jueves, 30 de septiembre de 2010

Susto, risa y castigo para desencantar a una doncella (Cap. 2.69)

Como hemos dicho, en el camino de regreso los protagonistas vuelven por los lugares en donde estuvieron en la ida y en ellos repiten los mismos temas que vivieron pero con matices que los cambian significativamente. Uno de esos matices es su tratamiento más breve puesto que aunque se dilate el regreso a casa no puede excederse hasta fatigar al lector; otro, la actitud de los protagonistas que les hace no detenerse en las mismas situaciones por las trasformaciones que han sufrido a partir de las experiencias vividas; uno más, que la vuelta a los mismos temas provoca sentimientos dispares, todos muy barrocos, según el caso: nostalgia, parodia, contrastes.

Esto lo vemos en el presente episodio que tiene lugar en el palacio de los Duques que, al no ser muy conscientes de los cambios de don Quijote y Sancho, pretenden repetir el tipo de bromas que tanta diversión les diera en su momento, como si fuera una continuación en donde se dejara en su día: los Duques no han cambiado. Hasta el mismo narrador anticipa, con intervenciones un tanto irónicas, que todo es falso (junto a la almohada del, al parecer, cadáverAltisidora, que debía de estar cansada por haber estado tanto tiempo supina, se volvió de un ladola cual, haciendo de la desmayada), en contra de los que solía hacer cuando guardaba la resolución para el siguiente capítulo.

Por eso, el motivo central del capítulo es el de la aparente muerte de Altisidora (la doncella en muerte aparente es un tema frecuente en el folklore, la mitología y la narrativa caballeresca) que se finge causada por desamor a consecuencia del rechazo de don Quijote a sus pretensiones. Ya conocemos a los Duques: espectacularidad  teatral en la preparación de la broma, en la que participa todo el personal de la casa, incluidas las dueñas -volvemos, sin más, a las bromas de época sobre esta figura-, y no se escatima en gastos; consecuencias físicas sobre los protagonistas -se retoma el motivo, nacido en la anterior entrada en casa de los Duques, que convierte a Sancho en el instrumento/víctima: su dolor sirve para resucitar a Altisidora como sus nalgas deberían servir para desencantar a Dulcinea.

Pero don Quijote y Sancho no son los mismos: tampoco nosotros, los lectores, que ya hemos conocido el truco de los Duques. La situación se les impone en un principio -el susto que reciben hasta saber de qué se trata lo provoca, además del respeto debido a los Duques en esa sociedad-, pero Sancho termina rebelándose cuando el dolor se hace insoportable y termina evidenciando que ya ha conocido que todo es falso ante la petición de don Quijote para aprovechar el momento y darse unos azotes: Esto me parece argado sobre argado. Ambos, Don Quiojte y Sancho, saben que el encatnamiento de Dulcinea es falso y se dan cuenta de que la muerte de Altisidora también lo es y se hallan ante una nueva broma de los Duques. Por si acaso o por cansancio en la postura, Altisidora finge revivir y con ello se evitan males mayores ante la reacción de Sancho.

Pero hay un momento muy significativo en este capítulo: la situación recuerda directamente a los juicios del Santo Oficio y es lo que parece, una parodia consciente de los autos de fe. Una vez que ambos personajes se dan cuenta de lo exagerado del momento -tras vestir a Sancho como un condenado por la Inquisición-, se relajan a través del humor puesto que han reconocido en todo lo que pasa una broma más. Sancho se burla de las llamas y los demonios de su traje: -Aún bien, que ni ellas me abrasan ni ellos me llevan. Incluso, al final del capítulo, quiere llevárselos de recuerdo. Y don Quijote no puede contener la risa al ver a Sancho vestido de tal guisa.

Por una parte, Cervantes usa la risa de sus protagonistas para darles una forma de escapar de lo que les tenía atemorizados. La risa siempre ha aliviado el temor, pero aquí, además, la risa desvela que don Quijote y Sancho han hallado la clave del truco: a los Duques se les ha ido en demasía la mano y el exceso pone en evidencia la falsedad.

Por otra, recordemos que Cervantes parodia en este pasaje un hecho presente en la vida social de los españoles del siglo XVII de tanta trascendencia como los autos de fe. Que lo haga, además, alguien de ascendencia judeo conversa tiene un doble valor y significado. Y que la parodia haga superar el miedo gracias al humor es una manera de contrarrestar e invertir algo que la España del momento tenía tan arraigado.

Veremos qué más le sucede en casa de los Duques el próximo jueves, al comentar el capítulo LXX.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Cerdos y toros como pruebas del taller de escritura cervantino y noticias de nuestro Quijote.

Ya hemos hablado de cómo Cervantes, por unas u otras razones, modificaba la redacción de su novela. En la primera parte, la necesidad de dar equilibrio a la estructura temática del texto hizo que cambiara de lugar algunos pasajes con la consecuencia, que ya vimos, de que, al no poder revisar con detenimiento el texto por las premuras en la impresión, desapareciera el burro de Sancho sin darnos cuenta de ello.

En la segunda parte, el trabajo de Cervantes -mucho más constante de lo que dice la leyenda sobre Cervantes como escritor descuidado, negada por los hechos- es más cuidado: se toma más tiempo en las correcciones y nos pasan desapercibidas. Y esto es así a pesar de que, tras conocer la segunda parte de Avellaneda, introdujo muchas en el texto. Hay alguna que nos da pistas de cómo debió actuar. Para introducir los cambios necesarios que replicasen a Avellaneda, Cervantes decidió cambiar el lugar de destino de los protagonistas y alargar la novela, que en su primera versión debía estar ya a punto de inciar el camino de vuelta a la aldea.

De esta manera, el episodio de los cerdos cambió de lugar. Originalmente estaba pensado para el capítulo 58: tras un pasaje pastoril, Don Quijote debía ser humillado. Finalmente, al alargar la historia, desplazó a los cerdos de lugar y ocupó el capítulo modificado con la manada de toros bravos. El significado no era el mismo: los toros eran considerados animales nobles y no podían invalidar el sueño de don Quijote de la misma manera que lo harán los cerdos. Las huellas son notables: en el capítulo 59, al relatar los acontecimientos pasados, don Quijote alude a que se ha visto molido de los pies de animales inmundos y soeces, adjetivos que para nada cuadrarían a los toros.

En vez de desecharlo, Cervantes, en un juego de paralelismos que ya hemos visto en otras partes de la novela, lo reutiliza ahora también tras un sueño pastoril. Algunos comentaristas critican el pasaje por reiterativo, pero no lo es: los cerdos añaden un matiz a la derrota de don Quijote y su abatimiento que,en ningún momento tienen los toros.


