Contemplo ahora la calle Mayor de Sánchez Ocaña y la calle Solana, que baja aquí desde Miguel de Unamuno. A esta altura, la calle Mayor toma otro nombre, de Pardiñas. Oigo, desde el balcón, el monótono ruido del agua del Caño Comendador. Me pienso hacia atrás, hacia los días del confinamiento más estricto. Entonces, la calle entera guardaba silencio excepto con los aplausos que a las ocho de la tarde se ofrecían como homenaje unánime a las personas que trabajaban para que todo siguiera funcionando en los momentos más difíciles de la pandemia. Recuerdo mi temor al bajar la basura cada tres o cuatro días, mi apresuramiento al ir a comprar una vez a la semana. Caminaba por la calle con la cabeza gacha, temeroso de contagiarme o de contagiar y provocar la muerte de alguien.
El lunes próximo se levanta el estado de alarma en España, con lo que se facilitará la libre circulación de las personas en todo el territorio nacional. Se han abierto ya algunas zonas al turismo extranjero por la necesidad de reactivar el sector y la economía. Sin embargo, todas las administraciones toman medidas que reducirán el aforo en los lugares públicos y asegurarán las medidas higiénicas en comercios y negocios de hostelería. Todo lo demás serán recomendaciones y su cumplimiento recaerá en el sentido común de cada uno de nosotros. No todo lo puede hacer el gobierno si nos consideramos una sociedad moderna y madura.
Durante este tiempo, como todos, mi estado de ánimo ha oscilado, pero me noto preocupado aún. No se me escapa que el COVID-19 sigue circulando aquí y en el resto del mundo (América parece ahora el continente más afectado y hay nuevos brotes en China y Alemania, países que parecían haber superado sin grandes dificultades la pandemia contemplan perplejos que sus medidas no fueron suficientes, seguimos sin noticias fiables de muchos países). No hay que bajar la guardia. De hecho, cada día me llegan correos electrónicos notificándome la suspensión de programas universitarios el próximo curso relacionados con alumnos extranjeros o el envío de nuestros alumnos fuera de España, las dudas sobre cómo organizar la docencia o los problemas para que los actos culturales se desarrollen como antes.
De vez en cuando compruebo en mí algunas imprudencias. Me quito la mascarilla antes de tiempo o tardo mas en colocármela de lo que manda la prudencia y el respeto por los otros, toco con las yemas de los dedos los pulsadores del ascensor o los de la luz. Alguna vez he bajado a la calle como si todo fuera ya normal y me he tenido que dar la vuelta porque se me había olvidado la mascarilla o el pequeño bote de gel desinfectante que llevo en los bolsillos. Esta mañana, en la zona de verduras del supermercado, me he notado impaciente cuando la persona que había delante de mí tardaba en elegir unos pimientos y he estado a punto de no respetar la distancia recomendada. Por un par de pimientos rojos. En las pocas reuniones que he tenido con la familia o con los amigos todo es extraño y siempre hay quien se acerca como antes. Algunas imágenes advierten de mayores imprudencias cometidas en lugares públicos. Qué incierto es todo.
No sé si yo soy o no mejor que antes, pero he aprendido, sobre mí y sobre esta sociedad, muchas cosas estas semanas pasadas que me acompañarán durante el resto de mi vida.
Contemplo la calle que me ha acogido tres meses, desde mediados del mes de marzo. No tiene aún gran actividad, pero ya no es el desierto que ha sido. Se viene el verano.
Comprendo que la economía necesite actividad, está montada como está montada y necesita lo que necesita, pero creo que nos estamos acelerando y descuidando más de lo recomendable... hay imágenes de televisión que dan fe de ello, reuniones de gente con despreocupación e imprudencia temeraria... Como bien dices, hay rebrotes en varios países y en este también por el norte... el virus está presente todavía aunque no lo veamos, y no podemos desandar lo andado por no hacer las cosas como aconseja la prudencia y la experiencia...
ResponderEliminarNo creo que hayamos salido mejores, habrá excepciones, creo que los que antes eran pruedentes lo son más ahora y los que eran imprudentes les traen al pairo las recomendaciones de los expertos... van a caballo del yo, mi, me, conmigo... y los demás que arreen...
No sé, iremos viendo... yo miro, veo y tengo miedo, pues sé lo que voy a hacer yo, pero lo que van a hacer los demás con los que me voy a encontrar se escapa de mi control... y eso me preocupa y me limita...
