De nuevo, un capítulo escrito para servir de gozne entre un suceso y otro: tras la aparición de Merlín se anuncia la de la Dueña Dolorida, condesa Trifaldi.
El narrador nos desvela el último rincón del truco de la procesión nocturna: Merlín era un mayordomo del Duque y Dulcinea un paje. Siempre hay quien colabora para echar unas risas. junto a los señores. No era necesario, pero Cervantes conoce muy bien el efecto en el lector del recurso técnico que desvela el artificio -muy propio de la estética barroca-. Es un efecto muy teatral y que incide en la construcción de una fantasía dentro de otra, parodias ambas de la literatura caballeresca, lo que nos pone, de nuevo, en el núcleo teórico del Quijote.
El narrador nos desvela el último rincón del truco de la procesión nocturna: Merlín era un mayordomo del Duque y Dulcinea un paje. Siempre hay quien colabora para echar unas risas. junto a los señores. No era necesario, pero Cervantes conoce muy bien el efecto en el lector del recurso técnico que desvela el artificio -muy propio de la estética barroca-. Es un efecto muy teatral y que incide en la construcción de una fantasía dentro de otra, parodias ambas de la literatura caballeresca, lo que nos pone, de nuevo, en el núcleo teórico del Quijote.
Aprovecha Cervantes para cerrar, por ahora, la cuestión de los azotes. La Duquesa, curiosa, quiere saber si Sancho ha comenzado a azotarse para desencantar a Dulcinea y éste da cuenta de cómo ha rebajado la intensidad del castigo. Se rebela, a pesar de haberlo prometido poco antes, y sabedor de que de ello depende su cargo de gobernador:
-Déme vuestra señoría alguna diciplina o ramal conveniente, que yo me daré con él como no me duela demasiado, porque hago saber a vuesa merced que, aunque soy rústico, mis carnes tienen más de algodón que de esparto, y no será bien que yo me descríe por el provecho ajeno.
Hay una parte de Sancho que siempre vela por sí mismo, el fondo de hombre del común que recibe con una mezcla de recelo e instinto de superviviencia aquello que supone una amenaza contra él por muy elevada que sea la causa.
La parte central del capítulo, que sirve de punto sobre el que girar el argumento además de preparar el terreno para el capítulo de la ínsula de Barataria, es la carta que Sancho ha dictado para su mujer. En ella encontramos una mezcla de ingenuidad, astucia, sabiduría popular y demostración de ternura. Por una parte, queda bien claro que Sancho va al gobierno para enriquecerse; por otra, esta pretensión no le hace olvidarse de los suyos. Bajo el lenguaje rústico y directo de Sancho, Cervantes esconde una crítica a los gobernantes:
De aquí a pocos días me partiré al gobierno, adonde voy con grandísimo deseo de hacer dineros, porque me han dicho que todos los gobernadores nuevos van con este mesmo deseo
El capítulo se cierra con el anuncio solemne de otra aventura de tono caballeresco: una condesa viene a requerir el auxilio del famoso don Quijote. El carácter paródico inunda el discurso de Trifaldín el de la Barba Blanca desde su nombre y el de su señora. Veamos qué les depara la nueva situación a nuestros protagonistas en el capítulo XXXVII, el próximo jueves.
De aquí a pocos días me partiré al gobierno, adonde voy con grandísimo deseo de hacer dineros, porque me han dicho que todos los gobernadores nuevos van con este mesmo deseo
Sólo a un simple se le podría permitir expresar de forma tan cruda una práctica tan habitual. En gran medida -lo veremos más adelante-, hay en la Segunda parte de la obra una propuesta de buen gobierno: a veces expuesta de forma directa, a veces a través de la crítica.
En la carta, además, hay una fecha que es imposible según la cronología interna de la narración, (20 de julio de 1614) pero que Cervantes usa para jugar con el lector y aproximar la primera parte a la lectura de la segunda. Anula, así, los años trascurridos. Y de paso da lugar a que muchos teóricos se hayan devanado los sesos con sus intenciones. Quizá sólo marcaba el momento de redacción del capítulo; algunos han visto un hito relacionado con el Quijote apócrifo de Avellaneda, que se debía de estar imprimiendo por esos días.