Os animo a mandarme imágenes que reflejen la iconografía cervantino-quijotesca o a que las publiquéis en vuestros blogs, para acumular toda la información posible sobre Cervantes y el Quijote. Sobre todo me gustaría publicar imágenes no usuales, aquellas de pequeños lugares.

También os pido que me remitáis autorretratos quijotescos. Recordad que debéis estar con un ejemplar del libro o en actitud quijotesca.


Noticias de nuestro Quijote

Paco Cuesta hace una inteligente entrada que os recomiendo: plantea el reto cervantino con el receptor de su obra, además de comentar el capítulo de la semana.


Manuel de la Rosa, Tuccitano, analiza el capítulo y propone una excelente mirada que une la geografía del camino con el ánimo de los protagonistas. No os perdáis su autorretrato playero quijotesco.

En su comentario del capítulo de la semana, Pancho nos da algunas de las claves de la genialidad capacidad para la narrativa de Cervantes, que sabe retener al lector tras la derrota del protagonista.

Cornelivs analiza con detenimiento cómo llega Don Quijote en este capítulo al punto más bajo de su abatimiento, a las puertas de la última burla de los Duques.

Kety continúa su trabajo de pasar el Quijote en verso: desde la meditación inicial hasta la entrada en casa de los Duques, sin omitir los cerdos, por supuesto.

Merche Pallarés comenta los principales sucesos del capítulo, pero me temo que no está muy contenta con el lugar al que arrastran a don Quijote y Sancho y teme, con razón, una última broma.

Jan Puerta centra su comentario en dos aspectos esenciales (el mejoramiento de Sancho y el abatimiento de don Quijote), para ilustrarlo con un juego de sombras y luz y unos grabados dignos de ser vistos.

Antonio Aguilera comenta el capítulo, que tanto le gusta y le hace saborear, y da en la diana con la conquista de Sancho a fuerza de brazos para ser respetado por su amo.

Abejita de la Vega resume e ilustra con oportunidad y humor el capítulo de la semana para rematarlo con un juego divertido entre imágenes y texto que no os podéis perder. Después, publica la nota del Sanchico, gracias a Ele Bergón -Luz del Olmo-, que sigue en su idea pastoril, aparte de lamentarse por el destino de su padre con los cerdos.

Enlace con el índice de nuestra lectura, elaborado por Raúl Urbina : Primera parte y Segunda parte.
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Si me he olvidado de alguien, hacédmelo saber y lo subsanaré. Recordad enlazar vuestras entradas con La Acequia, para poder encontrarlas.
Vale.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Dayana


Retrato de amor adolescente con retazos verdes sobre fondo de puerta de chapa oxidada. Quizá sólo afirmación de identidad.

jueves, 23 de septiembre de 2010

De cerdos y trogloditas (Cap. 2.68)


La aventura de los cerdos -que, como veremos el lunes, deja un rastro muy útil para comprender el proceso de escritura de Cervantes y los cambios que introdujo en su novela a partir del conocimiento de la continuación de Avellaneda, tan presente en la parte final del Quijote- supone un brutal contraste con el sueño pastoril de don Quijote.

En efecto, la elevada ilusión por la que el protagonista quiere sustituir la imitación paródica de un mundo ideal -el caballeresco- por otro -el pastoril- para llenar la espera obligada de un año por su derrota supone un canto del cisne: sabiendo que no puede llevar más lejos su fantasía porque la realidad se ha empeñado en imponérsele -incluso en la forma de Tosilos, como hemos visto-, pretende alargar la esperanza como forma de continuar en un juego en el que le va la vida.

El proceso de ruptura, que nos muestra la quiebra de la esperanza, se manifiesta cuando se vuelve a poner de relieve la diferente actitud de amo y criado, ahora frente al sueño: aquel no puede conciliarlo, éste sin problemas. Sin duda, desanimado ante el poco eco que su ficción pastoril ha tenido en Sancho, lo despierta y le vuelve a pedir que se azote a cuenta del desencantamiento de Dulcinea.

Ya hemos visto que don Quijote suele castigar de dos formas a su criado: directa, con agresiones verbales y físicas, cuando explota de cólera -pero que, con el descenso de vigor de don Quijote, son cada vez menores: de hecho, en esta ocasión no llega a las manos porque recuerda expresamente que el mozo lo había vencido en una situación similar, poco antes-; indirecta, con situaciones como la presente, aquí despertándolo y recordándole un compromiso que, en el fondo, es un castigo porque don Quijote se sabe engañado por Sancho en lo tocante al encantamiento de Dulcinea al inicio de la Segunda parte, que se convertirá en un motivo de referencia continua en el texto restante. Sancho, como sucede cada vez con más frecuencia en la segunda parte, sorprende a don Quijote con una reflexión filosófica entreverada de sentido común que desarma el argumento del caballero y que éste no duda en adjudicar a su influencia, quizá para atemperar su derrota verbal.

Es justo en este momento cuando son atropellados, amo, criado, Rocinante y rucio, por una piara de cerdos que los maltratan. No puede llegar más bajo don Quijote: ni siquiera cuando es atropellado por toros, momento equivalente, puesto que el toro es considerado un animal bravo y noble y el cerdo inmundo. Supone, por lo tanto, el remate de la derrota, objetivado con la actitud pasiva de don Quijote, que ni confunde a los cerdos con seres de la ficción caballeresca ni tiene tentación de vengarse (Déjalos estar, amigo, que esta afrenta es pena de mi pecado, y justo castigo del cielo es que a un caballero andante vencido le coman adivas, y le piquen avispas y le hollen puercos), en contraste con lo que intenta hacer Sancho y con su rebelión frente al destino que le ha deparado la unión con el amo de una forma inteligentemente contraria a las normas sociales convencionales del momento (También debe de ser castigo del cielo -respondió Sancho- que a los escuderos de los caballeros vencidos los puncen moscas, los coman piojos y les embista la hambre. Si los escuderos fuéramos hijos de los caballeros a quien servimos, o parientes suyos muy cercanos, no fuera mucho que nos alcanzara la pena de sus culpas hasta la cuarta generación; pero, ¿qué tienen que ver los Panzas con los Quijotes?).

La situación posterior constata tanto la muy diversa actitud de amo y criado (aquel vela, éste vuelve a dormirse a pesar de lo que acaba de pasar) como lo falso de la ficción pastoril, puesto que el canto de don Quijote no puede esconder ya la amargura de su fracaso.

Esta misma sensación acompaña el apresamiento de don Quijote y Sancho por gente de los Duques, que obligan a ambos a retornar a una casa en la que sirvieron de bufones cuando se encontraban en el apogeo de su fama. Lo extravagante de la situación se pone de manifiesto en las acusaciones que les lanzan, con palabras que el bueno de Sancho no comprende y traduce de forma popular (trogloditas-tortolitas; bárbaros-barberos; antropófagos-estropajos; escitas-perritas), como si al volver al palacio de los duques hubiera dado varios pasos atrás en su evolución, un viaje de regreso a sí mismo motivado quizá por el miedo y la sorpresa.

