La mayor parte de lo que la gente cree del nacimiento y primeros años de Jesús de Nazaret no proviene de los evangelios canónicos ni de la doctrina oficial de la Iglesia católica, sino de los conocidos como evangelios apócrifos. La palabra, que hoy hacemos sinónima de falsos o no aceptados como la verdad oficial, significa en realidad oculto y nos remite a un tiempo en el que el cristianismo era una religión perseguida y sus creyentes tuvieron que construir relatos que explicaran sus creencias. Algunos de ellos tienen raíces muy antiguas, cercanas incluso a las versiones aceptadas de los canónicos. Manifiestan una religiosidad popular, necesitada de dar argumento a las historias, pero también completar con sucesos cotidianos, sentimentales y familiares los espacios en blanco de los canónicos, especialmente en todo lo que se relaciona con el nacimiento de Jesús. A pesar de ser excluidos del canon de la Iglesia católica, su pervivencia es notable hasta hoy.
Cuando montamos el belén, lo que hacemos es recoger lo que se dice en los apócrifos y completarlo con nuestra necesidad de intervenir en el relato según nuestros tiempos y creencias. Así, aumentamos la importancia del conflicto con Herodes o la presencia de los Reyes Magos, elegimos un tipo de buey o de mula apropiados a nuestro gusto, hacemos que nieve en Palestina y completamos el belén con todo tipo de escenas cotidianas.
Es singular el tratamiento que le damos a José de Nazaret. Ante el silencio de los canónicos, los apócrifos no dudan: José es casi un anciano. Viudo, de su anterior matrimonio tiene seis hijos, los hermanos de Jesús. Algunos expertos opinan que esto se inventó para asegurar que no hubo trato carnal con María, quien quedó embarazada en el año previo a que el matrimonio debiera consumarse tras haber sido concertado y tuviera plena validez, según cierta tradición judía. Hay una interesante leyeda nacida en los apócrifos, pero desarrollada después en los oficios representados en las iglesias cristianas medievales, en la que vemos a José reaccionar airado cuando tiene conocimiento de que María ha quedado embarazada puesto que no había tenido trato con ella, pero su ira se calma cuando se le explica que ha sido producto de la intervención divina. Una explicación didáctica de la aceptación de las decisiones de Dios. Todo esto, por supuesto, lo desconocen casi todos los que montan el belén año tras año, así como que si la figurilla de la mula muerde los pies del niño o ataca la paja del pesebre lo que pone en su belén es una burla contra los judíos o que si en su belén hay cueva y pesebre representa que María dio a luz en una cueva y tres días después la familia se trasladó a un establo. Pero ahí están las huellas de la tradición, completando el relato oficial con la necesidad popular de sentir que todo tiene explicación y lógica humana.
Intervenimos siempre con figurillas extravagantes: caganers que representan a protagonistas de la actualidad, los personajes de Star Wars o dinosaurios. Hay mucho de juego infantil y relato sentimental en todo ello, también de voluntad de ordenar un mundo que con los años se desmorona. Esto permite reconciliarse con la Navidad incluso a personas para los que no comparten las creencias cristianas. Yo siempre he montado el belén en mis casas, pequeño o grande, con un tipo de figuras o de otras. Algunas de esas figuras se han perdido en las mudanzas, otras se han deteriorado. Ahora, mi belén consiste en una pequeña escenografía iluminada, digna del teatro pobre. Echo de menos el belén de mi infancia, como también algún otro que ayudé a comprar y montar en otras cosas, pero me basta ahora con este, pobre y sencillo.
Cuando monto el belén me acuerdo de mi madre. Del momento, el fin de semana anterior al sorteo de lotería de Navidad, en el que aparecía la caja de cartón que contenía las figurillas, el puente, el castillo de Herodes, la roña, los animales, el pozo, el espejo roto que servía de río. Después había que buscar musco y poner las luces. Cuando terminaba, mi madre ponía el mantel de navidad en la mesa del salón y una gran fuente con turrones, polvorones, mantecados y cocadas, que yo iba comiendo con disimulo hasta que los huecos eran tan evidentes que corría a ocultarme del reproche materno. Unos minutos después, la fuente volvía a estar llena. La casa entera.
