Han abierto ya los puestos callejeros de helados y la ciudad se ha vestido de verano.
Un verano, el puesto de helado de mi barrio lo atendía una chica morena de ojos verdes: hasta los cortes de chocolate y vainilla tenían esencia de menta.
Rafael, aquel viejo cantaor, pidió de favor unos cucuruchos de barquillo para sus nietos. Mientras se los envolvían en un papel, recordó la taberna del Pinacho, en donde cantaba de verdad. Lo otro eran tablaos flamencos en la costa. Hizo el ademán de sacarse unos duros del bolsillo de su traje beis, pero la mujer que le atendía negó con la cabeza. Con la mano, se arregló el pañuelo del bolsillo de la americana. Dio las gracias con tal señorío que la calle entera se puso de pie a su paso.
Los cortes de helado no eran iguales. O se acababa primero el helado o se terminaba antes la galleta. Jamás conseguí que coincidieran. Luego me hice mayor y los veranos ya no fueron lo mismo.
A veces solo eso, comprar un cucurucho de helado de turrón y sentarse en el bordillo a comerlo, ajeno al mundo.
Si terminaba antes el barquillo, seguro que la mano se le pondría pringá de helado.
ResponderEliminarInsisto, querido pedro: un día e estos, tendrías que reunir un buen puñado de estos hermosos ydelicados textos y regalarnos un volumen a tus lectores. Gran abrazo.
ResponderEliminarUna delicia refrescante.
ResponderEliminarLa combinación de galleta y de crema helada es un invento de excelencia civilizada.
Saludos.
El primer helado de la temporada era especial. Al que te lo vendía, no le salían iguales, a pesar del molde que colocaban encima de la barra. No hay nada igual a nada, no hay geometría. Así somos.
ResponderEliminarDisfruta del helado de turrón con un toque de menta, aquellos ojos verdes y su reflejo.
Un abrazo
Ah.... como este teu texto me trouxe memórias, meu querido amigo...
ResponderEliminarE neste começo de Primavera, já comi um gelado, mas não desses, que não os encontro.
Beso, buen finde.
El carrillo de los helados se ponía en la puerta de la Dehesa, en Soria, y ya comenzaba el verano. Pedíamos un corte de mantecado y aunque daban una servilleta de papel (mínima), te pringabas la mano. Afortunadamente en la fuente (la de los tres caños) nos limpiábamos dedos y morro. El reflejo del agua estancada nos devolvía el rostro de un niño feliz.
ResponderEliminarDe toda esta historia solo hoy sobrevive la fuente.
Como otras veces, has ido a la esencia del asunto, en este caso el verano
ResponderEliminarUn abrazo
Ese es uno de mis mayores placeres cuando el cuerpo me lo permite, sentarme en la plaza de la Catedral a tomarme un helado y disfrutar de lo que nos regala la vida. Es un relato tan bonito que parece un "retrato de interior".
ResponderEliminarUn fuerte abrazo querido Pedro.
ResponderEliminarVerano y helado, los podemos considerar sinónimos, pero en este mundo tan moderno, los helados ya no conocen su tiempo y se dejan acariciar por la lengua, hasta en el más frío invierno.
La vejez nos va aparcando de otros tiempos que ya fueron, aunque siempre permanece. todo lo bueno que se aprendió.
Conseguir a la vez que el helado y la galleta, terminaran a la misma vez, solía ser tan difícil, como en estos tiempos que vivimos, los políticos lleguen a sus necesarios acuerdos.
Ahora también nos podemos dar permiso para saborear un helado, mientras nos sentamos en las escaleras a observar y perder el tiemmpo.
Besos
Besos