Cualquier libro de Elías Moro (Madrid, 1959, pero extremeño de Mérida) resulta interesante para el lector sin prisa. No solo por su calidad literaria, sino porque el autor busca siempre ángulos diferentes en todo lo que hace. Moro no se permite la comodidad de lo ya conocido y explora territorios no usuales en la literatura en cada uno de sus títulos y, si lo son, procura transitar por la línea exterior de lo esperado, recuperando modalidades un tanto olvidadas en la línea comercial de las novedades editoriales. Autor de cinco libros de poesía entre los que Hay un rastro y De nómadas y guerreros ya han sido reseñados en este blog, relato (Óbitos súbitos), diario (El juego de la taba), miscelánea (Manga por hombro), aforismos (Algo que perder, Morerías, Lo inseguro), microrrelatos (Microrrelatos domésticos) y memoria (Me acuerdo, Álbum de sombras), en cualquiera de estos volúmenes muestra ese riesgo del que hablo, pero también su cuidadoso manejo de los recursos literarios, el conocimiento de la tradición en la que se mueve y su compromiso ético con la escritura.
Hasta que la muerte nos separe. Minicrímenes (Eolas, 2021) es un perfecto ejemplo de lo que apunto. Desde la anotación inicial, desvela su fuente, los Crímenes ejemplares de Max Aub que, desde el año 2020, pueden leerse en un volumen editado por Reino de Cordelia en coedición con la Fundación Max Aub, con un completo estudio de Pedro Tejeda Tello, que suma veintidós textos a los antes conocidos. Aunque la primera edición saliera en 1957, recogía textos que vieron la luz, al menos, desde 1949. Con posterioridad, el libro ha sido publicado en numerosas ocasiones, recibió a título póstumo en Francia el Premio Forneret de Humor (entiéndase humor negro) en 1981 y en Italia ha sido llevado al teatro con buen éxito. En estos relatos, Aub mantuvo muchas de las características de la mejor vanguardia: utilización del humor, búsqueda de la ruptura de la expectativa del lector burgués, juegos lingüísticos y de estructura narrativa, etc. Lo hizo sin olvidarse de atraer al lector. Ahora, que la euforia de los monólogos de humor se ha extendido hasta la banalidad y la repetición, en estos textos tendría cualquier humorista material de primera categoría en el que inspirarse. Max Aub, uno de los grandes escritores españoles del siglo XX, fue otro de esos autores que buscaba siempre caminar por el lado exterior de la literatura y hacer una obra muy personal. Su exilio en México amputó dramáticamente su nombre de la literatura española y ha sido recuperado tarde, mal e insuficientemente hasta el punto de que hoy sigue siendo un gran desconocido para muchos lectores habituales.
Señalo lo anterior para que se entienda mejor que este volumen de Elías Moro no es una obra menor en absoluto y que desciende de una línea literaria de gran altura, que merece ser más conocida y apreciada, sobre todo cuando que el relato breve y el microrrelato están en auge. En la senda de Max Aub, Hasta que la muerte nos separe reúne ciento treinta y seis relatos breves -en extensión desde una línea hasta un poco más de una página-, en los que predomina el humor provocado por la sorpresa, sobre muertes violentas. En ellos se asesina por profesionalidad, ocasión o por cumplir con la palabra dada o el exacto contenido de una frase. A veces es un contrato, en otras la rabia momentánea, una simple manía personal o el hartazgo de una situación repetida. Abundan los casos en los que el asesinato se justifica por una frase hecha o porque alguien tienta la suerte deseando morirse por mala costumbre social o desahogo, ante quien no debe. Todos estos relatos se caracterizan por la inteligente habilidad para dar la vuelta a lo esperado, jugar con la moral convencional y el humor. Este deriva del ingenio verbal del autor, que consigue subvertir el significado habitual de las frases hechas y las palabras, dando valor a lo que aparece como desemantizado en el uso del hablante, y de la construcción de situaciones en las que todos los lectores pueden reconocerse bien en el lado de la víctima o bien en el del asesino (esta cotidianidad de los argumentos es otro de los recursos que Elías Moro maneja extraordinariamente bien). En muchas ocasiones, este último muestra su perplejidad ante la posible acusación por cometer un crimen, cuando se limita a cumplir con el significado literal de las cosas. Inspiran ternura estos asesinos que no son conscientes de que hayan hecho algo malo. Así, se puede morir por ser ingeniero y no saber programar una lavadora, por no saludar a quien te encuentras cada día, por no saber durante años dónde se han puesto las gafas o se puede ser criminal porque el negro le sienta bien al asesino.
Elías Moro se defiende muy bien en el terreno corto del relato breve, sabe jugar con las palabras con las expectativas del lector y condensar los tiempos narrativos para desencadenar la sorpresa al final. Ciento treinta y seis relatos para disfrutar a breves bocados, no vaya a ser que se le atragante uno al lector por ansioso y haya que escribir el número ciento treinta y siete.
Apunto este de relatos y su autor. Hay crímenes y crímenes.
ResponderEliminarMe gusta , como Maria Ángeles ya lo tengo apuntado en mi libretilla .
ResponderEliminarGenial porque estas Navidades creo que van a ser virtuales y ya dejamos noviembre.
Y este género atrapa muchísimo, gracias por tus recomendaciones
Un brazo
Al igual que las anteriores comentaristas, lo anoto para una posible lectura.
ResponderEliminarBesos
Anotado queda.
ResponderEliminarInteresante reseña, Veré si lo encuentro por aquí.
ResponderEliminarBesos