Por de pronto, dejamos el ánimo de don Quijote y Sancho suspenso y atemorizado al comprobar que las (falsas) cortesías que se les deparaba antes en la casa de los Duques se han tornado ahora amenazas, quizá no menos falsas. Lo veremos al comentar el capítulo LXIX, el próximo jueves.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Silla


Siempre es agradable encontrar una silla para sentarse a descansar en mitad del ruido urbano.

martes, 21 de septiembre de 2010

Decoración y escultura urbana o el amor al bronce de los alcaldes españoles.


Entrada dedicada a Boni, que la motivó.

Los alcaldes españoles y sus concejales de urbanismo han desarrollado, en los últimos años, un curioso amor por la escultura urbana. Fruto de esa pasión, las calles, las plazas y los jardines se llenan de piezas de bronce y otros materiales, muchas de ellas de un dudoso gusto estético y casi todas sin un gran valor escultórico. Aunque algunas sí aciertan con el tema y el lugar en el que se instalan e incluso su concepto y realización artística son apreciables, el exceso las devalúa. Hay plazas no muy grandes que cuentan con más estatuas que bancos en donde sentarse. Curiosamente, la pasión por las estatuas ha sido paralela a la de las fuentes, cuyo mantenimiento pesa ahora abrumadoramente sobre las arcas públicas, tan faltas de recurso en tiempos de crisis que aumentan las cuantías de las multas por cualquier infracción, quizá para que corra el agua por las fuentes inauguradas en los últimos diez años por los mismos que deciden ahora multar casi por cualquier cosa.

La escultura urbana se ha concebido siempre como la expresión colectiva de homenaje a un personaje que simboliza los valores de la comunidad o que ha hecho algo significativo por ella (alguien importante en la localidad en un momento determinado) o a un ideal (por ejemplo, alegorías de la libertad, de la independencia del país, etc.). De hecho, muchas se erigieron por suscripción popular. Algunas no representaban este sentir colectivo y eran impuestas por los gobernantes y toleradas por la gente sólo hasta que cambiaban las circunstancias políticas: en todos los países, en todas las épocas, se han desplazado, destruido o retirado estatuas. Ésta es una de las razones por las que se debe ser muy cauto con las estatuas que erigimos en nuestras ciudades y recurrir a ellas sólo en casos muy determinados.

Hay que indicar que la mayor parte de las miles de estatuas -tienen nivel de plaga- que se han inaugurado con toda pompa y fotografía en el periódico local en nuestras ciudades en los últimos tiempos no tienen ese carácter: de hecho son esculturas urbanas situadas a ras de suelo y muchas tienen dimensiones correspondientes a las proporciones de lo representado en la realidad. Algunas son alegóricas a algo que tradicionalmente sucedía en ese lugar o un arquetipo social de la zona, muchas ni siquiera tienen esa intención y responden a motivaciones dispares.

Suelen encargarse sin concurso previo y su confección está muy alejada de lo que piensa la gente. De hecho, las nuevas técnicas permiten al artista realizarlas con programas de diseño tridimensional que envían el producto directamente a la fundición sin que el escultor haya tomado en sus manos un cincel o modelado una maqueta a escala. El escultor trabaja en el ordenador más como un diseñador gráfico.

Curiosamente, la mayoría de las obras que se han erigido en los últimos años tienen un concepto artístico poco o nada innovador y parecen clones unas de otras. De hecho, hay esculturas que uno no sabe bien en qué ciudad las ha visto porque da igual en qué ciudad se levanten.

Ocupar así el espacio público en pocos años, impide que cada generación piense qué quiere situar en ese espacio: los que vengan en los próximos años no tendrán ya calle en la que poner sus propias estatuas porque todo ha sido invadido en estos tiempos. A no ser que retiren las nuestras para poner las suyas o que las pongan unas junto a otras hasta que no podamos andar por las aceras.

Su escaso valor artístico y su excesivo número convierten este tipo de obras en meros elementos decorativos del espacio que ocupan: son parte del mobiliario, como las farolas, los bancos o las papeleras. Por lo tanto, pueden ser retiradas sin gran pérdida y sin que nadie las eche mucho de menos en la siguiente remodelación urbanística de su entorno. Una decoración un poco cara, desde luego.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Teatros cervantinos y noticias de nuestro Quijote.


Miguel de Cervantes intentó ganarse la vida con el teatro y lo consiguió durante un tiempo. El teatro no contaba con prestigio literario: en realidad no comenzó a tenerlo hasta bien entrado el siglo XVIII, quien quería ser considerado como verdadero escritor cultivaba la poesía. Lo que daba el teatro era dinero y popularidad si se tenía éxito. A Cervantes, como a tantos dramaturgos de finales del siglo XVI, les barrió de la escena Lope, que consiguió formular definitivamente un modelo de comedia que gustaba a la mayor parte del público del momento a partir de lo que muchos de ellos habían ensayando previamente pero sin conseguir el perfecto engranaje lopesco y que dominaría la programación de los corrales españoles, con ligeros cambios, hasta finales del siglo XVIII.

De hecho, las obras más populares hoy de Cervantes, sus famosos entremeses, no pudieron ser estrenados y se publicaron, junto a otras tantas comedias inéditas, en un único volumen en 1615: Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, nunca representados.

Sin embargo, el teatro no ha pagado mal a Cervantes con posterioridad y, como ya hemos visto en esta lectura con aportaciones de muchos de vosotros, hay muchos teatros por el mundo que llevan su nombre. Algunos son grandes locales que suponen una referencia cultural en la ciudad en la que se levantaron. Otros son pequeñas salas, modestos espacios teatrales muchas veces ocupados por el cine pero que cuando se logran recuperar para el teatro y ofrecer una programación digna hacen honor a su nombre. Traigo aquí, como ejemplo, la Sala Cervantes de Valladolid

Os animo a mandarme imágenes que reflejen la iconografía cervantino-quijotesca o a que las publiquéis en vuestros blogs, para acumular toda la información posible sobre Cervantes y el Quijote. Sobre todo me gustaría publicar imágenes no usuales, aquellas de pequeños lugares.

También os pido que me remitáis autorretratos quijotescos. Recordad que debéis estar con un ejemplar del libro o en actitud quijotesca.

Noticias de nuestro Quijote

Lola publicó, a finales de junio, la quinta entrega de su Diario quijotesco, que se me pasó comentar aquí al encontrarme de vacaciones. La traigo ahora para corregir esa omisión y porque merece la pena comprobar cómo en los clásicos hallamos situaciones que nos sirven para afrontar o recordar cosas que vivimos.

