Lo que va del siglo XXI se ha caracterizado por la inestabilidad creciente tras la destrucción de los equilibrios que habían regido la segunda mitad del XX y sus principios y valores, que servían como contención y superación de los conflictos. Un cuarto de siglo de inestabilidad.
La primera vez en la que fui consciente de que todos mis alumnos universitarios habían nacido ya después del año 2000, salí al jardín de mi Facultad con una cierta conmoción. ¿Me servía mi metodología a partir de ese curso? Hace un tiempo, escribí aquí una serie a la que denominé Pensar el mundo a principios de siglo (quien pinche en este enlace recuperará las entradas en orden inverso a su publicación). Se inició el 15 de septiembre de 2008 con una entrada que denominé Prospecto de una manera un tanto pretenciosa. Claro, en aquel momento yo aún tenía una mirada que partía exclusivamente de lo vivido años atrás, en un mundo que parecía ampliar los altos conceptos de libertad y justicia social, con todas las dificultades que siempre tiene la realización práctica de ambos. Parecían crecer la democracia y un posible ejercicio de compatibilidad entre lo individual y lo colectivo. Parecían crecer más o menos despacio, pero sin posibilidad de retroceso. Veníamos de vivir con entusiasmo la caída del muro de Berlín y bajamos la guardia frente a los que sembraban ya la discordia en mitad de los festejos. Pero todo esto era ya un pasado que no habían vivido mis alumnos. En los últimos cursos, cuando menciono la caída del muro de Berlín a mis estudiantes les puede sonar tan antiguo como el Congreso de Berlín de 1878, así como Camilo José Cela o Miguel Delibes ya son nombre como Pío Baroja o Miguel de Unamuno.
Decía, en aquel momento:
Desde hace unos años tengo el convencimiento de que la época que surgió en la segunda mitad de la década de los sesenta del siglo pasado, ha terminado. A falta de nombre mejor, los pensadores han dado por llamar postmodernidad la etapa histórica de las cinco últimas décadas. Aun no sabemos cómo se denominará la que comienza.
Repasando ahora aquellos escritos, me hubiera gustado haberme equivocado, pero me temo que acerté mucho. En una de las primeras entradas analizaba cómo uno de los mayores síntomas del cambio era
la perplejidad de Europa. La releo ahora y me asombro de lo acertado que estuve:
A principios del siglo XXI, una de las grandes incógnitas es el futuro de Europa.
Si sigue en la perplejidad, el mundo irá cobrando otros valores diferentes a los occidentales -es decir, a los del mundo clásico- y proliferarán los conflictos.
Si sigue en la perplejidad, en el seno de la Unión Europea tomarán cada vez más fuerza las alianzas estratégicas entre diferentes países y los choques internos irán en aumento, lo que alentará a las opiniones públicas a presionar a sus políticos nacionales a buscar formas propias de gobierno. Es decir, sería una Unión Europea con, cada vez, menos Europa.
Quizá pueda parecer esta mirada demasiado europeísta cuando el mundo es tan amplio y tantos admiran la manera de vivir en otras regiones del mundo en las que los mejores valores europeos (hubo una época, ya pasada, en la que estos se identificaban con lo occidental) son tan solo un barniz que no sirven para contrapesar todos los peores fantasmas de la historia de Europa.
En el seno de lo europeo está todo lo que llevó al mundo a un estado de confrontación permanente en el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX (neoimperalismo basado en un sentimiento depredador alojado en capitalismo sin regulación, nacionalismo, supremacismo, etc.), pero también todo lo que ayudó a la superación de los conflictos y el establecimiento de unas normas de convivencia (derechos humanos e internacionales, democracia, equilibrio social, libertades individuales y justicia social). Normas que eran frágiles, pero suficientes, hasta que los equilibrios se rompieron con la extensión de la última globalización financiera: la balanza se inclinó fieramente hacia la avaricia económica y el poder del dinero se impuso a las regulaciones nacionales e internacionales. Sin límite al gran mercado económico, el mundo se ha convertido en un territorio hostil, en gran medida. El poder económico ha vuelto a superar a los valores humanos y la crisis permanente, junto a las eficaces estrategias de divulgación del miedo a través de las redes sociales digitales, nos traen un pensamiento que se encoge frente a los diversos fanatismos. Vivimos tiempos de desagregación social y de prevención frente al diferente. La tormenta perfecta: globalización financiera y política de campanario, como diría Unamuno. El 3 de septiembre de 1925, Eugenio D`Ors publicaba, con el título de Glosario inédito, un artículo en el ABC. Decía, sobre el alto número de campanarios de la ciudad de Bolonia: "Así estaba la ciudad de anarquía, que cada patricio tuvo que hacerse de su casa una fortaleza". Fuera del dominio del campanario se estaba en la mayor inseguridad y la vida no tenía valor. Me temo que transitamos un mundo que volvemos a llenar de muros y campanarios. Las consecuencias las vemos en el siglo XXI.
Tras un cuarto de siglo, ya estamos de pleno en el futuro de entonces. Démosle una vuelta.
(Esta serie sobre el primer cuarto del siglo XXI no tendrá un periodicidad fija.)
Ha pasado casi un cuarto del siglo XXI, y en este 2024 se van a celebrar muchas elecciones nacionales y parece que volvemos a las andadas, espero equivocarme pero la ultraderecha está ocupando demasiado espacio, podemos volver a los años 30 del pasado siglo, no aprendemos.
ResponderEliminarPues sí, ya un cuarto de siglo, y todos los de más edad pues eso, más calvos. Y un panorama sobre el que prefiero no incidir, pero bastante complejo y preocupante. Las sociedades no es que estén en cambio y crisis, sino en situaciones más potencialmente explosivas que nunca. Cómo nos tocará, ah.
ResponderEliminarMe ha venido muy bien leer tu reflexión, hoy que la noticia era lo de Iowa. Energúmenos al poder, ante la inestabilidad de un siglo que ya no es el nuestro, pobres baby boom. La ultraderecha ya asoma mucho más que las orejas. Y no nos pilla lejos.
ResponderEliminarComo compreendo o teu texto...
ResponderEliminarSinceramente, começo a sentir-me feliz por ter 74 anos e , portanto, ser breve o meu horizonte de vida.
Nunca pensei assistir a um genocídio em directo nem ter que me indignar com a duplicidade de critérios de um Ocidente que tanto fala em Direitos Humanos .
Beso, querido amigo.
Pues estoy completamente de acuerdo con esta reflexión y percepción, por tanto, de la realidad que estamos viviendo. En un mundo que querían globalizado e hiperconectado "in streaming"... la noticia al segundo... ya ni al minuto nos vale... estamos consiguiendo justo lo contrario. A mi me gusta el Heavy Metal, y Barón Rojo hace casi 40 años cantaba una canción que decía "vivimos en el reino de la incomunicación, la gente se encierra en sus jaulas de hormigón"... y puede que si, que tuvieran razón, y se está repitiendo... pero ahora puede que sea hasta peor. Las guerras actuales lo demuestran. No hay piedad... lo único que interesa es el capital... el voto es dinero, no es ideología... eso ya se perdió. ¡Qué pena!
ResponderEliminarMuchas gracias. Y gracias a Gloria Rivas por compartirlo.
Siempre se ha dicho que el mundo está loco, loco, pero creo que ahora, en estos últimos años, debe ser más verdad que nunca. ¡No sé dónde iremos a parar!
ResponderEliminarDe acuerdo con tu escrito.
Besos