Hace unos días, las praderas que suben al Calvitero se habían llenado de quitameriendas que anunciaban ya el final del verano. Hay que tener cuidado con este azafrán silvestre: hermoso y tóxico, como tantas cosas en la vida. Aquí y allá, moruchas sueltas que se llamaban para agruparse en la puesta del sol. Una de ellas, en lo alto, miraba el atardecer como si supiera que no se repetiría más.
Camino de la clase, en el aparcamiento de la Facultad, una mujer muy mayor empujaba una silla de ruedas especial en la que iba su marido, paralítico y consumido. La anciana, encogida por el esfuerzo, apenas superaba la altura de los mangos de empuje. Entre las empuñaduras y el respaldo, una cesta en la que había colocado un ramillete de ramitas de árbol. La mujer no levantó la mirada para pedir ayuda. Empujaba la silla, casi un carrito, con dignidad y constancia, entre los coches aparcados.
En la plataforma del Calvitero atardeció aquel día de la forma tan hermosa en la que debería acabarse el mundo.
Esos momentos...precisamente entonces, es que estamos presentes!
ResponderEliminarSaludos querido Pedro!
El mundo se sostiene gracias a quien empuja al límite de sus fuerzas y encuentra tiempo de recoger unas ramitas. Y gracias al que tiene ojos para las quitameriendas y el atardecer del otoño. Todavía no es el fin del mundo.
ResponderEliminarMe haces pensar en que cómo tras la belleza puede ocultarse lo peligroso, lo tóxico que bien dices. Y también, observando la señora y la silla con el marido, en cómo lo que un día fue belleza acaba en una lenta agonía. Y a todo llamamos vida. ¡Vive Dios!, que dirían los de capa y espada.
ResponderEliminarEmoción de lo verdadero.
ResponderEliminarGracias, he aprendido que hay una flor que se llama quitamerienda y ya puesto, suelto el latinazgo, su nombre es: Colchicum montanum.
ResponderEliminarY por un lugar donde debe de haber chicos y chicas jovenes y fuertes ¿a ninguno se le ocurrió ayudarle? ¡¡que juventud!!
Siempre andamos empujando lo que convenga y a veces hasta la extenuación.
ResponderEliminarSaludos
Estas robameriendas, como las denomino yo, me traen sabor de veranos que terminan. Me gustaba extender el mantel de cuadros para degustar mi merienda y desafiar a la madre naturaleza...
ResponderEliminarEsa mujer consumida es la esencia del amor y el dolor más entrañablemente vitales. El sentido de ese dolor y de ese amor. Esa compañía que desaparece entre los coches del atasco en el que vivimos en estos tiempos de prisas hacia ninguna parte.
Desde pequeña, siempre me gustaron las quitameriendas, esas flores amarillas y moradas, esas flores que florencen, cuando no florece nada, esas flores del otoño no empezado, esas flores del verano ya agostado....
ResponderEliminarSiempre me gustaron las flores quitameriendas, que florecián en prados, donde ahora hay carreteras.
Muy buen simil el que haces con la escena que viste, donde una mujer va empujando la silla de su marido...
Besos
Luz