Natalia, que hasta ahora ha seguido en silencio nuestra lectura del Quijote, me envía un enlace a un relato suyo inspirado en la creatividad cervantina con las palabras al que debéis echar un vistazo detenido.

Merche Pallarés, en su comentario del capítulo, resume los principales aspectos: no se le escapa, para sufrimiento suyo, ni los tocadores...

Mª Ángeles Merino, Abejita de la Vega, en su primera entrada sobre el capítulo, resume todos los aspectos esenciales del sueño pastoril de don Quijote. Después, publica la nota entusiástica del Sanchico -gracias a Ele Bergón/Luz del Olmo-, que se ha quedado prendado de la vida pastoril y se propone echarse al monte...

Kety, en su comentario habitual en verso, ve a don Quijote asaltado de pensamientos y sueños... y en sueño deja a Sancho.

Asun ve, en el propósito pastoril, una ensoñación propia del que quiere escapar de un revés recibido, como otro acierto cervantino para acercar el texto al lector.

Pancho analiza el sueño pastoril desde el predominio del diálogo entre don Quijote y Sancho. No se le escapa el significado del mundo pastoril, en el que se incluyen a todos los personajes. No os perdáis las ilustraciones.

Cornelivs se lanza al mundo pastoril desde el título de su entrada para ir comprobando cómo Cervantes va cerrando asuntos pendientes. No se le escapa comentar el sueño pastoril ni el diálogo sobre los refranes.

Paco Cuesta, al que tampoco se le escapan los tocadores, enfoca su comentario desde la contraposición entre el texto cervantino y el de Avellaneda.

Manuel de la Rosa, Tuccitano, al comentar el sueño pastoril del capítulo que él ve de transición, alaba la introducción de los diferentes géneros en la novela a partir del realismo y de su perviviencia hoy.

Antonio Aguilera analiza el capítulo en su comentario desde dos claves certeras: la dama inalterable y la parodia del locus amoenus. Don Quijote se resiste a abandonar el mundo ideal.

Jan Puerta oscila entre interpretar el diálogo entre don Quijote y Sancho como el coloquio reposado entre dos amigos y el desagradable tono de superioridad que a veces tiene el primero. No os perdáis el magnífico autorretrato quijotesco que nos regala ni su referencia a la casa de Cervantes en Valladolid ni el grabado decimonónico. Una gran entrada la suya.

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Vale.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Perfiles de gente que observa. Ha muerto José Antonio Labordeta.


Nuestra sociedad está llena de espectadores: quizá sea nuestra definición. Somos una cultura que observa como si todo lo que ocurre fuera un producto televisivo. Sólo cambiamos de actitud en el espectáculo cuando nos toca ser los observados y percibimos que la vida va en serio: en ese momento, parece que nos entra deprisa la conciencia solidaria. Sólo entonces.

Por eso son necesarias personas que observen pero también actúen por lo que les pasa a otros, personas que se comprometan y hablen claro. Para eso hay que tener empatía y considerar a los otros como si fueran uno mismo. De estas era José Antonio Labordeta. Que la tierra le sea leve.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Lope, una película insuficiente de Andrucha de Waddington.


No aprendemos. La historia de España está llena de hechos y biografías atractivas que no suelen tener éxito en su traslado al cine. La personalidad, los avatares biográficos y la obra de Lope de Vega tienen una intensidad tan grande que debería hacernos disfrutar cada cierto tiempo de producciones cinematográficas que abordaran todos los aspectos y matices posibles tanto de su vida como de su producción literaria.

Lope es una película que trata de una época crucial en la vida del dramaturgo español: el periodo en el que se decanta por el teatro como forma de ganar popularidad y dinero -que no prestigio literario, que lo daba la poesía-, el paso de la juventud a la madurez y los primeros atisbos de lo que se convertirá en la fórmula que dominará la escena española durante las siguientes décadas, la comedia nueva que, con las variaciones introducidas por los dramaturgos y autores de compañía posteriores, permanecerá en lo sustancial hasta bien entrado el siglo XVIII; el momento histórico en el que queda definitivamente claro que España dejará en pocos años de ser la primera potencia del mundo para ser superada por Inglaterra y Francia: un Imperio en el que se pone en evidencia los pies de barro.

Pero la película se decanta por no reflexionar en serio sobre nada de eso: ni sobre la biografía de Lope, ni sobre su obra ni sobre la España del momento, lo toca todo sin concluir nada. Son tantas las carencias en cada uno de estos aspectos, que alarma que se hayan querido cubrir con publicidad las deficiencias, como si la película fuera buena porque se hablara mucho de ella. El argumento pasa muy por encima sobre todo, dando pequeñas pinceladas que no componen bien el cuadro: finalmente, la obra no es ni un buen biopic ni una buena película histórica puesto que no sirve ni para reflexionar sobre el biografiado ni sobre la época. Quiere ser una reconstrucción de la pasión de Lope por las mujeres y la literatura, pero le falta profundidad para lograrlo, apunta el cambio de estética teatral pero con tan escasos -y hasta erróneos, con falsedades notables- motivos que quedan cosidos con alfileres, pretende retratar la sociedad española del momento pero no pasa de recrear la suciedad y unos pocos tópicos escasamente desarrollados. Eso sí lo hace bien: una excelente reconstrucción del ambiente que le dará premios seguros. Pero esta pretensión de fidelidad en la reconstrucción se da de cabezazos con la infidelidad en el retrato de la psicología de los personajes: no vale lo uno sin lo otro.

A veces quiere ser Cyrano de Bergerac, a veces Shakespeare in Love sin que tenga ni sus buenos guiones ni su magnífica dirección de actores ni su profundidad temática y análisis de personajes. Se queda en culebrón histórico de lujo bien ambientado, que contentará a los seguidores de este tipo de género televisivo.

El argumento se pierde y acaba por no saber dónde va, hay situaciones que se hacen excesivamente largas y tediosas, repeticiones de motivos ya suficientemente desarrollados, etc. Los actores están mal dirigidos y desaprovechados -el reparto es notable, lo que hace más grave el resultado- hasta el punto de que el mejor es un secundario Luis Tosar que ni siquiera está brillante como suele. La cámara tampoco ayuda: exceso de planos cortos sin sentido a la manera de las series televisivas que destrozan a unos actores que no saben muy bien qué hacer porque no acaban de creerse a sus personajes y que intentan tirar de oficio para salir del apuro. Algunos lo consiguen en escasos momentos, como Pilar López de Ayala. Juan Diego tira de todo lo que sabe para salvar algunas secuencias, pero se pierde rotundamente en otras. Miguel Ángel Muñoz está, simplemente, ridículo desde la caracterización física. El protagonista no sabe dónde llevar su personaje: es un actor que sobresale en los momentos más físicos pero no ha interiorizado el papel. Por cierto: destroza algunos de los versos de Lope que recita porque alguien le ha debido decir que no parezcan verso, cuando si algo es Lope, es verso que suena a verso. Véase el soneto con el que termina la película, como ejemplo. Mejor pero falta de altura suficiente para el papel es la actuación de Leonor Watling. Si todos estos actores han demostrado sobradamente su capacidad en otras películas y aquí no, está claro que la responsabilidad se reparte entre los que decidieron del reparto y la dirección.

