Quienes me conocen saben que me gusta pisar todos los charcos. Parece ser que han causado cierto revuelo titulares y párrafos que aparecen en la prensa con unas declaraciones mías sobre la situación actual de las Universidades españolas ante el reto del Espacio Europeo de Educación Superior. Lo único que lamento es que mis palabras hayan ocultado un tanto la importancia del motivo central de la rueda de prensa en la que fueron pronunciadas: el II Simposio Lingüístico de las Universidades de Castilla y León.
Aunque mi respuesta fue algo más técnica de lo que recogieron los periodistas, no niego que hubiera en ellas cierto espíritu reivindicativo. Es curioso el revuelo, porque lo único que hice fue un resumen descriptivo: desde hace unos años sabemos de la importancia de la convergencia europea en la enseñanza superior. Se ha invertido mucho dinero, mucho tiempo y mucha energía en ella aunque no siempre con el fruto exigible. Esos trabajos llegaron, hace ya años, al diseño de los estudios universitarios en grados y postgrados. Parecería que el camino posterior era más fácil, pero ha sido todo lo contrario. Los sucesivos gobiernos nacionales -de dos partidos políticos- han tardado demasiado en elaborar los decretos y normativas necesarias y el calendario para su implantación. Ante cada proceso electoral, ante cada crisis de gobierno, todo se detenía y quedaba en una situación de adormecimiento de la que salía con un nuevo texto que modificaba lo dado hasta ese momento. Hemos pasado de una situación en la que parecía que la mayor parte de los nuevos títulos nos vendrían diseñados desde Madrid al estado actual en el que cada Universidad, partiendo de un mínimo de materias comunes, podrá confeccionarlos a su manera. Ambas formas tienen sus ventajas y sus inconvenientes, pero la actual exige más esfuerzo, coordinación y consenso: es decir, más tiempo. Cualquiera de los sistemas es válido, pero, al final, la situación ha quedado, una vez más, en manos del partido político gobernante (no juzgo su color político, puesto que los dos grandes partidos nacionales, en esto, tienen la misma responsabilidad), en vez de llegar a un consenso nacional, lo que nos abocará, en cuanto se produzca un cambio político en el Gobierno, a una reforma sobre lo que todavía no hemos hecho. ¿Por qué es tan difícil llegar a un consenso sobre la educación?
Como parece ser que en septiembre de 2010 ya no podrá matricularse ningún alumno en el primer curso de las actuales diplomaturas y licenciaturas, cualquier observador ajeno a la cuestión, podría pensar que ya está elaborado lo que será la Universidad española en los próximos decenios, que ya están publicados los nuevos planes de estudio, que ya sabemos el nombre y perfil científico de las nuevas titulaciones, que ya se han diseñado los programas de las asignaturas. Pues no.
El debate en estos últimos años ha sido epidérmico: unas comisiones han trabajado intensamente pero sin demasiada participación del colectivo universitario en la elaboración de unos Libros Blancos de cada titulación (de las viejas, no de las nuevas). Como mucho, cuando los alumnos y/o profesionales de un ámbito académico concreto veían amenazada su existencia en el nuevo marco se manifestaban enormemente indignados pero sin preocuparse del conjunto de la situación en la mayoría de los casos: querían lo suyo, pero les daba más o menos igual el resto. Pero con la nueva situación, el trabajo en la elaboración de los Libros Blancos es poco menos que papel mojado puesto que puede existir cualquier grado siempre y cuando cumpla los criterios generales y tenga algo de sentido.
Lo cierto es que, a fecha de hoy, excepto unas pocas titulaciones, nadie sabe cómo se van a llamar los nuevos grados, cuáles van a ser sus perfiles académicos y profesionales, cómo se organizan las materias en ellos y cuáles van a ser. No hay planes de estudio porque ni siquiera se sabe con exactitud cuántos grados va a ver en cada Facultad y cuál va a ser su perfil. Los próximos meses, las Universidades españolas se verán inmersas en la decisión sobre el número de titulaciones que impartirán, sus características académicas, sus planes de estudio, etc. Espero que no se reproduzcan las viejas luchas entre áreas y escuelas, cuando no entre profesores por colocar más o menos asignaturas sólo por tener más presencia aunque se desajuste el conjunto. A este trabajo se sumarán todos los que requiere el nuevo sistema: acreditación docente del profesorado, acreditación de los títulos, la cohesión normativa del conjunto, etc. Todo esto se tendrá que hacer demasiado deprisa y con escaso debate académico porque septiembre de 2010 está ahí mismo. Y, además, seguir dando clase de la mejor manera posible.
