sangre, entre las agudas zarzas del monte.

Como siempre, en Bécquer hay dos lecturas: la argumental, que nos cuenta la historia de un amor imposible; la simbólica, que, a través de la alegoría, nos enfrenta con la lucha del creador por alcanzar la forma perfecta.

Esta corza del Arlanzón, que toma posesión del agua con gesto majetuoso, quizá en las noches alunadas de claridad se trasforme en la belleza inaccesible.

O, en un giro también propio de los cuentos románticos, no sea más que una corza.

3 comentarios:

Pablo A. Fernández Magdaleno dijo...

Un ave preciosa, tanto como la leyenda de Bécquer a la que haces referencia.
Un abrazo

Anónimo dijo...

Otra vez ese río,
¡ay, ese Puente Malatos!
¡ay, ese amor imposible!

Pedro, hoy estoy tan poco inspirada...
pero te leo, y te escribo para que lo sepas.
Buen lunes otoñal y buena semana
Pilar.-

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Pablo, Pilar: gracias por vuestros comentarios. Feliz semana a los dos.