Subieron al tren en el último momento. Los acompañaba el vigilante de seguridad de la estación de Burgos, que no se apartó de su lado hasta que no aparecieron los interventores. Casi sin resuello: una mujer de unos treinta y tantos años, un niño de unos cuatro y un anciano chiquito que me recordó a los habitantes de los pueblos castellanos, curtidos por el sol del verano y el frío del invierno. No hablaba, pero permanecíó atento a todo, se dejaba llevar por ella, quizá su hija o su nuera. Ella tenía unos hermosos ojos tristes entre azules y grises, aparentaba mucho mayor de lo que era, como esas personas que en días envejecen años, y no paraba de repetir la única palabra que parecía conocer en español: gracias. Lo hacía repetidamente, gracias, gracias, gracias. El niño se desentendió de la situación y contemplaba el paisaje que veía a través de la ventanilla. Los dos interventores hablaron entre sí y, con la ayuda de una aplicación del teléfono móvil, tradujeron los mensajes al ucraniano. Le explicaron que, con la falta de tiempo, se había subido a una composición diferente, que debería cambiar en Madrid a la suya, pero que no se preocuparan. Poco más tarde, le dijeron que no hacía falta, les habían buscado plaza en esta. Con discreción, uno de ellos se agachó junto a ella y le enseñó el móvil. ¿Necesitáis algo de comer, un café? Como ella dijo que no, el interventor le preguntó dos veces si estaba segura, que no se preocupara, que si necesitaba algo para el niño, pero ella repetía que no, gracias, gracias, gracias. Cuando recogieron sus cosas -una mochila grande para los tres que el anciano cargaba- y se dirigieron al coche que les habían asignado, acompañados por los interventores, me quedé mirándolos, deseándoles que tuvieran suerte. Parecían andar en sueños.
Eran blancos y con los ojos azules, ¿Qué hubiera hecho el vigilante de seguridad de ser negro y venir, por ejemplo, huyendo de Somalia, Sudan o Nigeria?, me temo que nada.
ResponderEliminarSaludos
Un comentario muy significativo y representativo de lo que está sucediendo. En Berlín a su llegada les separan. Blancos a la derecha ,morenitos al rincón. Y no es un Fake News!
EliminarVeo sus ojos cansados que ya no se sorprenden por nada, solo el niño mantiene aún la curiosidad. Espero que tengas suerte.
ResponderEliminarHe conocido hace un rato a la benjamina de las refugiadas en mi pueblo. Iba de la mano de su «madre» de acogida, volvían del médico, porque a la niña no termina de írsele la tos. «Es buenísima —me ha dicho la "madre"—. Mi nieto nunca para quieto».
ResponderEliminarEs verdad lo que decimos de los ojos azules, pero ellos no tienen la culpa de tenerlos de ese color. A ver si nos acordamos cuando toquen de otro color.
Parecían andar en sueños. Y menos mal, ya tendrán tiempo de despertar cuando la realidad lo permita.
ResponderEliminarUM dor de alma, estas situações de drama e tristeza perante as quais as palavras nos fogem.
ResponderEliminarQuerido amigo, fuerte abrazo.
¿Por cuántos casos se multiplicará la situación que has narrado?
ResponderEliminar