(Dibujo del gran Antonio Cantero Garrido.)
Evocando a Heráclito de Éfeso, dice Fernando de Rojas, en el prólogo a la Celestina, que todo en la vida nace como contienda y batalla. La razón filosófica busca en la confrontación de los elementos naturales la vida sin necesidad alguna de los dioses. Los contarios luchan creando y destruyendo. Continúa Fernando de Rojas: ¿Pues qué diremos entre los hombres a quien todo lo sobredicho es subjeto? ¿Quién explanará sus guerras, sus enemistades, sus embidias, sus aceleramientos e mouimientos e descontentamientos? La Celestina, sobre la que trabajo estos días, no es otra cosa que la demostración de esta terrible visión de la vida.
A partir de la Ilustración, el mundo parecía tener otras opciones. Por supuesto que se entendía la historia como una confrontación entre la luz y la oscuridad, la razón y la irracionalidad, la humanidad y la inhumanidad, la civilización y la barbarie, pero todo parecía alumbrar un camino hacia el progreso inevitable del ser humano, especialmente con aquellos principios que regulaban la acción avarienta de las naciones y los poderosos: la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano aprobada en 1789 por la Asamblea Nacional Constituyente francesa, la defensa dieciochesca de los derechos internacionales y la economía moral, que recuperaban todos los trabajos de grandes personalidades del renacimiento español como Francisco de Victoria, los movimientos abolicionistas, sindicales y sufragistas. Sin embargo, triunfaron el neocolonialismo y las ideas basadas en el predominio de unas supuestas razas y culturas sobre otras, que justificaron los nacionalismos exacerbados, la depredación del mundo por élites de poder y encendieron múltiples guerras regionales y dos guerras mundiales.
Tras el fracaso de la modernidad, la humanidad buscó un nuevo camino para salir de las grandes ideologías y creencias que lo habían provocado. La postmodernidad inventó una manera de mundo que nos permitió respirar, construir una nueva relación entre el individuo y la sociedad con un amplio espacio de encuentro entre ambos lados. Durante unas décadas parecía que lo mejor era posible, pero nos acomodamos. La ilusión de libertad y optimismo que trajo la postmodernidad se acabó con la entrada en el siglo XXI. La fortaleza de aquellos conceptos que triunfaron a partir de la década de los sesenta del pasado siglo era también su debilidad. La postmodernidad fue arrasada por la avaricia neoliberal, que ha fabricado un engendro espantoso, que es en lo que consiste la globalización económica basada en los resultados económicos y en la ruptura de toda normativa que controle el enriquecimiento despiadado de corporaciones. A la sombra de este poder surgen individuos sin más ética que ganar dinero ni más corazón que su cartera de criptomonedas, refugio de toda la inmoralidad de este mundo en el que nos encontramos. Como reacción, brotan de nuevo los nacionalismos y los neofascismos, la demagogia y los populismos. Mal futuro. Un buen porcentaje de las personas parece buscar refugio en lo emocional, en el temor y en la rabia y se convierten en presas fáciles para quienes han construido mensajes de fácil digestión.
Tras el fracaso de la modernidad, surge una nueva era de inestabilidad que busca la destrucción de los sistemas estatales que procuran la cohesión de la sociedad y su sustitución bien por élites de poder locales bien por grandes corporaciones, según el espectro ideológico predominante en cada caso. En esta destrucción todos hemos participado, de una manera o de otra: ampliando el descrédito de la democracia, de los partidos políticos, sindicatos y cualquier otra institución, cerrando los ojos ante la corrupción, difundiendo bulos. La inestabilidad lleva a muchos a abrazar soluciones radicales que parecen confirmar lo dicho por Fernando de Rojas y a otros a buscar caminos propios de bucaneros electrónicos y estafadores. Hay quien sueña con un mundo regido por corporaciones que los usuarios puedan regular con movimientos desde su ordenador portátil o su móvil. Hay quien lo hace en una sociedad en la que los intereses individuales prosperen sin limitación alguna. No es ingenuidad, es puro egoísmo.
