Era tozudo, pero le faltaba finura. Por muchas paladas que dio, no consiguió que las aguas cambiaran su curso.
Al atardecer, las sombras de la ribera amenazan con cerrar el río. Su trabajo en el ayuntamiento consistía en abrir la cremallera todos los amaneceres. Se consolaba pensando que hay ocupaciones menos poéticas. Los días con niebla se los descontaban del sueldo.
Asomarse al pretil de un puente es una ceremonia de despedida.
La corriente se lleva el agua, excepto la lámina más superficial y fina, que conserva los rostros de los ahogados.
Hay visiones de ríos tan apacibles...como si no pasara ni el agua.
ResponderEliminarEl agua conoce su camino y no lo podemos cambiar; pero cada día el tozudo abre la cremallera, amanece y nos asomamos a hacer preguntas... Hay quien es capaz de navegar, ya ves.
ResponderEliminarEl agua, como el tiempo y la vida, sigue imparable en su curso de descenso.
ResponderEliminarLos días con niebla tienen poco atardecer. A veces ya comienzan esos días, con bastante oscuridad.
Llevas razón, algo tiene el pretil de puente, que indica un adiós en el caminar del agua, cuando la miramos desde lo alto.
El rostro de los ahogados, siempre permanece en nuestros recuerdos. Lo sé por experiencia. A mi hermano Evencio, el rio Huerva se lo llevó , con tan solo 23 años.
Besos
A água é indomável, por mais doce que nos pareça.
ResponderEliminarO rosto dos mortos ficam sempre connosco, sim.
Te abraço, querido amigo.
Es asombroso lo que sugiere contemplar un río. Los reflejos, la profundidad, los temores.
ResponderEliminarEl agua y su poder relajante y de trasportarnos a otros lugares.
ResponderEliminarMaravilloso el retrato de interior.
Un abrazo enorme, Pedro.