La película no es más que un largometraje para pasar el rato, entretenido a veces pero ni siquiera siempre, espectacular en la ambientación, pero que no profundiza en ningún tema, que pasa por las cosas importantes de prisa y que ni siquiera sirve para comprender de verdad al personaje que pretende retratar ni la época en la que vivió. Quizá lo peor es que peca de ambiciosa para el resultado final. Tendremos que esperara a otro Lope.

viernes, 17 de septiembre de 2010

El tiempo inevitable

Es curioso cómo un tema literario deja de ser válido y necesita reescribirse. Del clásico collige virgo rosas el segundo término se debe explicar lejos de su significado etimológico (la virginidad ha dejado de tener importancia social en general) y la frase completa no sé si sirve hoy, cuando todas las edades tienen valor en sí mismas. Quién sería capaz de decirle a una jubilada actual que ya no es tiempo de salir al jardín para recoger las rosas. Aun así, el tiempo pasa, inexorable. Carpe diem.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Un sueño pastoril (2.67)


Don Quijote, al que le hubiera gustado saber más de Altidisora que de la hija de doña Rodríguez, necesita mantenerse en pie de alguna manera (y así, de paso, Cervantes mantiene la atención del espectador con la esperanza de que sus aventuras no terminen en las pocas páginas que le quedan al libro y lo retiene en el viaje de regreso a casa) y se agarra a lo que tiene: por una parte, la obsesión por la forma de desencantar a Dulcinea (recordárselo ahora a Sancho parece un castigo porque el escudero prefiriró quedarse junto a Tosilos en vez de seguirlo a él mansamente); por otra, el sueño de trasformar el año que prometió mantenerse alejado de las armas en ficción pastoril.

Sobre el primer punto no puede hacer más que afear a Sancho: desde que éste le derrotara en otro momento similar a éste en el que también quiso pagar su frustración con los azotes, le prometió no volver a ponerle la mano encima.

El segundo asunto, que trata de la vida pastoril, uno de los motivos recurrentes de toda la novela, se desata al pasar por el prado en el que se encontraron a los vecinos de una aldea cercana pasando el verano fingiendo ser pastores al estilo de la literatura de este género. Observemos que hay un intencionado desencuentro entre el narrador y el personaje. Aquél identifica el lugar con la desgraciada aventura de los toros, éste con el encuentro de los pastores. El narrador es cruel con don Quijote, él necesita aferrarse a una esperanza: mantener una ficción idealizadora como la que le hizo salir de su casa. Dado que su palabra le impide ser caballero durante un año, opta, al recordar lo que hacían los que allí se reunían, por un género muy similar en el planteamiento para rellenar la espera. Y propone un resumen argumental de lo que podría haber sido la novela de don Quijote si, en vez de una propuesta de parodia de la literatura caballeresca lo hubiera sido de la pastoril. Pero la derrota en las playas de Barcelona, ya sabemos, es la derrota de un tipo de literatura en la que también está englobada lo pastoril.

Sin duda es el recuerdo de que todo parte de la cultura libresca lo que dispara en don Quijote ese afán filológico por las etimologías y la nueva insistencia sobre los refanes sancho-pancescos del final del capítulo.

Veremos qué pasa en la noche que se anuncia, cuando comentemos el capítulo LXVIII, el próximo jueves.

martes, 14 de septiembre de 2010

lunes, 13 de septiembre de 2010

Comida quijotesca y noticias de nuestra lectura.


Como muchos de vosotros sabéis, varios de los que seguimos esta locura hemos pensado en reunirnos al finalizarla. Podéis animaros todos, incluso los que seguís estas entradas quijotescas en La Acequia o en cualquiera de los otros blogs participantes y no habéis comentado nunca en ellas por la razón que sea pero estáis dispuestos a uniros a nuestra fiesta. Tenéis más información en este enlace.

Os animo a mandarme imágenes que reflejen la iconografía cervantino-quijotesca o a que las publiquéis en vuestros blogs, para acumular toda la información posible sobre Cervantes y el Quijote. Sobre todo me gustaría publicar imágenes no usuales, aquellas de pequeños lugares.

También os pido que me remitáis autorretratos quijotescos. Recordad que debéis estar con un ejemplar del libro o en actitud quijotesca.


Noticias de nuestro Quijote

Firvulag, además de recomendarnos unos apetecibles enlaces, se inclina por votar a favor de leer las Novelas ejemplares cuando terminemos con el Quijote. Ya sabéis que sigue abierta la posibilidad de proponer lecturas futuras.

Myriam
nos regala otro excelente y oportuno análisis psicológico-sociológico, ahora sobre el travestismo en el Quijote. No os lo podéis perder.

Kety ha vuelto después de un viaje bien cervantino a tierras alemanas para continuar su Quijote en verso con el comentario de las circuntancias con las que se inicia el regreso a casa de los protagonistas.

Manuel de la Rosa, Tuccitano, resume lo esencial del capítulo, fijándose en la posición anímica de los personajes y la estrategia narrativa con el tiempo trascurrido en un solo capítulo. No os perdáis el enlace que propone.

Paco Cuesta analiza minuciosamente el capítulo, destacando los hitos esenciales que explican la frase final de Sancho.

Pancho atina certeramente en el inicio de su excelente análisis: la derrota lo que nos devuelve es el protagonismo de don Quijote y Sancho, que se había perdido desde que entraron en tierras catalanas. No os perdáis las ilustraciones.

Abejita de la Vega, en su primera entrada sobre el capítulo, analiza la diferente actitud de los protagonistas ante la derrota. En la segunda, el nuevo juicio sanchopancesco. Finalmente, Tosilos viene a cobrar voz. Os recomiendo que os fijéis en el divertido y acertado juego entre imágenes y texto en sus entradas.

Gracias a Ele Bergón tenemos las palabras del Sanchico, que se envanece con su padre, ganador sin duda del viaje y experiencia.

Cornelivs comenta el capítulo desde su experiencia como lector en dos épocas diferentes. No se le escapa la nueva relación entre amo y criado.