Abrazo
Por eso se llama la Nueva Normalidad, porque aunque a ratos, nos puede parecer normal, te das cuenta, que no, que solo lo parece.
ResponderEliminarEsta tarde he estado con mi familia en Vicálvaro, un barrio de Madrid y ya casi nada es igual a lo que ocurría el año pasado, por estas fechas: No se nos olvidaban las mascarillas porque no existían, ni la distancia de seguridad, ni las colas en la farmacia, ni las conversaciones, donde el protagonista es el virus, ni tantas cosas...No, el mal no se ha ido y la incertidumbre sigue con nosotros. Sensatez y precaución, palabras que no debemos olvidar.
Besos
Todo,es tiempo pasado.
ResponderEliminarHas puesto una foto con mucha luz, parece un lugar diferente a aquellas que publicabas en tiempos de confinamiento estricto, luego al leer tu entrada veo que esa luz se transforma en muchos grises e incluso tirando a obscuro, a mi me ocurre lo mismo, no las tengo todas conmigo, soy personal de riesgo y tengo cierto miedo, hay luz pero tiene trampa.
ResponderEliminarPreciosa foto llena de luz, da la sensación de que se ha detenido el tiempo y se parece mucho a la vida de ahora, no me gusta nada esta nueva normalidad, aunque sé que me tendré que acostumbrar a ella. Se acerca el verano y espero que no nos arrase.
ResponderEliminarComo siempre mi querido Pedro es un placer leerte, La acequia es casa y refugio.
Un abrazo enorme.
Hoy tocaba pescadería, pescadería de barrio, escondida en una calle comercial de barrio, pero que tiene de todo o casi todo, hasta una librería papelería.
ResponderEliminarEn la pescadería, a la que entramos de uno en uno, todo lo más dos si ya está terminando el anterior, han colocado unas cajas para separar el mostrador y el género del público... Es un negocio familiar y hoy le toca despachar al joven de la familia, y allí, mientras me limpia la dorada me pregunta que si preparo las vacaciones y la playa. Le contesto que tengo otras obligaciones, pero que espero ir al pueblo. Él me dice que este año no va a la playa, que allí la gente anda más desmadrada, que no le esperen. Supongo que anda pensando en uno de esos lugares de Levante, lugares donde yo tampoco me suelo perder, dicho sea de paso. pero en cualquier caso no parece que vea muy lógico un verano de arena y chiringuito. Sigue: "No es como la gente de la montaña, que tiene otras miras, son más tranquilos, buscan otras actividades..."
Nueva normalidad, que es peor que la antigua. Supongo que repitiendo la misma palabra llegará un día en que la mayoría de la gente veamos la realidad como normal. Pero falta mucho tiempo para eso, y yo también cometo errores, claro, y te asombras de qué pronto se olvida todo. Nuevo verano, eso sí lo será.
ResponderEliminarUn abrazo
Es como si hubiera estado en esa Calle Mayor de Béjar.
ResponderEliminarSalíamos a por lo básico, escopetados y como si algo se nos fuera a caer encima, deprisa deprisa por la calle de toda la vida que de repente se había vuelto extraña y peligrosa. Ahora nos hemos relajado y cometemos imprudencias, aunque sabemos que no debemos bajar la guardia. Nos queda "mucha nueva normalidad", mucha mascarilla e hidrogel, muchas colas para todo, actividades colectivas pocas y restringidas...Tenemos "mili" para rato.
¿Aprender? Siempre queda alguna enseñanza cuando las pasamos canutas. Y sale a la luz lo mejor y lo peor.
Seguimos aquí.
Dos mundos de gentes nos esperan de inmediato: los que van con miedo (y tienen manías y rarezas) y los que van de valientes (hay que recuperar el tiempo de la juerga perdido). Lo importante es buscar el término medio, vida social pero con prudencia.
ResponderEliminarMás de una vez he llegado a la calle y me he dado cuenta de que no llevaba la mascarilla y me he vuelto a buscarla. Pero es que, he estado un montón de tiempo encerrada, con miedo al sacar la basura, como dices, y al ir al supermercado una vez a la semana. Así que, he pasado mucho tiempo sola en casa, sin mascarilla, por lo tanto, lo más normal es que se me olvide ponérmela.
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