Según parece, Islandia, que se convirtió en paraíso neoliberal y ejemplo de prosperidad económica empujada por la misma avaricia que recorrió el mundo occidental en los años noventa, ha decidido declararse insumisa ahora. Exige una salida diferente a la situación actual de la que indican los mismos que nos metieron en ella y que siguen servilmente los gobiernos de las principales potencias económicas, juzgar a los responsables políticos y financieros que provocaron la crisis en la que aun estamos inmersos y poner todas las trabas posibles al pago por sus ciudadanos a través de impuestos especiales de las deudas provocadas por sus bancos en el extranjero.
Pero me temo que las cosas no son tan fáciles, puesto que los ciudadanos de Islandia se declaran a sí mismos inocentes y víctimas de un engaño: parece que esos políticos y financieros a los que juzgan ahora les fabricaron un paraíso a base de mentiras en las que cayeron embobados e inconscientes. Siempre me ha llamado la atención esta actuación de la ciudadanía.
Por supuesto que debemos juzgar en los tribunales a los responsables de la crisis económica y evitar que vuelvan a la actividad financiera o que tengan retiros de lujo costeados con el dinero que acumularon en épocas de esplendor y que no se han visto reducidos en los momentos actuales, puesto que parece que para ellos la crisis ha sido menor que para el resto de sus conciudadanos, cuando han tenido una mayor responsabilidad en la gestión de la cosa pública que los millones de parados que han provocado. Ahora que nadie se acuerda de las voces que clamaban al inicio de la crisis por la regulación del mercado para hacerlo más civilizado y menos selvático, se debería retomar en serio la elaboración de medidas que impidan que se repita tan fácilmente lo que tan fácilmente sucedió.
Deberíamos desalojar de la política a los que son responsables de la connivencia con los grandes intereses económicos y la financiación irregular de los partidos políticos. En España -ya casi ni nos acordamos-, los políticos de los dos grandes partidos nacionales y los de los partidos nacionalistas que ocupaban el poder en aquellos años de bonanza son responsables de los agujeros económicos de las Cajas de Ahorro -un sistema financiero que los lectores extranjeros apenas podrán comprender- y de su politización extrema que ahora las lleva a su práctica desaparición, lo que afectará indudablemente a las obras sociales que realizaban en un país en el que no hay cultura privada en este ámbito.
Los escándalos de corrupción relacionados con la construcción y la voraz urbanización del suelo salpican a todos estos partidos sin excepción: apenas hay localidad española en la que no se hayan dado casos de este tipo, aunque no todos probadamente delictivos puesto que en muchos casos lo conseguido con el festín inmobiliario se destinaba a un tipo de corrupción tan perversa como la criminal pero más sutil: la moral, puesto que con el dinero conseguido se pagaban nuevos bordillos en las calles o jardines públicos con fuentes nuevas -era un sentimiento colectivo el comentario de cómo había mejorado el aspecto de todas las ciudades españolas- pero también se destruía el sabor local de cada ciudad, se contraban solo artistas afines para las fiestas, se plantaban por doquier estatuas y monumentos sin sentido a precios desorbitados, se levantaban museos sin público y sin posibilidad de autofinanciación, se organizaban actos o festivales con un costo económico dos o tres veces superior a lo razonable para la gestión pública, se derrochaba a manos llenas por todos los lados, etc.
Con ser necesario todo esto que hacen los islandeses, hay algo previo para que yo pueda declararme islandés. Debo pensar que también he sido culpable y que no fui engañado sino que cerré los ojos voluntariamente. De nada servirá juzgar a los responsables que gestionaron el festín si lo único que envidio es que no me hayan dejado parte de su jubilación dorada. Dentro de unos años alguien volverá a venderme otra burbuja financiera y yo estaré encantado por no haber querido hoy ser islandés del todo.