Y aun así, la vida sigue porque el ser humano ha demostrado su capacidad para adaptarse. Caen las culturas, los imperios, los poderosos, siguen las personas porque tenemos una gran capacidad de resistencia ante el dolor, las decepciones, porque tenemos una gran capacidad para sobrevivirnos y adaptarnos. Constancia, supervivencia, amor.
Hace unas semanas hice unas cuantas fotografías al paisaje desde la ventanilla del tren de alta velocidad que ahora pongo al frente de estas últimas entradas en el blog. Estuve a punto de desechar las que salieron movidas, borrosas, imperfectas. Estos días las he comparado con aquellas en las que utilicé las herramientas técnicas adecuadas para que salieran impecables. Solo en las borrosas estaba lo que se veía de verdad desde la ventanilla a trescientos quilómetros por hora: el paisaje robado.
Todo en mi mundo lo quieren regir los algoritmos diseñados por alguien fundamentalmente para convertirme en un cliente. No es comparable con la esclavitud tradicional que sufren todavía millones de personas en el mundo explotados por razones económicas o sexuales o de dominio de unos sobre otros, pero la neoesclavitud más extendida hoy es la de hacernos consumidores a través de groseras o sutiles herramientas de condicionamiento social. Parecemos libres, pero no lo somos. Hay un momento en el que hemos firmado la cesión de la mejor de las libertades que tenemos, la que nos posibilita la elección. La más básica, aquella con la que podemos decir sí o no a cualquier cosa que, en realidad, no necesitamos. Lo peor es que nuestra condición de consumidores antes que de ciudadanos nos hace recibir una dosis creciente de ideología: ser consumidor hoy es aceptar un mundo regido por monstruosas corporaciones que solo buscan aumentar sus beneficios despertando necesidades que no tenemos y sin las cuales podríamos vivir. Primero muy sutil, para ir aumentando después progresivamente. Unos pocos despiertan de pronto viéndose haciendo algo que no está de acuerdo con ellos, pero normalmente no es así, tal es nuestra dependencia. ¿Cuándo he llegado yo aquí?
Hace unos días, al secarme después de la ducha, sufrí un fuerte tirón en la espalda que me dejó de rodillas. Desnudo, a medio secar y de rodillas sobre la alfombrilla del baño. Yo me secaba como si todavía tuviera treinta años menos, tenía prisa. De rodillas, mientras me recuperaba, percibía aquel dolor como algo bueno, como parte de la imperfección de mi cuerpo, de la decadencia provocada de forma natural por la edad, como castigo por mi inconsciencia. Respiraba profundamente y me reía. Al reír, el dolor aumentaba, lo que me provocaba más risa. Sé que soy mortal, que mi condición natural es morir cuando me toque y vivir como pueda o sepa mientras tanto. El dolor me recordaba una cosa más sutil, que soy imperfecto. Por fortuna.
Solo, desnudo, de rodillas, con la toalla en la mano, esperando.
¿Podrá imitar la inteligencia artificial la imperfección humana?
Si la inteligencia artificial decide hacer las cosas bien hechas, deberá imitar la imperfección humana, sin este requisito no hay inteligencia.
ResponderEliminarSaludos
Francesc Cornadó
Me quedo con la pregunta y esta me lleva a recordar al gran escritor de ciencia ficción Isaac Asimov y sus leyes de la robótica que se podían trasladar a la AI, estas leyes son tres:
ResponderEliminar1.- Un robot no puede dañar a un ser humano.
2.- Un robot debe obedecer las órdenes que le den los seres humanos, excepto cuando tales órdenes entren en conflicto con la Primera Ley.
3.- Un robot debe proteger su existencia siempre que no entre en conflicto con las leyes 1ª y 2ª.
Conociendo la evolución humana y que camino está cogiendo, no sería inteligente que la AI alcanzara la imperfección del hombre, entonces las tres leyes no servirian de nada y seríamos hombres muertos.
Saludos
Clave de la especie: la capacidad de adaptarse. Como clave es entender, aunque nunca conformarse, en que las mismas pulsiones de la naturaleza más primitiva subsistan entre nosotros.
ResponderEliminarClave del individuo: palpar los cambios del cuerpo, y con más interés y también preocupación en los que nos causan distorsiones, dolor, temores, aunque también perplejidad y conocimiento. Aceptar la lenta degeneración de cuanto compone nuestros cuerpos es de sabios; hay que seguir opositando a ello.
Clave personal y colectiva: no dejarnos sustituir en nuestro yo más íntimo por el mercado. Adquirir bienes es necesario, también debe ser prudente, siempre con conciencia de uso de los mismos, que no se hagan con nosotros, ¿Sabes? Me horroriza que la publicidad -luego las marcas, los fabricantes, los mercaderes, los financieros- hable en nuestro nombre, nos represente para que perdamos nuestra primogenitura y seamos lo que ellos quieren. Cada uno debe saber afrontar y tener claridad.
La especie está repleta de claves. Basta de hablar mal de ella. Basta de renegar en abstracto. La maldad tiene nombres, utilicémoslos para designar lo concreto. La bondad tiene rostros y manos y sonrisas y afectos. Hablemos también de ella.
Brillantes y lúcidas reflexiones nos brindas, con todo un año por delante.
ResponderEliminarHace ya años que nos bombardean con mensajes dirigidos a conseguir la perfección; el coche perfecto, el banco perfecto para nuestros menguantes ahorros, el regalo perfecto para Navidad, conseguir el cuerpo perfecto para el verano, el móvil perfecto... Sí, toda una oda a la perfección que nos apabulla.
Dices algo fundamental para entender la desmesura de estos tiempos..., nuestra condición de consumidor antes que la de ciudadano. Con eso está todo dicho, amigo Pedro.
Paradójicamente hoy hace un día "perfecto" para mí en estas fechas, una densa niebla que te humedece la piel al caminar.
Cuídate.
La inteligencia artificial será capaz de realizar lo que se proponga el humano que la construya, todo menos una cosa, hay algo que el humano no podrá trasladarle. Se trata del alma, eso que nos diferencia de las máquinas, eso que no se sabe qué es, ni dónde se encuentra, ese misterio que como tal ese humano que construya la IA no podrá formular.
ResponderEliminarSAludos.
Las imperfecciones y dolores nos definen. Humanos a tope.
ResponderEliminarCada vez más imperfecta y dolorida. Adaptarse, readaptarse, así hasta el infinito...
ResponderEliminarPorca miseria!
Besos.
;)
Lo hará/n... pero, por suerte, yo ya no lo veré.
ResponderEliminarEstamos ya pantallizados y vivimos en Internlandia...
Ellos se irán humanizando, mientras nosotros nos robotizaremos cada día más.
Besos, Pedro.