(La fotografía de esta entrada la tomé en el belén de la Casa de Zorrilla, que este año representa un momento de la huida a Egipto, uno de los motivos centrales de los relatos de los apócrifos y la literatura y el arte de la Edad Media que en ellos se inspira, llenos de claves emocionales, simbólicas e incluso heterodoxas, y en los que Jesús, tan niño, tiene ya un gran protagonismo, y José y María son figurados como un matrimonio no tan armonioso como debieran.)
Yo también soy muy belenera, he llegado a montar un pequeño misterio sobre una pandereta rodeada de espumillón encima de armario de la oficina. Un compa hizo la broma de tirarme una figura a la papelera, aunque se arrepintió y me pidió perdón.
ResponderEliminarOtra vez se me ocurrió poner un belén en la web de mi asociación profesional, y me lo hicieron quitar, porque éramos una asociación aconfesional. Nadie me pidió disculpas.
Suelo ir a la plaza Mayor de Madrid a comprar una figurita todos los años. Este año repetí figura, un maestro enseñando a un niño. ¿Falta de imaginación de los belenistas?, ¿fallo de memoria o algo de fijación?
Y me encanta ese belén que me cantó una de mis informantes, Carmen Cuesta, y que conservo como una joya:
Las chica del cesto y el saco de harina,
aquella mujer con una gallina,
y aquellos pastores de la Adoración
que traen el vino, el pan y el turrón.
La joven que lava junto a la rivera,
aquel pescador, la vieja hilandera,
y aquel haz de leña, y aquel buen pastor,
que cuida el rebaño con santo temor.
La estrella que guía a los magos de Oriente,
Herodes les dice que dónde nacía,
y aquel pastorcillo que los vio venir,
llevó sus ovejas todas al redil.
Feliz Navidad, Pedro.
ResponderEliminarLos belenes de corcho, musgo y harina, las ovejas más grandes que el pastor y los patos gigantes para las lavanderas que lavaban en el río de la envoltura de chocolatina...Belenes donde alguna vez se coló el gran jefe indio y su caballo. Nada es apócrifo para los niños.
ResponderEliminarTenía entendido que los apócrifos eran más medievales que antiguos y que se fueron escribiendo a medida que surgían problemas con el credo cristiano, y las dudas que el "pueblo" planteaba a los sacerdotes, pero lo cierto es que llevo mucho tiempo sin revisar esa información. Como sea, es cierto que se sabe muy poco del que se supone que es el relato más importante de la cultura cristiano occidental.
ResponderEliminarSaludos,
J.
Este año, en casa, ni belén, ni adornos de navidad, ni mantecados, ni copas de anís o coñac por la mañana, signo inequívoco de que uno se hace mayor y que la salud va en caída libra.
ResponderEliminarFeliz años nuevo.
Esto suele pasar con las traducciones: la Filosofía que entendemos hoy ,es una traducción del griego antiguo y, sino se supervisa por varios peritajes.Cada traducción ha tenido la versión que le es más cómoda.
ResponderEliminarUn reflexión fantástica,acerca de lo poco que sabemos de nuestro entorno o tradiciones.
FELICES FIESTAS Y QUE EL 2022 NOS TRAIGA MUCHA SALUD
La melancolía de los buenos momentos de la infancia... que nunca nos falte esa magia, más allá de la fidelidad debida a los relatos y tradiciones. Un abrazo y muy feliz fin de año!
ResponderEliminarEn casa solamente ponemos un misterio de 3 figuras: José, María y Jesús. Nada de pesebre, mulas, bueyes...
ResponderEliminarSolamente la sagrada familia, día que se celebra hoy por cierto.
Hace un par de años dejó Irene de montar el belén grande con la castañera, lavanderas, Herodes, el río, el panadero, el zapatero... Ainsss, se me hace mayor.
Feliz Navidad Pedro 🎄