En la carta, además, hay una fecha que es imposible según la cronología interna de la narración, (20 de julio de 1614) pero que Cervantes usa para jugar con el lector y aproximar la primera parte a la lectura de la segunda. Anula, así, los años trascurridos. Y de paso da lugar a que muchos teóricos se hayan devanado los sesos con sus intenciones. Quizá sólo marcaba el momento de redacción del capítulo; algunos han visto un hito relacionado con el Quijote apócrifo de Avellaneda, que se debía de estar imprimiendo por esos días.
El capítulo se cierra con el anuncio solemne de otra aventura de tono caballeresco: una condesa viene a requerir el auxilio del famoso don Quijote. El carácter paródico inunda el discurso de Trifaldín el de la Barba Blanca desde su nombre y el de su señora. Veamos qué les depara la nueva situación a nuestros protagonistas en el capítulo XXXVII, el próximo jueves.
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CAPÍTULO 2.36
Varios asuntos conforman el discurrir de un capítulo que nos lleva desde la aclaración del narrador, Cide Hamete, acerca de la organización de las 24 horas de sucesos fuera del castillo, hasta el anuncio de una nueva aventura en ciernes con la embajada de Trifaldín, pasando por el interés de la duquesa en la marcha de la penitencia de S y una muestra más de la ingenuidad del escudero que confía en la duquesa como correctora de una carta a su Teresa en la cual ha volcado sus sentimientos mezclando el amor por su familia y sus ansias de notoriedad.
De vuelta a casa tras la noche – maravilla, desmontados los escenarios móviles por los figurantes de las antorchas que dieron luz, música y ritmo a la epatante representación, el mayordomo de la casa, responsable de la urdimbre y Merlín en la farsa, por haber delegado en él los duques (alusión a los validos plenipotenciarios de Los Austrias) ordena otra broma, más imaginativa si cabe.
La duquesa se interesa por la marcha de la penitencia, asunto de los azotes de S. Le advierte que sólo cinco azotes con la mano no son suficiente crédito para desencantar a Dulcinea. Debe dedicar más intensidad, le recuerda la duquesa que “las obras de caridad que se hacen tibia y flojamente no tienen mérito ni valen nada“, es menester sangre.
S se muestra dispuesto a aceptar el plan que proponga la duquesa, siempre que sea él mismo su propio verdugo y no macere demasiado sus algodonosas carnes.
Aprovecha la presencia de la dama para sacarle a colación una carta que tiene escrita a su Teresa, con cuyo contenido está de acuerdo excepto en un par de cosas que le hace saber: no hay relación causa efecto en los azotes – ínsula. El duque ya le había ofrecido el gobierno con antelación y le advierte, además, de su codicia, que “hace la justicia desgobernada”.
Hay más cosas dignas de reseña en la misiva: le advierte a Teresa que no se esfuerce en entender sus tejemanejes, partiendo de las condiciones de un dicho popular que aplica a su situación particular, ya la ve de gobernadora subida en coche. Le manda en el correo el sayo verde roto para que le componga un vestido a su hija. Califica a su amo de cuerdo de atar. Admite que el desencantamiento de Dulcinea está ligado a la ínsula, por lo tanto los destinos están unidos
Al dar por supuesto el gobierno de la ínsula, podría parecer que la carta está escrita sobre supuestos falsos. El proceso mental que S se hace es el mismo del emigrante que marcha primero a tomar el pulso al país extranjero, posteriormente reclama su familia y sólo hace recuento de lo positivo que le ha pasado, obviando las penalidades para no preocupar.
No se olvida de advertir a su mujer que no diga nada de Aldonza, dando la impresión de que no está muy seguro de este asunto, como tampoco de reconocer que su burro está ahora mejor tratado que de su mano por los caminos. Le asegura que la hará rica aunque tenga que “meter la mano en la caja” sin importarle que por ello la tenga que perder, que los cojos y mancos ya ven compensada la mutilación con las limosnas que sacan de pedir.
La duquesa rechaza la sugerencia de S de modificar a su gusto la carta y van a enseñársela al duque. Después de haber comido y levantados los manteles, oyeron el son triste de un pífano, acompasado del ritmo de un tambor. Vieron que provenía de tres hombres vestidos de negro. Siguiéndoles venía un personaje de cuerpo agigantado, amantado, no vestido, armado de alfanje con rostro cubierto por un velo que entreparecía una luenga barba canosa, espantajo prodigioso que trae una embajada de la condesa Trifaldi, de sobrenombre Doña Dolorida. A la puerta, esperando permiso para ver a DQ, jamás vencido.