Merche Pallarés centra su comentario en el nuevo significado que alcanzan las famosas conversaciones entre amo y criado, además de resumir los aspectos esenciales del capítulo.

Jan Puerta pone de relevancia la figura de Sancho en algunos capítulos como el que comentamos. Nos presenta también una nueva edición del Quijote y grabados alusivos.

Antonio Aguilera relaciona el crecimiento de Sancho como personaje con su engorde, con razón, además de comentar el capítulo desde su peculiar mirada.


Enlace con el índice de nuestra lectura, elaborado por Raúl Urbina : Primera parte y Segunda parte.
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Vale.

domingo, 12 de septiembre de 2010

sábado, 11 de septiembre de 2010

Museo de la Evolución Humana de Burgos


Sin duda, la apertura del Museo de la Evolución Humana de Burgos es una de las grandes noticias culturales de los últimos meses en España y ha resultado un éxito de público desde su inauguración.

Por sí mismo, el edificio que alberga el Museo -el más importante de un conjunto en el que están también el Palacio de Congresos, Exposiciones y Auditorio, de próxima apertura, y el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana- acapara el interés del visitante. Aunque ha recibido muchas críticas por su aspecto exterior, he de reconocer que a mí me gusta el contraste buscado con el casco histórico de la ciudad y la monumentalidad de su acceso. La misma concepción del edificio es de una gran modernidad y permite la reestructuración frecuente y necesaria del material expuesto.

Ha conseguido, además, dotar de una accesibilidad peatonal al entorno urbano en el que se asienta y poner en uso un solar para el que se habían propuesto, con anterioridad, varias soluciones. El enclave, a pocos metros del centro histórico de la ciudad, con el que juega en reflejo al otro lado del río, es inmejorable.

Cabe un matiz muy importante para su proyección exterior: la dificultad para los visitantes foráneos es notable. Especialmente para los que desembarquen en la ciudad en ferrocarril o los que lleguen al futuro emplazamiento de la estación de autobuses, junto a la lejanísima estación de trenes que, al notable tiempo de espera en la parada, deben sumar la media hora que tarda en llegar el autobús a las proximidades del Museo, puesto que las líneas regulares de autobús urbano que parten de la Estación no dejan al visitante en la misma puerta del Museo. Un taxi (si se tiene la suerte de encontrar suficientes en la estación) no supondrá menos de 7 euros en tarifa normal, mucho más en festivo. La movilidad en trasporte público por la ciudad es uno de los grandes problemas de Burgos, especialmente para aquellos viajeros ocasionales que no conocen -ni tienen por qué- las líneas de autobuses urbanos y su frecuencia. El avance de las obras de la línea de alta velocidad -que pondrán a Burgos a hora y media de Madrid y mucho menos tiempo de otras ciudades importantes del entorno como Valladolid, Palencia, Bilbao, Logroño o Zaragoza, lo que supondrá una atracción para el turismo de día o de fin de semana- y el traslado de la estación de autobuses exigen el anticipo de las medidas oportunas para conectar de forma eficaz y rápida el casco histórico y dotar de comodidad la llegada a través del transporte público de visitantes interesados en el Museo y en los tradicionales valores turísticos de Burgos: la Catedral y la gastronomía.

La exposición permanente está ubicada en cuatro plantas (dedicadas a: La sierra de Atapuerca y la evolución humana; La evolución en términos biológicos; La evolución en términos culturales: hominización y humanización; Ecosistemas de la evolución), que desembocan en un gran espacio abierto que dota de amplitud y luminosidad al interior del edificio.

La más novedosa e interesante es la planta sótano, que muestra los excepcionales hallazgos de la Sierra de Atapuerca que han hecho de este lugar una referencia indispensable en la investigación de la Evolución Humana y que por sí solos ya merecen una visita. Es recomendable, con la entrada, reservar un lugar en las lanzaderas que, desde el Museo, parten para la Sierra y permiten conocer el entorno en el que se hallaron las piezas expuestas, que son las originales en una acertada decisión museística. Del resto, destaca sobre todo el círculo en el que se muestran reproducciones a escala real de los ejemplos más notables de la evolución.

Sin embargo, el Museo tiene carencias. Para un Museo de este tipo, es poco didáctico y casi nada interactivo. Algunos paneles, aunque acertados científicamente, son difíciles de comprender para un profano o incluso presentan defectos para su visualización. En general, exige demasiado esfuerzo lector para poder comprenderlo, lo que le hace fatigoso para un visitante medio. Si se prescinde de la lectura, puede resultar incomprensible para un visitante no informado. Llama también la atención, en un Museo pensado en estas dimensiones y con una proyección exterior necesaria para su mantenimiento, el exceso de maquetas y dioramas de pequeño tamaño -que, a pesar de su indudable calidad, exigen esperas para poder verlas con detenimiento aunque no haya demasiados visitantes en la sala- y la última planta está, francamente, desaprovechada y el video proyectado en ella es, cuando menos, mejorable. También es mejorable el espacio dedicado al cerebro humano. tanto desde el punto de vista de la divulgación científica como desde su concepción expositiva.

Pero, dadas las características del edificio y el espacio disponible, todas estas carencias son fácilmente solucionables si se pone el suficiente interés en ello: es de esperar que el gran impulso inicial para inaugurar el edificio y el indudable tirón de los yacimientos de Atapuerca que garantizan gran parte de la publicidad nacional e internacional se complete con intervenciones parciales en la colección permanente en los próximos meses que corrijan los defectos y mantengan el interés por un Museo cuyo proyecto lo merece, así como el desarrollo de una política museística acertada que implique a la ciudad de Burgos en él a través de visitas escolares y otro tipo de acciones y que fomente el intercambio de exposiciones temporales y programas de actividades con otros Museos dedicados al mismo o similares temas. El proyecto inicial aspira a ser un gran Museo de referencia y para ello hay que mantenerlo en actividad permanente y de calidad.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Camino de vuelta a casa (2.66)


El gran reto que se le presenta a Cervantes en lo que queda de novela es una cuestión técnica: cómo resolver el regreso al hogar de los protagonistas sin que el lector tenga la sensación extraña de que todo se termina. Como sabemos (y queda demostrado en el título de este capítulo, que hace mención expresa de las formas en las que se divulgaba su obra), Cervantes siempre mantuvo la conciencia de la recepción como eje del éxito de la narrativa. La melancolía de los personajes debe empapar al lector, pero no debe influirle para que pierda el interés por lo que se le narra al abrumarlo o tenga la tentación de abandonar la lectura o saltarse las páginas que restan porque no se le dé nada que lo mantenga atento. De ahí, por ejemplo, que don Quijote aun sueñe -en el anterior capítulo y en este- con el regreso a las armas pasado el año prometido al Caballero de la Blanca Luna, como si todavía hubiera esperanza.

