No suelo hacer entradas como esta en el blog, pero de vez en cuando toca y este espacio es muchas cosas, pero también es un diario de sensaciones y las mías ahora son las que son. Estoy derrotado. He de reconocer que me siento al límite de mis fuerzas. Si repaso mi actividad de los últimos días (aparte de mi trabajo y de un libro que escribo como si no pudiera posponerlo más, presentaciones de libros de otros, la organización de varias jornadas, la responsabilidad del montaje de Don Juan Tenorio -cinco días intensos con el teatro lleno-, reuniones y encuentros para otros proyectos, etc.), ni siquiera sé cómo he podido llegar hasta aquí sin un descanso. No me asusta todo el trabajo, disfruto. Soy de los afortunados a los que le gusta lo que hacen: las clases, la gestión cultural, la escritura. Pero el verano ha sido muy duro y este otoño me procura un gran desgaste emocional. No puedo refugiarme en el paisaje y siento que he perdido alguno que estaba muy dentro de mí, no me abrazo a la lectura sosegada en el sillón rojo de mi casa desde el que veo la ciudad y la línea de la meseta mientras atardece, el sueño no es reparador, contemplo cómo se profundizan mis ojeras en los espejos. Los días en los que podré descansar en diciembre se presentan como un horizonte demasiado lejano y breve. Escribo aquí para mí, solo para mí, que debo estar huyendo de algo muy peligroso, quizá de mí. Debería imprimir unas octavillas como se hacía antes, para arrojarlas en la calle: si alguien me encuentra por ahí -a ese que no está, al que no se acerca a un micrófono ni se presta generosamente para que sean otros los que brillen, el que procura hacer felices a los que puedan disfrutar de lo que promuevo aunque no siempre reciba su agradecimiento-, que me atienda como a un animal abandonado que necesita cuidado. Si me encuentro yo, que sea el otro el que venza.
Hay una exigencia bíblica de descanso. No es para rendirle honores a ningún dios, sino para honrar el trabajo propio. La laboriosidad, llevada al exceso se vuelve en contra de sus propios fines y lejos de construir, agota y deshumaniza. El descanso merecido nos permite tomar distancia y perspectiva, y en consecuencia ver nuestras obras y a nosotros mismos en su medida justa. Todos hemos caído alguna vez en un ritmo de actividad frenético. Me atrevo a decir que casi siempre como un recurso de huida hacia adelante en un intento de escapar de una realidad que nos disgusta, de una ausencia, de un recuerdo que nos persigue o de un sueño que en su momento no fuimos capaces de alcanzar. Tal vez después de estas jornadas imparables, un rato de soledad y silencio te ofrezcan el verdadero descanso, que no es el de la mente ni el cuerpo, sino el del espíritu.
ResponderEliminarPueden parecer palabras de monje, pero te las dice un agnóstico convencido con cierta experiencia en estas lides.
Te mando un abrazo intenso.
Erick Strand.
Todo esos sobreesfuerzos, antes o después se pagan, yo lo pague y ahora estoy a base de pastillitas, mañana, tarde y noche, así que, aunque no soy de dar consejos, lo mejor es sentarse y reflexionar sobre lo que se hace, el tiempo es limitado y no se puede ir más allá, así que, tu te conoces y sabes hasta donde llegar, no te sobrepases.
ResponderEliminarHay días, periodos de tiempo de agobio, parece que todo se te echa encima; conozco muy bien esta situación: sábados y domingos trabajando, horas robadas al sueño... Tremendo.
ResponderEliminarHay que tener cuidado, intentar relativizar, simplificar y evitar lo superfluo y esperar.
Te deseo que pronto puedas descansar.
Francesc Cornadó
De vez en cuando, te es necesario escribir entradas como ésta. Derrotado nunca, cansado es humano y es natural, no paras... Triste, solo acierto a desearte que no te falte la lectura ante el atardecer, agradecida, agradecidos ; pero el vencedor has de ser tú. Un abrazo muy muy agradecido, Pedro Ojeda Escudero.
ResponderEliminarEl mundo es un ciclo permanente de crisis-regeneración; crisis-regeneración… y nosotros, circunstancias personales mediante, estamos sometidos a ese influjo, somos parte del mecanismo.
ResponderEliminarSi te encuentro nos sentamos en una terraza, al tibio sol otoñal, y te invito a un café o una cerveza (para mí, café). Si te apetece conversar, conversamos, si no, echamos unas migas a los gorriones y cada uno que divage con su mirar donde le plazca.
Espectacular marco para tu foto.
Vendrá la serenidad, no lo dudes.
Sin querer encontre tu blog, realmente veo que estoy leyendo a un artista, escritor, muy cansado por la actividad que desarrolla, pero hay que sentirse bien, descansar y ser feliz.
ResponderEliminarAbrazo
Pedro, para. Descansa. Tírate sobre ese sofá rojo y piérdete en esa línea del horizonte castellano.
ResponderEliminarNecesitamos descansar. No es un lujo. Es, como he dicho, una necesidad.
Un abrazo. Cuídate mucho.
Te entiendo, Pedro, y, ¡no sabes cómo y cuánto te entiendo!
ResponderEliminarUn abrazo y mil cariños.
Cuando lo necesites, cuando te sientas desbordado, pásate por aquí:
ResponderEliminarhttps://deamoresyrelaciones.blogspot.com/2022/11/este-jueves-un-relato-locus-amoenus.html
Besos y abrazos
PD- Lamentablemente no nos damos cuenta a tiempo porque no podemos parar la rueda y todo nos parece igual de importante de hacer y nosotros imprescindibles, pero el estrés nos pasará factura y cuando lo haga, ya será tarde. Cuídate, por favor.
"Te cunde una apetencia / de leer. / Sólo el papel aporta lo apacible. / Tocas el libro que en las manos / cede / para ti su existencia. /[…]/ ábrelo / y palpa quedo / las hojas, que conoces, / en sus rugosidades reveladas, / todo un delirio de memoria".(A. Pardo)
ResponderEliminarEso te deseo, Pedro, quizás un tiempo de lectura sin más...