En este capitulo 36 nos enteramos de que en la pasada burla un mayordomo del duque hizo el personaje de Merlín (el de la voz algo dormida y lengua no muy despierta), y que un paje hizo de Dulcinea, lo cual explica su desenfado varonil y su voz no muy adamada, como nos dice Cervantes, lo cual vuelve a confirmarme aún más lo “cochambroso” que resultó la primera burla de los duques. Se trata de una burla muy burda, basta, chabacana, impropia de gente de titulo, y mucho menos de nuestros protagonistas. Me remito a mi comentario de la semana pasada, que aquí reitero.
Lo que si queria decir es que, respetuosamente por supuesto, disiento de quien considera a estos espectáculos burlescos de los duques como una especie de homenaje o agasajo a Sancho y a don Quijote; según esta opinión se supone que al ser ya personajes famosos, -tras haber leído los duques la primera parte de la novela-, tanta maquina y tanta farándula supone una especie de agasajo ducal hacia los protagonistas. El caso es que a mi no me lo parece, pienso que había otras maneras mejores de agasajarlos, si esa hubiera sido la intención de los duques. Pero no: yo creo que tratan de burlarse de ellos despiadadamente, para pasar el rato, usándolos como bufones. Estos duques no son delicados, se burlan chabacanamente de nuestros protagonistas, sin estilo alguno.
Hasta los duques mismos tuvieron que darse cuenta de lo chabacana que resultó la primera burla, porque ahora viene una segunda burla que nos tendrá ocupados varios capítulos: la de la Condesa Trifaldi. Pero en esta segunda burla se conoce que los guionistas (los duques) tienen mas cuidado, está mejor diseñada, hay mas elegancia. Por lo pronto, los actores han mejorado mucho; el que hace el papel de escudero de la condesa Trifaldi tiene la voz “grave y sonora”, y, en general, de la descripción que hace Cervantes de los personajes, indumentaria y prosopopeya se desprende muy claramente que los duques prepararon esta burla mucho mejor y más cuidadamente que la anterior, y consecuentemente, con mucha más malicia.
continuación.
El escudero de la condesa, muy inteligentemente, no se dirige a D. Quijote, a quien finge no conocer, sino al duque, preguntando por nuestro héroe. Todo tiene que dar la apariencia de auténtico. Y los duques, insisto, actúan con más astucia que la vez pasada, situándose en un plano distinto al de la burla, como si la cosa no fuera con ellos, como si no estuvieran al tanto de nada, a fin de que D. Quijote no sospeche; cuando el escudero de la Trifaldi se ha ido el duque le dice a D. Quijote, aparentemente asombrado, estas razones: “apenas ha seis días que la vuestra bondad está en este castillo, cuando ya os vienen a buscar desde lueñas y apartadas tierras”.
Claro que si. Y es que este par de sinvergüenzas ya conocen que D. Quijote ayuda a los menesterosos. Leyeron en la primera parte que D. Quijote ayudó a la princesa Micomicona y ahora, seguros están de que hará lo propio con la desventurada Dueña Dolorida. Y no se equivocan. Ese es el cebo, y D. Quijote obviamente acepta. Pero no se olvida nuestro héroe del “rapapolvos” que el eclesiástico le dio capitulos atrás, pues hace ahora una encendida defensa de su profesión.
¿Y que decir de la carta de Sancho a su mujer? Una delicia. El va a lo que van todos, a hacer dinero. Que poco ha cambiado el mundo. De nuevo se ve, desde lejos, la mezcla de características que conforman la personalidad de Sancho. Por un lado, la codicia del escudero es tanta que hasta la duquesa le recrimina por ello, instándole a que se modere o al menos, que disimule. Sancho sabe que para ser gobernador tiene que azotarse: es su precio. Pero tiene tanta gana de gobernar que esta dispuesto. Y no obstante, al mismo tiempo rebosa ingenuidad: quiere a su familia, se acuerda de su mujer y de sus hijos, y como siempre hace gala de una excelsa fidelidad hacia su rucio; no se separa de su asno ni al sol ni a la sombra, pues le dice a su mujer que el rucio esta bueno y que le manda recuerdos, y que no piensa apartarse de él aunque le nombraran Gran Turco. Al rucio que nadie lo toque.
