Maduran ya las bellotas en los robles. Lo harán también en las encinas y alcornoques. En unos días, en cuanto bajen las temperaturas, estarán en su sazón y se desprenderán fácilmente. Caerán al suelo en lluvia fértil y nutritiva. Hubo tiempos en los que eran una base fundamental de la dieta, tanto molidas en harina como asadas o cocidas. Lo que fue sustento, ahora se desprecia como propio de animales. Quizá haya regiones en el mundo que todavía las consideren como parte esencial del alimento humano.
En el capítulo XI de la primera parte del Quijote, Cervantes juega con todo lo que significa la bellota. Don Quijote, ante unas bellotas avellanadas que le ofrecen los pastores que les han acogido a él y a Sancho, pronuncia un famoso discurso sobre la edad dorada en el que elogia lo que nunca fue para sentirse melancólico por lo que sucedía en su tiempo. Don Quijote tenía la sensación de que el ser humano se encontraba en decadencia. Qué hubiera dicho en nuestros tiempos.
Lo que no sabe don Quijote es que está enfermo de un mal literario. Quizá piensa que aquellos cabreros son pastores como los de la literatura y no presta atención a que son eso, cabreros. Iba a decir que son cabreros reales, pero tampoco lo son, puesto que están escritos por Cervantes. Son cabreros realistas, verosímiles, que es como si fuera la realidad sin serlo. Ese desajuste le viene bien a Cervantes para trabajar la parodia y el discurso, perfecto en todo, queda desarbolado en el primer requisito retórico: ajustarse al público.
Los cabreros no entienden nada de lo que dice don Quijote. Sin embargo, Cervantes no deja caer del todo a su protagonista: aquel público queda embobado por cómo suena lo que dice, no entienden, pero se ven atrapados por las palabras. Si Cervantes buscaba el juego paródico con la literatura pastoril, alcanza, quizá sin quererlo, otro más sutil, menos evidente: hay discursos que atrapan la atención de quien los escucha sin entenderlos del todo, por la música y las pocas cosas que pueden comprender en esta o aquella palabra, especialmente las que se dirigen a las emociones más primitivas y que se sitúan hábilmente para que el que escucha se crea que es a él a quien van dirigidas. No entiendo nada, pero qué bien habla; no entiendo todo, pero esto parece que me habla a mí. El que escucha así no puede cuestionar nada porque no comprende o quizá solo comprende una parte, pero no el alcance general del discurso, a dónde le quiere llevar el que lo pronuncia. No puede levantar la mano y protestar porque las cosas nunca fueron así como se dice que fueron en la edad de oro, sobre todo para ellos, los cabreros, que solo pudieron aspirar a cuidar las cabras. Quizá solo para un puñado de privilegiados, que sienten que el mundo ya no pueden dominarlo como hacían antes, ahora que todos reclaman su parte en la historia.
Sin quererlo, Cervantes nos lleva a uno de los núcleos más peligrosos de todo discurso pronunciado ante un público que no puede entender la complejidad de lo que se le dice, toda la profundidad de las palabras y sus contextos, el peligro de un encadenamiento sintáctico e ideológico que suena bien, pero no es bueno ni deseable. He tenido la oportunidad estos días de escuchar a una persona con mucha labia alabar el mercado libre sin regulación alguna y poner como ejemplo de tal mercado a China acto seguido, en la misma conversación, en un discurso trabado a la manera que se escucha ahora en internet y que consumen con tanta facilidad tantos. Cuánta falsedad peligrosa. Esta persona solo tiene disculpa si, como don Quijote, ignora su locura y las consecuencias de su discurso para la sociedad en la que vive, lo ha educado y lo protege y de la que se aprovecha sin cargo de conciencia ni rasgo alguno de generosidad.
Se extiende hoy esta demagogia. Es fácil encontrarla en los discursos del odio, en los conspiranoicos, en la publicidad de las grandes corporaciones, en los nacionalismos, pero también en estos pequeños aprovechados que se limitan a recoger las migajas que caen de la mesa de los que han fabricado estas estrategias de depredación social y que los utilizan como piezas de un engranaje que necesitan para que todo siga funcionando. La actitud de su público es como la de los cabreros del Quijote: embelesados ante la música que les llega a través de las redes sociales o los servicios de mensajería de sus teléfonos móviles y ayudando a difundir estos mensajes que no comprenden, pero que se fabrican hábilmente para que parezca que sí. A los cabreros, don Quijote les hablaba a partir de una bellota, que ellos comprenden y aprecian, pero les contaba un relato sobre una edad de oro cuyo verdadero alcance real no entienden.
La demagogia tiene eso, que utiliza los tópicos y nos los facilita en un discurso que nos agrada, que nos reconforta, que da la razón a nuestros miedos y sueños o los estimula. Así, don Quijote peca de parodia y de demagogia, como muchos hoy. Lo malo es que a estos no los vemos venir, como sí ocurre con el pobre loco, que solo quería vivir en un libro.
La bellota, así tratada, es mucho más que una bellota.
Don Quijote estaba enfermo de literatura pero los charlatanes de las bellotas libres, libérrimas, son enfermos de hambre de poder. Lo malo es como cuelan sus indigestas bellotas, libertad, libertad, no vais a pagar impuestos... Qué bien habla este hombre, está mujer.¿Queréis de verdad vivir como en China? ¿Cómo el chino del bazar? ¿Esos no eran comunistas? Pero cuela...Los de la caseta verde, el domingo junto a la castañera, lucían la palabra "solidaridad", les pregunté que con quién eran solidarios ellos. La respuesta...
ResponderEliminarAl Quijote volvemos siempre. Seguimos leyendo para que no nos vendan bellotas.
Um profunda e sólida reflexão , que me permiti partilhar no Facebook.
ResponderEliminarBesos, querido amigo, feliz Setembro.
Muy interesante reflexión, Pedro, al menos para mí, de la que tengo que aprender. Siempre el Quijote. Los chinos, que según algunas proyecciones económicas pronto superarán a los norteamericanos en algunas cosas. Pero a lo que vamos: solo el conocimiento te libra de los demagogos, qué difícil.
ResponderEliminarUn abrazo desde los Valles Occidentales del Pirineo, 970 m. de altitud, pocos ruidos, poca gente, pocos bares, pocos servicios, gente mayor que mueren por su edad, en agosto todavía hay gente pero ahora va a menos.