Este mundo surgido en los primeros años del siglo XXI ha tomado de nuevo la idea del conflicto permanente. De ahí proceden las últimas crisis económicas que hemos padecido, las guerras que derivaron en terrorismo internacional, los movimientos migratorios que han causado tanto dolor y tantas muertes. También la actual invasión de Ucrania por parte de Rusia.
Tras la caída del muro de Berlín, Rusia, la Federación Rusa, no ha caminado hacia una sociedad igualitaria y cohesionada, sino hacia un régimen autoritario cuyo supervivencia solo es posible si se disfraza con ultranacionalismo para derivar las dificultades de la población, un regreso a las peores ideologías de finales del siglo XIX que provocaron millones de muertos en el mundo. Al frente, quien ha conseguido ser alabado a la vez por la izquierda y la derecha radicales y tejer una red de conspiración mundial en la que han caído quienes se aferran a la fuerza ante el temor a la libertada auténtica. No es contradictorio: es un síntoma.
El mundo occidental ha perdido también los valores sobre los que se construyó la idea del estado del bienestar y se encuentra desde hace décadas en manos de grandes corporaciones financieras que controlan todos los sectores, desde la energía hasta la cultura, y que solo buscan mejorar los resultados económicos anuales.
Nos espera el abismo de la guerra, cuyo final todavía no sabemos y cuyas consecuencias serán más duraderas de lo que imaginamos.
Y mientras tanto, la muerte.
Tu lo dices, yo lo comparto, mal futuro.
ResponderEliminarLas peores ideologías cabalgan por este mundo que se abre al abismo. Todo eso que nos expones está ahí, se ha ido inflando, los radicales de uno y otro lado se dan la mano, explota. Egoísmo, pesimismo, sálvese quien pueda. La muerte. Qué gran dibujo el de Cantero.
ResponderEliminarLos neocolonialismos sobre otras razas y culturas es lo que ha acarreado esta inmoralidad en este Mundo.
ResponderEliminarY esta acción avarienta de las naciones y de los poderosos.
Una estupenda ilustración a esta entrada : por cierto o es simple coincidencia tuve un profesor en primero de carrera
Un abrazo y crucemos los dedos para que estos absolutista , sátrapas o como demonios los llamen sucumba de una vez...ojalá
Echo la vista hacia atrás y observo 70 años de paz en la España contemporánea, sin olvidar terrorismo y otros hechos que han enturbiado ese período. ¿Hay otro igual o mejor en la Historia de este país?
ResponderEliminarCierto que ahora los conflictos alcanzan una dimensión global. Ahí está la guerra entre Rusia y Ucrania, pero el balance sigue siendo positivo...por ahora. No sabemos la deriva que puede llevar este conflicto y eso nos llena de zozobra. Dramatizar esta situación podría agravarla. No perdamos la esperanza aunque haya poca base para alimentarla...
Saludos cordiales
...uff que quería decir que tuve un profesor con los mismos apellidos que coincidencia
ResponderEliminar:)
Qué tristeza Pedro repetimos la Historia una y otra vez sin aprender nada. Malos tiempos, muy malos.
ResponderEliminarUn abrazo.
ResponderEliminarNo hemos salido de la pandemia, cuando nos encontramos con una amenaza que, no sabemos como acabará.
Un abrazo
Estoy muy de acuerdo con tu enfoque y creo que quizás en el fondo late ese conflicto permanente entre individuo y grupo, entre ideales colectivos e ideales individuales, entre libertad y sometimiento, entre poder y contrapoder etc.. Lo único que nos puede salvar en este entorno abrumador es el sentido de movilidad de las cosas,la idea de Heráclito de que nada permanece estable y lo que hoy nos parece inconmovible mañana se irá con el viento.
ResponderEliminarPensamiento promedio "Pero yo tengo nwtflix y antes no tenía netflix, así que tan mal no estamos..."
ResponderEliminarSiendo así nos merecemos la extinción.
Saludos,
J.
Malos tiempos para la lírica aunque aún haya poesía.
ResponderEliminarBesos
PD- Extrañaba los análisis tuyos de esta serie...
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