¡Que maravilla de novela, como me gusta!
Saludos.
No quisiera contradecir a Cornelivs,pienso que el mundo ha cambiado mucho, es la naturaleza humana la que no ha evolucionado mucho.Abrazos
La verdad, verdad..... se me había hecho agua la boca pensando en que nos leerías algún párrafo de la carta con tu melodiosa voz de barítono pero.... helás.... c'est la vie.... esa patilla de tus gafas que aprietas en tus labios y esa bola naranja exprimida en tu mano derecha, me dicen que el horno no está para bollos, asi que mejor me callo ahora y, quizás si las bacterias de mi bronquitis dejan tranquilas a por los menos dos de mis neuronas que logren hacer sinapsis (la condición es mínimo dos) haré mi aporte sobre la carta que nuestro querido Sancho tan bien escribió y sino, pués no la haré.
Ahora si me disculpas, me meto en mi nido de SERPIENTES que "yamiqué" y "La vestia parda" me están esperando para cantarme el arroró. Boinas noites.
Llevas razón cosmo, me expresé mal. Lo siento.
Abrazos.
La verdad es que estas burlas de los duques ya me están agotando. ¡No hay derecho! Pobres Sancho y Quijo. Ya he hecho el resumen en mi blog. Besotes, M.
Pequeño capitulo bisagra para enlazar con otra aventura.
Me ha gustado el inicio de la carta a Teresa, cuando Sancho expone los azotes y sufrimientos que tiene que sufrir para llegar a gobernador: no se piense ella que esta tumbado a la bartola.
Bonjour mons garçons
A laranja em teus dedos trouxe-me à memória a belissima Andaluzia, onde visitei Córdoba e a sua esplendorosa mesquita pela primeira vez faz hoje precisamente cinco anos.
Um Carnaval divertido, amigo meu.
- SOBRE LA PENITENCIA:!Que lígeros son los azotes dados en un culo que no sea el nuestro!. nuestra buena duquesa hará a Sancho el gran favor de facilitarle un látigo adecuado para la ternura de sus carnes... !que cara más dura!
- LA CARTA: Me gusta como pasa la vida diaria: el vestido o el rucio, a temas de gobierno o a las relaciones institucionales (vease la familiaridad que sancho sugiere entre la duquesa y su señora. besamanos por aquí y por allá, incluidos)
- OTRA LLEGADA FANTASMAGÓRICA: Trifaldín, el de la barba blanca es el que turba ahora la paz de la siesta.
2 parte.CapXXXVI
CARTA DE SANCHO PANZA A TERESA PANZA, SU MUJER
Si buenos azotes me daban, bien caballero me iba; si buen gobierno me tengo, buenos azotes me cuesta. Esto no lo entenderás tú, Teresa mía, por ahora; otra vez lo sabrás. Has de saber, Teresa, que tengo determinado que andes en coche, que es lo que hace al caso, porque todo otro andar es andar a gatas. Mujer de un gobernador eres, ¡mira si te roerá nadie los zancajos! Ahí te envío un vestido verde de cazador que me dio mi señora la duquesa; acomódale en modo que sirva de saya y cuerpos a nuestra hija. Don Quijote, mi amo, según he oído decir en esta tierra, es un loco cuerdo y un mentecato gracioso, y que yo no le voy en zaga. Hemos estado en la cueva de Montesinos, y el sabio Merlín ha echado mano de mí para el desencanto de Dulcinea del Toboso, que por allá se llama Aldonza Lorenzo; con tres mil y trecientos azotes menos cinco, que me he de dar, quedará desencantada como la madre que la parió. No dirás desto nada a nadie, porque pon lo tuyo en concejo, y unos dirán que es blanco y otros que es negro. De aquí a pocos días me partiré al gobierno, adonde voy con grandísimo deseo de hacer dineros, porque me han dicho que todos los gobernadores nuevos van con este mesmo deseo; tomarele el pulso y avisarete si has de venir a estar conmigo o no. El rucio está bueno, y se te encomienda mucho, y no lo pienso dejar aunque me llevaran a ser Gran Turco. La duquesa, mi señora, te besa mil veces las manos; vuélvele el retorno con dos mil, que no hay cosa que menos cueste ni valga más barata, según dice mi amo, que los buenos comedimientos. No ha sido Dios servido de depararme otra maleta con otros cien escudos como la de marras; pero no te dé pena, Teresa mía, que en salvo está el que repica, y todo saldrá en la colada del gobierno; sino que me ha dado gran pena que me dicen que si una vez le pruebo, que me tengo de comer las manos tras él, y, si así fuese, no me costaría muy barato, aunque los estropeados y mancos ya tienen su calonjía en la limosna que piden; así que, por una vía o por otra, tú has de ser rica, de buena ventura. Dios te la dé como puede, y a mí me guarde para servirte. Deste castillo, a veinte de julio.
