Soy de los que se quedan pegados a los escaparates de las librerías. Como otros a los de las zapaterías o como los niños a las tiendas de chucherías o juguetes. No puedo evitarlo. Supongo que para muchos las librerías no son más que un comercio más al que ni prestan atención, pero yo no puedo resisistirme. Me da igual el tamaño. Librerías grandes y pretenciosas, librerías humildes, puestos de libros en la calle o el hermoso gesto de Luis Felipe Comendador, a través de SBQ en Béjar, poniendo los libros usados al alcance de cualquiera pues solo cobra un euro por ellos en sus mercadillos. ¿Te acuerdas, Luis Felipe, cuando en unas pocas horas vendimos novecientos libros en Hervás y todo lo recaudado se destinó a fines sociales? ¡Novecientos!
¡Aquellas papelerías librerías de barrio en las que uno entra y huele a goma de borrar y libro nuevo y vuelve a la infancia de los estuches de dos pisos llenos de pinturas de colores! O las librerías de viejo. En Valladolid, Relieve (en su antigua ubicación de la calle de Cánovas del Castillo) tenía un escaparate de librería de lance como eran antes: pequeño y necesitado de reparación urgente. Tan urgente que el edificio se venía abajo -ayudado también por el deseo de especular con el solar, claro- y la libería hubo de trasladarse a la caseta de la Plaza del Poniente pero ya no fue lo mismo. Cuando uno accedía al local antiguo era lo que era, lo que debía ser. Una librería en la que olía a libro vivido y tertulia. En mi juventud aún se podían adquirir allí por cuatro perras los Pliegos del Cordel, que nos remitían a los jóvenes a muchas cosas que no debíamos olvidar -también a los Rodríguez Marín, Pepe, Domingo y Pablo, Blas Pajarero- y los ejemplares de la colección Halcón, en los que tan buena poesía leí. Y libros, muchos libros a la espera de que uno los tocara, los oliera y decidiera si le alcanzaba o no el dinero para llevarse todos aquellos tesoros a casa.
Por eso, cuando me llegó el gesto de ese gran pintor sevillano que es Roberto Alberto, no he podido más que emocionarme. He visto en varias ocasiones mis libros en los escaparates de las librerías. Duran unos días o unas semanas y son retirados luego para dar paso a otros títulos. Pero Roberto Alberto ha puesto mi nombre en ese escaparate de librería que figura al frente de esta entrada y lo ha rodeado de nombres amigos a los que admiro mucho y lo ha puesto y ahí queda y quizá alguien vea el cuadro dentro de unos años y se pregunte quién demonios es aquel nombre y qué escribió, pero allí estará gracias a las manos soberbias de un artista.
Ha sido todo un detalle de Roberto Alberto. ...y un honor ser escrito por el pincel de un artista genial.
ResponderEliminarEse olor, a plastico de los estuches, ese olor !
ResponderEliminarDe esas librerías cada vez quedan menos, pero aún menos, personas que las atienden y que sepan de libros.
ResponderEliminarSaludos
Supongo que te sentirás feliz de verte en esa librería tan especial.
ResponderEliminarYo también me quedo subyugada por los libros, estén en librerías, puestos callejeros, bibliotecas....
Besos
¡Qué bien! Seguro que estás muy agradecido, es un detalle emocionante, y conforme pase el tiempo más. Te dejo un enlace al escaparate, y más, de la librería de un amigo.
ResponderEliminarUn abrazo
https://www.facebook.com/libreria.ibor?fref=ts
Los escaparates de las pequeñas librerías son un poco como el carnet de identidad del librero, por la forma de exponer los libros y por los títulos que escoge y coloca en ese rincón especial, se puede intuir la sensibilidad de quien los ha elegido. Y es también como una especie de anzuelo para "pescar" sensibilidades similares a la suya.
ResponderEliminarUn abrazo.