En la mayoría de las novelas, este problema se soluciona con una elipsis: en pocas páginas, don Quijote y Sancho se hubieran plantado en la aldea. Pero Cervantes aun tiene una cuenta pendiente: dado que ha decidido introducir tan al final de la segunda parte la noticia del falso Quijote y no plantear el combate desde el inicio rehaciendo los capítulos y la estructura de su propia continuación desde el principio, no puede cerrar la historia sin agudizar lo que separa su novela de la de Avellaneda, algo en lo que ha insistido desde el momento en que decidiera hacer con esta última motivo novelesco.

Por eso, en lo que resta de novela, Cervantes no tiene prisa por devolver a sus personajes a la aldea, aunque -debido verosímilmente a la promesa y a la propia fatiga de don Quijote- evitará que se detengan en ningún sitio más de lo preciso.

Mientras tanto, en el camino de regreso les irá presentando situaciones que antes hubieran provocado varios capítulos, cruces de historias y relatos, pero que ahora se resuelven rápidamente. Estas situaciones y los diálogos entre amo y escudero intensifican lo que ya sabemos: don Quijote está abatido tanto física como anímicamente y cuando insiste en sus fantasías lo hace por poco tiempo y en una especie de inercia para mantenerse erguido como personaje con las últimas fuerzas que le restan (por ejemplo, en este capítulo, se niega, tras pronunciar unas pocas frases, a continuar la conversación con Tosilos para no verse forzado a continuar su argumentación o reconocer la verdad y por eso prosigue el camino en solitario, dejando a Sancho con el lacayo; pero un poco antes ya había resaltado su dignidad al aceptar su responsabilidad en la derrota); Sancho ha crecido tanto que filosofa de manera que ni su propio amo sabe de dónde le viene la sabiduría y en su diálogo con Tosilos muestra una manera muy distinta de abordar la locura de don Quijote sin traicionarlo, como había hecho en otras ocasiones.

Esta evolución de ambos personajes se intensifica precisamente para separarlos de la continuación de Avellaneda.

El resultado, quizá ni siquiera pensado por Cervantes, es asombrosamente moderno: por una parte, se convierte a don Quijote en un héroe de la derrota, como antes lo había sido de la ensoñación extravagante; por otra, se dota a la relación entre amo y escudero de nuevos matices.

Una parte del regreso consistirá en que los personajes pasen por lugares conocidos y se enfrenten, en su nueva situación, con espacios en los que aun podían soñar con toda la fuerza de la fantasía.

Así, don Quijote y Sancho dialogan sobre la Fortuna en la playa en la que el primero fue derrotado, lo que sirve para afirmar nuevamente una de las bases del pensamiento cervantino, eco del humanismo: cada uno es artífice de su ventura. A esto responde también el encuentro con Tosilos, quien narra el final de su historia (recuerda y mucho a la de Andresillo en la primera parte, pero sin los tonos negativos que ésta tenía cuando el muchacho reaparece: no conviene ahora doblar el sufrimiento del caballero) y pone a don Quijote, como ya hemos dicho, ante la tesitura de terminar la conversación o renunciar a ella para no verse obligado a reconocer la verdad, además de recordarnos la crueldad del Duque, que ahora es mucho más intensa porque nos hace recordar que el mayor momento de esplendor de don Quijote y Sancho sucedió, precisamente, porque se burlaron de ellos.

Aunque no lo parezca, también por esta razón se plantea el juicio que resuelve Sancho sobre el reto entre un gordo y un flaco: como caminamos hacia las tierras de los Duques, Sancho vuelve a tener la oportunidad de responder como hizo durante su etapa como gobernador. Como en aquella ocasión, todo procede de un material folclórico reconocible.

Veremos cómo continúa el camino de regreso el próximo jueves, al comentar el capítulo LXVII.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

martes, 7 de septiembre de 2010

Escalera de emergencia


Siempre me ha sorprendido lo parecidos que son muchos lugares en todas las ciudades del mundo. Es decir, nosotros.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Jugar con la realidad desde la literatura, el Quijote de Victoria y noticias de nuestra lectura.




Dos formas de realismo en el Quijote.

De la primera ya hemos hablado: el camino de don Quijote puede seguirse fácilmente con un plano (curiosamente, todo menos el nombre de la aldea de la que parten los protagonistas). El más antiguo elaborado corresponde a la edición de la novela por la Real Academia en 1780, obra de Tomás López. Comentamos en su día que este realismo sirve para incrementar la diferencia del Quijote con el género que parodia, que tiene un espacio mítico.

Gracias a Hernando, que me ha remitido el prometido documento con la ruta de don Quijote en Barcelona, he tenido conocimiento de este bello grabado de Barcelona tal y como era en las décadas finales del siglo XVI, cuando la conoció Cervantes (es obra del alemán Georg Braun y se publicó en el libro Civitates Orbis Terrarum). Es fácil situar la playa en la que fue derrotado, más amplia que la Barceloneta actual, como dijo Hernando.


La segunda consiste en introducir la problemática del momento en el argumento de la novela para jugar con ella desde la ficción. Así, el final de la historia del morisco Ricote, su hija Ana Félix y el joven don Gregorio ha sido muy debatido por la crítica desde extremos de opinión diferentes. Para unos, es la demostración de que Cervantes, al final de su vida, se había convertido en un celoso defensor de la ortodoxia marcada por los austrias españoles para el reino: una España en la que la limpieza de sangre y la uniformidad religiosa era lo prioritario para construir la base firme del país, impulsar el imperio y defenderlo de sus enemigos. Para otros, sin embargo, significa todo lo contrario: que Cervantes discutía, como otros pensadores del momento, que fuera esa la base sólida sobra la que construir España excluyendo cualquier atisbo de diferencia.

La primera, sin duda, es una lectura demasiado plana de lo que afirma Ricote en el capítulo 2.65:

-No -dijo Ricote, que se halló presente a esta plática- hay que esperar en favores ni en dádivas, porque con el gran don Bernardino de Velasco, conde de Salazar, a quien dio Su Majestad cargo de nuestra expulsión, no valen ruegos, no promesas, no dádivas, no lástimas; porque, aunque es verdad que él mezcla la misericordia con la justicia, como él vee que todo el cuerpo de nuestra nación está contaminado y podrido, usa con él antes del cauterio que abrasa que del ungüento que molifica; y así, con prudencia, con sagacidad, con diligencia y con miedos que pone, ha llevado sobre sus fuertes hombros a debida ejecución el peso desta gran máquina, sin que nuestras industrias, estratagemas, solicitudes y fraudes hayan podido deslumbrar sus ojos de Argos, que contino tiene alerta, porque no se le quede ni encubra ninguno de los nuestros, que, como raíz escondida, que con el tiempo venga después a brotar, y a echar frutos venenosos en España, ya limpia, ya desembarazada de los temores en que nuestra muchedumbre la tenía. ¡Heroica resolución del gran Filipo Tercero, y inaudita prudencia en haberla encargado al tal don Bernardino de Velasco!