Tu marido el gobernador,
SANCHO PANZA.
Realmente se hacia era necesario, que Sancho, la pusiera al tanto de los acontecimientos… a Teresa. Besitos. Silvi.
Qué ternura produce esa ingenuidad de Sancho, que hilaridad provoca a los duques, y sin embargo, que lección de maestría dará en su gobierno. Una profundidad y un cuidado que rozan las sentencias ejemplares. Buena Justicia ejercerá nuestro amigo Sancho.
Como siempre en la novela maestra, lecciones que recibimos de los personajes ante nuestra soberbia ignorancia.
Besazos.
¡Qué casualidad!
Yo también voy ya por el capítulo 36...... pero de la 1ª parte.
Besos
PD: Como ahora, por eso de los carnavales, tengo 5 días de fiesta, a ver si le doy otro pequeño gran empujón.
Saludo a vuestra merced. Tuve ocasión de relatarle cómo hice la figura de Merlín, con mayor o menor habilidad de actor. En aquella carroza, vestido con rozagantes ropas negras que, en un momento dado, descubrí para mostrarme como la esquelética figura de la Muerte.
Mas no fue sólo eso, ahora confieso que acomodé todo aquel aparato, compuse los versos y las palabras de aquella Dulcinea un tanto hombruna…como que era un paje palaciego.
Me presenté, ante vuestra merced, como un humilde servidor, mas no le aclaré mi condición de mayordomo de mi señor el duque, el cual tiene en mucho mi ingenio socarrón y desenfadado. Actor, director de escena, poeta, escribano y…mayordomo. Sí, a pesar de mi habilidad escribiendo y dirigiéndolo todo. Y ordené otra aventura, la conocerá vuestra merced, a continuación.
Detrás de unos amplios cortinajes, presencio una conversación de Sancho con mi señora la duquesa, que se interesa por la tarea penitente del escudero, si había comenzado ya a zurrarse. Dice que cinco, dados con la mano. Ella piensa que esas blandas palmaditas no satisfarán a Merlín. La libertad de Dulcinea no puede ser tan baratita, qué menos que una disciplina de esas que hacen sangre. Mi ama se pone a hablar como un predicador, diciendo no sé qué de las obras de caridad flojas. El rústico, tiene la osadía de pedir alguna disciplina que no le duela demasiado, para sus carnes de algodón. La duquesa le asegura que buscará una adaptable a sus tiernas carnes. ¿Tiernas las carnazas de este destripaterrones?
(Continúa)
El buen Sancho es un funambulista en la cuerda floja de la novela. Ha de mantener el equilibrio,no perder sus zapatillas, sujetar la pértiga y llegar al otro extremo. Si tiene suerte, tras el redoble de tambores recogerá algo de la colecta.
¡Cómo se enternece el tierno escudero ante su alteza, la señora de su ánima! Desea que tan grandísima dama lea una carta destinada a Teresa, su mujer. Como buen marido ausente, le cuenta lo sucedido tras su marcha. La guarda cerca de su corazón, en el arca de su seno, do no se le podía pegar mucha limpieza. No está muy seguro, aunque él diga lo contrario, de que esté escrita en un estilo adecuado a las circunstancias. Como no sabe escribir, se la dictó a alguien, escribanos no faltan en esta corte…
La duquesa lee, para sí, una disparatada carta. ¿Cómo sé de su contenido? Aquí todo se sabe, con tantos ojos y oídos como hay. No les digo más que con pelos y señales…
Parece ser que comienza con los “buenos azotes” que le cuesta el ser gobernador. Aunque la gobernadora doña Teresa tenga buenas entendederas, se quedará perpleja. Más desconcertada, aún, cuando le lean eso de ir en coche, una pobre mujer que en su vida habrá subido a vehículo alguno. Andando siempre y descalza las más veces. Y ahora su Sancho va y dice que “todo otro andar es andar a gatas”.
