Retiran las cabinas telefónicas en España, el metro cuadrado con mayor densidad de palabras. A veces abría la puerta de alguna e introducía la mano y la cerraba rápidamente. Con suerte, el azar me había deparado atrapar una palabra: inhóspito, por ejemplo. Me la llevaba a casa y la guardaba en una caja entre algodones. La palabra crecía y se hacía planta entera e incluso se rebelaba contra sí misma e inhóspito se convertía en un jardín lleno de flores en el mes de mayo. Bastaba con regarla un poco cada semana.
La mayoría de las conversaciones tiene lugar en el teléfono roto.
Cuando se acierta con la palabra justa no habría que levantarle un monumento. Una palabra grabada en bronce tiende a morir de inanición.
Para colgar, ahora se pulsa: nos sentimos dioses telefónicos que crean el mundo o lo castigan a su antojo.
En el bolsillo en el que guardamos el móvil hay un cementerio de cabinas telefónicas. Nuestra vida se hace cada vez más chiquita y de interiores.
Y así hay también viudedad u orfandad de ellas.
ResponderEliminarHoy las cabinas telefónicas también tienen una gran densidad de palabras en forma de garabatos y grafittis, en sus superficies metálicas o de vidrio queda la manifestación de aquellos que se sienten solos y con un spray en ristre dejan una huella indeleble.
ResponderEliminarAplaudo la iniciativa de retirar las cabinas de teléfonos, así desaparecerán unos trastos sucios, medio rotos e inservibles.
Saludos
La cabina telefónica era solo lo que se veía, detrás había mucha tela que cortar, las decenas de mujeres que atendían los cuadros, el cableado, los técnicos, los repartidores (distribuidores de líneas), los grupos electrógenos, los sistemas Rotary o Pentaconta con miles de relés aquello ocupaba edificios enteros, hoy en una caja te comunicas con el mundo, todo ello tenia poesía, lo de hoy, entran ganas de llorar por muy bonito que parezca.
ResponderEliminarSaludos
Las cabinas eran tragonas de palabras y de monedas. Los móviles eran impensables. Dicen que había quien °pescaba" con una moneda perforada por un hilo de coco que alzaba antes de que se la tragara... Tiempo de cabinas, no apto para milenials.
ResponderEliminarMe apena verlas abandonadas y en ruinas…
ResponderEliminarque interesante hace miles de años que no las veo Miami es una ciudad muy joven
ResponderEliminargracias
."Con suerte, el azar me había deparado atrapar una palabra: inhóspito, por ejemplo. Me la llevaba a casa y la guardaba en una caja entre algodones. La palabra crecía y se hacía planta entera e incluso se rebelaba contra sí misma e inhóspito se convertía en un jardín lleno de flores en el mes de mayo. Bastaba con regarla un poco cada semana."
ResponderEliminarPedro , eres grande.
Un abrazo.
Esas cabinas tienen historia, y con ellas se nos va una parte de nuestra vida. Qué recuerdos.
ResponderEliminarBesos.
¡Qué buena foto!
ResponderEliminarBesos
Excelente recuerdo necrológico de esos extraños lugares... Ya si esas cabinas, ¿dónde se cambiará Superman?
ResponderEliminarSaludos,
J.
Es la época donde, a pesar de tener toda la comunicación a un clic, estamos más incomunicados que nunca. Una lástima 😞
ResponderEliminarNo es mala idea usar las antiguas cabinas de teléfono como invernaderos que resistan las noches crudas de invierno de la meseta norte. Como la noche pasada, menuda pelona había esta mañana, enfriamiento global.
ResponderEliminarEl pirateo de entonces era usar la moneda de cinco duros con un hilo justo a la medida. Después inventaron algo que inutilizó el invento.
Un abrazo.
La última cabina que vi, fue en un pueblo de Cantabria en plena montaña. Aún tengo la foto con David dentro de ella. Siempre me han dado tristeza esas desapariciones.
ResponderEliminarYa no nos llama la atención el que las personas vayamos como locos hablando solos, por las calles.
Y las colas que a veces se hacían, en especial en las cabinas de las playas, para saber de nuestros familiares en vacaciones.
Estamos en constante cambio, pero creo que en este siglo XXI, vamos demasiado deprisa.
Besos