domingo, 18 de marzo de 2007

Una mañana de domingo


Esta mañana me he lanzado a la calle. Salí pronto: quería ver desperezarse a esta vieja ciudad provinciana, antes de que se borraran de los rincones los rastros de mis recuerdos y se hicieran evidentes los cambios que la trasforman cada día. Quería pasearla un domingo por la mañana, tomar un café en una terraza entretenido con la lectura de los periódicos y sus suplementos, visitar alguna exposición. Me acerqué a la ribera del río y allí, entre las flores de los setos se alocaban unos abejorros. En la playa, jugaban un par de niños perseguidos por un perro. Una pareja madura, sentados en el césped, iniciaban ritualmente una extraña gimnasia oriental. Parecían felices.

Recorrí antes las calles sin prisas, observando las fachadas de las casas restauradas del centro, que lucen ahora bellezas insospechadas. La plazuela del Salvador, qué hermosa. Evité a propósito la Plaza Mayor, en la que ya han montado parte de las gradas para la Semana Santa, y que nunca me gustaron.

En el patio del Palacio de la Diputación expone sus obras el colectivo Bocallave, que tiene su corazón en Ciguñuela, con el título genérico de Para abrir boca.



Reconozco que no tenía más información sobre ellos que algún suelto en el periódico y una divertida entrevista en una emisora de radio el pasado sábado. Todas las piezas deben incluir la palabra bocallave, con cuyo sentido se juega en la exposición en diferentes niveles. La propuesta, que suma artes diversas como la música, la pintura y la escultura y que nos lleva desde el lienzo hasta la instalación -ya no nos debería sorprender- es interesante, aunque irregular. Me atrajo, por inquietante, el óleo de Lourdes G. de Nicolás titulado precisamente Bocallave. La exposición se completa con un DVD y una magnífica revista-libro en la que, además de fotografías de las piezas expuestas, se encuentran colaboraciones de otros autores. En sí misma ya es todo un manifiesto. Me sorprendió. Me agradó. Ojalá cuaje la Asociación Bocallave.
En mi paseo topé con una modesta exposición fotográfica en la Sala Cultural Caja España que evitó un matrimonio que caminaba delante de mí (-Mira, fotografías viejas, ¿entramos? -Si quiero ver fotos viejas te miro a ti). Dentro, comprendí que la modestia del blanco y negro me trasmitía toda una época a través de Unamuno: Don Miguel de Unamuno. Una vida en fotografías. Mirándolas me di cuenta de la conciencia de sí mismo que tenía don Miguel. Pero él podía permitírselo. Hay fotos familiares, semipúblicas y públicas: Unamuno con su familia, orlas universitarias, actos públicos, tertulias, posando para un retrato de cuerpo entero, leyendo en la cama... Entre todas ellas volvió a golpearme una que ya conocía, en la que se le ve entre la multitud, a la salida del famoso enfrentamiento con Millán Astray en 1936. Unamuno, que acaba de exponer su vida a la furia sangrienta de aquellos fascistas que daban vivas a la muerte y mueras a la inteligencia, sale un tanto aturdido pero erguido y reconocible por el medio de aquel estrecho paso ocupado por hombres con el brazo en alto. Poco después moriría. También habrán muertos todos los otros retratados, pero don Miguel sí merece nuestro recuerdo. Más allá de la extravagante figura legendaria, vemos a Unamuno comprometido: desterrado, participando de la proclamación de la II República y de sus actos oficiales, enfrentándose a una multitud hostil...
Quizá para recuperarme, acudí al Patio Herreriano, a ver de nuevo algunas de mis piezas favoritas de la exposición permanente del Museo de Arte Contemporáneo Español. Quise buscar la pureza de la vanguardia para olvidar aquella fotografía. Y fui derecho a la magnífica escultura titulada Homenaje a Blume, de Moisés Villèlia (1954). El autor talló con amor la madera de pino hasta conseguir este resultado que resume todo el movimiento del atleta, suspendido en el aire. Pero el placer ya era amargo.
Salí a la calle de nuevo. Necesitaba sol. Y la ciudad también. Adiviné, en una lejana nube que cruzaba, la silueta de Blume, girando sobre sí mismo, pero siempre impulsado hacia adelante.

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