¿Quién tiene la culpa de que aun no tengamos todo esto? Primero, los Ministerios correspondientes de los últimos años que han generado borradores, decretos y normativas que, al no contar con los consensos suficientes, se han ido cambiando sobre la marcha. Segundo, las Comunidades Autónomas, a las que corresponde, según el diseño de estado que nos hemos dado en España, gran parte de la capacidad de dinamización y gestión de toda la Educación Superior y que no han actuado de forma conjunta en todo el país. Tercero, las Universidades, que han mirado todo el proceso sin demasiado entusiasmo y que además, ante tanto cambio de normativa, se han visto inmersas en procesos electorales y elaboración de Estatutos y reglamentos que han absorbido gran parte del esfuerzo que debería haberse canalizado hacia el diseño de lo que seremos en breve. Cuarto, los profesores que trabajamos en estas universidades que, salvo excepciones, han mirado todo con gran escepticismo porque en la vida de un profesional universitario se han vivido demasiados cambios sin darse cuenta de que ahora ya no le vendrá dado como cuando se elaboraban hasta los programas de las asignaturas en el BOE y que debe participar en el proceso. Quinto, la sociedad, que no ha exigido de sus representantes la seriedad que merece este asunto porque, me temo, la educación superior ha perdido ya todo el prestigio que tenía y se ha convertido en un mero trámite para acceder a unos determinados puestos de trabajo -por eso la decadencia de los títulos humanísticos.
Qué duda cabe que todo estará hecho en el 2010, pero cómo.
Mientras tanto hay quien mira todo esto como si se asomara a una de las ventanas de un trampantojo: nuestra sociedad es cada vez más fachada y menos profundidad.
(Gracias, J.R. Justo. Gracias, Francisco, Blogófago.
A veces uno necesita unas palabras de ánimo.)
4 comentarios:
Me ha parecido muy bueno el análisis sobre quién tiene la culpa de que nadie sepa qué va a ocurrir con la Universidad dentro de apenas tres años. Estoy completamente de acuerdo en el repaso que haces, salvo en lo último que dices de que la Universidad es "un mero trámite para acceder a unos determinados puestos de trabajo". Creo que ni eso; muchos jóvenes de hoy ven la Universidad como una pérdida de tiempo: no quieren perder un puñado de años formándose, para después vivir tan ahogados en la precariedad laboral como el que más; para eso, se buscan un oficio de forma rápida y se ponen a ganar (algún) dinero.
En cuanto a las responsabilidades, también creo que la principal es de los distintos gobiernos que ha habido, por enzarzarse en disputas sobre los contenidos de los planes educativos de Primaria y Secundaria, cambiándolos cada dos años según su antojo, olvidándose por completo de los estudios superiores. Y de esta 'culpabilidad' se derivaría, creo, una sexta responsabilidad: la de los medios de comunicación. Porque, salvo algunos casos puntuales que he podido ver de vez en cuando en distintos diarios, apenas han hablado tampoco del tema (no han concienciado a la sociedad, por tanto) y se han dedicado a seguir los dimes y diretes de los políticos sobre si la LOGSE, la LOCE, la LOE o como la quiera rebautizar quien venga detrás. Claro que esto es una cadena: si el político calla sobre el tema, el medio de comunicación difícilmente se hará eco y la sociedad, al ser un tema del que no se 'cacarea' mucho, no le hará demasiado caso.
Saludos.
Me temo que todo se reduce en un cambio de collar al mismo perro.
Es un cambio que no he seguido mucho, pero mi experiencia en la educación secundaria me hace dudar de su eficacia.
Un abrazo
El problema de este cambio es que, aunque a muchos no nos satisface, para hacerlo bien debe cambiarse todo: desde la estructura de las titulaciones hasta la concepción de las clases. Y para hacerlo bien deberíamos haber comenzado en serio hace años (en 1989, cuando se firmaron los acuerdos de la Sorbona). Ahora los plazos se echan encima y aun no hemos elaborado ni el listado de títulos de cada Universidad ni los planes de estudio.
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