A caballo regalado no le mires el diente y, sin preguntarse qué hace su marido con un sayo verde de caza, se pondrá a la tarea de convertirlo hábilmente en saya y cuerpos para su hija, aunque esté desgarrado. Una tejido así, tan bien bataneado, no lo ha visto la villana en su vida.
Sancho reconoce que está a la altura de su amo, tanto en locura como en mentecatería. Dirá para sí la pelarruecas: ¿Loco mi marido? Aunque lo haya tenido siempre por cuerdo, a la vista de lo que cuenta, cambiará de opinión. Que si ha estado en la cueva de Montesinos, Merlín, Dulcinea y Aldonza. ¿Qué nombres son esos? Y cuenta que se ha de dar tres mil y trescientos azotes, para que esa Dulcinea quede como la madre que la parió. Suponemos que ha querido decir desencantada porque , de aquella señora que la trajo a este mundo, no tenemos noticias.
Le pide que guarde el secreto. Pronto partirá para el gobierno, adonde va con deseos de hacer dineros. La sinceridad de este rústico es inaudita, pero va acertado, ya lo creo. Los gobernadores de verdad así piensan, aunque jamás lo reconozcan.
Así que tanteará el terreno y ya le avisara si ha de acudir o no. Y no se olvida del rucio, está bien de salud y se encomienda mucho a la señora Teresa. ¿Cómo hará eso el borrico? ¿Rebuznando o coceando? Podría ganar dinero exhibiendo al animalillo.
Si la mi señora le besa las manos mil veces, Teresa besará dos mil. Eso es barato. Y añade algo de una maleta con cien escudos dentro. Si por aquí hubiera unas cuantas así, iba yo a estar aquí, organizando patochadas caballerescas.
Pero que no tenga pena, que todo saldrá en no sé qué colada. Lo que sí siente este mentecato es eso que le dicen de que, una vez probada la golosina del poder, se comerá las manos tras él. ¡Verdad ahora y verdad dentro de cuatro siglos! ¡Por que dentro de cuatro siglos? No sé, cuatro, diez o mil da igual.
Y con lo de comerse las manos, se permite decir una gracia acerca de mancos y demás “estropeados”, cuya canonjía privilegiada está en pedir limosna. Así que Teresa será rica aunque Sancho se coma las manos. Dejemos en paz a los mancos, que los hay muy ilustres.
Se despide con buenos deseos y pone una fecha equivocada. El señor gobernador no sabe en qué día vive. Tampoco sabe dónde está. Eso sí, firma como “tu marido el gobernador”: Sancho Panza.
La duquesa le señala dos errores. Uno es que el gobierno no se lo dan por el vapuleo , siendo anterior la promesa del duque. Cuando su ducal esposo lo prometió “no se soñaba haber azotes en el mundo”. El otro error es el mostrarse codicioso, que “el gobernador codicioso hace la justicia desgobernada”. ¡Cómo habla mi señora! ¡Excelente fingimiento el suyo!
Sancho se disculpa, si la carta no sirve, se rompe y se escribe otra distinta. La duquesa, disimula la risa y le dice que no, que ésta es buena y desea que la vea el duque, mi señor.
(Continúa)
Es un día caluroso y la servidumbre tiene la orden de servir la comida en uno de los jardines de palacio, el más fresquito. Como yo soy el cuerpo de casa, también he de ocuparme de la disposición correcta de la vajilla y de que las viandas no se echen a perder, con el calor. Como ven, sirvo para todo.
Comen, alzan los manteles y se entretienen con la conversación de Sancho, más sabrosa que la comida servida. Tengo poco tiempo, he de vestirme de…no, de nada, de nada.