Como Cervantes nos ha acostumbrado, a lo largo del Quijote, a saber leer los matices, sería muy extraño que el final de la historia del morisco fuera tan evidente. Sobre todo porque de llevarlas a la realización lógica y estricta, sus palabras sólo derivarían en una nueva expulsión de Ricote y su hija o en una condena a muerte por incumplir el decreto.

Para interpretar sus palabras hay que recurrir al contexto. En primer lugar, recordemos que el personaje de Ricote está construido desde los matices: no es ya un musulmán pero tampoco se podría decir que fuera todavía un cristiano perfecto tal y como se les exigía a los conversos y no tanto a los cristianos viejos (sabemos que lo que le ocurre a Ricote, sucedía a un tanto por ciento significtivo de los moriscos expulsados, que no fueron bien acogidos en las tierras de llegada por los musulmanes que allí habitaban), su forma de vida se parece más al segundo tipo que al primero y su hija es una declarada cristiana a la que sólo la presión familiar y la rigidez de la medida de expulsión hizo salir de la Península. Sin duda, Cervantes debió conocer a muchos así. Y sus lectores también. Pero aquí Ricote nos aparece tras entrar ilegalmente en España, darse a conocer ante la autoridad que representa el virrey de una manera que sólo se salva de la inverosimilitud por las convenciones del género liteario al que se acoge -la novela bizantina mezclada de morisca, ambas llenas de estos trucos de efecto- pero que rechina a propósito con las normas del realismo que presiden el Quijote (este efecto es buscado por Cervantes) y con toda la riqueza que ha podido recuperar del lugar en la que la dejó enterrada.

Por una parte, Cervantes suaviza la transición de Ricote y su aceptación por todos los que le conocen (el primero, su vecino Sancho), que planean cómo conseguir la autorización para que se quede en España contra lo estipulado por el decreto de expulsión, a través de la literatura: la historia de Ricote está trufada de elementos propios de las aventuras más sentimentales -separaciones dramáticas, reencuentros inesperados, cautiverios, situaciones conflictivas, amor paternofilial, pasiones juveniles, etc.- para que el espectador se ponga incondicionalmente de parte del morisco y su familia. Esta emoción es la que empuja al virrey, por ejemplo. Y la que intuimos que conseguirá hacer una excepción de la norma general -démonos cuenta de que Cervantes no nos da la solución final, sino que sólo la sugiere.

La exagerada reacción de Ricote defendiendo la integridad y acierto del sistema que le ha expulsado cuando todos los allí presentes saben que sucede todo lo contrario a lo que afirma el morisco (Don Antonio se ofreció venir a la corte a negociarlo, donde había de venir forzosamente a otros negocios, dando a entender que en ella, por medio del favor y de las dádivas, muchas cosas dificultosas se acaban), denuncia -precisamente por desproporcionada- la verdadera intención cervantina, quien sólo puede proponer una solución agradable para el lector al conflicto real a través de la literatura. Por el camino, recordémoslo, ha quedado la vulneración de Ricote del decreto de expulsión y la muerte sin sanción de dos soldados españoles a manos de unos turcos capitaneados por Ana Félix.

Cervantes, con la introducción en su novela de la historia de Ricote, hizo un alarde técnico para dejarnos el legado de su pensamiento conciliador en un momento en el que no cabían medias tintas ante la política de unificación ortodoxa favorecida desde la Corona.

El Quijote de Victoria



Victoria me tenía prometido remitirme una imagen de su último trabajo, un don Quijote. Como veis, ha cumplido y con creces: es de admirar el dinamismo y la simbología, características de la obra de esta artista. Sin duda el esfuerzo ha merecido la pena. Mil gracias, Victoria.

Os animo a mandarme imágenes que reflejen la iconografía cervantino-quijotesca o a que las publiquéis en vuestros blogs, para acumular toda la información posible sobre Cervantes y el Quijote. Sobre todo me gustaría publicar imágenes no usuales, aquellas de pequeños lugares.

También os pido que me remitáis autorretratos quijotescos. Recordad que debéis estar con un ejemplar del libro o en actitud quijotesca.

Noticias de nuestra lectura

José M. Martínez, colega de profesión y viejo conocido, publica chiste quijotesco de nuestro admirado Forges, de cuya afición por Cervantes ya se ha dado cuenta varias veces entre los colaboradores en esta lectura.

Alatriste se despide temporalmente de la lectura: tiene razones bien fundadas.

Paco Cuesta, que comienza curso con el forro del Quijote bien vivido, lo que le asegura buena nota, comenta el capítulo fijándose sobre todo en cómo Cervantes nos describe las actitudes de cada uno de los protagonistas que aparecen en él.

Pancho siente también la tristeza del tiempo que se acaba y acierta al hablar del juego técnico cervantino a la hora de cerrar la historia pendiente de Ricote. Como siempre, ilustra su comentario con excelentes imágenes.

Jan Puerta comenta el capítulo desde la perspectiva del autor que debe zanjar la historia. Ilustra su comentario con un nuevo bronce quijotesco chileno e imágenes de un libro muy a propósito y la que podría ser la primera traducción al catalán.

A Merche Pallarés no se le escapa ni la sorpresa de la identidad del caballero misterioso ni las lágrimas finales de la despedida. Veo que al bachiller le tiene menos rabia que a los Duques...

Cornelivs se lamenta de la derrota de don Quijote: el sueño se termina por culpa del bachiller, al que no duda en llamar odioso y enfrenta a don Antonio en intenciones. No sé yo si quedarme con uno o con otro o con ninguno de ellos.

Abejita de la Vega, que se lamenta de lo poco que nos queda de lectura, comenta el capítulo a partir de cómo se desvela la identidad del Caballero de la Blanca Luna y comprobando los ánimos de los protagonistas. Finaliza su comentario con el resumen de lo acontecido con la expedición que partió para salvar a don Gregorio, hasta la salida de Sancho, a pie. Las ilustraciones son ocurrentes y divertidas.

Gracias a Ele Bergón sabemos que el Sanchico está preocupado por el final del libro, por el caminar de su padre y por el curso que comienza...

Manuel de la Rosa, Tuccitano, señala con inteligencia la parcialidad de la narración del Bachiller y la ironía cervantina sobre la integridad en la época...

Antonio Aguilera, en retiro campestre, nos regala su comentario bien paseado del capítulo. Se llevó de compañía un Quijote y encontró un zorro.

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