Hace unos días, me saltó un aviso en una red social. El número de teléfono de una buena amiga se acababa de dar de alta en ella y el algoritmo me invitaba a añadirla a mis contactos. El número estaba allí con toda certeza y también el nombre de mi amiga, pero la fotografía asociada no era la suya. Tardé unos segundos en darme cuenta de que mi amiga falleció hace ya unos años, antes de la última pandemia, y que yo no había borrado aún su número de la agenda de mi móvil y la empresa a la que pertenecía lo había vuelto a poner en circulación. Quizá ya había pasado por varios clientes: un vendedor de semillas de calabaza, una ganadera asturiana, un notario, dos o tres inmigrantes, una peluquera pelirroja. Detrás de cada uno de ellos, una historia. Mi amiga fue muy buena amiga durante muchos años, pero en el final de su vida yo fallé, no estuve a su lado todo lo que debería haber estado, ocupado en otras cosas. Tuve la tentación de marcar el número y pedirle perdón. Lo que hubiera pensado la nueva propietaria. He repasado la agenda telefónica de mi móvil, localizando los contactos de personas ya fallecidas. Cuántos ya. Ahí sigue el número de teléfono móvil que contraté para mi madre dos o tres años antes de su muerte y que ella apenas usaba porque no sabía entenderse con el aparato. Yo la llamaba todas las noches a las nueve. Durante mucho tiempo he echado de menos aquella llamada que, a veces, era demasiado apresurada y rutinaria por mi parte. También vi el número de teléfono fijo de la que fuera la casa de mis padres, la mía durante años (este me lo sé aún de memoria). Lo marqué. No sé si por fortuna o por desgracia, no me contestaron. Quizá su nuevo dueño o dueña hubiera entendido mi llamada y me hubiera dejado preguntarle qué tal había ido el día y si necesitaba algo.
Cuando se van teniendo unos años las ausencias son parte del peaje. No obstante, sigamos en el camino mientras haya fuerzas y ánimo, a pesar de todo...
ResponderEliminarAlgunos números son indelebles e insustituibles, que sabrán las telefonías y los algoritmos esos.
ResponderEliminarUn abrazo, Pedro.
No eres al único que le ha ocurrido lo mismo.
ResponderEliminarHermoso rastro has hallado. Evocó justo al centro de tu memoria.
ResponderEliminarYo también llamo a mi madre a las nueve, todos los días. El relato es precioso, tan breve y tan intenso.
ResponderEliminarSaludos.
Susana.