Un pífaro, flautín para entendernos, suena tristísimo. Un tambor suena ronco y destemplado. Esta música encoge el alma.¡Lo mío me costó encontrar músicos así! Olviden lo que he dicho. A lo que vamos. Todos fingen alborotarse, pero el caballero y el escudero se alborotan de verdad. Sancho pide asilo en las faldas de mi señora.
Entran dos hombres con larguísimas ropas de luto., tocando dos enormes tambores negros, también de luto. El del pífaro viene a su lado, tan pizmiento como la pimienta.
Sigue a los tres de la música, un personaje que parece un gigante. Su negrísima y larguísima loba llama la atención. También sorprende por su ancho tahelí y su desmesurado alfanje. Un transparente velo negro deja ver una larguísima y blanquísima barba. Como veis, es el reino del superlativo.
Llega contoneándose, se hinca de rodillas y se dirige al duque. Mas mi señor no consiente que hable de rodillas y le hace levantar. Se pone de pie, se quita el antifaz y descubre una barba blanquísima, pobladísima y horribilísima.
Arranca del pecho una voz grave y sonora, la de meter miedo a los niños , y se presenta ante mi “altísimo y poderoso señor”. Se llama Trifaldín el de la Barba Blanca, es escudero de la condesa Trifaldi, también llamada Dueña Dolorida. Trae una embajada de la de los dolores, la cual pide licencia para entrar a contar su cuita.
(Continúa)
Trifaldín desea saber si está aquí “el valeroso y jamás vencido caballero don Quijote de la Mancha”. La condesa viene a pie y en ayunas , desde el reino de Candaya, que todos suponen lejanísimo. Espera para entrar, con el ducal beneplácito.
El duque se ha aprendido muy bien el papel y pronuncia el discurso de bienvenida. Ha muchos días que tenemos noticia de la desgracia de la Trifaldi, llamada Dueña Dolorida por los malvados encantadores. Bien puede Trifaldín comunicarla que aquí está don Quijote, para ayudarla. Precisamente, su especialidad son “las dueñas viudas, menoscabadas y doloridas”.Tiene una mano para eso...
Trifaldín se va con su música llorona y su grandioso contoneo. El duque se dirige pomposamente a don Quijote. Apenas ha seis días que está en el castillo y ya vienen a buscarlo desde “lueñes tierras”. Las cuitas encuentran remedio en su fortísimo brazo.El brazo, un poco delgaducho, pero fortísimo.
Don Quijote quisiera que estuviera aquí aquel religioso, el de tan mal talante y ojeriza con los caballeros andantes. ¡Que vea si son necesarios en el mundo! Que venga, que venga esta dueña y pida lo que quiera, verá la fuerza de su brazo y de su espíritu…
Me voy presto, que tengo que colocarme tres faldas y alguna cosa más. No, no, no he dicho nada de faldas.
Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:
María Ángeles Merino
antiestrés, chuiki, chuiki
Tal vez sea yo que estoy ya un poco obsesionado con el tema, pero cuando d.Qujiote reclama al religioso para que vea como son necesarios los caballeros andantes, me parece que suelta un una perla contra los Duques un tanto velada:
-...que los extraordinariamente afligidos y desconsolados, en casos grandes y en desdichas enormes no van a buscar su remedio a las casas de los letrados...ni al caballero que nunca ha acertado a salir de los términos de su lugar...
Esta frase me resulta genial
"-Ni por pienso -respondió Sancho-, porque yo no sé leer ni escribir, puesto que sé firmar."
en esta otra se aprecia el cariño que señalas...
"El rucio está bueno, y se te encomienda mucho;"
y estoy con Merche Pallarés, resulta demasiado cruel todo. Me recuerda el BULLING. Y venga dale y no pares.
Por otro lado esto del devaneo de sesos de los críticos es algo que me sigue pareciendo chocante, el intentar hacer esos estudios minuciosos de cada palabra, frase, párrafo, punto y coma. ¡Sois la pera!
En la lectura del enlace no aparece la fecha ¿no?
Esta actiutd de los duques se podría calificar de "ensañamiento": la duquesa no tiene suficiente con que Sancho se dé los azotes de cualquier manera. Han de ser con alguna diciplina de abrojos, o de las de canelones, que se dejen sentir; porque la letra con sangre entra
Y además detrás de una burla viene otra.
Besos
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